miércoles, 11 de enero de 2012

de THEODOR W. ADORNO

Espiritualización y caos
Tomado del libro Teoría Estética
Taurus Ediciones, 1971

Las teorías según las cuales el arte tiene que introducir un orden sensible concreto y no clasificatorio abstracto en la multiplicidad caótica de lo aparente o de la naturaleza escamotean, de forma idealista, el fin de la espiritualización: dejar que manifiesten lo suyo propio las figuras históricas de lo natural y de su subordinación. La relación del proceso de espiritualización con lo caótico tiene también su índice histórico. Se ha dicho muchas veces desde Kart Kraus que en la sociedad total el arte tiene que llevar caos al orden más que lo contrario. Los rasgos caóticos del arte nuevo están en contra suya y de su espíritu, sólo a primera vista. Son cifras de la crítica de una mala segunda naturaleza: tan caótico ha llegado a ser realmente el orden. El momento caótico y la espiritualización son convergentes en su renuncia a esas refinadas y tersas representaciones de la existencia; el parentesco entre el arte radicalmente espiritualizado, como el que data de Mallarmé, y el torbellino onírico del surrealismo, es mucho más cercano de lo que se figura la conciencia de escuela; por lo demás, hay muchas conexiones transversales entre el joven Bretón y el simbolismo o entre los primeros expresionistas alemanes y aquel George al que desafiaron. La relación entre la espiritualización y lo indómito es antinómica. Al representar una limitación de los momentos sensibles, el espíritu se convierte, peligrosamente, en un ser sui generis y en virtud se su tendencia inmanente trabaja también en contra del arte. Su crisis se ve acelerada por la espiritualización que se defiende contra el hecho de que las obras de arte sean vendidas como meros valores estimulantes. La espiritualización es la fuerza contraria al carromato verde, a los músicos, o comediantes ambulantes, a los despreciados por la sociedad. Aunque no deja sentir una fuerte presión para que se desprenda de los rasgos de mera apariencia, de su vieja insinceridad social, el arte no puede seguir existiendo cuando este elemento está completamente ausente y no se le puede crear una zona especial de reserva. Ninguna sublimación puede tener éxito si no conserva en ella misma lo que sublima. El hecho de que la espiritualización del arte pueda conseguirlo es lo que decide sobre su supervivencia o, de acuerdo con la profecía hegeliana, sobre su final, que en el mundo, tal como de hecho ha sido, constituiría un escape hacia la confirmación no refleja y realista en el peor sentido, en un escape hacia la duplicación de lo que meramente existe. Bajo este aspecto la salvación del arte es una cuestión política, pero incierta en sí misma, puesto que se halla amenazada por la marcha real del mundo.

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