Primer Capítulo
.
Todos los días.
Durante todo el día. Trenes
atestados
En la estación Once ascender o
descender, es lucha cuerpo a cuerpo. Por suerte, entre paréntesis, una lucha
sin heridos ni lastimados. Pero qué lucha.
Cuando el tren va llegando a la
estación que es la terminal o el inicio del recorrido (Once-Moreno,
Moreno-Once) uno advierte en el aire cómo se van tensando los cuerpos de los
que esperan sobre el andén, se siente una energía que preanuncia la acción, el
inicio de la disputa. Ingresa aminorando la marcha, hasta que lentamente llega
al límite indicado para su detención; todos quienes no coinciden en el lugar
preciso donde se abrirán las puertas, comienzan a desplazarse apretujadamente
hacia la que está más cercana y van desalojando a quienes ya tenían por seguro
el acceso directo hacia el primer asiento vacío. Pero como la formación llega
colmada de pasajeros, los de adentro, pretenden bajar. Empujan desesperados,
porque los de afuera, hacen exactamente lo mismo y por un momento, entre
empellones de ambos lados, esa multitud de empujadores parece detenida,
estática, porque las fuerzas se corresponden, hasta que alguien afloja por un
infinitesimal segundo y en ese momento, el desborde. Se ingresa y se sale del
vagón al mismo tiempo, entre forcejeos, gritos, insultos, manotazos, ayes y
tropezones. Pero para los que suben, aún falta otra batalla: la de “ganar El
Asiento”. Una vez conseguido éste, acomodarse -para los que tienen un largo
recorrido-, cerrar los ojos y comenzar un sueño que, para quienes van hasta la
estación Moreno (final del sistema electrificado) dura algo más de una hora.
Cuando consigo sentarme, cuando
obtengo la victoria en los empujones, es que me atrapa el hecho de la
observación. En batallas no favorables he perdido un teléfono celular, tres
pares de anteojos, dos lapiceras, dos botones de una camisa, un gorro de lana.
En el viaje sin asiento, lo único que puedo hacer es ir acomodando el cuerpo de
la mejor manera posible como para que durante esa hora (voy hasta la estación
Moreno) las piernas sostengan la vertical, a la vez que tratando de encontrar
una posición en la cual la bolsa que lleva quien está junto a mí, mejor dicho
pegado a mí no moleste tanto, pero, el otro pegado que está atrás, lleva una
mochila y, como la porta sobre su pecho, mi espalda tiende a encorvarse para
mitigar la presión, mientras que la señorita que está del otro lado, incrustada
también, me mira como diciendo que no se me ocurra moverme o para mejor decirlo,
girar mi cuerpo como para quedar ambos enfrentados, porque… bueno… se puede
comprender fácilmente cual será la consecuencia de ese enfrentamiento corporal.
Pero, tiene detrás un varón que medio se hace el dormido, tratando de disfrutar
de la zona trasera del cuerpo de la joven; entonces, yo, buen tipo, haciendo un
esfuerzo sobrehumano, muevo mi cuerpo, hago espacio y le digo: -ponete aquí.
Ella responde con un gracias resignado, cabizbajo, agobiado, cansado, porque
sabe que mañana, la historia volverá a repetirse: la historia del tipo ubicado
detrás de ella, que cuenta con el aporte de los otros pasajeros, ya que no hay
uno, que disfrute de un milímetro de espacio como para viajar en comodidad y el
movimiento del vagón sobre las vías, el bamboleo, coadyuva para el que está
detrás de la señorita.
Todavía faltan las próximas estaciones
en las cuales intentarán subir, empujando, presionando, con el consecuente
griterío de los que están dentro: -¡no cabe más gente!, -¡no empujen! – ¡Che, no
somos animales! Grita alguno en la mitad del coche, a lo que se acoplan otros
ya con insultos, mientras que el guarda consigue cerrar las puertas y la
formación parte hacia la próxima descomunal lucha que se dará en la estación
siguiente.
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