miércoles, 30 de noviembre de 2011

MIS FOTOS

"Gestándose"
Serie: Rincones de Taller


JORGE LUIS BORGES

Sobre Oscar Wilde

Mencionar el nombre de Wilde es mencionar a un Dandy que fuera también un poeta, es evocar la imagen de un caballero dedicado al pobre propósito de asombrar con corbatas y con metáforas. También es evocar la noción del arte como un juego selecto o secreto -a la manera del tapiz de Hugh Vereker  y del tapiz de Stefan George. y del poeta como un laborioso monstrotum artifex (Plinio, XXVIII,2) Es evocar el fatigado crepúsculo del siglo XIX y esa opresiva pompa de invernáculo o de baile de máscaras. Ninguna de estas evocaciones es falsa, pero todas corresponden, lo afirmo, a verdades parciales y contradicen, o descuidan, hechos notorios.
Consideremos, por ejemplo, la noción de que Wilde fue una especie de simbolista. Un cúmulo de circunstancias la apoya: Wilde, hasta 1881, dirigió a los estetas y diez años después a los decadentes; Rebeca West pérfidamente lo acusa (Henry James, III) de imponer a la última de estas sectas «el sello de la clase media»; el vocabulario del poema The Sphinx es estudiosamente magnífico; Wilde fue amigo de Schwob y de Mallarmé. La refuta un hecho capital: en verso o en prosa, la sintaxis de Wilde es siempre simplísima. De los muchos escritores británicos, ninguno es tan accesible a los extranjeros. Lectores incapaces de descifrar un párrafo de Kipling o una estrofa de William Morris empiezan y concluyen la misma tarde Lady Windermeres's Fan. La métrica de Wilde es espontánea o quiere parecer espontánea; su obra no encierra un solo verso experimental, como este duro y sabio alejandrino de Lionel Johnson: Alone with Christ, desolate else, left by mankind.
La insignificancia técnica de Wilde puede ser un   argumento a favor de su grandeza intrínseca. Si la obra de Wilde correspondiera a la índole de su fama, la integrarían menos artificios del tipo de Les palais Nomades o de Los crepúsculos del jardín. En la obra de Wilde esos artificios abundan -recordemos el undécimo capítulo de Dorian Gray o The Harlot's House o Symphony in Yellow- pero su índole adjetiva es notoria. Wilde puede prescindir de esos purple patches (retazos de púrpura); frase cuya invención le atribuyen Ricketts y Hesketh Pearson, pero ya registra el exordio de la epístola a los Pisones. Esa atribución prueba el hábito de vincular al nombre de Wilde la noción de pasajes decorativos.
Leyendo y releyendo, a lo largo de los años, a Wilde, noto un hecho que sus panegiristas no parecen haber sospechado siquiera: el hecho comprobable y elemental de que Wilde, casi siempre, tiene razón. The Soul of Man under Socialims no sólo es elocuente; también es justo. Las notas misceláneas que prodigó en la Pall Mall Gazette y en el Speaker abundan en perspicuas observaciones que exceden las mejores posibilidades de Leslie Stephen o de Saint-sbury. Wilde ha sido acusado de ejercer una suerte de arte combinatoria, a lo Raimundo Lulio; ello es aplicable, tal vez, a algunas de sus bromas («uno de esos rostros británicos que, vistos una vez, siempre se olvidan»), pero no al dictamen de que la música nos revela un pasado desconocido y acaso real (The Critic as Artist) o aquel de que todos los hombres matan la cosa que aman (The Ballad of Reading Gaol) o a aquel otro de que arrepentirse de un acto es modificar el pasado (De profundis) o aquel, no indigno de León Bloy o de Swedernborg, de que no hay hombre que no sea, en cada momento, lo que ha sido y lo que será (ibidem) No transcribo estas líneas para veneración del lector; las alego como indicio de una mentalidad muy diversa de la que, en general, se atribuye a Wilde. Éste, si no me engaño, fue mucho más que un Moréas irlandés; fue un hombre del siglo XVIII, que algun a vez condescendió a los juegos del simbolismo. Como Gibbon, como Johnson, como Voltaire, fue un ingenioso que tenía razón además. Fue, «para de una vez decir palabras fatales, clásico en suma» Dio al siglo lo que el siglo exigía -comédies larmoyantes para los más y arabescos verbales para los menos- y ejecutó esas cosas disímiles con una suerte de negligente felicidad. Lo ha perjudicado la perfección; su obra es tan armoniosa que puede parecer inevitable y aún baladí. Nos cuesta imaginar el universo sin los epigramas de Wilde; esa dificultad no los hace menos plausibles.
Una observación lateral. El nombre de Oscar Wilde está vinculado a las ciudades de la llanura; su gloria a la condena y a la cárcel. Sin embargo (esto lo ha sentido muy bien Heskethh Pearson) el sabor fundamental de su obra es la felicidad. En cambio, la valerosa obra de Chesterton, prototipo de la sanidad física y moral, siempre está a punto de convertirse en una pesadilla. La acechan lo diabólico y el horror; puede asumir, en la página m´s inocua, las formas del espanto. Chesterton es un hombre que guarda, pese a los hábitos del mal y de la desdicha, una invulnerable inocencia.
Como Chesterton, como Lang, como Boswell, Wilde es de aquellos venturosos que pueden prescindir de la aprobación de la crítica y aun, a veces, de la aprobación  del lector, pues el agrado que nos proporciona su trato es irresistible y constante.
1946.

ROBERTO ARLT

El fiacún


Ensalzaré con esmero al benemérito "fiacún".
Yo, cronista meditabundo y aburrido, dedicaré todas mis energías a hacer el elogio del "fiacún", a establecer el origen de la "fiaca", y a dejar determinados de modo matemático y preciso los alcances del término. Los futuros académicos argentinos me lo agradecerán, y yo habré tenido el placer de haberme muerto sabiendo que trescientos setenta y un años después me levantarán una estatua.
No hay porteño, desde la Boca a Núñez, y desde Núñez a Corrales, que no haya dicho alguna vez:-¡Hoy estoy con "fiaca"!.
De ello deducirán seguramente mis asiduos y entusiastas lectores que la "fiaca" expresa la intención de "tirarse a muerto", pero ello es un grave error.
Confundir la "fiaca" con el acto de tirarse a muerto es lo mismo que confundir un asno con una cebra o un burro con un caballo.
Exactamente lo mismo.
Y sin embargo a primera vista parece que no. Pero es así. Sí, señores, es así. Y lo probaré amplia y rotundamente, de tal modo que no quedará duda alguna respecto a mis profundos conocimientos de filología lunfarda.Y no quedarán, porque esta palabra es auténticamente genovesa, es decir, una expresión corriente en el dialecto de la ciudad que tanto detestó el señor Dante Alighieri.
La "fiaca" en el dialecto genovés expresa esto: "Desgarro físico originado por la falta de alimentación momentánea". Deseo de no hacer nada. Languidez. Sopor. Ganas de acostarse en una hamaca paraguaya durante un siglo. Deseos de dormir como los durmientes de Efeso durante ciento y pico de años.
Sí, todas estas tentaciones son las que expresa la palabra mencionada. Y algunas más.
Comunicábame un distinguido erudito en estas materias, que los genoveses de la Boca cuando observaban que un párvulo bostezaba, decían: "Tiene la "fiaca" encima, tiene". Y de inmediato le recomendaban que comiera, que se alimentara.
En la actualidad el gremio de almaceneros está compuesto en su mayoría por comerciantes ibéricos, pero hace quince y veinte años, la profesión del almacenero en Corrales, la Boca, Barracas, era desempeñada por italianos y casi todos ellos oriundos de Génova. En los mercados se observaba el mismo fenómeno. Todos los puesteros, carniceros, verduleros y otros mercaderes provenían de la "bella Italia" y sus dependientes eran muchachos argentinos, pero hijos de italianos. Y el término trascendió. Cruzó la tierra nativa, es decir, la Boca, y fue desparramándose con los repartos por todos los barrios. Lo mismo sucedió con la palabra "manyar" que es la derivación de la perfectamente italiana "mangiar la follia", o sea "darse cuenta".
Curioso es el fenómeno, pero auténtico. Tan auténtico que más tarde prosperó este otro término que vale un Perú, y es el siguiente: "Hacer el rostro".
¿A qué no se imaginan ustedes lo que quiere decir "hacer el rostro"? Pues hacer el rostro, en genovés, expresa preparar la salsa con que se condimentarán los tallarines. Nuestros ladrones la han adoptado, y la aplican cuando después de cometer un robo hablan de algo que quedó afuera de la venta por sus condiciones inmejorables. Eso, lo que no pueden vender o utilizar momentáneamente, se llama el "rostro", es decir, la salsa, que equivale a manifestar: lo mejor para después, para cuando haya pasado el peligro.
Volvamos con esmero al benemérito "fiacún".
Establecido el valor del término, pasaremos a estudiar el sujeto a quien se aplica. Ustedes recordarán haber visto, y sobre todo cuando eran muchachos, a esos robustos ganapanes de quince años, de dos metros de altura, cara colorada como una manzana reineta, pantalones que dejaban descubierta una media tricolor, y medio zonzos y brutos.
Esos muchachos era los que en todo juego intervenían para amargar la fiesta, hasta que un "chico", algún pibe bravo, los sopapeaba de lo lindo eliminándolos de la función. Bueno, estos grandotes que no hacían nada, que siempre cruzaban la calle mordiendo un pan y con gesto huído, estos "largos" que se pasaban la mañana sentados en una esquina o en el umbral del despacho de bebidas de un almacén, fueron los primitivos "fiacunes". A ellos se aplicó con singular acierto el término.
Pero la fuerza de la costumbre lo hizo correr, y en pocos años el "fiacún" dejó de ser el muchacho grandote que termina por trabajar de carrero, para entrar como calificativo de la situación de todo individuo que se siente con pereza.
Y, hoy, el "fiacún" es el hombre que momentáneamente no tiene ganas de trabajar. La palabra no encuadra una actitud definitiva como la de "squenún", sino que tiene una proyección transitoria, y relacionada con este otro acto. En toda oficina pública y privada, donde hay gente respetuosa de nuestro idioma y un empleado ve que su compañero bosteza, inmediatamente le pregunta:
-¿Estás con "fiaca"?
Aclaración. No debe confundirse este término con el de "tirarse a muerto", pues tirarse a muerto supone premeditación de no hacer algo, mientras que la "fiaca" excluye toda premeditación, elemento constituyente de la alevosía según los juristas. De modo que el "fiacún" al negarse a trabajar no obra con premeditación, sino instintivamente, lo cual lo hace digno de todo respeto.

martes, 29 de noviembre de 2011

MIS DIBUJOS

-¿Te vas?
-Sí, me voy
Serie: Las Amigas
Grafito sintético y Lápiz 6B

LA REALIDAD

De mi autoría
¿Qué es lo real?
¿Lo que el Rey dice que es?
¿El mundo que nos rodea? O somos nosotros, inmersos en ese mundo.
Tal vez, el mundo de objetos que hemos creado. Entonces, la realidad son los edificios, los automóviles, las zapatillas, los relojes, la escoba, el trapo de piso, los preservativos, las pastillas para dormir, la cocaína, el vino, el televisor, la corbata, el peine, los ruleros, el celular, la computadora y todo lo que se nos ocurra mencionar respecto de lo hecho por los humanos sobre el planeta.
Escribo a mediatarde. A través de la ventana puedo ver al vecino que vive en la casa situada frente a la que habito, limpiar la zanja por la cual correo el agua los días de lluvia –la calle es de tierra-, tira ramas secas restos de una poda que seguramente luego quemará; observo que acaricia al perrito que no deja de juguetear mientras él continúa con la limpieza; ahora sale de la casa la esposa, empujando un cochecito en el cual se encuentra su bebé, de apenas un año de edad, porque el día soleado ha mejorado la temperatura que por este tiempo ha sido muy, pero muy baja y el frío se hizo sentir crudamente.
También los pájaros van y vienen picoteando aquí y allá, buscando el alimento que llevarán al nido.
Lo demás, es silencio. Una tarde silenciosa.
Aquí, en mi lugar de trabajo, Brahms me acompaña de la mejor manera, mientras esto escribo. Esta realidad.
Entonces... ¿hay otras realidades? O la realidad es una sola, que abarca el Todo. O el Todo, es el que incluye a la realidad.
Suena el teléfono, atiendo. Equivocado. La persona que llamó, marcó mal el número, me pidió disculpas.
Y dentro de esta toda realidad, una realidad más: mientras escribía lo que veo a través de la ventana, o sea al joven que limpia la zanja frente a su casa, un olor extraño apareció en el ambiente, mezclado al olor del sahumerio; no me llamó la atención, no le di importancia, hasta que sí, supe de qué se trataba: ¡Se estaba quemando la pava que puse al fuego, con agua, para luego tomar unos dulces mates! Claro, tan enfrascado cavilando acerca de la realidad, y ésta, me sacudió el cuerpo para que me diese cuenta o al menos me dedicara a suponer que de la realidad no se habla, sino que, se vive en ella.
Pero... ¿Y todo lo que otros hombres pensaron durante milenios acerca de la realidad?
El hombre y su circunstancia, dijo Ortega. ¿Hace la circunstancia al hombre, o éste crea la circunstancia? ¿O la circunstancia hace al hombre y luego, a raíz de ello, el hombre crea una nueva circunstancia y así por los siglos de los siglos? –Amén-
Suelo pensar, en ciertos momentos que, a veces, oír las reflexiones de un vecino, me llevan a conclusiones de extrema hondura. Él habla de sí, de él mismo, de sus experiencias, de su vida, de su existencia. En cambio, muchos eruditos, a los que suelo leer, hablan acerca de... y este acercade, me aleja del sentimiento que albergo hacia el ser humano.
Siempre, aprendo algo de lo que dicen mis vecinos, porque ellos solamente dicen lo que hacen. Digamos, está comprobado en el hacer.
Realidad absoluta. Hecho concreto.
¿Qué es el hombre sino lo que hace?
Y lo que hace, es eso que es. No habla del amor. Ama. No habla de religión: cree en su dios. No habla de sus hijos: los cría, trabaja para que nada les falte.
Y luego, está el hecho de los que piensan al hombre. Escriben acerca de él y su circunstancia, o se preguntan ¿Qué es el hombre? O dejan testimonio sobre el Ser y el Tiempo, o entre el Ser y la Nada, que también son hechos. Tangibles cuando uno toma un libro, lo abre, y en un párrafo, Hölderlin nos dice: “Puesto que existimos como lenguaje y podemos oírnos los unos a los otros”.
Ahora se está nublando, avanzan nubes que tal vez cubran lo que llamamos cielo, seguramente bajará la temperatura y nuevamente las estufas se encenderán en muchas casas, los hornos de las cocinas, como para mitigar la inclemencia temporal. Y los que prenderán sus braseros, los que quemarán leña, los que tratarán como sea, de conseguir un poco de calor para el abrigo. Y, como ha sucedido más de una vez, están los que morirán por causa del monóxido de carbono que obrará como veneno, porque no tienen estufas, ni gas, ni nada de lo que tienen otros, en otras realidades. Sólo tienen ese brasero portador de muerte.
Y el hambre, que quita las calorías del cuerpo, que mata neuronas, que no deja pensar, no deja caminar, quita todas las ganas posibles que alguien pueda tener como para conseguir su propio sustento, su propio alimento. La realidad más horrenda, la más perversa de las realidades. Claro, realidad de los que la padecen, porque para quienes con sus planes económicos, con sus ansias de más y más poder económico, se quedan con el mayor porcentaje de la Renta Mundial, la realidad es otra. Éstos, ven únicamente su “propio” mundo. El mundo de lo que llaman y defienden hasta con las armas más sofisticadas “su propiedad privada”.
Ahora puedo ver, desde este lugar, sentado ante la PC, la planta de Lavanda que vive en el jardín y cómo, un Colibrí, picotea seguramente buscando el néctar para su alimento.
Mientras este diminuto, pequeñísimo, ágil, velocísimo colibrí picotea las flores de lavanda... ¿Qué está pasando en el mundo?
¿Qué realidad, acontece? ¿La de quién, la de quiénes?
O está acaeciendo una sola y única realidad.

LEÓN TOLSTOI

Carta a Bernard Shaw

Yásnaia Polaina, 17 de agosto de 1908

Querido señor Shaw:

Dispénseme si hasta hoy no le he dado las gracias por el libro remitido a través del señor Mood. Hoy, releyéndole y prestando singular atención a los pasajes que usted indica, he apreciado de modo singular las palabras de Don Juan en el intermedio (aunque pienso que el tema podría ganar mucho si se tratase con más seriedad, y no con inserción casual en la comedia)  y The Revolutionist’s Handbook. 
Antes que nada, sin ningún esfuerzo he coincidido por entero con las palabras de Don Juan, en cuanto a que héroe es aquel “canto no al arma ni al héroe, sino al filósofo: a quien merced a la contemplación alcanza la voluntad interior del mundo, merced a los inventos halla los medios para el cumplimiento de esa voluntad y merced a la acción crea esa voluntad con ayuda de los medios hallados por él”, lo propio que en mi lengua se expresa con los términos: conocer en uno mismo la voluntad de Dios y seguirla.
Después de esto, me ha gustado especialmente vuestra actitud con respecto a la civilización y el progreso, esa idea en absoluto justa de que por mucho que sigan una y otro no pueden mejorar el estado de la humanidad, si los hombres no cambian.
Lo que distingue nuestros pareceres estriba en que -cree usted- la mejora de la humanidad tendrá lugar cuando los hombres llanos se hagan superhombres o nazcan nuevos superhombres; y -como creo yo- eso mismo pasará cuando los hombres desechen de las religiones verdaderas, incluyendo el cristianismo, las impurezas que las desfiguran, y uniéndose todos en una sola comprensión de la vida, que yace en el fondo de todas las religiones, establezcan su racional actitud ante el infinito  principio del mundo y sigan la norma de vida que de aquél se deriva. 
Lo que tiene mi método de ventaja sobre el suyo para librar del m al a los hombres consiste -como es fácil de imaginar- en que masas ingentes del pueblo, incluso poco instruidas o completamente ignorantes, pueden aceptar una religión auténtica  y seguirla; mientras que para la formación del superhombre a base de los seres que ahora existen, así como para el nacimiento de nuevos, hacen falta condiciones tan excepcionales y tan poco realizables de por sí como la enmienda del género humano por medio del progreso y la civilización. 
Querido señor Shaw, la vida es una seria y gran cosa, y en el breve intervalo de tiempo que se nos ha dado, todos en general tenemos que procurar encontrar nuestro destino y cumplirlo en cuanto sea posible. Eso concierne a cada hombre y, en particular usted con sus enormes dotes, original pensamiento y penetración en lo sustancial de cualquier problema. 
Es esa la razón, confiando animoso en n o agraviarle, por la que le diré las diferencias que me ha parecido encontrar en su libro. 
Como primer defecto del mismo coloco vuestra falta de seriedad. No se puede hablar en son de broma de un tema como el destino de la vida humana o de las causas de su aberración y del mal que llena la existencia de nuestra humanidad. Me habría gustado que las expresiones de Don Juan no fueran visionarias, sino las expresiones de Shaw; y al igual que The Revolutionist’s Handbook no se atribuye al inexistente Tañer, sino a Bernard Shaw, viviente y responsable de sus palabras. 
Como segundo reproche le digo que tratándose de cuestiones de suma importancia -y así son las que usted aborda- y de personas con una comprensión tan honda de los males de nuestra vida y una capacidad de exposición tan brillante como la suya, hacer de aquéllas simple objeto de sátira puede más bien perjudicar que contribuir a la solución de la misma. 
Pretende con su libro sorprender al lector con su gran erudición, ingenio y talento. Todo eso, además de no hacer falta para la solución de las cuestiones a que usted se refiere, frecuentemente desvía la atención del lector de la esencia del tema atrayéndolo con el brillo de la exposición. 
Sea como sea, creo que el libro expresa vuestras opiniones no en pleno y claro desarrollo, sino sólo en estado embrión ario. Creo que, en su posterior desarrollo, tales opiniones le llevarán a la verdad única que todos buscamos y a la que nos vamos acercando poco a poco. 
Sé que sabrá perdonarme si en lo expuesto hay algo que no sea de su agrado. Lo hice así porque reconozco sus altísimas dotes y guardo hacia usted personalmente los más amistosos sentimientos, con lo que quedo suyo. 

León Tolstoi. 

lunes, 28 de noviembre de 2011

MIS DIBUJOS

Soledario
Serie: de La Silla

SOBRE BALZAC

De mi autoría


Nace en junio de 1799.
Creo que Napoleón, para esa fecha, ya había estado en varios lugares y daba comienzo al Imperio con el cual quería apoderarse del mundo. En esa circunstancia crece el Genio de la literatura. Es cuando Balzac comienza a escribir. Tal vez aún no lo sabía, pero no escribe como los demás. No para hacer dinero, o para divertir, ni llenar escaparates con sus libros, sino para dominar el mundo literario, tal cual el emperador quería hacerlo por otros medios. Pero en paradoja, su obra nace en una buhardilla.
Se prueba. Escribe bajo seudónimo. Insatisfecho por lo logrado, abandona la pluma durante cuatro o cinco años. Se dedica a otros menesteres. Pero dado que tenía que ser el más grande de Francia, una fuerza misteriosa lo lleva a escudriñar, no lo trivial, el detalle, la apariencia sino, decididamente, el fabuloso mecanismo de los instintos originarios; los de la Condición Humana.
Y es así que comienza a poetizar la realidad. Y crea otro mundo. Y lucha. Y muestra lo inexorable. Y en ese cuartucho donde inicia la nueva senda, convergen todos sus héroes, que son las formas elementales de la sociedad. Sus héroes, que son sus creaciones. Y lo que allí se agrupa, es la vida entera, la vida misma.
La vida que él mismo padeció, como cuentan que en su juventud, cuando toda su comida era un trozo de pan seco, dibujó con tiza en la mesa de la buhardilla la circunferencia de unos cuantos platos inscribiendo en ellos el nombre de los majares más apetecidos, para así, encontrar en el pan, por pura sugestión de la voluntad, el sabor deseado.
Tal vez, de esta manera, por el mismo motivo, haya creado esa Comedia Humana tan impresionante, engañando a su pobreza con la riqueza. Eternamente agobiado por las deudas, atormentado por los acreedores: ¿No sentiría algo especial, creando personajes ricos y poderosos?
Y trató de crear también cuestiones en la vida práctica, como la imprenta en la cual fundara un periódico. Pero terminó en bancarrota. Sí, quien conocía en sus novelas todos lo vericuetos de la economía, el que creaba ricos por doquier, el que conocía las artimañas de los usureros, de los conquistadores de fortunas, quedó con una pila de deudas que le hicieron gemir durante toda su vida.
Sólo su demencial voluntad de coloso le permitió sobrevivir y sobrellevar su obra hasta el final.  

MIS DIBUJOS

Dos Figuras
Grafito, Lápiz 6B, sobre cartulina de 130 gs.


DERECHOS HUMANOS

De mi autoría
Las fotografías fueron bajadas desde la Web

Cuando en el mundo se crean organismos de Derechos Humanos, Organizaciones de lucha contra el hambre, es porque las cosas no se hicieron bien, porque el accionar de quienes tienen la obligación de administrar los recursos del planeta, en cada continente, en cada país, en cada ciudad, pueblo o comarca, ha sido crear un desequilibrio económico cuya consecuencia es la injusta, injustísima, distribución de la Renta Mundial.
Esta injusticia, es la que pone en riesgo la vida de miles de millones de seres humanos.
La Vida. No, las formas de vida, la vida misma.
Este desequilibrio, esta sideral injusticia, mata. Por lo cual, es un crimen de Lesa Humanidad y quienes ejecutan esas miles y miles de vidas, deberían pudrirse en una cárcel, hasta que el polvo de sus huesos sea esparcido por los vientos de la esperanza en una vida digna, justa, en libertad, para la cual nace el ser humano.
Creo que fue Einstein quien dijo: “La formulación de un nuevo pensamiento se hace indispensable, si la humanidad desea sobrevivir y alcanzar ideales más elevados.” O sea, que este hombre, habla lisa y llanamente, de que hay una posibilidad de que la humanidad, de seguir en las condiciones actuales, podría desaparecer del planeta. Y acerco entonces, las palabras de Mario Benedetti, cuando dice: “Temo que la humanidad se suicide, no llegue al próximo siglo”
Caramba, esto es durísimo, trágico, pavoroso, leer semejantes sentencias.
Pero mientras estas palabras son dichas, hay quienes jamás tendrán acceso a ellas, jamás sabrán que fueron pronunciadas, porque no llegarán al año de vida, porque no llegarán a la adolescencia, y porque muchos, siendo adultos, morirán a causa del hambre.
Aunque otros, tampoco tendrán conocimiento de ellas, ya que su educación primaria es nula, están alejados de la posibilidad de una instrucción escolar. La ignorancia a la que son sometidos, los quita de todas las posibilidades posibles.
Para miles y miles de estas personas, la premisa de las urgencias, lo primero de lo primerísimo, es comer. Comer hoy. Porque mañana ya es tarde.
Hablo y escribo contra las guerras, hablo y escribo acerca del hambre, de las injusticias, de las ideologías, del costo de vida, de los precios que suben, del calor que este verano tuvimos que soportar, del frío del invierno, de cómo viajo en trenes atestados, incómodo, mascullando bronca todos los días y resulta que en el párrafo anterior, escribo que para muchos, para muchísimos, mañana ya es tarde si no comen hoy.
Como dijera Sábato en uno de sus libros: "En qué Banco de la Justicia Universal se les pagará a estas personas la deuda que el resto de la humanidad tiene para con ellas”
Mentiras, hipocresías, sofismas, todo preparado para justificar el accionar de quienes detentan el poder en el planeta, que son, en verdad, quienes organizan los planes económicos que distribuyen la Renta Mundial de la manera más cruel, más perversa que uno pueda imaginarse. Estos poderosos, lo único que quieren, es más. Solamente más. Siempre, claro es, para ellos.
Los violentos contrastes entre los países poderosos, los de la abundancia y los países sometidos, los de la pobreza, dan veracidad a mis palabras. La injusticia es fenomenal. Someten a miles de miles de seres humanos a un hambre crónico, que se transmite de generación en generación, sin posibilidad de salvación alguna. Tienen una cuota fija, permanente, de hambre y miseria.


Qué diferencia, cuánta distancia, con Aquél, que se preparaba la punta pulida a mano, la punta de piedra con la cual luego daría caza a la presa que sería el alimento del grupo, de la tribu, en natural supervivencia.
Y cuánto dolor, saber que todo el hambre del mundo es evitable, que no es un cataclismo natural, sino algo provocado por el hombre.


Cuánto dolor... ante tanta injusticia, ante este horrendo crimen. Ante este genocidio.
En qué banco de la Justicia Universal se les devolverá a estos seres inocentes un destino diferente, un destino que no sea otro que el hambre, que pasa de generación a generación desde hace años y años.
El hambre y las guerras no son una catástrofe. Son una forma de gobierno.

MIENTRAS LA ESPERO

De mi autoría

En el barcito, mientras espero a Erika mi hija, que está en su clase de tenis; la observo a través de la ventana, la veo correr junto a sus compañeros siguiendo las indicaciones del profesor.
Arriba, sobre el techo del bar la autopista, estrépito de camiones que se deslizan por la bajada que da a la calle Solís; hay un murmullo de personas que vienen a practicar este deporte individual, aunque a veces se juegue en pareja, dos contra dos.
A Erika parece ser que le atrapan estas disciplinas en las que sola, con otro enfrentado, expresa los movimientos de su cuerpo. También el ping-pong que lo practica en la escuela. Y gana sus trofeos.
Tengo algo más de una hora en la espera; apenas me siento a la mesa, Noelia, la bella niña que hace de mesera me trae un cortado sin que se lo pida. Rituales, llamo a estas maneras de comunicación. Entonces despliego cuaderno, libro, lapiceras y me entrego a la lectura o a la escritura según las ganas. Esta vez es Faucault, desde un compilado de textos que dicen sobre el lenguaje libertario, intentando hacer un análisis sobre las relaciones del poder. Y habla sobre dicotomías entre instinto y represión vinculado esto a una concepción freudiana y hace un desarrollo interesante planteando cómo los psicoanalistas desplazaron considerablemente el problema, haciendo surgir una nueva noción de instinto y Faucault dice sentirse preocupado y molesto, porque en la elaboración propuesta por los psicoanalistas, estos cambian el concepto de deseo, de instinto, pero no cambian en absoluto la concepción de poder.
Y se plantea una cuestión: “cómo es que Occidente conciba el poder de manera restrictiva -y dice-, tan negativa". Y opina que esto se debe a la influencia de Kant, idea según la cual en última instancia, la ley moral, el “tú no debes”, la oposición “debes / no debes” es, en el fondo, la matriz de la regulación de toda la conducta humana”.
Yo creo que mucho antes que Kant, esta cuestión de la conducta humana tiene raíces muy profundas en los asuntos tratados en el Nuevo Testamento, a la vez que en el crecimiento del poder en el seno de la Iglesia, que se transforma en Estado, paralelamente al poder de conquista de las crecientes monarquías que fueron apareciendo en el transcurso de la Edad Media, por supuesto, lo que luego se llamaría burguesía, que se viene gestado desde aquellos tiempos.
Pero todas estas cuestiones, sean el Estado, la burguesía, la monarquía o como se llame, incluso en nuestros días, tiene como fundamento única y principalmente, la conquista del dinero. Y esto es El Poder, más allá que Faucault, luego, intenta desarrollar una teoría por la cual se interroga acerca de la posibilidad de analizar el poder en sus mecanismos positivos.
Porque las formas de dominación, la de todos los días, en las oficinas, en las escuelas, en los cuarteles, en los matrimonios, en las relaciones padres e hijos, en las calles o donde sea, todas, están sojuzgadas por la Gran Dominación.
Faucault dice que Marx dice que no hay UN poder sino que hay varios poderes y formas de dominación.
Tengo mis dudas.
El Gran Poder hace docencia para que las sociedades mantengan de manera permanente la dicotomía: dominantes-dominados. El poder no es una apariencia ni una teoría. El poder se ejerce. Y si así no fuera, entonces por qué, tantos y tantos pensadores se ocuparon y se ocupan por desentrañar esta cuestión. No es una abstracción. Ni una idea. Es un acto. De poder.
Más todos los textos explicativos, todas las teorías, no revierten la situación. Se puede hablar sobre el poder, se lo puede negar, explicar, o lo que se quiera, pero la situación sigue siendo la misma: dominantes-dominados
Ahora digo, o pregunto: esta relación entre los que mandan y los que obedecen: ¿Desde Cuándo? ¿En qué momento de la historia del hombre, comienza esta nueva historia? ¿Cuándo, cómo? ¿Bajo cuáles circunstancias alguien se dejó mandar, dejando en el camino su libertad? Y lo peor, para los tiempos, fue que aquél y aquellos que dejaron de lado su libertad en aras de ser mandados, lo hicieron a perpetuidad. Y desde allá, desde entonces, el desequilibrio, la inseguridad y la tristeza para los dominados.
Y no importa si el que manda es noble o cruel. Porque de cualquier manera, la relación no se modifica. A quien se sirve, es al que manda. Ya sabemos lo que sucede cuando el mandado o dominado intenta modificar la relación. El que manda, de inmediato, muestra los dientes y la dentellada suele ser fatal.
Por esto y para esto es que se ha creado el Estado. Para el dominio, para sostener la división. Porque quienes mandan, quienes detentan el poder lo hacen desde todas las maneras posibles, pero en principio, con la utilización del Estado y desde allí, organizan el aparato jurídico que les permite sostener ese, SU Poder.
Ya lo dijo Aristóteles en el Capítulo Primero de La Política: "Ha sido la misma naturaleza la que ha creado ciertos seres para dirigir y otros para obedecer, ambos se asocian por el instinto de conservación. Ha dispuesto que el ser dotado de razón y de prudencia mande, y el que por sus condiciones corporales pueda realizar los mandatos, obedezca"
Y en el final de Capítulo 1, termina diciendo: "Justicia: esa es la base de la sociedad; derecho: ese es el principio de la asociación política"
Hablando, claro es, de la construcción del Estado.   
Y quienes detentan el poder, tienen quien los justifique, desde hace ya algunos miles de años.

domingo, 27 de noviembre de 2011

MIS FOTOS

"Siluetas en lo alto"
Serie: Del Trabajo



LILIANA HEKER


Los que vieron la zarza

Desde una visión subjetiva -como lo es toda apreciación valorativa respecto del mundo del arte- colijo que éste, es uno de los mayores cuentos de Liliana Heker. A la vez se me hace muchísimo más intenso de los que se pudieron haber escrito sobre el mundo del boxeo. HB.
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-Es así -había dicho Néstor Parini-; va la vida en eso.
Se lo había dicho a Irma (su Negrita la llamaba él entonces) pero ella esa vez no prestó atención a las palabras; sólo le interesaban los ojos de él mientras las decía. De alucinado. 
Nueve años más tarde, también a Anadelia los ojos de su papá le gustaban más que todo, aunque, en cierto sentido, tampoco le parecía mal que él fuera boxeador. Ella había visto boxeadores en la televisión y una vez la llevaron al lugar donde se entrenan, pero no era por eso: hasta le había dado miedo que se pegaran así y esa cara que ponían. Mamá le había explicado que papá no tenía nada contra el otro: boxear es como un juego, dijo. Anadelia no le creyó pero igual le gustaba haber tocado sus guantes y saber, algunos sábados a la noche, que él está por la radio y prestando atención se pesca algo desde la cama, otra formidable izquierda, esto ya no es una pelea, amigos, y adivinar que todo eso lo está diciendo por su papá, aunque era mucho más lindo antes, cuando ella no tenía que adivinar nada porque no había que oír la radio desde la otra pieza, metida en la cama.
Era distinto antes. Los sábados que Néstor peleaba no se hablaba de otra cosa y a la noche se reunían los tres, Irma, Rubén y Anadelia, para escuchar la transmisión; Irma mordía su pañuelo y, al que hacía barullo, le daba una bofetada. A veces lloraba. Hubo madrugadas en que los vecinos aún no se habían dormido y oyeron gritos. De cualquier modo, decía Anadelia, estaba bien que él fuera boxeador para asustar a las amigas. Si no, ya los va a agarrar mi papá.
Su hermano Rubén no opinaba así. Un domingo a la mañana había dejado de preguntar qué pasó anoche y era preferible eso, se dijo Irma, es prefirible que ande trompudo y sin hablar, y no tener que explicarle siempre lo mismo: Ayer papá se sentía enfermo, ¿sabés? no habría tenido que, o La mejor pelea de su vida, pero la arreglaron para el otro, o Un muchacho nuevito, sabés, Rubén, a veces no es tan importante ganar, mientras, Néstor gritaba que hasta cuando habría que darle explicaciones: hubiera escuchado, carajo. Pero no era bueno ese silencio del chico; al día siguiente de cada pelea no quería salir ni para hacer un mandado.
-Otra vez se la dieron a tu viejo.
Y sí, había perdido. Acaso se creían que en el box únicamente importa ganar, o porque es el padre de uno no tiene derecho a perder nunca. Pero igual ya no quería salir: se quedaba todo el domingo en la casa, pateando lo que se le ponía en el camino y maldiciendo a la gente.
Néstor también se quedaba adentro esos domingos. Salvo una vez que se había ido dando un portazo y no había vuelto hasta dos días más trade. Antes de salir había roto la ventana de un puñetazo y la había herido a Adelina que estaba mirando: volvió el martes, tiritando de borracho. Salvo esa vez nunca salió. Se quedaba todo el domingo en la casa, durmiéndose de acá para allá, con el cuerpo desnudo hasta la cintura y lustroso de aceite verde. Raro que al fin se hubiera acostumbrado al olor del aceite verde. En otro tiempo Irma se reía. Que sea la última vez que se me viene así, con machucones; si no, la próxima negrita ya se la puede ir buscando en el Riachuelo, bien que para enamorarme se venía perfumado. Pero estas cosas habían pasado en otro tiempo. Ahora los domingos olían así, e Irma no se reía. Hasta que uno no iba a la calle no se daba cuenta.
Pero lo peor de los domingos no era ese olor, pensaba Irma: es el fútbol. Y no por los gritos que les llegaban a través de la ventana. Por lo gritos del chico, adentro. Desmedidos. A propósito. Vengándolo, a cada gol que vociferaba, de la mano de Néstor un año atrás, la mano grande de su padre arrancando de la pared la cartulina con la foto del equipo. Para que aprendás, le había dicho, y al principio Rubén lo había mirado con miedo. Un hijo de él tenía que saber romperse el alma sólo, para llegar, yo a tu edad. Nada más que con éstas me las arreglé (y se miraba las manos como si fueran extrañas), porque hay que vérselas con todos, sólo frente a todos para demostrar quién es uno. Ponerles el cuerpo, entendés. Y vos me venís con once maricones, actores de cine, parecen, que los cambian como figuritas y si les ponés un dedo encima no saben para dónde disparar.
Entonces, como si hubiera crecido de golpe, le cambiaron los ojos a Rubén. Ahí parado frente a Néstor Parini que de un manotazo le había descolgado el cuadro y ahora lo trataba de marica, le cambiaron los ojos. Quién era ese para enseñarle lo que hay que hacer, a él, que ni siquiera podía salir a la calle después de cada pelea. Porque una vez uno les dice, sí, perdió, y qué. Pero hasta cuando. Cualquiera viene un día y te pregunta: "Decime, qué tiene de boxeador tu viejo". Tenían razón. Y después venía a insultar. Por eso ahora Rubén está pensando ¿Miedo a quién? y lo mira fijo. Y lo sigue mirando fijo a pesar de que Irma acaba de cruzarle la cara de una bofetada, para que aprendás a sonreír cuando habla tu padre. Y Néstor Parini ha tenido que aguantar la mirada de su hijo.
-El chico salió malo -dijo esa noche.
Irma contestó que no: un poco rebelde pero incapaz de una maldad. Y Anadelia pensó que su mamá estaba mintiendo. Rubén lo odiaba, podía jurarlo ella que lo conocía a papá mejor que nadie porque un domingo a la mañana, cuando se había acercado para verlo dormir, él se despertó. Fue un susto porque no hay que despertarlo cuando duerme, decía mamá, pero papá la apretó contra su pecho, que era grande y duro, y preguntó quién era él.¿Qué mierda soy? fue la pregunta, y Anadelia contestó que el mejor de todos porque era boxeador. Papá lloró y ella también. Nadie más sabía cómo era y Rubén menos que nadie.
Pero Irma también terminó por admitirlo. Fue un martes a la noche, cuatro días antes de la última pelea. Acababa de decirle a Rubén que fuera al mercadito a buscar la carne. El chico entonces giró lentamente -¿burlonamente?- la cabeza y miró la ventana. Los vidrios de la ventana empañados por el frío, la lluvia detrás de los vidrios.
-Tenés que ir igual -dijo Irma- tiene entrenamiento mañana.
Y percibió en la mirada de su hijo, ahora fija en ella, que algo había falseado sus palabras. Ya no se oían como aquellas  que a Irma, nueve años atrás, otra noche pero con olor a primavera recién hecha que da unas ganas locas de estar con Néstor hasta que amanezca, la hicieron comprender que esta noche no. Él tiene entrenamiento mañana. Así que ella va a volver a su casa temprano y sola, y no va a protestar. Porque una cosa tiene que enternder su Negrita si es cierto que lo quiere como dice: él va a llegar a campeón a cualquier precio; si no, no vale la pena vivir.
Rubén se encogió de hombros e Irma intuyó dos cosas: que tal vez era cierto que el chico no lo quería, y que todo esto debía ser grotesco. Grotesco que a las seis de la mañana Néstor Parini comiera un bife jugoso, y que ella tuviera que levantarse a las cinco para tenerle todo listo, y que su hijo saliera en plena tormenta para que mañana no falte la carne. Por qué todo esto.
-Porque tiene entrenamiento, idiota- gritó. Y durante unos segundos tuvo miedo de que Rubén fuera a decir algo. Precintió caóticamente palabras crueles, hirientes, incontestables. Palabras que en cuanto Rubén abriera la boca le derrumbaría el mundo. Su parte de ese mundo alocado, ajeno y vertiginoso que Irma Parini no podía conocer pero en el que habitaba, la comarca en la que había entrado como en un sueño cuando a los dieciocho años, de puro enamorada, se dejó caer en la locura de otros, de los que arden en la vigilia acosados por una pasión que los elevará hasta las regiones inconmensurables, o los quema de muerte hasta las entrañas.
***
-Con éstos -ha dicho Néstor mirándose a los puños, y ella le ha creído.
Lo ha dicho de noche y en Barracas. Antes están caminando por Parque Patricios, atardece, e Irma es feliz. Él acaba de decirle que boxea. Irma hace como que se asombra mucho pero ya lo sabía. La vez que se lo contaron (lo averiguó una amiga porque a Irma, desde que lo ha visto, no se le puede hablar de otro) se rió con risa contenta de mujer que sabe de estas cosas. Ahora a todos se les da por eso, dijo, y quería decir que se dejasen de pavadas y le contasen algo que valiese la pena sobre el muchacho de los ojos.
Hoy vienen caminando desde temprano y no existirá sobre la tierra día más jubiloso que éste en que Irma aprende las manos de Néstor, establece lo que es querer para toda la vida, y decide que nada importa fuera del muchacho loco. Es un muchacho loco: un chico. Ahora anochece en San Cristóbal y ella lo sabe bien ya que lo ha visto como no lo vio nadie. Desatado porque se enamoró. Él se detiene en una esquina y, auqneu la gente mira, ha encogido los brazos sobre el pecho y está desafiando al aire. Un golpe de costado, otro, definitivo, en plena cara; gritándole a su Negrita riente y al viento que el mundo lo lleva aquí adentro, repartido entre estos dos, y que se lo regala.
Salta el pecho de verlo así. Por eso, porque ahora Irma tiene unas ganas locas de correr hacia él y alborotarle el pelo, se inventa mujer de golpe, mujer sabihonda que ayer ha dicho ahora a todos se les da por eso y hoy volvía a decirlo para él. Para que aprenda. Néstor se ha acercado y ella ríe; lo está zarandeando, ¡qué gusto!, a él, que es tan grande. Lo dirá ahora como burlándose de estos berretines. 
-¿Pero qué les ha dado a todos? -La voz le ha salido severa, recrimininando. Justa.
Todos; su hermano también: chiflado por el futbol. En casa lo quieren matar; que trabaje, dicen. No entienden que son cosas de muchachos. Hay que dejarlo, sentencia ella; ya se le va a pasar. Y se ríe, dichosa de esta formidable misión de proteger hombrones.
No sabe cuándo ha dejado de reír. En algún momento Néstor la ha agarrado brutalmente del brazo y ella ha conocido el horror de perderlo todo en un segundo.
Después, mientras lo busca por calles oscuras, recuerda que ha sido la mirada, no la mano, lo que hizo estallar el universo.
El porqué lo sabe más trade, contra un murallón. Él se ha mirado las manos y dice que el box es otra cosa. Están los que no entienden, sabés, pero ésos no boxean: hacen deporte. Esto se merece otra cosa, Negrita, y si no lohago yo no hay quién lo haga. Desde chico lo sé: lo veía al viejo dándole al fratacho todos los días y para qué viven, me querés decir. Yo no. Yo tengo que llegar arriba, más arriba que todos, y con éstos, entendés, con estos puños y con este cuerpo. Porque el box es eso; darle con todo lo que tenés. No salvás nada. Llegás porque te jugaste hasta el alma. Lo otro es deporte para el domingo.
Ella no entiende. Pero no tiene más que mirarle los ojos, encendidos, extraños, para decir que le cree. Después, sobre la tierra anochecida del descampado, entre los brazos de Néstor, imagina que sí, que ese mundo de vértigo y agonía que apenas un rato antes leyó con miedo en la cara de él, ya es de los dos. Para toda la vida.
***
Pero Rubén no dijo nada: volvió a encogerse de hombros y se fue. Cuando volvió con la carne se fue derechito para la pieza sin siquiera mirarla; las marcas húmedas que iban dejando sus zapatillas le parecieron a Irma una provocación. A través de la puerta lo oyó estornudar; iba a gritarle que se cuidase pero era absurdo, ¿Acaso no fuiste vos la que me mandó a la lluvia?
-Qué te pasa.
También eso era absurdo: la pregunta de Néstor a las cinco de la mañana, al día siguiente.
-¿Por? -dijo ella.
Antes de salir, él dijo:
-Mi negra se está cansando.
-Vaya tranquilo -dijo ella-, su negra no se cansa.
Y nueve años atrás habría dicho la verdad.
***
Fue a mirarlo dormir al chico y se dijo que no: hoy no iría al colegio. Que se había resfriado con la mojadura, le explicó más trade; que siguiera en la cama nomás. ¿Y ella no saldría a trabajar? No, no saldría; se iba a quedar en casa para cuidarlo.
-Cuando yo sea grande -dijo Rubén- no vas a tener que trabajar más.
Ella sonrió.
Y tres días después, el sábado, un rato antes de que Néstor saliera para el estadio, ella, de espaldas al hombre, mientras seguía limpiando una ventana, dijo:
-Mi hermano pone una heladería.
Néstor levantó la cabeza sorprendido porque un momento antes había vuelto a preguntar qué te pasa.
Cuando Irma se dio vuelta, la mirada de él seguía interrogándola sin entender. No iba a entender nunca, era inútil; en el fondo seguía siendo el de antes. Pero hay cosas que están bien cuando se tiene veintiún años, o cuando Néstor Parini está conquistando a la muchacha. Ahora tiene treinta; a esa edad, dijo un día, un boxeador está liquidado. Ése es el momento de largar, entendés irma, que no llegués a dar lástima. ¿Y después? Borrarse de un sqwue. No había después, dijiste, y daba miedo. Pero hace nueve años de eso. ¿Qué estamos esperando ahora?.
Vio como una ráfaga la cara de Néstor y así supo que era ella la que estaba gritando.
-¿Me querés decir qué diablos estamos esperando ahora? ¿Qué un día te maten en el ring para que al fin se hable de vos en este mundo? ¿No te das cuenta que estás terminado? ¿O para que podamos comer en esta casa te tienen que poner a barrer los pisos del estadio? A ver, decime ahora que vos no naciste para heladero; repetí que naciste para otra cosa. Para hacer el payaso delante de todo el mundo, para eso naciste. Para que tus hijos se mueran de vergüenza mientras su padre salta a la soga delante del espejo. Para ser un castrado en la cama, así tu entrenador mañana va a quedar satisfecho de vos. Andá, que hoy te toca. Andate nomás que vas a llegar tarde. Reventá ahí adentro, Néstor Parini. Como quien sos.
La puerta se cerró antes de que Irma pronunciara todas las palabras. Un vecino comentaría después que Néstor Parini estaba pálido al salir de su casa; Irma, parada aún junto a la ventana, quiso convencerse de que todo aquello no era cierto: ella nunca podía haberle gritado; en la calle tuvieron que separarlo a Rubén del que dijo que el escándalo de la madre se había oído hasta en el infierno; Irma le contestó a Anadelia que esta noche no iba a haber boxeo y ya era hora de irse a dormir, y la chica lloró más fuerte que antes; Rubén, cuando entró, le sonrió a su madre y Anadelia tuvo ganas de pegarle. A las diez y media Irma encendió la radio y, hasta que empezó a funcionar, tuvo el presentimiento de que iba a suceder algo insensato que ya estaba inexorablemente desencadenado. El comentarista estaba diciendo ésta no es una pelea que despierte gran entusiasmo. Irma escuchó Néstor Parini y se tranquilizó porque las cosas marchaban sin novedad. Anadelia, en la cama, escuchó Parini y dejó de llorar. Y Néstor Parini, que una noche de hacía veinte años, delante de un farol de la calle de un pueblo cerró los puños de su sombra gigantesca y decidió elevarse por sobre todos y escuchó un clamor unánime gritando su nombre, también esta noche escuchó Néstor Parini.
Y supo cómo se gana.
Del mismo modo que se comprende el verdadero tamaño del sol, y ya no se lo olvida. Con la sencillez con que una mañana, luego de haber estado en el suelo maravillados ante el misterio de los hombres verticales, nos elevamos sobre nuestras piernas y estamos caminando. Así supo Néstor Parini cómo se gana. Ahora, frente a Marcelino Reyes. Mañana, cuando vuelva a subir al ring. Ayer, en cada pelea que tuvo. Y en las altas, las lejanas y altas, las que consumó durante las noches de insomnio. Las que no tendría nunca.
Irma, que apenas prestaba atención, tuvo que acercar la cabeza a la radio. En el cuarto round dijo gracias Dios mío y fue a llamar a los hijos. Los vecinos se despertaron cuando desde la otra casa, imperiosa, se empezó a oír la transmisión. "Algo pasa con los Parini", dijo el vecino, y encendió la radio. El comentarista declaró que en todos estos años era la primera buena pelea de Néstor Parini. Y Néstor Parini pensó si era para esto, para que dijeran esto, que él se había pasado trece años manoteando una bolsa de arena.
Irma trajo nueces. Las iba partiendo despacio para sus hijos, sentados en el suelo en ropa de dormir. Había encendido todas las luces de la casa. Estaban los tres reunidos alrededor de la radio, alertas, tratando de no perder una sola palabra. Rubén le explicó a Anadelia lo que era un cross.
-Papá gana y vos llorás -le dijo a la madre-. Quien entiende a las mujeres. -Y le pidió que mañana no lo despierte muy tarde. Porque él tiene que hacer algo mañana. En la calle. Irma pensó lo linda que puede ser la vida, lo linda que es la vida cuando el marido de una empieza a ser alguien.
Y Néstor Parini recordó su sombra inconmensurable, creció hasta hacerse del tamaño de su sombra, se elevó hasta las alturas de las que no se regresa, y dijo no. No es para eso. Y asestó un formidable golpe en el hígado de Marcelino Reyes. No es para eso. Y pegó en sus riñones. No es para eso. Y el puño, luego de describir una fría parábola, se estrelló en los testículos de Marcelino Reyes.
Los espectadores vociferaron su indignación, el comentarista lo explicó con alaridos, Irma acostó a los chicos, los vecinos comentaron que Néstor Parini se había vuelto loco. Y, hasta el momento en que el árbitro dio por terminada la pelea, Néstor Parini siguió golpeando.
Dos horas más tarde, mientras cien mil personas todavía trataban de dar una explicación para esta conducta insólita, una ambulancia cruzó Buenos Aires. Y un rato después, cuando Irma por fin había encontrado la manera más hermosa de pedirle perdón, un oficial de policía le comunicó la muerte de Néstor Parini. Dijo que se había tirado bajo un tren por causas que aún no estaban determinadas.