Tomado del Diario Página 12 de Buenos Aires del día de la fecha
En el primer período de la vida se experimentan sensaciones y se hacen movimientos pero, tal como lo demostró Piaget, aún no hay simbolización. Los significantes con los que se estructurarán esas sensaciones se construirán a partir de las intervenciones de otros sujetos humanos, con los que la criatura comparte situaciones; estos adultos dejan inscripciones que relacionan lo que el sujeto, en esa situación, siente, con determinados significantes. Esa asimilación del significante, asociado a lo que se siente, continuará en su socialización: de lo sentido por él mismo en cada circunstancia se pasa al significado que dará a ulteriores vivencias semejantes.
El fluir de las sensaciones está sujeto a límites instalados por el displacer, que interrumpe, a veces abruptamente, ese deslizamiento en el decurso de vivencias y deseos que el sujeto va experimentando. En cambio, cuando no hay constricciones, ese fluir ocurre naturalmente, como puede acontecer para muchos adultos durante las vacaciones: al suspenderse las obligaciones laborales y los compromisos en el espacio público, con sus exigencias de plazos e inhibición de espontaneidades, se recuperan formas más espontáneas de expresión y acción construidas en la historia personal del sujeto.
Pero el fluir natural de sus deseos y sensaciones se interrumpe también cuando no sucede lo que el sujeto anticipa o supone en función de lo que ha vivido, sus experiencias y sus ilusiones. La forma más abrupta es el accidente: ha acontecido lo inesperado temido, lo siniestro. Las catástrofes y hechos que implican pérdidas dolorosas interrumpen de la peor manera el fluir de la vida en sus regularidades. Son situaciones traumáticas que implicarán duelos, trabajosos procesos para elaborar lo acontecido y reorientar ese fluir del sentir-sentimiento-sentido del sujeto en una cotidianidad sin sufrimientos.
Estas reorientaciones se producen en menor o mayor escala, a lo largo de toda la vida, por crisis evolutivas o accidentales o por situaciones que, sin llegar a configurar una crisis, también necesitan reorientaciones para la conservación saludable de las posibilidades de entendimiento de los sujetos. Las mudanzas, los cambios de institución escolar, los cambios laborales son ejemplos representativos de la necesidad de esta reorientación de las posibilidades de entendimiento. Un entendimiento que implica una relación diferenciada con otros, que mantenga acciones comunicativas armónicas. Todo esto conlleva el sentido como significación y como orientación de la acción.
Con el discernimiento, el sujeto filtra y estructura, mediante categorías, lo que siente; lo organiza en una sintaxis dialectizada en función de esas comunicaciones con otro u otros, donde hay enunciadores más significativos que otros. Esas expresiones inciden en quienes las reciben, y en los sujetos infantiles resultan constituyentes, al ser incorporadas como “la forma” de expresar correspondiente a la situación vivida. Producen diversidad de efectos de sentido en función de a qué estructuraciones previas, subjetivas e intelectuales, y a qué acervos de saber se asimilen. Pero no puede haber efectos de sentido cuando no hay estructuraciones y acervos que posibiliten significar. Conviene tener en cuenta esto en los niños y adultos situados en espacios socioculturales diferentes de los de su constitución subjetiva y social, en los que no pueden moverse como pez en el agua.
Por otra parte, muchas veces se producen desplazamientos de formas de expresión de lo cotidiano a lo virtual y de lo virtual a lo cotidiano; esto escapa a la consideración consciente desde el sentido común de los sujetos. En efecto, hay expresiones actorales que procuran reproducir la naturalidad de los dichos domésticos, y hay expresiones domésticas que copian las emitidas desde las ficciones televisivas. Sin conciencia del proceso en sus detalles, se van instalando, en los espacios privados de la vida cotidiana, las formas de acción, expresión y significación retransmitidas desde los medios de comunicación. Los medios audiovisuales constituyen, así, un poderoso dispositivo socializador; es cierto que, si bien son muy significativos, no son los únicos.
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