INTRODUCCIÓN
El pensamiento de Nietzsche, en
conformidad con todo el pensamiento de Occidente desde Platón, es metafísica.
Anticiparemos aquí, de manera a primera vista arbitraria, el concepto de la
esencia de la metafísica, dejando en la oscuridad el origen de la esencia. La metafísica es la verdad del ente en cuanto
tal en su totalidad. La verdad lleva lo que el ente es (essentia, la entidad), que es y cómo es en su totalidad, a
lo desoculto de la a¡dÜ, de la perceptio, del re-presentar, del ser-consciente [Bewusst-seín] Pero lo desoculto mismo se transforma
en conformidad con el ser del ente. La verdad se determina como tal
desocultamiento en su esencia, en el desocultar, a partir del ente mismo
admitido por ella y, de acuerdo con el ser así determinado, acuña la respectiva
forma de su esencia. Por eso la verdad es, en su ser, histórica. La verdad
requiere en cada caso una humanidad por medio de la cual sea dispuesta,
fundada, comunicada y, de ese modo, preservada. La verdad y su preservación se
copertenecen esencialmente, o sea, históricamente. De esta forma, la humanidad
respectiva asume la decisión sobre el modo que le es asignado de ser en medio
de la verdad del ente. Ésta es en esencia histórica, no porque el ser-hombre
discurra en la sucesión temporal sino porque la humanidad queda transferida
(enviada) a la metafísica y sólo ésta es capaz de fundar una época, en la
medida en que fija y con ello retiene a una humanidad en una verdad sobre el
ente en cuanto tal en su totalidad.
La entidad (qué es el ente en
cuanto tal) y la totalidad del ente (que es y cómo es el ente en su totalidad),
luego el tipo esencial de la verdad y la historia de la verdad, y por último la
humanidad transferida a ella para su conservación, circunscriben las cinco
dimensiones en las que se despliega y vuelve siempre a recogerse la esencia
unitaria de la metafísica.
La metafísica, en cuanto verdad
del ente perteneciente al ser, no es nunca en primer lugar la visión y el
juicio de un ser humano, nunca sólo un edificio doctrinal y la expresión de su
época. Todo esto también lo es, pero siempre como consecuencia posterior y en
su faz externa. El modo, en cambio, en
el que quien está llamado a salvaguardar la verdad en el pensar asume la rara
disposición, fundamentación, comunicación y preservación de la verdad en el
anticipador proyecto existencial-extático, delimita lo que se llamará la posición metafísica fundamental de un pensador. Por lo tanto, cuando se nombre a la
metafísica, que pertenece a la historia del ser mismo, con el nombre de un
pensador (la metafísica de Platón, la metafísica de Kant), esto no quiere decir
aquí que la metafísica sea la obra, la posesión o la característica distintiva
de esos pensadores como personalidades de la creación cultural. Ahora, la
denominación significa que los pensadores son lo que son en la medida en que la
verdad del ser se ha confiado a ellos para que digan el ser, es decir, en el
interior de la metafísica, el ser del
ente.
Con la obra Aurora (1881) la claridad irrumpe en el camino metafísico de Nietzsche.
En el mismo año le llega -«a 6000
pies sobre el nivel del mar y mucho más alto sobre todas
las cosas humanas»- la visión del «eterno retorno de lo mismo» (XII, 425).
Desde entonces su marcha se mantiene durante casi una década en la
resplandeciente claridad de esta experiencia.
Zaratustra toma la palabra. Como
maestro del «eterno retorno» enseña el «superhombre». Se aclara y consolida el
saber de que el carácter fundamental del ente es la «voluntad de poder» y de
que de ella proviene toda interpretación del mundo, en la medida en que su
índole es ser posiciones de valor. La historia europea desvela su rasgo fundamental como «nihilismo»
y empuja hacia la necesidad de una «transvaloración de todos los valores
válidos hasta el momento». La nueva posición de valores, realizada a partir de
la voluntad de poder que ahora se reconoce decididamente a sí misma, exige como
legislación su propia justificación desde una nueva «justicia».
Durante este período, el período
culminante de Nietzsche, la verdad del ente en cuanto tal en su totalidad
quiere hacerse palabra en su
pensar. Los planes acerca del modo de proceder se suceden unos a otros. Un
proyecto tras otro van abriendo la estructura de lo que quiere decir el
pensador. El título conductor es a veces
«el eterno retorno», a veces «la voluntad de poder», a veces «la transvaloración
de todos los valores». Cuando una
expresión desaparece como expresión conductora, vuelve a aparecer como título
de la parte final o como subtítulo del título principal. Todo avanza, sin embargo, en dirección a la
educación de los hombres que «acometerán la transvaloración» (XVI, 419). Ellos son los «nuevos hombres veraces» (XIV,
322) de una nueva verdad.
Estos planes y proyectos no pueden
tomarse como signos de inacabamiento e irresolución. Su cambio no es el
testimonio de un primer intento y su correspondiente inseguridad. Estos esbozos
no son programas sino la sedimentación escrita en la que se conservan los
caminos, callados pero precisos, que Nietzsche ha tenido que recorrer en el
ámbito de la verdad del ente en cuanto tal.
«La voluntad de poder», «el
nihilismo», «el eterno retorno de lo mismo», «el superhombre», «la justicia»
son las cinco expresiones fundamentales de la metafísica de Nietzsche.
«La voluntad de poder» es la
expresión para el ser del ente en cuanto tal, la essentia del ente.
«Nihilismo» es el nombre para la historia de la verdad del ente así
determinado. «Eterno retorno de lo mismo» se llama al modo en que es el ente en
su totalidad, la existencia
del ente. «El superhombre» designa a aquella humanidad que es exigida por esta
totalidad. «Justicia» es la esencia de la verdad del ente como voluntad de
poder. Cada una de estas expresiones fundamentales nombra al misino tiempo lo
que dicen las demás. Sólo si se piensa conjuntamente lo dicho por éstas se extrae
totalmente la fuerza denominativa de cada una de las expresiones fundamentales.
El intento siguiente sólo puede
pensarse y seguirse desde la experiencia básica de Ser y Tiempo. Ésta
consiste en ser afectado de un modo siempre creciente, aunque también de un
modo que en algunos puntos tal vez se vaya aclarando, por ese acontecimiento
único de que en la historia del pensamiento occidental se ha pensado
ciertamente desde un comienzo el ser del ente, pero la verdad del ser en cuanto
ser ha quedado, no obstante, sin pensarse, y no sólo se le rehúsa al pensar
como experiencia posible sino que el pensar occidental encubre propiamente,
aunque no a sabiendas, el acontecimiento de este rehusar.
Por lo tanto la interpretación de
la metafísica de Nietzsche tiene que intentar ante todo, a partir de la citada
experiencia fundamental, repensar el pensamiento de Nietzsche como metafísica, es decir, desde los rasgos fundamentales de la historia de la metafísica.
Este intento de interpretación de
la metafísica de Nietzsche se
dirige, por lo tanto, a una meta próxima y a la meta más remota que se puede
reservar al pensar.
Alrededor de 1881-1882, Nietzsche
escribe en su cuaderno de notas:
«Se acerca la época en la que se emprenderá la lucha por el dominio de la tierra, se la emprenderá en nombre de doctrinas filosóficas fundamentales»
(XII, 207). En la época de esta
nota, Nietzsche comienza a saber
y a hablar acerca de estas «doctrinas filosóficas
fundamentales». No se ha reflexionado
aún sobre el hecho de que emergen luchando en una sucesión y en un modo
peculiar. Tampoco se pregunta, por lo tanto, si esta sucesión tiene su
fundamento en la unidad esencial
de estas doctrinas fundamentales. Si el
modo en el que emergen luchando
arroja luz sobre esta unidad esencial es algo que requiere una meditación propia. La unidad oculta de las «doctrinas filosóficas fundamentales» constituye la estructura
esencial de la metafísica de
Nietzsche. Sobre el terreno de esta metafísica y de acuerdo con su sentido, el
acabamiento de la modernidad despliega su presumiblemente larga historia.
La meta próxima de la meditación
que aquí se intenta es el conocimiento de la unidad interna de esas doctrinas
filosóficas fundamentales. Para
ello tienen primero que conocerse y exponerse cada una de esas «doctrinas». Pero el fundamento que las unifica
recibe su determinación de la esencia de la metafísica en general. Sólo cuando la era que comienza llegue a
erguirse sobre este fundamento sin reservas y sin enmascaramientos, estará en
condiciones de entablar la «lucha por el dominio de la tierra» desde esa
suprema consciencia que
corresponde al ser que sustenta esta era e impera en ella.
La lucha por el dominio de la
tierra y el completo despliegue de
la metafísica que lo sustenta llevan a su acabamiento una era de la tierra y de la humanidad histórica;
aquí se realizan, en efecto, posibilidades extremas de la dominación del mundo
y del intento que emprende el
hombre por decidir sobre su esencia puramente desde sí.
Pero con el acabamiento de la era
de la metafísica occidental se determina al mismo tiempo, en la lejanía, una
posición histórica fundamental
que, después de la decisión de esa lucha por el poder y por la tierra misma, no puede
ya abrir y sostener el ámbito de una lucha. La posición fundamental en la que
llega a su acabamiento la era de
la metafísica occidental se ve entonces integrada a su vez en un conflicto de una esencia totalmente diferente. El conflicto no es ya la lucha por el dominio del ente. Éste se interpreta y se gobierna hoy en
todas partes de modo «metafísico», pero ya sin superar la esencia de la metafísica.
El conflicto es la confrontación del poder del ente y de la verdad del ser.
Preparar esta confrontación es la meta más remota de la meditación que aquí se
intenta.
A esta meta mas remota está
subordinada la más próxima, la meditación sobre la unidad interna de la
metafísica de Nietzsche como acabamiento de la metafísica occidental. La meta
más remota se encuentra infinitamente lejos en la sucesión temporal de los
hechos y situaciones demostrables de la era actual. Pero esto, sin embargo,
sólo quiere decir: pertenece a la lejanía histórica de una historia
diferente.
Esto, que es lo más remoto, es,
sin embargo, más cercano que lo usualmente cercano y próximo, si se admite que
el hombre histórico pertenece al ser y su verdad; si se admite que el ser no
necesita jamás aventajar una cercanía del ente; si se admite que el ser es la
meta única, aunque todavía no planteada, del pensar esencial; si se admite que
tal pensar es inicial y que en el otro inicio tiene que preceder incluso a la
poesía [Dichtung] en el sentido de la lírica [Poesie].
En el texto siguiente, exposición
e interpretación están tan entrelazadas que no será claro en todas partes y de
inmediato qué se extrae de las palabras de Nietzsche y qué se añade. Toda interpretación, sin embargo, no sólo
tiene que poder extraer del texto la cosa de que se trata, sino que, sin
insistir en ello, inadvertidamente, tiene que poder agregar algo propio
proveniente de su propia cosa. Este añadido es lo que el
profano, midiéndolo respecto de lo que, sin interpretación, considera el
contenido del texto, censura necesariamente como una intervención extraña y una
arbitrariedad.
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