domingo, 16 de diciembre de 2012

RUBÉN DRI

Entrevista al teólogo y filósofo Rubén Dri
“Veo a gente en otra vereda y pienso que estoy bien parado”
En su último libro, La hegemonía de los cruzados, analiza la participación de obispos y sacerdotes en el aparato represivo. Sostiene que “por fin están claros los dos modelos de país en lucha”. 

Tomado del diario Tiempo Argentino
del día de la fecha
Por Daniel Enzetti

Rubén Dri
Es filósofo, teólogo, profesor consulto en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, investigador del Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe, y profesor titular en la cátedra de Sociología de la Religión, también en la universidad pública. Pero en épocas más convulsionadas integró el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, acción con la que se ganó varias amenazas de la Triple A y un exilio en México durante la dictadura militar. Después de enfrentarse con su obispo de Chaco, que le había hecho la cruz por "revoltoso e izquierdista", un amigo de la diócesis de Resistencia le recomendó que se alejara por un tiempo. En octubre de 1968 viajó a París para hacer una tesis en La Sorbona, y como estaba cerca de España, se le ocurrió conocer personalmente a Juan Perón. El mismo José López Rega lo llamó al muchacho por teléfono desde Puerta de Hierro: “Querido amigo, el general lo espera, ¿cuándo prefiere venir por acá?” En esa época el Brujo era bueno, o se hacía el estúpido. Seis años después condenaría al izquierdista a la pena de muerte con su banda de parapoliciales. "El viejo tenía una personalidad que avasallaba –recuerda Dri–, te recibía como si fueras importante. Regresé a Francia, y mientras militaba en la JP me dediqué a mandarle información a Perón a través de la vía de Raimundo Ongaro. Pero en mayo del '69 estalló el Cordobazo, dejé la tesis y me volví."  

–Se refiere a que la pospuso por algún tiempo.

–¡No, la abandoné definitivamente! (se ríe). La cosa ya no daba para hacer tesis. Córdoba convulsionada, la resistencia, la aparición del Che Guevara, Cuba, la CGT de los Argentinos: era un momento de vitalidad increíble. Yo era sacerdote desde 1960. Había tenido algunos problemas con mi obispo en el Chaco, Agustín Marozzi, y varios compañeros me recomendaron un viaje para calmar los ánimos. 

–¿Qué pasó?

–Dirigía el Colegio Mayor Universitario de la provincia, una residencia de estudiantes que a la vez era centro de formación social cristiano. Aquella efervescencia política hizo que el colegio se fuera radicalizando cada vez más, y usaron un hecho menor como excusa para echarme. El 17 de octubre del '68, para festejar, los muchachos pusieron unos caños, algunas bombas de estruendo. Me allanaron el colegio, secuestraron libros y documentos, y me quitaron la asesoría eclesiástica, con lo cual el lugar dejaba de tener relación con la Iglesia institucionalmente.  

–¿Los sectores de base de la curia ya mostraban su corrimiento hacia la izquierda?

–Esa inclinación arrancó a finales de 1967, cuando se empezó a tomar una clara opción anticapitalista y a favor del socialismo, con los ojos puestos en la liberación del Tercer Mundo. Pensemos que el Concilio Vaticano II se desarrolló entre 1962 y 1965, y que fue preparando un clima especial. Todo se aceleró, es difícil marcar momentos particulares. La ocupación de Argelia nos marcó mucho, por ejemplo.

–La irrupción de la "juventud" como actor nuevo, el festival de Woodstock. 

–¡El rock en Woodstock, claro! Es como planteaba dialécticamente Antonio Gramsci, cuando se refería a guerra de posiciones y guerra de movimiento. Hay momentos de gran aceleración, y otros de desaceleración. Se trató de un período de grandes cambios. Y lo importante fue que desde Argentina, los que creíamos en un evangelio pensando en el pueblo no tardamos en sumarnos al clima latinoamericano, sino que formamos parte de él al mismo tiempo que transcurrían los acontecimientos. El Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo nace en el '68, pero ya desde la asunción de Juan XXIII en 1959 hubo fuertes debates en el interior del catolicismo, para romper con el verticalismo que siempre había marcado la Iglesia Católica universal, basada en el Papa, los obispos y los párrocos. A los obispos, señores feudales en sus diócesis, se los empezó a cuestionar, con el objeto de armar una pastoral de conjunto. Es decir, discutíamos sobre qué tipo de política eclesiástica era la mejor, para democratizar el seno de la estructura. En la encíclica Ecclesiam Suam de 1964, Paulo VI da una fundamentación teológica, y plantea el diálogo en lugar de la obediencia, que siempre había sido el valor principal del catolicismo. Eso nos hizo entender que la Iglesia estaba comprometida con el  poder, y no con los sectores populares. Aunque en el proceso de toma de conciencia, fuimos cambiando mucho, y tanteando a ver con qué nos encontrábamos en la calle.

–¿Por qué?

–Porque cuando ocurren estos procesos, hay una primera etapa de apertura del cura, en la que siempre cae bien en los sectores medios. Aparece como "curita progre", simpático, entrador. Pero en la medida que el compromiso con sectores populares se ahonda, aquella clase media que antes nos recibía, se empieza a asustar. Y pasamos a tener conflicto con ese sector, que para colmo es el sector clave de la Iglesia. Recuerdo a familias de clase media que estaban con nosotros todo el día, pero cuando nos metíamos en las villas, o discutíamos con el obispo, nos pasaban factura: "¿Qué le pasa, por qué no vuelve a ser 'el de antes'?"

–La gran mayoría de los párrocos que intentaron aquellos cambios adhirieron al peronismo en esa época. ¿En qué los benefició y en qué los perjudicó la decisión?

–Lo positivo fue lograr un contacto más directo con la gente, que también adhería al peronismo. Y el problema no fue necesariamente ser peronistas, sino las críticas y presiones de la jerarquía por "meternos en política". Hay un precepto cultural: el sacerdote no hace política. Cuando en realidad, la Iglesia hace política no haciéndola. Se pone por sobre todos los conflictos sociales y de clase, porque siempre habla "en nombre del Evangelio", algo que está por sobre todos los conflictos, algo extraterrestre. En mi libro El Movimiento  Antiimperial de Jesús explico que Cristo construyó un movimiento revolucionario, enfrentado al sacerdocio y al Imperio Romano. Y también al statu quo y a la sociedad sacerdotal, que lo lleva a la muerte. Jesús "se metió en política", y fue asesinado por el Imperio Romano en connivencia con el sacerdocio judío de aquel momento. Volviendo al país, nosotros retomábamos eso, el compromiso cristiano de liberación de los sectores populares, que había sido el compromiso de Jesús y del cristianismo primitivo. No inventábamos nada, sino que tomábamos ese legado.

–A esa clase media que se asustaba cuando veía sotanas en las villas le esperaba una sorpresa mayor: el apoyo de muchos curas a la violencia armada.

–Sí, para esa gente era como no entender dónde estaban parados. Debo confesar que el tema de la violencia no fue algo que despertó grandes disparidades entre nosotros. En general adherimos al derecho que tiene el pueblo, el oprimido, de usar la violencia para liberarse. No podíamos decirle al pobre qué armas tenía que utilizar para lograr esa liberación, y por lo tanto quedaba abierto el camino para que él eligiera, y la violencia armada era una opción posible. Se trataba de la respuesta del oprimido frente al opresor. En cuanto a nuestra postura, no veíamos otro camino que la lucha violenta frente a la opresión imperial. Y tampoco notábamos una contradicción entre el compromiso sacerdotal y cristiano que habíamos elegido, y esa violencia. Eran charlas frecuentes que manteníamos con (Enrique) Angelelli y (Carlos) Mugica. Carlos y yo éramos peronistas, pero a mí no me parecía tan acertado aceptar la conducción estratégica de Perón a rajatabla; era más partidario de cuestionar esa conducción y crear otra variante. Creía en la conducción revolucionaria de Perón, pero después dejé de creer. Sin negar su liderazgo, me inclinaba por generar una alternativa estratégica desde las bases. 

–¿Ya veía la derechización del Movimiento?

–Sí, se notaba. Frente a los avances que sobre todo había tenido el grupo Montoneros, la reacción de Perón a favor de la burocracia sindical se hizo cada vez más fuerte. Yo no quería que volviera al país, me angustié mucho cuando regresó. Por eso no me sumé a la campaña del "Luche y Vuelve", su impronta revolucionaria era un recuerdo. En ese marco, algunos pensábamos que no era conveniente enfrentarlo; Montoneros, sí. Ir a la Plaza de Mayo cuando Perón los sacó, querer copar esa parada, fue un gran error. 

–La postura de refundar un proyecto sin firmar un cheque en blanco para su líder no era algo muy conveniente para decir públicamente, aunque las intensiones fueran las mejores. Se corría el peligro de ser tildados de traidores, de que se confundiera eso con aquel "peronismo sin Perón" de Augusto Vandor. En definitiva, el pueblo seguía siendo peronista. 

–Por supuesto, transparentarlo no convenía, porque las interpretaciones hubieran ido para el lado que vos explicás. No queríamos que nos confundieran con Vandor, pero sentíamos fuertes contradicciones dentro del Movimiento. Lo que comentábamos de la Plaza deslegitimó no sólo a Montoneros, sino a toda la izquierda peronista. Fue un momento sumamente difícil, que resolví alejándome del peronismo de base y acercándome a gente como Jorge Di Pascuale y Bernardo Alberte, con el que creamos la Corriente 26 de Julio. Pero ojo, tampoco teníamos que quedarnos callados. En ese sentido, el mejor camino era la postura que tomaba la revista Militancia de un gran amigo, Rodolfo Ortega Peña, donde yo tenía la suerte de escribir: tratar de seguir siendo peronistas, cuestionando el entorno. Vivíamos esa contradicción como podíamos, y éramos testigos de la manera en que dos modelos de país trataban de imponerse uno sobre el otro, como en la actualidad.

–Hoy, uno de esos modelos usa cacerolas.

–Claro, me refería a eso, justamente. Te digo algo, contra lo que piensan muchos compañeros: el cacerolazo me puso contento (se ríe), lo vi como algo sumamente positivo. Porque por fin se ha clarificado por dónde pasa la contradicción fundamental, cuáles son los proyectos antagónicos. El cacerolazo es como levantar un velo en el sentido griego. Correr una tela que esconde algo que está oculto, o que se oculta, mejor dicho. La sociedad argentina siempre estuvo dividida en dos grandes sectores, pero la dominación tapó esa división. Y cuando aparece un proyecto popular independientemente de sus contradicciones, que lesiona determinados intereses y beneficios de grandes corporaciones, aparece esa contradicción. El cacerolazo prueba que enfrente existe un proyecto popular de transformación. Lo legítima. Y de repente, algo que flota en el aire nos dice: "Bueno, hay que definirse, o estás de un lado o del otro. Después debatimos cómo construimos." Yo veo a esa gente y pienso que en esta otra vereda estoy bien parado. Y que tengo que quedarme ahí.  «

La iglesia estuvo a favor de la dictadura, pero ahora no lo va a reconocer

Rubén Dri no firmó la carta que un grupo de laicos escribió hace algunos días, para exigir que la jerarquía católica abra sus archivos de la época de la dictadura militar, y reconozca su participación en el engranaje represivo de secuestros, asesinatos y desapariciones. “Pero no acepté no por estar en contra del pedido -aclara-, que por otra parte apoyan muchos amigos. Sino porque no creo que la iglesia se conmueva con esas cosas. La iglesia estuvo de acuerdo con la dictadura militar, y hablo de la jerarquía católica hegemónica. Muchos sufrieron la represión en carne propia, como Enrique Angelelli, Carlos Ponce de León, Jaime de Nevares, Miguel Hesayne, Alberto Devoto, Jorge Novak, los curas palotinos y cientos de seminaristas y monjas anónimas. Pero la conducción legitimó la represión, y la legitimó teológicamente, con dos máximos responsables: Adolfo Tortolo y Victorio Bonamín, vicario y pro vicario de las Fuerzas Armadas. Por eso, no me extrañan las declaraciones de la Conferencia Episcopal. A lo mejor, dentro de 100 años acepta su complicidad”.

–¿Cómo se podría resumir esa justificación teológica para crímenes aberrantes?

–En la teología propia de la iglesia católica, Dios es todopoderoso, omnisciente, justo, ama al poder, y los seres humanos deben someterse a él. Existe un solo dios, y una sola iglesia que expresa su voluntad y que es fuerte, reconocida, y detenta la verdad absoluta. Es decir, sabe lo que es bueno y lo que es malo. Eso hace que toda crítica sea subversiva, porque si el mundo se divide entre el bien y el mal, la Iglesia representa el bien, el compromiso con los grandes poderes. No hay discusión ni medias tintas: todo cuestionamiento se hace del lado del mal. Esa es la teología que legitimó la Doctrina de Seguridad Nacional. Porque para esa doctrina, el mundo a su vez se divide entre oriente y occidente. Oriente es el mal y el demonio, y occidente, el bien y los valores cristianos. La expresión de “cuidar y proteger nuestros valores occidentales y cristianos” se hizo muy común después del golpe de Estado. Tortolo fue el que transformó la teología del poder en una verdadera teología de la muerte, a través de la irrupción de dos fuertes símbolos: el santo y el héroe. El santo era el sacerdote, y el héroe era el militar. Los dos estaban muy cerca de la muerte, y por lo tanto, de la efusión de sangre. Eso fue la dictadura.
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