domingo, 4 de diciembre de 2011

JOSÉ NEGLIA

De mi autoría

En los años 60, 70, fui ayudante del Maestro Antonio Pujia.
Él había dejado el Taller de Escultura del Teatro Colón de la Ciudad de Buenos Aires, para dedicarse a trabajar plenamente sobre su propia obra.
Su lugar, fue ocupado luego de concursar, por el escultor Ermando Bucci, quien, en amistad, le solicitó a Pujia un ayudante. Allí me encomendó el Maestro.
Fueron años de profundo aprendizaje, de intenso trabajo.
Horas y horas en el taller, mientras veía pasar hacia la Rotonda de Ensayos a los bailarines, rumbo a sus ejercicios, a sus prácticas, a la disciplina para la mejor expresión, para luego la excelencia.
Por allí transitaba José Neglia.
Lo vi bailar, lo vi saltar maravillosamente en las terrazas del Teatro Colón, cuando estaba haciendo una nota para una revista y el reportero gráfico quería una foto "especial". Él lo llevó hasta ese lugar, subió a un jarrón inmenso, que decora la fachada del teatro, ubicado en la cornisa y le dijo al reportero: "-Sacala en una sola toma, porque si mi tobillo no responde al caer, no habrá dos veces" -Y Neglia se tuvo una torcedura que no le permitió bailar por un tiempo.. Ese era: intenso, inmenso, Grande. Alegre, juguetón, casi un eterno adolescente. 
También fui testigo, cuando llegó a la Argentina Rudolf Nureyev para hacer Cascanueces; ambos, en la rotonda de ensayos, jugando a ver quien "lo hacía mejor". Y saltaban y daban piruetas y volaban, y volvían al rato desde alturas inconmensurables y cuando todo eso terminó, Neglia me dijo: "-Helios. No le llego a los tobillos, al ruso -hizo un breve silencio y agregó- pero él a mí tampoco". Ese era Neglia. Éste, mi homenaje 
Quiero contarles que, en cierta ocasión, me pidió que le hiciese dos angelitos, dos esculturas, para obsequiarle a un amigo que tenía un local en el cual vendía todo lo necesario para bailarines. Esos angelitos, decorarían la vidriera.
Comencé en mi taller la tarea: arcilla, armazón y manos a la obra.
Todos los días cargaba material, componía formas, hacía, corregía, retocaba, volvía a poner, quitar, poner, los angelitos me decía por dónde, el camino se hacía más fácil, menos complicado para transitar hacia lo que ellos querían ser en un todo formal.
Había días en que José llegaba al taller luego de su jornada de ensayos, preparaba el mate que sorbíamos en charlas maravillosas, mientras él recorría girando en rededor el resultado de mi trabajo de escultor sobre los angelitos. Aprobaba. Yo continuaba entonces.
Llegó el día en que me dijeron basta, que ya estaba bien, que ellos se sentían cómodos en ser como yo los había trabajado y fue que llamé a José, para que viera la consecuencia. Luego de recorrerlos con su mirada, en silencio, se acercó a mí, me abrazó y murmuró un -Gracias...
Hablamos, tomamos mate cocido, infusión que a él le agradaba, hasta que se fue del taller, quedando yo en avisarle una vez que hubiese terminado el moldeo y vaciado en yeso.
Comencé a moldear, hice dos taseles, para luego poder llenarlos fácilmente a través de una colada.
Todo salió bien, llené los moldes y los ubiqué en un estante a esperar que secara el yeso y así poder comenzar con el trabajo de picado, la quita del molde perdible, hasta llegar al positivo y la tarea de limpieza, de acabado y final.
Pasaron días, seguía viéndolo a José en el Teatro, charlábamos, me preguntaba sobre sus angelitos, lo veía ensayar, lo veía bailar y disfrutaba en plenitud, la suerte, el Azar Concertado que me llevó a saberlo, al encuentro en amistad.
Tiempo después, en el taller, me puse a quitar los moldes, a lo que se llama limpiar la figura. Comencé en uno de los angelitos, desde la base hacia arriba, hacia la cabeza. Varias horas llevó, eran figuras de unos sesenta centímetros de alto.
Pero ocurrió algo inesperado -debo aclarar que soy un buen formador, que aprendí muy bien las enseñanzas de mi Maestro, que trabajé para muchos escultores haciendo moldes- Eso inesperado, fue que al llegar a la cabeza del angelito, ésta, no se había llenado. Había allí un hueco Por lo tanto, tendría que hacer otra y luego insertarla, para completar la figura. Me puso mal semejante contratiempo. Me dediqué entonces al otro. Lo tomé, para llevarlo al banco de trabajo y con tan mala suerte, que se me cayó y se destrozó contra el piso. Quedé paralizado, los nervios no me dejaban ver, no entendía qué estaba sucediendo.
Para tranquilizarme fui a la cocina, preparé unos mates y me senté a cavilar, a dejar que pasara el tiempo hasta serenarme. En ese momento, ingresó al taller, La Piru, que era una vecina que hacía de modelo, le ofrecí un mate, a la vez que noté sus ojos enrojecidos; le pregunté por qué y se lanzó en un llanto que me llevó a abrazarla, mientras insistía yo en preguntarle qué sucedía, ella decía que ya me iba a enterar, yo insistiendo, hasta que me lo dijo: «Se mató Neglia»
-¿Qué? ¿Cómo? ¿Qué me estás diciendo? ¡Sos o te hacés!
-Cayó el avión -dijo.
El golpe, el mazazo más tremendo que recibí en mi vida.
Me senté sobre una silla para no caer, ella seguía llorando. Encendí la radio y la noticia: los bailarines del Teatro Colón que salían en gira hacia el Sur del país en un avión, habían caído al Río de la Plata, a poco de despegar del Aeroparque. No se tenía más información.
Dejé todo, y salí disparado hacia el Teatro. Allí iban llegando bailarines, técnicos, empleados, todos. Azorados, angustiados, llanto, desesperación. Vigilia.
Al otro día, por la mañana, en la Costanera, fuimos testigos de cómo retiraban los cuerpos, de cómo levantaban el avión.
Jamás pude dejar de sentir esto que escribo. Es un sentimiento recurrente. La rotura de esos angelitos, en el mismo día de la tragedia, marcaron de manera indeleble mi pensar acerca del arte, de las premoniciones, de lo que pueden llegar a decir las obras más allá de su contenido y forma.

Sucedió el 10 de Octubre de 1971.
Se dice, a partir de esa fecha, que es el Día de la Danza.

Mi recuerdo, mi cariño, mi más profunda admiración hacia José y a todo el Cuerpo de Baile que ese día se fueron a Volar para siempre en el Universo de la Belleza.

José Neglia
En Niño Brujo, cuando ganó el Premio Nijinsky, al mejor bailarín

En Aquel maravilloso salto.
Lo acompaña Norma Fontenla, quien también murió en la tragedia.

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