En los años 60, 70,
fui ayudante del Maestro Antonio Pujia.
Él había dejado el
Taller de Escultura del Teatro Colón de la Ciudad de Buenos Aires, para
dedicarse a trabajar plenamente sobre su propia obra.
Su lugar, fue
ocupado luego de concursar, por el escultor Ermando Bucci, quien, en amistad, le
solicitó a Pujia un ayudante. Allí me encomendó el Maestro.
Fueron años de
profundo aprendizaje, de intenso trabajo.
Horas y horas en el
taller, mientras veía pasar hacia la Rotonda de Ensayos a los bailarines, rumbo
a sus ejercicios, a sus prácticas, a la disciplina para la mejor expresión, para
luego la excelencia.
Por allí transitaba
José Neglia.
Lo vi bailar, lo vi
saltar maravillosamente en las terrazas del Teatro Colón, cuando estaba haciendo
una nota para una revista y el reportero gráfico quería una foto "especial". Él
lo llevó hasta ese lugar, subió a un jarrón inmenso, que decora la fachada del
teatro, ubicado en la cornisa y le dijo al reportero: "-Sacala en una sola toma,
porque si mi tobillo no responde al caer, no habrá dos veces" -Y Neglia se tuvo
una torcedura que no le permitió bailar por un tiempo.. Ese era: intenso,
inmenso, Grande. Alegre, juguetón, casi un eterno adolescente.
También fui testigo,
cuando llegó a la Argentina Rudolf Nureyev para hacer Cascanueces; ambos,
en la rotonda de ensayos, jugando a ver quien "lo hacía mejor". Y saltaban y
daban piruetas y volaban, y volvían al rato desde alturas inconmensurables y
cuando todo eso terminó, Neglia me dijo: "-Helios. No le llego a los tobillos, al ruso -hizo un breve silencio y agregó- pero él a mí tampoco". Ese era Neglia. Éste, mi homenaje
Quiero contarles
que, en cierta ocasión, me pidió que le hiciese dos angelitos, dos esculturas,
para obsequiarle a un amigo que tenía un local en el cual vendía todo lo
necesario para bailarines. Esos angelitos, decorarían la vidriera.
Comencé en mi taller
la tarea: arcilla, armazón y manos a la obra.
Todos los días
cargaba material, componía formas, hacía, corregía, retocaba, volvía a poner,
quitar, poner, los angelitos me decía por dónde, el camino se hacía más fácil,
menos complicado para transitar hacia lo que ellos querían ser en un todo
formal.
Había días en que
José llegaba al taller luego de su jornada de ensayos, preparaba el mate que
sorbíamos en charlas maravillosas, mientras él recorría girando en rededor el
resultado de mi trabajo de escultor sobre los angelitos. Aprobaba. Yo continuaba
entonces.
Llegó el día en que
me dijeron basta, que ya estaba bien, que ellos se sentían cómodos en ser como
yo los había trabajado y fue que llamé a José, para que viera la consecuencia.
Luego de recorrerlos con su mirada, en silencio, se acercó a mí, me abrazó y
murmuró un -Gracias...
Hablamos, tomamos
mate cocido, infusión que a él le agradaba, hasta que se fue del taller,
quedando yo en avisarle una vez que hubiese terminado el moldeo y vaciado en
yeso.
Comencé a moldear,
hice dos taseles, para luego poder llenarlos fácilmente a través de una
colada.
Todo salió bien,
llené los moldes y los ubiqué en un estante a esperar que secara el yeso y así
poder comenzar con el trabajo de picado, la quita del molde perdible, hasta
llegar al positivo y la tarea de limpieza, de acabado y final.
Pasaron días, seguía
viéndolo a José en el Teatro, charlábamos, me preguntaba sobre sus angelitos, lo
veía ensayar, lo veía bailar y disfrutaba en plenitud, la suerte, el Azar
Concertado que me llevó a saberlo, al encuentro en amistad.
Tiempo después, en
el taller, me puse a quitar los moldes, a lo que se llama limpiar la figura.
Comencé en uno de los angelitos, desde la base hacia arriba, hacia la cabeza.
Varias horas llevó, eran figuras de unos sesenta centímetros de alto.
Pero ocurrió algo
inesperado -debo aclarar que soy un buen formador, que aprendí muy bien las
enseñanzas de mi Maestro, que trabajé para muchos escultores haciendo moldes-
Eso inesperado, fue que al llegar a la cabeza del angelito, ésta, no se había
llenado. Había allí un hueco Por lo tanto, tendría que hacer otra y luego
insertarla, para completar la figura. Me puso mal semejante contratiempo. Me
dediqué entonces al otro. Lo tomé, para llevarlo al banco de trabajo y con tan
mala suerte, que se me cayó y se destrozó contra el piso. Quedé paralizado, los
nervios no me dejaban ver, no entendía qué estaba sucediendo.
Para tranquilizarme
fui a la cocina, preparé unos mates y me senté a cavilar, a dejar que pasara el
tiempo hasta serenarme. En ese momento, ingresó al taller, La Piru, que era una
vecina que hacía de modelo, le ofrecí un mate, a la vez que noté sus ojos
enrojecidos; le pregunté por qué y se lanzó en un llanto que me llevó a
abrazarla, mientras insistía yo en preguntarle qué sucedía, ella decía que ya me
iba a enterar, yo insistiendo, hasta que me lo dijo: «Se mató Neglia»
-¿Qué? ¿Cómo? ¿Qué
me estás diciendo? ¡Sos o te hacés!
-Cayó el avión
-dijo.
El golpe, el mazazo
más tremendo que recibí en mi vida.
Me senté sobre una
silla para no caer, ella seguía llorando. Encendí la radio y la noticia: los
bailarines del Teatro Colón que salían en gira hacia el Sur del país en un
avión, habían caído al Río de la Plata, a poco de despegar del Aeroparque. No se
tenía más información.
Dejé todo, y salí
disparado hacia el Teatro. Allí iban llegando bailarines, técnicos, empleados,
todos. Azorados, angustiados, llanto, desesperación. Vigilia.
Al otro día, por la
mañana, en la Costanera, fuimos testigos de cómo retiraban los cuerpos, de cómo
levantaban el avión.
Jamás pude dejar de
sentir esto que escribo. Es un sentimiento recurrente. La rotura de esos
angelitos, en el mismo día de la tragedia, marcaron de manera indeleble mi
pensar acerca del arte, de las premoniciones, de lo que pueden llegar a decir
las obras más allá de su contenido y forma.
Sucedió el 10 de
Octubre de 1971.
Se dice, a partir
de esa fecha, que es el Día de la Danza.
Mi recuerdo, mi
cariño, mi más profunda admiración hacia José y a todo el Cuerpo de Baile que
ese día se fueron a Volar para siempre en el Universo de la Belleza.
José Neglia
En Niño Brujo, cuando ganó el Premio Nijinsky, al mejor bailarín
En Aquel maravilloso salto.
Lo acompaña Norma Fontenla, quien también murió en la tragedia.
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