lunes, 20 de agosto de 2012

MARIO DE MICHELI

La lección cubista

Ciencia y arte

La polémica contra el impresionismo no la desarrolló solamente aquella corriente figurativa del sentimiento que va con todos sus percances contrastantes, del expresionismo al surrealismo, se desarrolló también en el seno de otras tendencias que no rechazaban, en sus presuposiciones, el cietificismo en el cual el impresionismo había demostrado creer. Es éste, el caso del cubismo.
El hecho es que algo había cambiado profundamente también en la interpretación de las ciencias. Los cubistas reprochaban a los pintores del impresionismo porque dependían sólo de la retina y nunca del cerebro. En este reproche se manifestaba la condena del primer positivismo ingenuo y elemental y, al propio tiempo, la exigencia de una verdad científica superior; no se trataba de registrar simplemente los datos visuales, sino también su organización, en una síntesis intelectual que descubriese y seleccionase los más esenciales.
Era esa época en la que se difundían en Europa las teorías empiriocríticas y fenomenológicas; en Francia, Boutroux empezaba a defender la interpretación subjetiva de las leyes de la naturaleza y Bergson formulaba su teoría sobre la duración y la simultaneidad: el idealismo y el espiritualismo vuelven a aparecer, pues, como un serio elemento de crítica a las concepciones fundamentales del positivismo. Es lícito preguntarse si en el nacimiento del cubismo han tenido alguna influencia estas nuevas ideas y en general todas las instituciones de aquella época, ligadas a las últimas búsquedas en el campo de las matemáticas y la geometría.
Si estudiamos los escritos y los testimonios de los artistas cubistas y de sus primeros críticos, no podemos dejar de constatar que esa influencia existió, aunque se trataba, en general, solamente de estímulos y sugestiones.
En Pintores cubistas, considerado como el manifiesto del movimiento, Apollinaire afirmaba en 1913 que «la geometría es a las artes plásticas lo que la gramática es al arte de escribir» Y en seguida añadía: «Hoy los científicos ya no se atienen a las tres dimensiones de la geometría euclidiana. Los pintores han sido levados natural y, por decirlo así, intuitivamente, a preocuparse de aquellas nuevas medidas posibles del espacio que se indican brevemente en su conjunto, en lenguaje figurativo de los modernos con el término de cuarta dimensión. Tal como ella se ofrece al espíritu, desde el punto de vista plástico, la cuarta dimensión sería sería engendrada por las tres dimensiones conocidas: representa la inmensidad del espacio que se eterniza en todas las dimensiones de un movimiento determinado. Es el espacio mismo, la dimensión de lo infinito, que da plasticidad a los objetos».
Afirmaciones análogas pueden leerse en el libro de Gleizes y Metzinger, escrito un año antes que los Pintores cubistas de Apollinaire: «Si se quiere relacionar el espacio de los pintores con el de la geometría, es necesario referirse a los científicos no euclidianos, y estudiar con cierta extensión algunos teoremas de Riemann».
Aparte el constante lenguaje aproximado de todos los textos teóricos del cubismo sobre cuestiones científicas o matemáticas –lo cual es natural-, lo que resulta claro es su tendencia a superar de una manera subjetiva la objetividad. Ese subjetivismo es, sin embargo, de una naturaleza muy distinta a la del expresionismo o del surrealismo, que tienen un origen emotivo o psicológico: es un subjetivismo de naturaleza mental.  «En su intento de alcanzar lo eterno –escribe Gleizes- el cubismo despoja siempre las formas de su realidad transitoria, de lo pintoresco, y las coloca en su pureza geométrica, las equilibra en su verdad matemática» Despojar la objetividad de sus elementos impuros constituye el inicio de la operación que llevará al abstraccionismo. Obsérvese bien: no al abstraccionismo del primer Kandinsky, caracterizado por los impulsos místicos, sino al abstraccionismo rígido, neto, «racionalista», que tendrá su representante más coherente en Mondrian.
Sin saberlo, George Surat fue el padre de esa actitud del artista hacia la realidad. Alrededor de 1880, Seurat había meditado sobre la primera experiencia impresionista y había llegado a las conclusiones del divisionismo. Los impresionistas habían tratado de liberarse de las preocupaciones literarias del siglo XIX para llegar a enunciar sus impresiones de la naturaleza de manera inmediata, veloz, «objetiva», sin las interferencias de una elaboración intelectual. Era, por lo menos teóricamente, la práctica pura del naturalismo. Seurat había querido llevar esta experiencia hasta sus últimas consecuencias, depurándola de lo que le parecía todavía como provisional e incierto. Sus estudios científicos eran, precisamente, un intento de dar un fundamento seguro al impresionismo.
Según Seurat, que lo había aprendido de los textos científicos de Helmhotlz y Maxwell, lo que impresiona la retina y lo que compone el juego cromático de la naturaleza son los contrastes: contrastes de tono, de tinta, de línea. Si tenemos un objeto de un color gris claro, el objeto parecerá más oscuro en los bordes; el fondo aparecerá tanto más claro mientras más cerca esté de los bordes del propio objeto. Este es un ejemplo de contrastes de tonos. Si, en cambio el objeto es verde y el fondo blanco, entonces el fondo aparecerá rosado en los bordes del objeto: este matiz rosado, que no existe de por sí y que sin embargo el ojo ve, es el resultado de la presencia del objeto verde, ya que el rojo es el color complementario del verde. Este es un ejemplo del contraste de tintas. De este modo, y puesto que cualquier tinta posee una gama de tonos que va del más oscuro, casi negro, al más claro, casi blanco, y puesto que cada tinta reclama siempre su propio color complementario, el contraste de los tonos y el contraste simultáneo entre las tintas, constituyen el elemento de la variedad crmática infinita de la naturaleza, la cual se dispone de acuerdo con el contraste de las líneas en relación con el horizonte.
Para Seurat, el arte es la armonía de todos estos elementos que vibran a la luz. Ahora bien, esta vibración de los colores-luz, todos estos valores, se perdían en su gran parte en la pincelada de los impresionistas, puesto que el pintor impresionista siempre acaba por amalgamarlos en la propia pasta cromática.
Para evitarlo había que encontrar, pues, otra técnica; éste fue el origen del divisionismo. El artista debía pintar según las leyes científicas de los contrastes simultáneos; por consiguiente, no debía mezclar los colores, sino acercarlos unos a otros en la pureza de su descomposición. El propio ojo crearía después la síntesis, al mirar el cuadro, del mismo modo que la crea al mirar la realidad. El resultado debía ser un sentido de luminosidad intensa, vibrante, tal como existe solamente en la naturaleza.
Seurat falleció en 1891, a los treinta y dos años; pero antes de morir terminó una serie de cuadros realizados con esta nueva técnica. Entre ellos había Un dimanche a la Grand Jatte y Le Chabu. ¿Coincidían sus conclusiones con las premisas de las cuales había partido?  Si examinamos sus telas, la respuesta sólo puede ser negativa. Seurat había partido de la exigencia del objetivismo de los impresionistas, quienes defendían la primacía de la mirada sobre el pensamiento, y se había entregado más al temperamento que a la reflexión, había llegado así a una pintura absolutamente controlada, totalmente filtrada por la inteligencia, dominada por la regla, ordenada en el contraste geométrico de las líneas que definen los volúmenes de los cuerpos y siguen los límites de los contrastes de tonos y tintas. En suma, había llegado a un resultado opuesto al que le había servido de punto de partida, renegando del dato primitivo de la impresión a favor de una medida intelectual pura.
En su obra sobre el neoimpresionismo, Paul Signac, discípulo de Seurat, cita oportunamente a Félix Féneon, quien afirma que los cuadros divisionistas no son estudios ni telas de caballete, sino «el ejemplo de un arte de gran desarrollo decorativo que sacrifica la anécdota al arabesco, la nomenclatura a la síntesis, lo aleatorio, lo permanente, y confiere a la naturaleza, cansada de su realidad precaria, una realidad auténtica» En esta definición está anunciado claramente el cubismo. Para el pintor cubista «la verdad está más allá del realismo» y el artista «consigue captarla solamente a través de la estructura interior» de las cosas. Este pensamiento es de Cleize y Metzinger y se relaciona directamente con lo que ya hemos dicho. Que el cubismo procede del neoimpresionismo de Seurat es evidente. Pero, por lo menos en cuanto a este aspecto teórico, se pueden indicar también otros antecedentes, como el de Paul Sérusier, por ejemplo: el viejo nabi había hablado agudamente acerca de la necesidad de una generación geométrica de la realidad mucho antes de escribir.

Cézanne y el problema de la forma

Lo que hemos dicho hasta aquí sólo sirve para puntualizar una dirección particular del cubismo, cuyo fundador puede considerarse específicamente Seurat: o sea, la orientación que tiende a superar la realidad sustituyéndola con un orden abstracto. Pero existe todavía otro aspecto más del cubismo que no es menos importante y que, en sus consecuencias, elige una orientación distinta. Es el aspecto que se puede relacionar con Cézanne; los que mejor desarrollan sus premisas son Picasso, Braque, Leger, cada uno con su propio mundo poético y sus propios modos figurativos.
En los inicios del movimiento es difícil diferenciar entre esos dos aspectos del cubismo, puesto que se sobreponen; pero en el desarrollo posterior a los primeros años, esas dos inclinaciones se manifiestan siempre más claramente, hasta proclamarse con gran evidencia cuando al trabajo común de búsqueda del grupo cubista se sustituye la etapa de investigación de cada uno de los artistas. Este segundo aspecto del cubismo es el que no pierde el contacto con la objetividad, es un cubismo mucho menos teórico y mucho más abierto a las emociones directas del mundo real.
Las razones que explican el interés de los cubistas por la obra de Cézanne son varias; pero la principal se debe ciertamente al intento cezanniano de limitar el probabilismo de la pintura impresionista. Lo que los cubistas reprochaban vivamente a los pintores impresionistas era su falta de rigor, de coherencia estilística y, sobre todo, su amor por lo episódico. Apollinaire, en una presentación escrita en 1908 para una exposición personal de Braque, hablaba del período del impresionismo como de «una época de ignorancia y frenesí». Picasso, en una exposición de impresionistas, precisamente en aquellos años, parece que exclamó, después de haber mirado a su alrededor: «Aquí se ve que llueve, se ve que brilla el sol, pero nunca se ve la pintura». Cézanne era el artista que había tratado de poner reparo a la situación de fragilidad, de improvisación, de crónica, en la cual la pintura había caído. Por esta razón desde sus primeras pruebas, los cubistas ya habían empezado a concentrar su atención en Cézanne. Algunos años más tarde, Leger confesaba: «a veces me pregunto qué cosa sería la pintura actual sin Cézanne. Durante un largo período he trabajado alrededor de su obra. Cézanne me enseñó el amor por las formas y los volúmenes e hizo que me concentrara sobre el dibujo. He tenido entonces el presentimiento de que ese dibujo debía ser rígido y no sentimental»
Lento, obstinado, Cézanne había tratado de superar lo «provisional» de los impresionistas con una pintura concreta, sólida, definida, y lo había conseguido. En los cuadros impresionistas la luz centelleaba y envolvía todas las cosas, confundiéndolas en un único respiro brillante: la luz vivía absorbida por los objetos, transformada ella misma en forma, junto con el color. Cézanne había rechazado la impresión, para poder llegar a una comprensión más profunda de la realidad. En medio de la dispersión de una cultura, de la que él mismo formaba parte, había tratado de construir algo que fuese firme, consistente, algo que no se hiciese añicos. Habíase reducido ya el mundo de la historia y de los sentimientos; y era muy distinto al de Van Gogh; pero mientras en Van Gogh la explosión de los sentimientos había sido lo más importante, Cézanne había reprimido sus sentimientos, los había encerrado en una delimitación formal.
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