lunes, 30 de septiembre de 2013

MEMPO GIARDINELLI

El Perro Fernando

Cualquiera que haya visitado esta ciudad sabe que uno de los íconos de Resistencia es el Perro Fernando. Un cuzquito blanco que vivió en los años 50, tuvo un oído musical perfecto y es todavía, junto con las casi 500 esculturas de sus veredas arboladas, algo así como la representación simbólica de la capital del Chaco.
Dicen que su dueño fue un cantante de boleros que un día recaló en la ciudad y se llamaba Fernando Ortiz, aunque otra versión atribuye el nombre al patrono departamental: San Fernando, venerado por los primeros inmigrantes friulanos con el aditamento "de la Resistencia", obviamente contra los indios, aunque después el santo parece que perdió prestigio y el extraño nombre de la ciudad se sintetizó para siempre.
La leyenda dice que este alegre perrito se ganó la admiración y el amor de todo un pueblo por su excepcional oído musical. No había fiesta de casamiento, cumpleaños, carnaval o concierto al que Fernando no entrara para sentarse junto a las orquestas, o a los solistas, y darles su aprobación meneando la cola o, tras parar las orejas ante el más mínimo furcio, soltar gruñidos y hasta aullidos desaprobatorios. Y en las Navidades su presencia en una casa era siempre buena señal. 
Era fama que jamás se equivocaba, y los mismos músicos solían aceptar que, en el momento señalado por Fernando, en efecto habían pifiado una nota. Lo que los oídos humanos no advertían, el perrito, implacable, lo denunciaba. Y no había músico que se atreviera a impedir su entrada ni a expulsarlo, porque toda la ciudad confiaba ciegamente en su oído. Fernando fue como un gorrión de cuatro patas, popular y amado, y acaso por eso mi madre decía que de no haber sido Resistencia una ciudad de morondanga, otra que Edith Piaf.
Los fines de semana, inexorablemente, Fernando recorría fiestas a su antojo y obviamente sin invitación. Y en las Navidades su presencia en una casa era siempre buena señal. Pero nadie disponía de su agenda, y su presencia era imprevisible. Pero era tal honor que llegara a un festejo que después, seguro, los organizadores o dueños de casa se pasaban la semana fanfarroneando por la ilustre visita.
Yo era chico y casi todas las tardes acompañaba a mi papá al Bar La Estrella, donde los hombres charlaban y jugaban al truco o al tute, y todo el tiempo se escuchaban tangos y conciertos en la enorme radio que los japoneses ponían sobre el estaño. Y ahí estaba, digno y sereno, escuchando atentamente mientras comía maníes bajo alguna mesa, o echadito al sol en las veredas amplias, el perrito que todos decían que habría merecido más que ninguno ser el ícono de la RCA Victor.
Cuando llegaba el verano, los preparativos navideños se hacían en esas mesas deliciosamente organizadas: aquí los peronistas con Don Chacho Bittel y sus eternos ministros, algunos de los cuales fueron campeones de tute cabrero y otros en el arte de hacerse ricos a costa de todos. Allá los radicales del Bicho León, mirando al poder como algo siempre lejano. Y junto a aquella ventana los socialistas, encabezados por el prócer chaqueño Guido Miranda, historiador y periodista.
También se sentaban, a otras mesas, empresarios, contrabandistas, médicos distinguidos, abogados charlatanes y buscas de todo pelaje. El Bar La Estrella era como un mercado persa y allí Fernando, el cuzquito melómano, recibía raciones que completaba en su diario vagar por otros bares como el Sorocabana, frente a la plaza, que era el más lindo y hoy es un patético edificio que en cualquier momento la voracidad inmobiliaria y la estupidez municipal van a demoler.
Creo que fue la Navidad del 57, o el 58, cuando visitó Resistencia un famosísimo pianista polaco, de apellido Paderewsky. Ofreció un concierto único en el Cine Teatro Sep, el más importante de la ciudad, y por supuesto mis papás me llevaron. La sala estaba repleta y Fernando se acomodó bajo el piano de cola (los organizadores siempre anticipaban a los músicos visitantes la ineludible presencia del cuzquito) y a la vista de más de mil personas se diría que Paderewsky y él comenzaron el concierto.
Nunca olvidaré la impresión de aquel público cuando, en medio de una sonata de Beethoven, de pronto Fernando se puso de pie alzando las orejas y soltó un gruñido. Pareció que el mundo se detenía, pero Paderewsky, todo un profesional, siguió como si nada. Sin embargo hacia el final del concierto, nuevamente el perrito sacudió las orejas y miró fijo al pianista como diciéndole oiga, la está pifiando.
Entonces Paderewsky, con europea elegancia, detuvo sus manos, miró al perrito y le dijo, en duro castellano: "Tiene razón, equivoqué dos veces". E hizo un dacapo y repitió la sonata, que le salió perfecta. El concierto acabó con una ovación, un par de bises y el discreto mutis de Fernando, que, se dijo después, tenía esa noche dos casamientos y un cumple de quince.
Cuando Fernando murió, toda la ciudad lo lloró desgarrada. Creo que fue en el 59, apenas iniciado el gobierno de Frondizi. Lo que recuerdo perfectamente fue el solemne entierro del animalito en la calle Brown al 350, en la puerta del entonces flamante edificio de una institución cultural llamada "El Fogón de los Arrieros". Miles de personas cubrieron la calle, las veredas y los balcones hasta más allá de las dos esquinas. Toda la ciudad estaba allí, despidiendo a su perrito.
Después la vida siguió, como siempre sigue, pero esa Navidad ya no fue igual porque a la hora de los tangos no estaba el perrito de la ciudad para aprobar música y danza. Y para mí fue la primera Navidad en la que me faltó alguien que amaba. 
Hoy en Resistencia hay tres esculturas que evocan a Fernando. La que se supone mausoleo oficial está todavía sobre la calle Brown. Otra está como escondida bajo un manto de chibatos en la avenida Avalos, cerca del Club de Regatas. Y la tercera, que es la más grande y pretenciosa, y que creo que inauguraron los milicos durante la Dictadura, está en una esquina de la Casa de Gobierno y frente a la Plaza. Curiosamente —así funciona el humor involuntario— tiene la cola alzada y apunta el culo hacia las ventanas de la gobernación.
Sólo ahora advierto que han pasado más de cuarenta años y este texto me parece triste. Debe ser la Navidad, que siempre lo llena a uno de nostalgias.
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jueves, 26 de septiembre de 2013

CRÓNICAS DEL TREN DEL OESTE

Por Helios Buira

La mujer iba sentada frente a mí, en asientos para cuatro personas, enfrentados. Junto a ella uno de sus hijos, a mi lado el otro. Ambos niños con guardapolvos escolares. Era un martes, había sido un fin de semana largo, esos fines de semana a los que se les agrega un lunes (para fomentar el turismo) cuando un feriado que cae en martes o miércoles y se traslada al primer día de la semana.
-Dale, sacá el libro –dijo la madre al que estaba junto a mí.
El niño accedió al requerimiento.
-La lapicera –continuó la madre.
Movimiento lento del niño -bajo la mirada insistente de la señora-, sacó la lapicera de su cartuchera y quedó a la espera de otra orden. De inmediato me di cuenta que muchas ganas no tenía, pero la madre, una mujer joven, de presencia enérgica, con voz de mando, dominaba la situación.
-Vos quedate quieto, le dijo al que estaba a su lado que no paraba de moverse, haciéndole muecas al hermano, mayor que él.
-Abrí el libro y buscá lo que te dijo la maestra que tenés que llenar. Dijo.
Como tres días después, el niño abrió el libro, lentamente, pasando de una hoja a otra, tratando de no llegar nunca a donde tendría que escribir lo que le había dicho su maestra.
-Dale, mové las manitos…
El chico dejó el libro apoyado sobre sus piernas, levantó ambas manos y comenzó a moverlas.
-Sos o te hacés. Dale, ponete a escribir.
El niño bajó sus manos, tomó el libro y continuó con la búsqueda de la hoja en la que tendría que escribir. -¿Ésta es?, le preguntó a la madre.
-Sí, tonto, ¿no te das cuenta? Dale, empezá.
-¿Y qué escribo? Insistió el niño.
-A ver, dame –dijo la madre mientras le quitaba el libro de las manos.
Leyó, parece que pensó un rato y dijo: -Es un cuestionario, tenés que llenarlo- Mientras le devolvía el libro y agregó: -Lee, lo primero que dice.
-Es cri booo mi nom breee. Leyó el chico silabeando lentamente.
-Bien, dijo la señora. Dale, escribilo.
El pibe se quedó mirándola.
-Dale, dijo. ¿Cómo te llamás?
-Carlos, respondió. Mientras apoyaba la lapicera en el recuadro donde tendría que escribir su nombre, sin dejar de mirar a la madre.
-Si sabés escribirlo, le dijo. –A ver, continuó y silabeó para que el niño comprendiera de qué se trataba. –Ca, con c se escribe r los
El chico comenzó a escribir.
-No, burro, esa es la S, va con C de cama, sino, diría Sarlos.
El pibe tachó la S y metió una C del tamaño del asiento.
-No, tonto. Así no te va a entrar, hacé la letra más chica.
Y el pibito se mandó una c microscópica, momento en que tuve que morderme hasta casi sacarme sangre para no lanzar una carcajada. Creo que la mujer se dio cuenta, pues me miró fijamente, esbozando una sonrisa, que no pude interpretar si era un insulto o un comentario diciéndome que el nene recién empezaba la escuela y que ella era muy paciente y lo ayudaba en las tareas que le daban para hacer en el hogar; bueno, en este caso en el Tren del Oeste, atiborrado de pasajeros, qué, pude darme cuenta, al igual que yo, estaban prendidos de la escena maternal.
-Carlos. Muy bien. ¡Qué dice abajo? Dijo la madre.
-Ten gooo hay una raya aaaaa aaaññoosss.
-Donde está la rayita, tenés que poner cuántos años tenés. Ya sabés, cuántos.
-Seis. Dijo el nene.
-Bien. Entonces qué tenés que poner ahí, dijo la madre.
-¿Qué pongo? Interrogó el niño, supongo que mofándose de la madre, pues se le notaba inteligente.
-¡Los años que tenés! Dijo, ya, a esta altura de la situación, algo nerviosa.
-Un número, o con letras, dijo mirándola a los ojos.
-¡Un número! ¡Poné un número! Ya estaba irritada, mientras el hermanito del escribiente se paraba sobre el asiento y pretendía hacer algún paso de baile, momento en que la madre lo tomó de la cintura y lo sentó con firmeza, cosa que el pibito quedó quieto, sin decir palabra y mirando el paisaje a través de la ventanilla. –Le durará un rato, pensé, hasta que vuelva a llamar la atención de otra manera.
-Ya está, dijo el que escribía.
-Bueno, ahora que dice más abajo.
Y el niño, tratando de leer de la mejor manera, dijo que tenía que nombrar a su familia.
-Bueno, poné a quienes somos la familia. Dijo la madre.
Y el chico se quedó mirándola, cosa que también hizo la madre hacia él, esperando seguramente que dijese algo. Ante el silencio, agregó: -Tu familia.
El chico nada. La miraba.
-Pero pedazo de tonto, le dijo. Nosotros somos familia, nosotros tres. Y luego de un breve silencio agregó: bueno, también tu padre, pero ahí no podés poner que se borró y que no me pasa un centavo, todo el gasto corre por mi cuenta.
-¿Lo puedo poner a papá? Dijo el chico.
-Sí, ponelo, respondió la madre bajando la voz. Y murmuró algo que no alcancé a comprender.
El chico tardó bastante en describir a su familia, con la ayuda de la madre que con algún alzamiento de voz marcaba las faltas de ortografía, las tachaduras y los distintos tamaños de letras.
Por varias estaciones siguieron con la tarea, mientras yo pensaba qué habría sucedido ese fin de semana largo, para que el chico tuviese que hacerla en el tren, a las apuradas, pues iban rumbo a la escuela. También pensé en por qué un viaje tan largo, a qué escuela irían, tal vez la madre trabajaba en Capital y los llevaba a una escuela cercana a su trabajo para pasar a buscarlos luego, o era que el padre estaba con ellos los fines de semana y la madre iba a buscarlos a la provincia, viviendo ella en Capital.
La cosa es que una vez terminada la tarea el chico guardó el libro, la lapicera y comenzó otra escena. Tengo calor, dijo el menor. Sacate la campera, respondió la madre. No, respondió el chico. Entonces no tenés calor, le dijo el hermano. Sí tengo calor casi le gritó y amagó abalanzarse sobre él, pero intervino la madre diciendo:
-¡No empiecen, por favor!
-Es él, dijo el mayor.
-¡No! Gritó el menor.
-¡Sí! El mayor.
-¡No! El menor.
-Síiiiiiiiiiiiiiiiiiii, dijo el mayor, pero en voz baja.
Y el menor se arrojó sobre él para golpearlo, pero se interpuso la madre una vez más, ya enojada, me pareció, casi gritando: -¡Ya basta, termínenla! Zamarreando al más pequeño, que de inmediato lanzó un: -Claro, a él no le hacés nada porque es tu preferido.
-Síiiiiiiiiiiiiiiiiii, dijo el otro en un susurro.
No sé si fue mi imaginación o qué, pero sentí un silencio casi corpóreo que se hizo en el vagón, como a la espera de lo que vendría ahora.
Nada, siguieron cada uno en lo suyo hasta que el mayor dijo
-Caca.
-¿Qué? Dijo la madre.
-Quiero caca, respondió el chico.
-¿Ahora? Estamos en el tren. Dijo la madre, con cara de espanto.
-Caca.
-Carlitos, aguantá…
-Caca.
-Por favor, pará, no podés ahora, en el tren no hay baños.
-Quiero caca.
Y el más chico, sonriendo, comenzó con una especie de letanía medio cantada:
-Se caga encima, se caga encima, se caga encima…
La madre tomó al mayor de una de las manos, lo llevó hacia ella y lo sentó sobre sus piernas, mientras le acariciaba la cabeza, momento que aprovechó uno de los pasajeros para sentarse en el lugar del chico, que, en voz muy bajita, decía al igual que su hermano, otra letanía cantada: quiero caca… quiero caca… quiero caca…
-Basta Carlos. Dijo la madre mirándolo a los ojos y agregó: ya bajamos en la próxima estación y te llevo a un baño.
-No –dijo el chico- ahora no quiero más caca.
-Ya se cagó encima, dijo el menor.
Pensé que la madre les aplastaba el cráneo.
Pero todo se tranquilizó pues estábamos llegando a la estación Once. La madre cargó la mochila del más pequeño, la del mayor y la de ella sobre sus hombros, tomó a cada uno de las manos, bajó del tren y se fueron los tres hacia la Avenida Pueyrredón, quedándome la sensación de que a pesar de todo, se querían y se llevaban bien. Eran, a su modo, una familia.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

JEAN PAUL SARTRE

El ser humano y la libertad

El estudio de la voluntad ha de permitirnos, al contrario, adelantarnos más en la comprensión de la libertad. Por eso lo que ante todo reclama nuestra atención es que, si la voluntad ha de ser autónoma, es imposible considerarla como un hecho psíquico dado, es decir, en-si. No podría pertenecer a la categoría de los "estados de conciencia" definidos por el psicólogo. En éste como en todos los demás casos comprobamos que el estado de conciencia es un mero ídolo de la psicología positiva. La voluntad es necesariamente negatividad y potencia de nihilización, si ha de ser libertad. Pero entonces no vemos ya por qué reservarle la autonomía. Mal se conciben, en efecto, esos agujeros de nihilización que serían las voliciones y surgirían en la trama, por lo demás densa y plena, de las pasiones y del "pathos" en general. Si la voluntad es nihilización, es preciso que el conjunto de lo psíquico lo sea también. Por otra parte, - y volveremos pronto sobre ello -, ¿de dónde se saca que el "hecho" de pasión o el puro y simple deseo no sean niihilízadores? ¿La pasión no es, ante todo, proyecto y empresa, no pone, justamente, un estado de cosas como intolerable, y no está obligada por eso mismo a tomar distancia con respecto a ese estado y a nihilizarlo aislándolo y considerándolo a la luz de un fin, es decir, de un no-ser? ¿Y la pasión no tiene sus fines propios, que son reconocidos precisamente en el momento mismo en que ella los pone como no-existentes? Y, si la nihilización es precisamente el ser de la libertad, ¿cómo negar la autonomía a las pasiones para otorgársela a la voluntad?

Pero hay más: lejos de ser la voluntad la manifestación única o, por lo menos, privilegiada de la libertad, supone, al contrario, como todo acaecimiento del para-sí, el fundamento de una libertad originaria para poder constituirse como voluntad. La voluntad, en efecto, se pone como decisión reflexiva con relación a ciertos fines. Pero estos fines no son creados por ella. La voluntad es más bien una manera de ser con respecto a ella: decreta que la prosecución de esos fines será reflexiva y deliberada. La pasión puede poner los mismos fines. Puede, por ejemplo, ante una amenaza, huir a todo correr, por miedo de morir. Este hecho pasional no deja de poner implícitamente como fin supremo el valor de la vida. Otro comprenderá, al contrarío, que es preciso permanecer en el sitio, aun cuando la resistencia parezca al comienzo más peligrosa que la huida: "se hará fuerte". Pero su objetivo, aunque mejor comprendido y explícitamente puesto, es el mismo que en el caso de la reacción emocional: simplemente, los medios para alcanzarlo están más claramente concebidos; unos de ellos se rechazan como dudosos o ineficaces, los otros son organizados con más solidez. La diferencia recae aquí sobre la elección de los medios y sobre el grado de reflexión y explicación, no sobre el fin. Empero, al fugitivo se le dice "pasional", y reservamos el calificativo de "voluntario" para el hombre que resiste. Se trata, pues, de una diferencia de acritud subjetiva con relación a un fin trascendente. Pero, si no queremos caer en el error que denunciábamos antes, considerando esos fines trascendentes como prehumanos y como un límite a priori de nuestra trascendencia, nos vemos obligados a reconocer que son la proyección temporalizadora de nuestra libertad. La realidad humana no puede recibir sus fines, como hemos visto, ni de afuera ni de una pretendida "naturaleza" interior. Ella los elige, y, por esta elección misma, les confiere una existencia trascendente como límite externo de sus proyectos. Desde este punto de vista - y si se comprende claramente que la existencia del Dasein precede y condiciona su esencia-, la realidad humana, en y por su propio surgimiento, decide definir su ser propio por sus fines. Así, pues, la posición de mis fines últimos caracteriza a mi ser y se identifica con el originario brotar de la libertad que es mía. Y ese brotar es una existencia: nada tiene de esencia o de propiedad de un ser que fuera engendrado conjuntamente con una idea. Así, la libertad, siendo asimilable a mi existencia, es fundamento de los fines que intentaré alcanzar, sea por la voluntad, sea por esfuerzos pasionales. No podría, pues, limitarse a las actos voluntarios. Al contrario, las voliciones son, como las pasiones, ciertas actitudes subjetivas por las cuales intentamos alcanzar los fines puestos por la libertad original. Por libertad original, claro está, no ha de entenderse una libertad anterior al acto voluntario o apasionado, sino un fundamento rigurosamente contemporáneo de la voluntad o de la pasión, que éstas, cada una a su manera, manifiestan. Tampoco habrá de oponerse la libertad, a la voluntad o a la pasión como el "yo profundo" de Bergson al yo superficial: el para-sí es íntegramente ipseidad y no podría haber "yo-profundo", a menos de entender por ello ciertas estructuras trascendentes de la psique. La libertad no es sino la existencia de nuestra voluntad o de nuestras pasiones, en cuanto esta existencia es nihilización de la facticidad, es decir, la existencia de un ser que es su ser en el modo de tener de serlo. Volveremos sobre ello. Retengamos, en todo caso, que la voluntad se determina en el marco de los móviles y fines ya puestos por el para-si en un proyecto trascendente de sí mismo hacia sus posibles. Si no, ¿cómo podría comprenderse la deliberación, que es apreciación de los medios con relación a fines ya existentes?

(Sartre, El ser y la nada, 1943, cuarta parte. Cap. I, l.)
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lunes, 23 de septiembre de 2013

PEDRO HENRIQUEZ UREÑA

UTOPÍA DE AMÉRICA

No vengo a hablaros en nombre de la Universidad de México, no sólo porque no me ha conferido ella su representación para actos públicos, sino porque no me atrevería a hacerla responsable de las ideas que expondré. Y sin embargo, debo comenzar hablando largamente de México porque aquel país, que conozco tanto como mi Santo Domingo, me servirá como caso ejemplar para mi tesis. Está México ahora en uno de los momentos activos de su vida nacional, momento de crisis y de creación. Está haciendo la crítica de su vida pasada; está investigando qué corrientes de su formidable tradición lo arrastran hacia escollos al parecer insuperables y qué fuerzas serían capaces de empujarlo hacia puerto seguro. Y México está creando su vida nueva, afirmando su carácter propio, declarándose apto para fundar su tipo de civilización.

Advertiréis que no os hablo de México como país joven, según es costumbre al hablar de nuestra América, sino como país de formidable tradición, porque bajo la organización española persistió la herencia indígena, aunque empobrecida. México es el único país del Nuevo Mundo donde hay tradición, larga, perdurable, nunca rota, para todas las cosas, para toda especie de actividades: para la industria minera tomo para los tejidos, para el cultivo de la astronomía como para el cultivo de las letras clásicas, para la pintura como para la música. Aquél de vosotros que haya visitado una de las exposiciones de arte popular que empiezan a convertirse, para México, en benéfica costumbre, aquél podrá decir qué variedad de tradiciones encontró allí representadas, por ejemplo, en cerámica: la de Puebla, donde toma carácter del Nuevo Mundo la loza de Talavera; la de Teotihuacán, donde figuras primitivas se dibujan en blanco sobre negro; la de Guanajuato, donde el rojo y el verde juegan sobre fondo amarillo, como en el paisaje de la región; la de Aguascalientes, de ornamentación vegetal en blanco o negro sobre rojo oscuro; la de Oaxaca, donde la mariposa azul y la flor amarilla surgen, como de entre las manchas del cacao, sobre la tierra blanca; la de Jalisco, donde el bosque tropical pone sobre el fértil barro nativo toda su riqueza de líneas y su pujanza de color. Y aquél de vosotros que haya visitado las ciudades antiguas de México, —Puebla, Querétaro, Oaxaca, Morelia, Mérida, León—, aquél podrá decir cómo parecen hermanas, no hijas, de las españolas: porque las ciudades españolas, salvo las extremadamente arcaicas, como Avila y Toledo, no tienen aspecto medioeval sino el aspecto que les dieron los siglos XVI a XVIII, cuando precisamente se edificaban las viejas ciudades mexicanas. La capital, en fin, la triple México —azteca, colonial, independiente—, es el símbolo de la continua lucha y de los ocasionales equilibrios entre añejas tradiciones y nuevos impulsos, conflicto y armonía que dan carácter a cien años de vida mexicana.

Y de ahí que México, a pesar de cuanto tiende a descivilizarlo, a pesar de las espantosas conmociones que lo sacuden y revuelven hasta los cimientos, en largos trechos de su historia, posea en su pasado y en su presente con qué crear o—tal vez más exactamente—con qué continuar y ensanchar una vida y una cultura que son peculiares, únicas, suyas

Esta empresa de civilización no es, pues, absurda, como lo parecería a los ojos de aquellos que no conocen a México sino a través de la interesada difamación del cinematógrafo y del telégrafo; no es caprichosa, no es mero deseo de Jouer à l’autochtone, según la opinión escéptica. No: lo autóctono, en México, es una realidad; y lo autóctono no es solamente la raza indígena, con su formidable dominio sobre todas las actividades del país, la raza de Morelos y de Juárez, de Altamirano y de Ignacio Ramírez: autóctono es eso, pero lo es también el carácter peculiar que toda cosa española asume en México desde los comienzos de la era colonial, así la arquitectura barroca en manos de los artistas de Taxco o de Tepozotlán como la comedia de Lope y Tirso en manos de Don Juan Ruiz de Alarcón.

Con fundamentos tales, México sabe qué instrumentos ha de emplear para la obra en que está empeñado; y esos instrumentos son la cultura y el nacionalismo. Pero la cultura y el nacionalismo no los entiende, por dicha, a la manera del siglo XIX. No se piensa en la cultura reinante en la era del capital disfrazado de liberalismo, cultura de diletantes exclusivistas, huerto cerrado donde se cultivaban flores artificiales, torre de marfil donde se guardaba la ciencia muerta, como en los museos. Se piensa en la cultura social, ofrecida y dada realmente a todos y fundada en el trabajo: aprender no es sólo aprender a conocer sino igualmente aprender a hacer. No debe haber alta cultura, porque será falsa y efímera, donde no haya cultura popular. Y no se piensa en el nacionalismo político, cuya única justificación moral es, todavía, la necesidad de defender el carácter genuino de cada pueblo contra la amenaza de reducirlo a la uniformidad dentro de tipos que sólo el espejismo del momento hace aparecer como superiores: se piensa en otro nacionalismo, el espiritual, el que nace de las cualidades de cada pueblo cuando se traducen en arte y pensamiento, el que humorísticamente fue llamado, en el Congreso Internacional de Estudiantes celebrado allí, el nacionalismo de las jícaras y los poemas.

El ideal nacionalista invade ahora, en México, todos los campos. Citaré el ejemplo más claro: la enseñanza del dibujo se ha convertido en cosa puramente mexicana. En vez de la mecánica copia de modelos triviales, Adolfo Best, pintor e investigador —"penetrante y sutil como una espada"—, ha creado y difundido su novísimo sistema, que consiste en dar al niño, cuando comienza a dibujar, solamente los siete elementos lineales de las artes mexicanas, indígenas y populares (la línea recta, la quebrada, el círculo, el semicírculo, la ondulosa, la ese, la espiral) y decirle que los emplee a la manera mexicana, es decir, según reglas derivadas también de las artes de México: así, no cruzar nunca dos líneas sino cuando la cosa representada requiera de modo inevitable el cruce.

Pero al hablar de México como país de cultura autóctona, no pretendo aislarlo en América: creo que, en mayor o menor grado, toda nuestra América tiene parecidos caracteres, aunque no toda ella alcance la riqueza de las tradiciones mexicanas. Cuatro siglos de vida hispánica han dado a nuestra América rasgos que la distinguen.

La unidad de su historia, la unidad de propósito en la vida política y en la intelectual, hacen de nuestra América una entidad, una magna patria, una agrupación de pueblos destinados a unirse cada día más y más. Si conserváramos aquella infantil audacia con que nuestros antepasados llamaban Atenas a cualquier ciudad de América, no vacilaría yo en compararnos con los pueblos, políticamente disgregados pero espiritualmente unidos, de la Grecia clásica y la Italia del Renacimiento. Pero sí me atreveré a compararnos con ellos para que aprendamos, de su ejemplo, que la desunión es el desastre.

Nuestra América debe afirmar la fe en su destino, en el porvenir de la civilización. Para mantenerlo no me fundo, desde luego, en el desarrollo presente o futuro de las riquezas materiales, ni siquiera en esos argumentos, contundentes para los contagiados del delirio industrial, argumentos que se llaman Buenos Aires, Montevideo, Santiago, Valparaíso, Rosario. No, esas poblaciones demuestran que obligados a competir dentro de la actividad contemporánea, nuestros pueblos saben, tanto como los Estados Unidos, crear en pocos días colmenas formidables, tipos nuevos de ciudad que difieren radicalmente del europeo, y hasta acometer, como Río de Janeiro, hazañas no previstas por las urbes norteamericanas. Ni me fundaría, para no dar margen a censuras pueriles de los pesimistas, en la obra, exigua todavía, que representa nuestra contribución espiritual al acervo de la civilización en el mundo, por más que la arquitectura colonial de México, y la poesía contemporánea de toda nuestra América, y nuestras maravillosas artes populares, sean altos valores.

Me fundo sólo en el hecho de que, en cada una de nuestras crisis de civilización, es el espíritu quien nos ha salvado, luchando contra elementos en apariencia más poderosos; el espíritu solo, y no la fuerza militar o el poder económico. En uno de sus momentos de mayor decepción, dijo Bolívar que si fuera posible para los pueblos volver al caos, los de la América latina volverían a él. El temor no era vano: los investigadores de la historia nos dicen hoy que el Africa central pasó, y en tiempos no muy remotos, de la vida social organizada, de la civilización creadora, a la disolución en que hoy la conocemos y en que ha sido presa fácil de la codicia ajena: el puente fue la guerra incesante. Y el Facundo de Sarmiento es la descripción del instante agudo de nuestra lucha entre la luz y el caos, entre la civilización y la barbarie. La barbarie tuvo consigo largo tiempo la fuerza de la espada; pero el espíritu la venció en empeño como de milagro. Por eso hombres magistrales como Sarmiento, como Alberdi, como Bello, como Hostos, son verdaderos creadores o salvadores de pueblos, a veces más que los libertadores de la independencia. Hombres así, obligados a crear hasta sus instrumentos de trabajo, en lugares donde a veces la actividad económica estaba reducida al mínimum de la vida patriarcal, son los verdaderos representativos de nuestro espíritu. Tenemos la costumbre de exigir, hasta al escritor de gabinete, la aptitud magistral: porque la tuvo, fue representativo José Enrique Rodó. Y así se explica que la juventud de hoy, exigente como toda juventud, se ensañe contra aquellos hombres de inteligencia poco amigos de terciar en los problemas que a ella le interesan y en cuya solución pide la ayuda de los maestros.

Si el espíritu ha triunfado, en nuestra América, sobre la barbarie interior, no cabe temer que lo rinda la barbarie de afuera. No nos deslumbre el poder ajeno: el poder es siempre efímero. Ensanchemos el campo espiritual: demos el alfabeto a todos los hombres; demos a cada uno de los instrumentos mejores para trabajar en bien de todos; esforcémonos por acercarnos a la justicia social y a la libertad verdadera; avancemos, en fin, hacia nuestra utopía.

¿Hacia la utopía? Sí: hay que ennoblecer nuevamente la idea clásica. La utopía no es vano juego de imaginaciones pueriles: es una de las magnas creaciones espirituales del Mediterráneo, nuestro gran mar antecesor. El pueblo griego da al mundo occidental la inquietud del perfeccionamiento constante. Cuando descubre que el hombre puede individualmente ser mejor de lo que es y socialmente vivir mejor de como vive, no descansa para averiguar el secreto de toda mejora, de toda perfección. Juzga y compara; busca y experimenta sin descanso; no le arredra la necesidad de tocar a la religión y a la leyenda, a la fábrica social y a los sistemas políticos. Es el pueblo que inventa la discusión, que inventa la crítica. Mira al pasado, y crea la historia; mira al futuro, y crea las utopías.

El antiguo Oriente se había conformado con la estabilidad de la organización social: la justicia se sacrificaba al orden, el progreso a la tranquilidad. Cuando alimentaron esperanzas de perfección —la victoria de Ahura Mazda entre los persas o la venida del Mesías para los hebreos— las situaron fuera del alcance del esfuerzo humano: su realización sería obra de leyes o de voluntades más altas. Grecia cree en el perfeccionamiento de la vida humana por medio del esfuerzo humano. Atenas se dedicó a crear utopías: nadie las revela mejor que Aristófanes; el poeta que las satiriza no sólo es capaz de comprenderlas sino que hasta se diría simpatizador de ellas ¡tal es el esplendor con que llega a presentarlas! Poco después de los intentos que atrajeron la burla de Aristófanes, Platón crea, en La República, no sólo una de las obras maestras de la filosofía y de la literatura, sino también la obra maestra en el arte singular de la utopía.

Cuando el espejismo del espíritu clásico se proyecta sobre Europa, con el Renacimiento, es natural que resurja la utopía. Y desde entonces, aunque se eclipse, no muere. Hoy, en medio del formidable desconcierto en que se agita la humanidad, sólo una luz unifica a muchos espíritus: la luz de una utopía, reducida, es verdad, a simples soluciones económicas por el momento, pero utopía al fin, donde se vislumbra la única esperanza de paz entre el infierno social que atravesamos todos.

¿Cuál sería, pues, nuestro papel en estas cosas? Devolverle a la utopía sus caracteres plenamente humanos y espirituales, esforzarnos porque el intento de reforma social y justicia económica no sea el límite de las aspiraciones; procurar que la desaparición de las tiranías económicas concuerde con la libertad perfecta del hombre individual y social, cuyas normas únicas, después del neminem laedere, sean la razón y el sentido estético. Dentro de nuestra utopía, el hombre llegará a ser plenamente humano, dejando atrás los estorbos de la absurda organización económica en que estamos prisioneros y el lastre de los prejuicios morales y sociales que ahogan la vida espontánea; a ser, a través del franco ejercicio de la inteligencia y de la sensibilidad, el hombre libre, abierto a los cuatro vientos del espíritu. ¿Y cómo se concilia esta utopía, destinada a favorecer la definitiva aparición del hombre universal, con el nacionalismo antes predicado, nacionalismo de jícaras y poemas, es verdad, pero nacionalismo al fin? No es difícil la conciliación; antes al contrario, es natural. El hombre universal con que soñamos, a que aspira nuestra América, no será descastado: sabrá gustar de todo, apreciar todos los matices, pero será de su tierra; su tierra, y no la ajena, le dará el gusto intenso de los sabores nativos, y ésa será su mejor preparación para gustar de todo lo que tenga sabor genuino, carácter propio. La universalidad no es el descastamiento: en el mundo de la utopía no deberán desaparecer las diferencias de carácter que nacen del clima, de la lengua, de las tradiciones; pero todas estas diferencias, en vez de significar división y discordancia, deberán combinarse como matices diversos de la unidad humana. Nunca la uniformidad, ideal de imperialismos estériles; si la unidad, como armonía de las multánimes voces de los pueblos.

Y por eso, así como esperamos que nuestra América se aproxime a la creación del hombre universal. por cuyos labios hable libremente el espíritu, libre de estorbos, libre de prejuicios, esperamos que toda América, y cada región de América, conserve y perfeccione todas sus actividades de carácter original, sobre todo en las artes: las literarias, en que nuestra originalidad se afirma cada día; las plásticas, tanto las mayores como las menores, en que poseemos el doble tesoro, variable según las regiones, de la tradición española y de la tradición indígena, fundidas ya en corrientes nuevas; y las musicales, en que nuestra insuperable creación popular aguarda a los hombres de genio que sepan extraer de ella todo un sistema nuevo que será maravilla del futuro.

Y sobre todo, como símbolos de nuestra civilización para unir y sintetizar las dos tendencias, para conservarlas en equilibrio y armonía, esperemos que nuestra América siga produciendo lo que es acaso su más alta característica: los hombres magistrales, héroes verdaderos de nuestra vida moderna, verbo de nuestro espíritu y creadores de vida espiritual.

(La Utopía de América, 1925)
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domingo, 22 de septiembre de 2013

ANTONIO BUIRA (Mi Abuelo)

LA UTOPÍA EN ACCIÓN
Tomado de www.cronicasdefuego.blogspot.com.ar

Hasta hace unos años, había en la escuela de Inés y Carlota, sobre la ruta provincial 7, un busto que había sido instalado en los ’60. El bronce recordoba la vida y acción de Antonio Buira en su destacado itinerario como organizador de la Liga Agraria de La Pampa, el primer “gremio” del agricultor territoriano. Poco ha quedado hoy día en la memoria colectiva de este hombre que en su actuación en el territorio pampeano dejó su huella en la causa de los de abajo, los trabajadores. Gremialista, socialista, cooperativista de la primera hora, agricultor, orador distinguido y descollante en la tribuna política y movilizador de la lucha chacarera, su ferviente y poco conocido legajo lo llevó a padecer la quiebra, sufrir la cárcel y amenazas de muerte por ser consecuente con sus ideales.
Norberto G. Asquini

Antonio Buira nació en Marsella en 1884 cuando el barco que transportaba a su padre, Cipriano, recaló en ese puerto rumbo a América. Cipriano era un español que había combatido por la causa de la República en ese país y tuvo que irse de su país por persecuciones políticas.

Buira pasó por Santa Fe, Córdoba y llegó a La Pampa a comienzos de siglo con su familia, ya nacionalizado, alfabeto y de profesión agricultor, según constaba en su pasaporte. Tenía una formación socialista heredada de las luchas de su padre y comenzó su acción dentro del territorio a través de la defensa de los agricultores en 1912.

Ese año se produjo en el espacio pampeano la primera movilización de los chacareros motivada por una mayor participación en el ingreso agrícola. Nacida en Santa Fe en junio de ese año, “el grito de Alcorta” se extendió hasta las márgenes pampeanas y en el Territorio de La Pampa se desarrolló entre agosto de ese año y febrero de 1913. De la agitación nació la Liga Agraria como organización de defensa de los intereses de los agricultores arrendatarios territorianos.

Buira organizó la Liga Agraria de Uriburu el 18 de agosto de 1912 en la colonia Inés y Carlota, donde tenía una chacra. Ese mismo día en Trenel se formaba el núcleo principal de los liguistas del norte bajo la presidencia del máximo dirigente chacarero: Luis Denegri.

En Uriburu el 15 de septiembre se realiza la asamblea general de la Liga Agraria “de Uriburu” con 1.000 colonos de la zona donde queda fundada y y se elige la comisión integrada por Domingo Manovela como presidente, Eliseo Tarquini como vice y Buira como secretario general.

Si bien la ideología no parece haber ejercido influencia en la movilización, entre los chacareros emergen ciertos líderes, en su gran mayoría agricultores, algunos de estos imbuidos de ideologías dominantes en la época entre las clases subalternas como el socialismo. De los socialistas como Denegri o Buira se observa fundamentalmente las orientaciones brindadas.

La Liga medió ante los propietarios y comerciantes para obtener rebajas en el precio de los arrendamientos y en la modificación de contratos de las cláusulas restrictivas o extorsivas y de no ceder a los reclamos se declaraban en huelga paralizando las actividades agrícolas.

En enero de 1913 cuando comienza el levantamiento de la mayor parte de la cosecha triguera ya se ha afianzado la acción de los chacareros en las secciones de la zona centro. La Liga de Uriburu, mejor organizada bajo la dirección de los socialistas y chacareros identificados con esta ideología, comienza en varias colonias a negociar nuevos contratos.

Buira será uno de los promotores de una importante reunión el 25 de enero con el juez letrado Alfredo Torres en Uriburu, los colonos y los propietarios para llegar a un acuerdo. La Liga que agrupaba también a colonos de Anguil y Quemú negociará con una comisión oficial llegando a un acuerdo con mutuas concesiones donde surgirá un inédito manejo jurídico ante los embargos mediante el cual los chacareros endeudados quedaban como depositarios de cosechas, animales y útiles de labranza hasta saldarlas.

Agricultores conscientes.

La huelga quedó terminada sin hacerse desalojos, pero los problemas continuaron subsistiendo. Desde Anguil el 11 de febrero se informaba que “a raíz de un incidente entre los colonos y los propietarios del campo Torillo, el secretario de la Liga Agraria Antonio Buira, en vista de que no podía llegar a un arreglo, propuso la creación de un tribunal arbitral, compuesto, en representación de los colonos por el señor Pedro Pico, y por parte de los colonizadores, el señor Nicolás González Luján” del campo de la Espiga de Oro de José Drysdale. La Liga Agraria realizó varios arreglos de contrato en las colonias Ines y La Carlota, las colonias Anguil, Santa Rosa, Uriburu y Quemú.

La prensa manifestaba que Buira “es objeto de grandes manifestaciones de aprecio por su actuación correcta observada en los diferentes arreglos efectuados personalmente. Con estos hechos se demuestra que la liga Agraria de Uriburu no esta compuesta de agitadores, como lo han manifestado los diarios locales, sino de agricultores concientes, que buscan el bienestar de sus colonias”.

Con el cese paulatino del conflicto y a pesar del empuje inicial, la Liga Agraria no llegaría en esos años a una acción consolidada hasta finalizada la década y durante la I Guerra Mundial quedó desmovilizada.

Buira comenzaría entonces su acercamiento al naciente Partido Socialista en Santa Rosa, organizado bajo la influencia del abogado Pedro Pico. Como hombre volcado al gremialismo, no sólo continuará actuando con el sector chacarero sino que extenderá su labor a tratar de organizar otros sindicatos como los carreros y estibadores de Winifreda y manteniendo también reuniones con los obreros de esa localidad.

Un pionero cooperativista.

Bajo la dirección de la Liga Agraria, las secciones mejor organizadas lograrían impulsar poco después el primer movimiento cooperativista agrícola del Territorio en 1913. Los liguistas intentarán constituir secciones cooperativas de consumo y producción a los fines de suprimir los intermediarios y abaratar costos para los socios.

En febrero comienzan a formarse en varios pueblos seccionales de la Sociedad Cooperativa “El Porvenír Agrícola Compañía Limitada”.

Los chacareros de la colonia Inés y Carlota constituirán una en Uriburu en septiembre durante una reunión con la presencia del gobernador Felipe Centeno. Sus directivos serán Domingo Manovella, Benito Dolce, Antonio Buira, Casimiro Pellegrini, Amadeo Guritz y José Cairati. No pocas veces los arrendadores y comerciantes tratarán de impedir sus operaciones.

Con préstamos y sin ayuda estatal que se les negó, se levantó un edificio de siete habitaciones y un galpón. Sin embargo, los duros embates mermarán el entusiasmo.

Cipriano Buira comentará: “no se pudo obtener la personería jurídica y los chacareros deudores fueron aconsejados por los comerciantes para que no le pagaran a la cooperativa”.

Con la mala cosecha de 1914-1915 el sueño cooperativista se derrumbó y las deudas terminaron con las secciones liguistas. En febrero de 1915 quebró la cooperativa. Los mismos chacareros que pusieron dinero como socios iniciarán juicios “por defraudación” al ver que sus cuotas no serían devueltas con ganancias. Buira, como otros dirigentes, tuvo que cumplir con las obligaciones contraídas poniendo dinero de su bolsillo y perdiendo parte de su capital. Sus fundadores quedaron bajo juicio hasta 1917 cuando fueron sobreseídos.

Buira también fue colaborador y columnista del diario Germinal, órgano de prensa del PS de Santa Rosa. En julio de 1917 durante el Primer Congreso de la prensa territoriana reunido en la capital pampeana representó al periódico como delegado y participó de las resoluciones de aquel cónclave. Además participó del primer Congreso Agrario en Santa Rosa en 1917 donde comenzó a vislumbrarse el reclamo por la tierra para los arrendatarios pampeanos.

En la huelga del 19.

A mediados de 1918 nuevamente los desalojos en Inés y Carlota y los productores azotados por la situación de posguerra dieron pie a la reorganización de la Liga. El 15 de septiembre hubo una reunión en el Teatro Español de Santa Rosa y nuevamente el gremio comenzó a actuar. Esta vez con una conducción centralizada, Buira continuó como su secretario junto a Denegri que permaneció de presidente.

Allí expondrá que era ya “es indispensable es fortalecer las bases de una sólida organización agraria” y comienza a promoverse el nuevo grito de batalla liguista: “la tierra para quien la trabaja”.

Como orador recorrerá el campo: habla como orador y ayuda a organizar las secciones de Inés y Carlota, Mayer, Colonia Baron, Cereales, Naicó…

El año 1919 fue signado por la violencia generalizada que comenzó en enero con “la Semana Trágica” en Vasena y esa agitación se extendió a los campos. La Liga decretó la huelga en febrero pidiendo prórrogas para los desalojos y una moratoria.

Buira recordará años más tarde: “la FAA que en un principio se negó a participar en ese movimiento, cuando vio que sus secciones decretaban la huelga y se adherían al paro decretado por los agricultores pampeanos, oficializó el paro y trató de orientarlo hacia la obtención de la rebaja de arrendamientos, mientras que la Liga Agraria se mantenía firme en sus propósitos iniciales, que era obligar al parlamento a dar una legislación agraria, y así lo establecimos en un petitorio elevado al Congreso, posteriormente la FAA abandonaba su propósito de rebajas en los arrendamientos y también hacia suyo nuestro petitorio”.

Al grito de ¡no arar, no sembrar! se paralizan los trabajos agrícolas. Varias asambleas son dispersadas por la policía. Buira es orador en todas: ante 400 colonos en Trenel, ante 600 en Castex, ante 500 en Bernasconi.

A mediados de abril el ministro de Agricultura, Demarchi, emprende una gira por la región pampeana y el 19 de abril mantuvo una asamblea con los chacareros territorianos en el Teatro Español. Allí pidió volver al trabajo y criticó a los agricultores por su “actitud de rebeldía”.

Buira fue el vocero de los liguistas retrucándole haberlos llamado “agitadores” y leyó un contrato donde dejaba en claro la situación de los colonos pampeanos ante la ovación del público presente.

El 30 de abril ante la falta de respuesta del gobierno los chacareros se reúnen otra vez en el Teatro Español y deciden continuar y profundizar la huelga. Pero en mayo la represión policial y judicial del gobierno radical da por tierra con la Liga: detenciones masivas de huelguistas y procesos a los dirigentes chacareros termina poco a poco con los focos huelguistas.

Buira es detenido junto a otros dirigentes en Santa Rosa por varios días. Sin embargo, será después uno de los pocos liberados ya que otros purgaron cárcel por algunos años.

Política y balas.

El dirigente continuó en la política santarroseña y en marzo de 1920 será candidato como concejal del PS junto a Pedro Pico, Hugo Nale y Luis Glerean. El 21 de marzo triunfaron los radicales obteniendo 430 el primer candidato mientras que Pedro Pico fue minoría con 340, en tanto 305 votaron por Buira.

La labor de Buira en lo gremial continuará. En enero de 1921 vuelve a intervenir en un conflicto de los estibadores en Winifreda, en lo más álgido de las huelgas de trabajadores rurales contra los cerealistas y de la represión policial en los Territorios Nacionales. Durante una reunión la policía toma por asalto una de sus reuniones y “ante un grupo de obreros y gente extraña al movimiento, el sargento Guzmán manifestó su gran deseo de liquidar al ciudadano Buira y Buira fue el que con su acostumbrada serenidad e inteligencia solucionó el conflicto sin necesidad de liquidaciones”.

Los estibadores solicitaron a Buira como delegado para que arreglara las condiciones de trabajo con los ceralistas ya que no tenían gremio. Tras una negociación el 21 de enero con los patrones, los huelguistas no aceptaron las condiciones y se agravó la situación.

Otra vez “se dirigió Buira al sitio indicado y se encontró con todos los lobos reunidos -policía y cerealistas- que estaban deliberando. Ni bien llegó empezaron su ataque en forma bastante grosera e insolente, provocándolo a cada instante indirectamente con el bajo y ruin propósito de sacarlo de en medio en cuanto se acalorara. Pero el compañero Buira que conocía la clase de pájaros con que trataba, supo con la serenidad que le es característica, repeler los ataques que se dirigían haciendo ver a esa gente de que no porque se sea obrero carece de educación”. Poco después se celebró otra asamblea y se solucionó el conflicto con un petitorio de tres puntos a favor de los obreros.

El vuelco.

En abril de 1921 los hermanos Buira renuncian como socios del PS santarroseño. Allí se produjo un vuelco ideológico en ambos. Mientras que Antonio comienza a militar en el ideal comunista, su hermano Demetrio continúa en las agrupaciones tradicionales y es elegido como concejal por la minoría en Anguil en agosto de ese año.

Sin embargo, Antonio continuará ligado a los movimientos chacareros. El 18 de agosto de 1923 da una conferencia en la colonia Inés y Carlota por una nueva celebración de la Liga Agraria.

La vinculación con la colonia es permanente. Para noviembre de 1924 ante las pérdidas registradas por los agricultores por la sequía integrará la comisión que dirige a “Los Agricultores Unidos” de esa colonia. Ante una asamblea de más de 300 colonos vuelve a levantar la bandera de los oprimidos contra la explotación y organiza un movimiento general otra vez bajo el lema “la tierra para el que la trabaja”. El movimiento se extiende una vez más ante la pasividad de la Federación Agraria Argentina y se reclama por prórrogas, rebajas de arrendamientos y ayuda gubernamental.

El 7 de enero de 1925 hay otra gran asamblea en el teatro Florida de Santa Rosa con la presencia de cerca de mil colonos. Buira, a pedido de los agricultores “prestó su concurso para la organización de esta gran asamblea, final de una serie de conferencias y reuniones que se han realizado desde dos meses a esta parte”. Nuevamente integra la comisión central como secretario reclamando semilla y participa en el petitorio que envían al ministro de Agricultura, Tomás Le Bretón.

Chacarero y orador.

A mediados de año todavía los problemas no están solucionados ante la falta de semillas. El 4 de junio vuelve a reclamar “por más de seiscientos” agricultores tras un acto y a pesar de multitudinarias reuniones en Mayer y en la zona sur, en julio se apaga el movimiento y sólo unos pocos pudieron arreglar sus problemas.

Para 1926 lo encontramos al frente de una chacra en Cachirulo que cultivará por algunos años más. Allí seguirá en la política y también formó parte de la comisión directiva del Club Atlético Defensores de esa localidad.

Participará todavía de algunos mitines socialistas como en Toay el 16 de enero de 1927 ocupando la tribuna como orador contra las trabas impuestas por la mayoría radical al concejal del PS.

Su participación gremial continuará al lado de los chacareros. En febrero de 1927 se entrevista con el gobernador Laza a pedido de varios colonos de Inés y Carlota por reclamos de desalojo. Logra también una moratoria para varios arrendatarios de la zona.

Seguirá siendo un orador buscado para las tribunas gremiales y del PS y así en julio de 1927 habla en movimiento un agrario de Mauricio Mayer, Baron y otras localidades vecinas y en julio durante el triunfo socialista de Lordi y Corona Martínez en la capital territoriana.

En los años ‘30 cuando la crisis agropecuaria fomentó el éxodo masivo de los campos pampeanos, Buira dejó su chacra y se mudó a Buenos Aires. De sus pasos siguientes se sabe que ocupó un puesto en Agricultura del gobierno bonaerense en los ‘40 y fue cesanteado por sus ideas de izquierda. Su hermano llegó a ser un prominente dirigente del socialismo bonaerense y fue elegido en 1931 diputado nacional por el PS Independiente.

El 18 de agosto de 1962, en su memoria y la de quienes lo acompañaron en la utopía de organizar un movimiento de los “trabajadores del campo”, su paso por la historia pampeana quedó perpetuado en el busto que se encontraba erigido hasta hace poco tiempo junto al Club Juventud Unida de Inés y Carlota.
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sábado, 21 de septiembre de 2013

LILIANA HEKER

Los que vieron la zarza
Publicado con autorización de la autora, a quien agradezco enormemente
.
Desde una visión subjetiva -como lo es toda apreciación valorativa respecto del mundo del arte- colijo que éste, es uno de los mayores cuentos de Liliana Heker. A la vez se me hace muchísimo más intenso de los que se pudieron haber escrito sobre el mundo del boxeo. HB.
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-Es así -había dicho Néstor Parini-; va la vida en eso.
Se lo había dicho a Irma (su Negrita la llamaba él entonces) pero ella esa vez no prestó atención a las palabras; sólo le interesaban los ojos de él mientras las decía. De alucinado. 
Nueve años más tarde, también a Anadelia los ojos de su papá le gustaban más que todo, aunque, en cierto sentido, tampoco le parecía mal que él fuera boxeador. Ella había visto boxeadores en la televisión y una vez la llevaron al lugar donde se entrenan, pero no era por eso: hasta le había dado miedo que se pegaran así y esa cara que ponían. Mamá le había explicado que papá no tenía nada contra el otro: boxear es como un juego, dijo. Anadelia no le creyó pero igual le gustaba haber tocado sus guantes y saber, algunos sábados a la noche, que él está por la radio y prestando atención se pesca algo desde la cama, otra formidable izquierda, esto ya no es una pelea, amigos, y adivinar que todo eso lo está diciendo por su papá, aunque era mucho más lindo antes, cuando ella no tenía que adivinar nada porque no había que oír la radio desde la otra pieza, metida en la cama.
Era distinto antes. Los sábados que Néstor peleaba no se hablaba de otra cosa y a la noche se reunían los tres, Irma, Rubén y Anadelia, para escuchar la transmisión; Irma mordía su pañuelo y, al que hacía barullo, le daba una bofetada. A veces lloraba. Hubo madrugadas en que los vecinos aún no se habían dormido y oyeron gritos. De cualquier modo, decía Anadelia, estaba bien que él fuera boxeador para asustar a las amigas. Si no, ya los va a agarrar mi papá.
Su hermano Rubén no opinaba así. Un domingo a la mañana había dejado de preguntar qué pasó anoche y era preferible eso, se dijo Irma, es prefirible que ande trompudo y sin hablar, y no tener que explicarle siempre lo mismo: Ayer papá se sentía enfermo, ¿sabés? no habría tenido que, o La mejor pelea de su vida, pero la arreglaron para el otro, o Un muchacho nuevito, sabés, Rubén, a veces no es tan importante ganar, mientras, Néstor gritaba que hasta cuando habría que darle explicaciones: hubiera escuchado, carajo. Pero no era bueno ese silencio del chico; al día siguiente de cada pelea no quería salir ni para hacer un mandado.
-Otra vez se la dieron a tu viejo.
Y sí, había perdido. Acaso se creían que en el box únicamente importa ganar, o porque es el padre de uno no tiene derecho a perder nunca. Pero igual ya no quería salir: se quedaba todo el domingo en la casa, pateando lo que se le ponía en el camino y maldiciendo a la gente.
Néstor también se quedaba adentro esos domingos. Salvo una vez que se había ido dando un portazo y no había vuelto hasta dos días más trade. Antes de salir había roto la ventana de un puñetazo y la había herido a Adelina que estaba mirando: volvió el martes, tiritando de borracho. Salvo esa vez nunca salió. Se quedaba todo el domingo en la casa, durmiéndose de acá para allá, con el cuerpo desnudo hasta la cintura y lustroso de aceite verde. Raro que al fin se hubiera acostumbrado al olor del aceite verde. En otro tiempo Irma se reía. Que sea la última vez que se me viene así, con machucones; si no, la próxima negrita ya se la puede ir buscando en el Riachuelo, bien que para enamorarme se venía perfumado. Pero estas cosas habían pasado en otro tiempo. Ahora los domingos olían así, e Irma no se reía. Hasta que uno no iba a la calle no se daba cuenta.
Pero lo peor de los domingos no era ese olor, pensaba Irma: es el fútbol. Y no por los gritos que les llegaban a través de la ventana. Por lo gritos del chico, adentro. Desmedidos. A propósito. Vengándolo, a cada gol que vociferaba, de la mano de Néstor un año atrás, la mano grande de su padre arrancando de la pared la cartulina con la foto del equipo. Para que aprendás, le había dicho, y al principio Rubén lo había mirado con miedo. Un hijo de él tenía que saber romperse el alma sólo, para llegar, yo a tu edad. Nada más que con éstas me las arreglé (y se miraba las manos como si fueran extrañas), porque hay que vérselas con todos, sólo frente a todos para demostrar quién es uno. Ponerles el cuerpo, entendés. Y vos me venís con once maricones, actores de cine, parecen, que los cambian como figuritas y si les ponés un dedo encima no saben para dónde disparar.
Entonces, como si hubiera crecido de golpe, le cambiaron los ojos a Rubén. Ahí parado frente a Néstor Parini que de un manotazo le había descolgado el cuadro y ahora lo trataba de marica, le cambiaron los ojos. Quién era ese para enseñarle lo que hay que hacer, a él, que ni siquiera podía salir a la calle después de cada pelea. Porque una vez uno les dice, sí, perdió, y qué. Pero hasta cuando. Cualquiera viene un día y te pregunta: "Decime, qué tiene de boxeador tu viejo". Tenían razón. Y después venía a insultar. Por eso ahora Rubén está pensando ¿Miedo a quién? y lo mira fijo. Y lo sigue mirando fijo a pesar de que Irma acaba de cruzarle la cara de una bofetada, para que aprendás a sonreír cuando habla tu padre. Y Néstor Parini ha tenido que aguantar la mirada de su hijo.
-El chico salió malo -dijo esa noche.
Irma contestó que no: un poco rebelde pero incapaz de una maldad. Y Anadelia pensó que su mamá estaba mintiendo. Rubén lo odiaba, podía jurarlo ella que lo conocía a papá mejor que nadie porque un domingo a la mañana, cuando se había acercado para verlo dormir, él se despertó. Fue un susto porque no hay que despertarlo cuando duerme, decía mamá, pero papá la apretó contra su pecho, que era grande y duro, y preguntó quién era él.¿Qué mierda soy? fue la pregunta, y Anadelia contestó que el mejor de todos porque era boxeador. Papá lloró y ella también. Nadie más sabía cómo era y Rubén menos que nadie.
Pero Irma también terminó por admitirlo. Fue un martes a la noche, cuatro días antes de la última pelea. Acababa de decirle a Rubén que fuera al mercadito a buscar la carne. El chico entonces giró lentamente -¿burlonamente?- la cabeza y miró la ventana. Los vidrios de la ventana empañados por el frío, la lluvia detrás de los vidrios.
-Tenés que ir igual -dijo Irma- tiene entrenamiento mañana.
Y percibió en la mirada de su hijo, ahora fija en ella, que algo había falseado sus palabras. Ya no se oían como aquellas  que a Irma, nueve años atrás, otra noche pero con olor a primavera recién hecha que da unas ganas locas de estar con Néstor hasta que amanezca, la hicieron comprender que esta noche no. Él tiene entrenamiento mañana. Así que ella va a volver a su casa temprano y sola, y no va a protestar. Porque una cosa tiene que enternder su Negrita si es cierto que lo quiere como dice: él va a llegar a campeón a cualquier precio; si no, no vale la pena vivir.
Rubén se encogió de hombros e Irma intuyó dos cosas: que tal vez era cierto que el chico no lo quería, y que todo esto debía ser grotesco. Grotesco que a las seis de la mañana Néstor Parini comiera un bife jugoso, y que ella tuviera que levantarse a las cinco para tenerle todo listo, y que su hijo saliera en plena tormenta para que mañana no falte la carne. Por qué todo esto.
-Porque tiene entrenamiento, idiota- gritó. Y durante unos segundos tuvo miedo de que Rubén fuera a decir algo. Precintió caóticamente palabras crueles, hirientes, incontestables. Palabras que en cuanto Rubén abriera la boca le derrumbaría el mundo. Su parte de ese mundo alocado, ajeno y vertiginoso que Irma Parini no podía conocer pero en el que habitaba, la comarca en la que había entrado como en un sueño cuando a los dieciocho años, de puro enamorada, se dejó caer en la locura de otros, de los que arden en la vigilia acosados por una pasión que los elevará hasta las regiones inconmensurables, o los quema de muerte hasta las entrañas.
***
-Con éstos -ha dicho Néstor mirándose a los puños, y ella le ha creído.
Lo ha dicho de noche y en Barracas. Antes están caminando por Parque Patricios, atardece, e Irma es feliz. Él acaba de decirle que boxea. Irma hace como que se asombra mucho pero ya lo sabía. La vez que se lo contaron (lo averiguó una amiga porque a Irma, desde que lo ha visto, no se le puede hablar de otro) se rió con risa contenta de mujer que sabe de estas cosas. Ahora a todos se les da por eso, dijo, y quería decir que se dejasen de pavadas y le contasen algo que valiese la pena sobre el muchacho de los ojos.
Hoy vienen caminando desde temprano y no existirá sobre la tierra día más jubiloso que éste en que Irma aprende las manos de Néstor, establece lo que es querer para toda la vida, y decide que nada importa fuera del muchacho loco. Es un muchacho loco: un chico. Ahora anochece en San Cristóbal y ella lo sabe bien ya que lo ha visto como no lo vio nadie. Desatado porque se enamoró. Él se detiene en una esquina y, auqneu la gente mira, ha encogido los brazos sobre el pecho y está desafiando al aire. Un golpe de costado, otro, definitivo, en plena cara; gritándole a su Negrita riente y al viento que el mundo lo lleva aquí adentro, repartido entre estos dos, y que se lo regala.
Salta el pecho de verlo así. Por eso, porque ahora Irma tiene unas ganas locas de correr hacia él y alborotarle el pelo, se inventa mujer de golpe, mujer sabihonda que ayer ha dicho ahora a todos se les da por eso y hoy volvía a decirlo para él. Para que aprenda. Néstor se ha acercado y ella ríe; lo está zarandeando, ¡qué gusto!, a él, que es tan grande. Lo dirá ahora como burlándose de estos berretines. 
-¿Pero qué les ha dado a todos? -La voz le ha salido severa, recrimininando. Justa.
Todos; su hermano también: chiflado por el futbol. En casa lo quieren matar; que trabaje, dicen. No entienden que son cosas de muchachos. Hay que dejarlo, sentencia ella; ya se le va a pasar. Y se ríe, dichosa de esta formidable misión de proteger hombrones.
No sabe cuándo ha dejado de reír. En algún momento Néstor la ha agarrado brutalmente del brazo y ella ha conocido el horror de perderlo todo en un segundo.
Después, mientras lo busca por calles oscuras, recuerda que ha sido la mirada, no la mano, lo que hizo estallar el universo.
El porqué lo sabe más trade, contra un murallón. Él se ha mirado las manos y dice que el box es otra cosa. Están los que no entienden, sabés, pero ésos no boxean: hacen deporte. Esto se merece otra cosa, Negrita, y si no lohago yo no hay quién lo haga. Desde chico lo sé: lo veía al viejo dándole al fratacho todos los días y para qué viven, me querés decir. Yo no. Yo tengo que llegar arriba, más arriba que todos, y con éstos, entendés, con estos puños y con este cuerpo. Porque el box es eso; darle con todo lo que tenés. No salvás nada. Llegás porque te jugaste hasta el alma. Lo otro es deporte para el domingo.
Ella no entiende. Pero no tiene más que mirarle los ojos, encendidos, extraños, para decir que le cree. Después, sobre la tierra anochecida del descampado, entre los brazos de Néstor, imagina que sí, que ese mundo de vértigo y agonía que apenas un rato antes leyó con miedo en la cara de él, ya es de los dos. Para toda la vida.
***
Pero Rubén no dijo nada: volvió a encogerse de hombros y se fue. Cuando volvió con la carne se fue derechito para la pieza sin siquiera mirarla; las marcas húmedas que iban dejando sus zapatillas le parecieron a Irma una provocación. A través de la puerta lo oyó estornudar; iba a gritarle que se cuidase pero era absurdo, ¿Acaso no fuiste vos la que me mandó a la lluvia?
-Qué te pasa.
También eso era absurdo: la pregunta de Néstor a las cinco de la mañana, al día siguiente.
-¿Por? -dijo ella.
Antes de salir, él dijo:
-Mi negra se está cansando.
-Vaya tranquilo -dijo ella-, su negra no se cansa.
Y nueve años atrás habría dicho la verdad.
***
Fue a mirarlo dormir al chico y se dijo que no: hoy no iría al colegio. Que se había resfriado con la mojadura, le explicó más trade; que siguiera en la cama nomás. ¿Y ella no saldría a trabajar? No, no saldría; se iba a quedar en casa para cuidarlo.
-Cuando yo sea grande -dijo Rubén- no vas a tener que trabajar más.
Ella sonrió.
Y tres días después, el sábado, un rato antes de que Néstor saliera para el estadio, ella, de espaldas al hombre, mientras seguía limpiando una ventana, dijo:
-Mi hermano pone una heladería.
Néstor levantó la cabeza sorprendido porque un momento antes había vuelto a preguntar qué te pasa.
Cuando Irma se dio vuelta, la mirada de él seguía interrogándola sin entender. No iba a entender nunca, era inútil; en el fondo seguía siendo el de antes. Pero hay cosas que están bien cuando se tiene veintiún años, o cuando Néstor Parini está conquistando a la muchacha. Ahora tiene treinta; a esa edad, dijo un día, un boxeador está liquidado. Ése es el momento de largar, entendés irma, que no llegués a dar lástima. ¿Y después? Borrarse de un sqwue. No había después, dijiste, y daba miedo. Pero hace nueve años de eso. ¿Qué estamos esperando ahora?.
Vio como una ráfaga la cara de Néstor y así supo que era ella la que estaba gritando.
-¿Me querés decir qué diablos estamos esperando ahora? ¿Qué un día te maten en el ring para que al fin se hable de vos en este mundo? ¿No te das cuenta que estás terminado? ¿O para que podamos comer en esta casa te tienen que poner a barrer los pisos del estadio? A ver, decime ahora que vos no naciste para heladero; repetí que naciste para otra cosa. Para hacer el payaso delante de todo el mundo, para eso naciste. Para que tus hijos se mueran de vergüenza mientras su padre salta a la soga delante del espejo. Para ser un castrado en la cama, así tu entrenador mañana va a quedar satisfecho de vos. Andá, que hoy te toca. Andate nomás que vas a llegar tarde. Reventá ahí adentro, Néstor Parini. Como quien sos.
La puerta se cerró antes de que Irma pronunciara todas las palabras. Un vecino comentaría después que Néstor Parini estaba pálido al salir de su casa; Irma, parada aún junto a la ventana, quiso convencerse de que todo aquello no era cierto: ella nunca podía haberle gritado; en la calle tuvieron que separarlo a Rubén del que dijo que el escándalo de la madre se había oído hasta en el infierno; Irma le contestó a Anadelia que esta noche no iba a haber boxeo y ya era hora de irse a dormir, y la chica lloró más fuerte que antes; Rubén, cuando entró, le sonrió a su madre y Anadelia tuvo ganas de pegarle. A las diez y media Irma encendió la radio y, hasta que empezó a funcionar, tuvo el presentimiento de que iba a suceder algo insensato que ya estaba inexorablemente desencadenado. El comentarista estaba diciendo ésta no es una pelea que despierte gran entusiasmo. Irma escuchó Néstor Parini y se tranquilizó porque las cosas marchaban sin novedad. Anadelia, en la cama, escuchó Parini y dejó de llorar. Y Néstor Parini, que una noche de hacía veinte años, delante de un farol de la calle de un pueblo cerró los puños de su sombra gigantesca y decidió elevarse por sobre todos y escuchó un clamor unánime gritando su nombre, también esta noche escuchó Néstor Parini.
Y supo cómo se gana.
Del mismo modo que se comprende el verdadero tamaño del sol, y ya no se lo olvida. Con la sencillez con que una mañana, luego de haber estado en el suelo maravillados ante el misterio de los hombres verticales, nos elevamos sobre nuestras piernas y estamos caminando. Así supo Néstor Parini cómo se gana. Ahora, frente a Marcelino Reyes. Mañana, cuando vuelva a subir al ring. Ayer, en cada pelea que tuvo. Y en las altas, las lejanas y altas, las que consumó durante las noches de insomnio. Las que no tendría nunca.
Irma, que apenas prestaba atención, tuvo que acercar la cabeza a la radio. En el cuarto round dijo gracias Dios mío y fue a llamar a los hijos. Los vecinos se despertaron cuando desde la otra casa, imperiosa, se empezó a oír la transmisión. "Algo pasa con los Parini", dijo el vecino, y encendió la radio. El comentarista declaró que en todos estos años era la primera buena pelea de Néstor Parini. Y Néstor Parini pensó si era para esto, para que dijeran esto, que él se había pasado trece años manoteando una bolsa de arena.
Irma trajo nueces. Las iba partiendo despacio para sus hijos, sentados en el suelo en ropa de dormir. Había encendido todas las luces de la casa. Estaban los tres reunidos alrededor de la radio, alertas, tratando de no perder una sola palabra. Rubén le explicó a Anadelia lo que era un cross.
-Papá gana y vos llorás -le dijo a la madre-. Quien entiende a las mujeres. -Y le pidió que mañana no lo despierte muy tarde. Porque él tiene que hacer algo mañana. En la calle. Irma pensó lo linda que puede ser la vida, lo linda que es la vida cuando el marido de una empieza a ser alguien.
Y Néstor Parini recordó su sombra inconmensurable, creció hasta hacerse del tamaño de su sombra, se elevó hasta las alturas de las que no se regresa, y dijo no. No es para eso. Y asestó un formidable golpe en el hígado de Marcelino Reyes. No es para eso. Y pegó en sus riñones. No es para eso. Y el puño, luego de describir una fría parábola, se estrelló en los testículos de Marcelino Reyes.
Los espectadores vociferaron su indignación, el comentarista lo explicó con alaridos, Irma acostó a los chicos, los vecinos comentaron que Néstor Parini se había vuelto loco. Y, hasta el momento en que el árbitro dio por terminada la pelea, Néstor Parini siguió golpeando.
Dos horas más tarde, mientras cien mil personas todavía trataban de dar una explicación para esta conducta insólita, una ambulancia cruzó Buenos Aires. Y un rato después, cuando Irma por fin había encontrado la manera más hermosa de pedirle perdón, un oficial de policía le comunicó la muerte de Néstor Parini. Dijo que se había tirado bajo un tren por causas que aún no estaban determinadas.
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jueves, 19 de septiembre de 2013

JOHN WILLIAM COOKE

Malestar en las bases
Diciembre de 1964
(Cooke, murió en Buenos Aires el 19 de septiembre de 1968)

Seguros de nuestra propia fuerza y razón, durante la tiranía militar, aun en sus períodos más sombríos, la reconquista del poder nos parecía próxima e inexorable. A nueve años del golpe imperialista (de 1955) ese optimismo ingenuo ha cedido su lugar a otra actitud más realista y reflexiva, aunque siempre poseída del optimismo. 
El origen del descontento no es por lo tanto la violencia del régimen, son las sospechas sobre la aptitud del Movimiento para doblegarlo. Los presos, los torturados, los muertos, las innumerables jornadas de combate, testimonian nuestro coraje ante la adversidad: también despiertan interrogantes sobre si no estaremos malogrando tanto sacrificio. 
Hay muchos de nuestros compañeros que relegan esas inquietantes intuiciones, resistiéndose a admitir el deterioro de las viejas certidumbres. Otros se tranquilizan oponiendo la convicción de que, pese a todos los obstáculos, a la larga el pueblo vencerá. Pero este fatalismo optimista no es más que otra forma de autoengaño: nuestros compromisos son con esta época, sin que podamos excusarnos transfiriéndolos a generaciones que actuarán en un impreciso futuro. 
La historia no es nítida ni lineal ni simple, la Argentina de hoy es un ejemplo de sus complicaciones y ambigüedades. 
La presencia del peronismo impide que las clases dominantes gocen tranquilamente de sus privilegios usurpados: es por sí misma, la prueba de la decrepitud del régimen, de su ineficacia para resolver los problemas del país (nota: aunque habría que considerar sus formas de prolongación y reciclamiento para mantenerse). 
La inquietud prevaleciente responde a la impresión de que nuestros objetivos finales se hallan en una brumosa lejanía, que nuestros esfuerzos cotidianos no parecen acortar. 
Dicho de otra manera: entre los anhelos de tomar el poder y los episodios de nuestra lucha, no se ve la relación de una estrategia que avance hacia los objetivos últimos. Se organiza lo táctico, pero sin integrarlo en una política que, por arduo que sea el camino que señale, presente la revolución como factible, como meta hacia la cual marchamos. No más que eso necesitan las masas, pero no con menos se conformarán. 
Lo importante es destacar que allí está el origen de ese temor a no encontrar respuestas revolucionarias a los desafíos contemporáneos. 
Las clases gobernantes no pueden ya aspirar a nada más que al mantenimiento del equilibrio. Salvo las fluctuaciones secundarias entre fases de máxima tensión y fases de relativa calma social, permanecerán en la situación óptima mientras esta paridad no se rompa. El peronismo, como agrupación mayoritaria, necesita alterarla. Mientras no encuentre la política que lleve a conseguirlo, prorroga la vigencia del régimen, y simultáneamente se debilita internamente. 
Tiene ante sí una opción entre dos líneas de conducta. Puede mantener la actual, confiando en que de alguna manera imprevista llegará al poder y se iniciará así el milenio peronista, concepción burocrática. O puede plantear la cuestión a la inversa: comprender que el futuro del Movimiento no está en acertar una tómbola, sino en movilizar al pueblo en una política revolucionaria. La casualidad que nos regale el gobierno y nos garantice el futuro no se dará. Lo que sí podemos hacer es encarar los cambios internos de fondo que nos pongan en condiciones de aspirar al poder. 

La crisis del Régimen y la crisis del Movimiento Peronista

Todos coincidían en que la causa originaria de la crisis fue el gobierno peronista. El que las penurias justamente comenzaran con la restauración de 1955 no pasa según ellos de mera casualidad. También es “casualidad” que después de nueve años de una política que es la antítesis de la que habría provocado la crisis, ésta sigue a toda marcha. Pero desde todas las tribunas se nos suministra una explicación que absuelve nuevamente al régimen con irrefutable rigor lógico: lo que impide sacar al país del pantano son las maquinaciones de una formidable asociación ilícita, que integran Perón, Fidel Castro, “los que sueñan con un retorno imposible” y Mao Tse Tung, además de una caterva de agentes del “comunismo internacional” que nadie ha visto nunca, pero que se nos dice que está por todas partes haciendo maldades a full time. 
Sobre la caracterización de la crisis hay una amplia variedad de versiones: es crisis moral, o crisis de la cultura, o crisis del desarrollo, o crisis de jerarquías, etc.... Hay quienes ven el fin de sus privilegios como si fuese el fin de la comunidad: confunden el no-ser burgués con el no-ser de la Nación. 
Por nuestras virtudes hemos podido agudizar las contradicciones internas de los sectores gobernantes, impedir muchos de sus abusos, evitar la institucionalización del despojo y el semicoloniaje. Por nuestras carencias no hemos logrado impedir que el régimen siga manteniendo intacta la superioridad en fuerza material que le permite subsistir, oscilando entre la dictadura desnuda y la dictadura encubierta, tras las formas rituales de la democracia minoritaria. A su propia anarquía e incoherencia hemos opuesto nuestras propias indecisiones, nuestra invertebración teórica y operativa. 
El pueblo se niega a aceptar el viejo juego político en que sólo participaba por procuración, y por medio del Movimiento ha hecho imposible el reestablecimiento de ese anacronismo, salvo como aparato desprovisto de todo vestigio de representatividad. No ha logrado en cambio dotar a esa vocación de poder de una práctica eficaz. La resistencia no es suficiente: sin contraataque no hay victoria. 
El Movimiento exige una política en que se conjuguen las ideas, la práctica y la organización revolucionaria, en que la búsqueda de los objetivos finales se armonice y complemente con las variantes tácticas y operativas capaces de dar respuesta a cada coyuntura. 
Cada vez que se nos cierran los caminos de la semilegalidad, la burocracia declara la guerra. Pero nada más. Ésta queda librada a la espontaneidad de sacrificados activistas que oponen una violencia inorgánica, inconexa e insuficiente, frente al potencial y a la técnica siempre en aumento de los órganos represivos oligárquicos imperialistas. Esta vacancia de conducción dura hasta que viene un nuevo período de soluciones negociadas. Entonces, los que estuvieron en la retaguardia durante el combate, pasan a ser la vanguardia en los trámites de la tregua y capitalizan la abnegación de las bases en la mesa de arena de los acuerdismos. 
En el escenario político del país, la diferencia entre los partidos tradicionales y el peronismo es neta, tajante, evidente por si misma. Esto explica que nos proscriban, no pertenecemos al mismo sistema. Pero las estructuras del movimiento no reflejan esa contradicción irresoluble, sino que ésta reaparece internamente. 
Tenemos por un lado el peronismo rebelde, amenazante para los privilegios, y por otra parte, aparatos de dirección en los que predomina una visión burguesa, reformista, burocrática, en lugar de la visión revolucionaria que corresponde a la realidad objetiva del papel que cumple el peronismo en la vida nacional (nota: en la vida partidaria, el pejotismo liberal ocupó el lugar contra el peronismo revolucionario). 

martes, 17 de septiembre de 2013

NÉSTOR GARCÍA CANCLINI

En defensa de la sociedad plural, no del relativismo 
La problemática actual de las identidades no deriva sólo de la diversidad de culturas y de su entrecruzamiento intensificado en la globalización. El problema no es sólo cómo poner una imaggen con la heterogeneidad multicultural y multitemporal de las sociedades, sino co mo hacerse cargo de la desintegración actual, cómo asumir el escepticismo que genran las ruinas de lo que pudo ser América Ltina.
Los diagnósticos recientes exigen repensar las naciones y el continente devalijados por las privatizaciones, los squeos de capital económico y humano. Varios estudios sobre los acuerdos de libre comercio y la globalización de América Latina va más allá de las polémicas sobre la identidad, y también trascienden los enfoques convencionales de las dimensiones económicas, financieras y tecnológicas de la globalización. En lugar del debate sobre cuál de las raíces o, de las combinaciones multiculturales nos representarían mejor, la documentación del presente hace pensar en las cuatro principales formas en que nos globalizamos: como productores culturales que vemos por fin expandirse al mundo partes de nuestra literatura, nuestra música y nuestras imágenes, pero a través de editoras que no controlamos, como consumifores de lo importado en países donde se vaciaron las fábricas, como migrantes, y como deudores.

Heterogeneidad y conflictos

El hecho más desintegrador y empobrecedor de los últimos treinta años es este aumento sofocante de la deuda externa. Los latinoamericanos debíamos 16 mil millones de dólares en 1970; 257 mil millones en 1980 y 750 mil millones en el 2000. Esta última cifra, según cálculos de CEPAL y SELA, equivale al 39 por ciento del Producto Geográfico Bruto y al 201 por ciento de las expotaciones de la región. No hay posibilidad de los más de 200 millones de pobres, explica el Secretario Permanente del SELA, si no reunimos "el poder disperso de los deudores", tal como cita Otto Boye en un documento publicado tres años atrás.
Pero todas las reuniones latinoamericanas, iberoamericanas, interamericanas, hasta la cumbre Europa-América latina efectuada en mayo del 2004 en Guadalajara exhiben la imposibilidad de agruparnos para negociar como latinoamericanos un lugar menos sumiso. En la medida en que no unificamos nuestras negociaciones por las deudas ni nuestro intercambio interno, sigue atrasando nuestra modernización. En las dos últimas décadas pasamos de situarnos en el mundo como un conjunto de naciones con gobiernos inestables, frecuentes golpes militares, pero con entidad sociopolítica, a ser un vulgar mercado: un repertorio de materias primas con precios en decadencia, historias comercializables si se convierten en músicas folclóricas y telenovelas y un enorme paquete de clientes para las manufacturas y las tecnologías del norte, pero con baja capacidad de comprar, que paga deudas vendiendo su petróleo, sus bancos y aerolíneas. Al deshacernos del patrimonio y de los recursos para administrarlo, expandirlo y comunicarlo, nuestra autonomía nacional y regional se atrofia.
¿Qué significa que nos globalizamos como migrantes? Una pérdida de confianza en la propia nación y un debilitamiento de los lazos identitarios. Y también un conjunto de interacciones multiculturales e internacionales entre los que se fueron y los que se quedan: viajes en ambas direcciones, conversaciones telefónicas y correos electrónicos semanales, remesas de dinero, en fin, una apertura del horizonte nacional.
En los países latinoamericanos tal vez sea más patente que no hay discontinuidad absoluta entre lo moderno y lo posmoderno. Nuestras ruinas son las de una modernización incompleta, exacerbada, desgarrada por las tradiciones que aún no se han ido y las innovaciones educativas, científicas, tecnológicas y de desarrollo socioeconómico que no acaban de llegar. O alcanzan para pocos, y las mayorías deben arreglárselas con los restos  de las construcciones o de las máquinas. Lo que eso tenga de posmoderno no es sustitución de la modernidad, sino uso atípico de sus piezas, de sus fracasos, de su iconografía, de sus soluciones formales, para dar respuestas que se esperaban de una modernización mejor planificada, menos errática y corrupta. 
¿Qué significa proponerse construir -o reconstruir- identidades en las condiciones de un tiempo de globalización? ¿Cuáles son los riesgos y las promesas de considerarla una tarea clave? Hay causas positivas por las cuales se afirman las identidades: reivindicaciones de género, étnicas o nacionales. Pero hay también razones negativas, que tienen mucho que ver con el carácter parcialmente imaginario de los procesos identitarios.
Las identidades no son enteramente imaginadas. Se basan en soportes tan verificables como el color de la piel, la lengua, historias compartidas y sistemas ritualizados de interacción. Pero la afirmación fundamentalista de las identidades suele ser el recurso imaginario donde quisiéramos conjurar o controlar el riesgo de que todo esté permitido. Aferrarse a la identidad aparece a menudo como el recurso para ocupar el lugar donde Dios está ausente o reforzar aquello que queda de la familia, la etnia o la nación que no son suficientes para establecer reglas de convivencia.
La otra motivación negativa de la afirmación de identidades es la dificultad de vivir oscilando entre las muchas referencias que ofrece la interculturalidad global. Podemos transitar en una semana entre varios países, conversar con amigos de distintos continentes en el mismo día gracias a Internet, saltar en una hora hora entre canales de diversas lenguas gracias al zapping televisivo. Podemos disfrutarlo y también abismarnos en el vértigo de tantas lenguas, religiones que antes no se confrontaban, costumbres y gustos extraños. El aumento de guerras y miedos indica que tanta cercanía y diversidades difícil de sobrellevar. Quienes más se alarman eligen refugiarse en su etnia, sus velos, o sus misiles. Los conflictos del siglo que acaba de empezar muestran, más que un horizonte de interculturalidad, el terror de lo diferente.
El siglo XX fue el siglo del ascenso y el fracaso de las revoluciones contra la desigualdad. Fue, en un sentido, menos triunfalista y con caídas menos estrepitosas, el siglo del reconocimiento de la diversidad. Se vanzó en la aceptación de la pluralidad etnica, las opciones diversas de género, las primeras formas de ciudadanía multinacional o la posibilidad de que una persona posea varias nacionalidades y que el algunos países y en algunas ciudades convivan con cierta legitimidad muchos grupos diferentes. El siglo XXI comienza repleto de preguntas sobre cómo mejorar la convivencia con los otros, y si es posible no sólo admitir las diferencias sino valorizarlas o jerarquizarlas sin caer en discriminaciones.

Una épca posrelativista

Una de las consecuencias de la globalización intercultural es que volvió inviable el relativismo. Digámoslo de modo más provocador. Está bien partir de que todas las culturas, o modalidades culturales dentro de una nación, en principio son legítimas; pero ¿vale lo mismo ser occidental y oriental dentro de Occidente, ser estadounidense, europeo o latinoamericano, y, aun dentro de la variedad de culturas centradas en cada una de esas regiones, pertenecer a una o a otra?
Cuando preguntamos si valen lo mismo, necesitamos despojar a la cuestión de cualquier esencialismo. No se trata de afirmar superioridades intrínsecas de una cultura o sociedad respecto de otras, sino de las condiciones que cada una otorga a sus miembros para desempeñarse en un mundo interconectado donde las comparaciones y confrontaciones de desarrollos socioculturales son constantes e inevitables.
Esta interconexión ha propiciado en algunas áreas de las ciencias sociales comparaciones no racistas, no discriminantes, sino destinadas a averiguar qué recursos socioculturales y qué formas de organización habilitan mejor para actuar en la contemporaneidad. Hay trabajos de antropología y sociología política que presentan de manera compleja, nada contundente, argumentos a favor del comunitarismo tradicional o del individualismo liberal para justificar los sistemas políticos de gobierno y participación. Pero cuando pasamos al nivel teórico más general, aparecen todavía dos posiciones clásicas: a) la afirmación relativista de que todas las culturas son legítimas e intrínsecamente justificables, hagan lo que haga; b) la cautelosa prescindencia ante el riesgo de que las comparaciones interculturales, como tantas veces ocurrió, conduzcan a imponerse a los "más fuertes" y excluir a los demás.
Propongo esta hipótesis para nuestro trabajo futuro: tanto el relativismo como la prescindencia valorativa, que tuvieron cierta utilidad en épocas en que las sociedades funcionaban con mayor independencia, se volvieron posiciones poco fecundas en tiempos de globalización.
No descarto la posibilidad de políticas de la diferencia. Como explican varios antropólogos, por ejemplo Jorge José Carvalho, hay partes innegociables e inasimilables de los patrimonios culturales étnicos o grupales. El reconocimiento de la protección de estas diferencias inasimilables tiene importancia cultural, y también política. Es imposible olvidar infinidad de procesos históricos y situaciones de interacción cotidiana en los cuales marcar la diferencia es el gesto básico de dignidad y el primer recurso para que la diferencia siga existiendo. En este sentido, en sociedades dualistas, escindidas, que siguen segregando a los indios o a las mujeres, las políticas de la diferencia son indispensables.
Al mismo tiempo, la intensa y ya larga interacción entre pueblos indígenas y sociedades nacionales, entre culturas locales y globalizadas (incluidas las globalizaciones de las luchas feministas e indígenas), hacen pensar que la interculturalidad también debe ser un núcleo de la comprensión de las prácticas y la elaboración de políticas. Los pueblos indígenas tienen en común el territorio y a la vez redes comunicacionales transterritoriales, el español y sobre todo la experiencia del bilingüismo, la disposición a combinar la reciprocidad y el comercio mercantilizado, sistema de autoridad local y demandas democráticas en la sociedad nacional. necesitamos, entonces, una reorientación de nuestro trabajo en las ciencias sociales y en la acción social y política para aceptar nuevos problemas de la contemporaneidad.
Me refiero a las preguntas que surgen cuando vemos que a los factores transnacionales generadores de desigualdad (acumulación concentrada y desterritoralización del poder económico) se responde destacando los recursos y la tenaz resistencia de las culturas locales: como si sólo se pudiera contestar a la desigualdad desde la diferencia.
O ante la expansión asimétrica de las redes globalizadas se opone la vocación solidaria y la reciprocidad de las comunidades cara a cara: como si pudiera conjurarse el agravamiento de la brecha tecnológica de escala mundial con domésticos movimientos igualitarios. Comparto la hipótesis de Luis Reygadas, que ha sido expuesta en una investigación aún en proceso, acerca de que el incremento reciente de la desigualdad en América Latina se debe, en parte, a que las fuerzas productoras de desigualdad se fortalecen actuando a escala global (flujos financieros y redes de comercio transnacionales, mundialización de las industrias culturales y de sus estilo espectacularizador) mientras los dispositivos de redistribución económica, las compensaciones simbólicas y las redes solidarias son locales. Por eso, las preguntas del día son cómo articular las batallas por la diferencia con las que se dan por la desigualdad en un mundo donde todos estamos interconectados.
García Canclini es antropólogo, profesor e investigador de la Universidad Autónoma de México (país en el que reside) y autor de ensayos como “Culturas híbridas” y “La globalización imaginada”. 
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