miércoles, 1 de agosto de 2012

ALDO PELLEGRINI

Lo maravilloso de la muerte

El terror de la nada, del no existir, hace aferrarse desesperadamente a la vida. Pero lo que es paradójico es que la existencia sólo tiene sentido en relación con lo que no es individuo, con el llamado mundo externo. La más intensa sensación de existir está dada por el amor, y en éste el individuo tiende a perderse, a evadirse de sí mismo para fundirse con el otro. En esa pérdida de la individualidad reside la afirmación de la existencia. La cobardía es triste porque al reducirlo a sí mismo, al apartarlo de todo, niega la existencia.

Para los que realmente sienten intensamente la existencia, la muerte adquiere la categoría de la más alta voluptuosidad, una voluptuosidad equiparable a la del amor. El punto máximo de la voluptuosidad del amor es el orgasmo. Pero en éste se establece, al lado de la aniquilación del ser (ese "morir de goce" tan claro para los amantes) el hecho del nacimiento de otro ser que lo continúa, de un ser distinto que no es, si bien se mira, continuación sino negación de quienes lo han engendrado. De donde el amor es doblemente muerte, una por el acto mismo del orgasmo, otra por la negación que significa el ser distinto engendrado. Pero con todo es una muerte ficticia, "una pequeña muerte".

Para los que comprenden la seducción de la muerte, el valor no es más que una forma de voluptuosidad. El héroe es el gran voluptuoso. Aquel que lo arriesga todo, marcha en contacto con esa secreta voluptuosidad de la muerte, y es ese riesgo permanente el que da a la vida una dimensión desmesurada. Sólo aquel que roza la muerte vive la vida con amplitud.

Pero ese sentido de la vida heroica no está en el militar sino en el santo (entendiendo por esta designación no sólo al religioso sino al mártir de cualquier ideología de índole humana, es decir universal). El heroísmo del militar tiene siempre un componente de miedo, de desesperación. Va a la muerte por horror de la muerte, tal como ciertas mujeres se prostituyen por horror del amor.

Además no es generalmente el fuerte el que llega al heroísmo, sino el débil. El fuerte aparece como heroico muy a menudo por un simple error de valorización. El fuerte se cree invencible e invulnerable, cegado por su supervalorización de sí mismo. Y así puede dar la impresión de lo heroico porque no mide los riesgos. El débil sabe perfectamente que todo está en su contra y valora perfectamente los riesgos. Pero también sabe que sólo la proximidad de la muerte puede dar a su vida la máxima exaltación.

Esta voluptuosidad se cierne sobre el suicida (hay suicidios inexplicables porque se producen cuando todo es perfecto, marcha). Para estos suicidas la vida en su máximo alcance no puede dar más que desilusión para los que no buscan sólo la embriaguez del instante sino la embriaguez total del ser. En la embriaguez del instante siempre es una proximidad con el no ser (en la cumbre de la voluptuosidad el amante dice lleno de goce: me siento morir).

Pero sumergido en el no ser significa la libertad absoluta. Se abandonan todas las cadenas, la del tiempo, la de la vida, la opresión. La aniquilación del ser que se busca vanamente en el amor.

El orgasmo es la aniquilación del ser y es el comienzo de un nuevo nacimiento (la tristeza del nacimiento, de alejarse del no ser) es la muerte que fecunda la vida. Esta idea del no ser que da nacimiento al ser en el origen del mito de la reencarnación.

Una decisión absoluta de no ser, de autoaniquilamiento está en la esencia de la homosexualidad. La poesía toca ese no ser en el cual no existe la angustia, es la fuente de toda voluptuosidad.

El deseo del amor es una sed inagotable, una proyección fuera de sí mismo.

La fascinación de la muerte.

La vida está señalada por la presencia latente de la muerte. Son muchos los que han señalado esto.

A través de las palabras el poeta busca lo inefable. Oscuridad y silencio se dan la mano.

Cuando se nace se surge de ese no ser cósmico y algo de ese no ser cósmico perdura en la vida y forma el núcleo de ese ser que se determina. Una partícula de eternidad vive en el hombre y esa partícula contiene la muerte.

Si, como piensan algunos, la muerte significa la transformación en un nuevo ser, una nueva vida y lo que es común, esa conciencia universal, ese inconsciente colectivo, o sigue siendo la muerte un límite para el ser individual que desaparece, esa conciencia de la individualidad que da la vestidura terrena, se pierde cualquiera que sea la religión que promete una inmortalidad, y el cristiano siente ese límite del ser tanto como el ateo. Lo que persistiría es totalmente otra cosa, otro ser que nace de nosotros, que tiene su límite en nuestra muerte, y aunque tenga memoria, no participa de esa vida, esa memoria es como el relato de otra vida.

Continuar existiendo significa devenir y por lo tanto sufrir una continua pérdida y goce en cuanto se ensancha -nos aproximamos a la fuente de la vida que es la muerte- pero la muerte es goce en cuánto experiencia interior y contenido de la vida. En cambio la muerte de los otros es sufrimiento (la muerte de los seres queridos) en cuanto pérdida o restricción de ese mundo exterior. El asesino es un pornógrafo como aquel que sólo goza viendo el goce de los otros.

Para los orientales los elegidos son aquellos que mueren definitivamente, ese definitivo desaparecer, y sólo persisten quienes se han equivocado en la vida. La inmolación de un budista que considera su vida cumplida, es un goce para ellos, un sufrimiento para los otros.

MUERTE

Pues la experiencia de la vida nos transforma y con cada experiencia algo muere en nosotros. Este sentido de que la muerte no es un final, no es un límite hacia la nada. sino una transformación energética, algo más allá de nuestra conciencia individual, que constituye sólo una etapa de nuestro devenir y aún en la cual no somos nunca el mismo, cambiamos espiritual y biológicamente. Como la mariposa, oruga y crisálida: ¿hay una conciencia uniforme que une todos esos estados? En cada cambio se destruye una forma corporal.
Las aspiraciones son infinitas, sin término. El plan de vida no cuenta con la muerte.
Lo existente está limitado por lo no existente, como si lo no existente fuera el espacio, el continente, lo ilimitado. El hombre pasa con la muerte de ser objeto contenido a continente.
Lo no existente está en el comienzo y el fin; pero todavía más: la vida tiene una dirección señalada por la muerte.
Existir es por antonomasia antieterno, tiene límites: el no existir es inmortal. Existe aquí, en este momento. Para la eternidad no hay aquí ni tiempo.
El mito de la resurrección final. La momificación egipcia. La magia de lo efímero.
Vivir auténticamente es desbordarse continuamente.

LOS DÍAS IMPOSIBLES

Con garras de refinadísima paciencia los pensamientos buscaron su microscópico asidero su metal de peligrosa resurrección su reflexión de espejo que amanece
y desde aquel tiempo pasado
volvamos hacia la actual condenación de los peces
hacia Nausicaa aprisionada en la red de telescopios
apacigua tu voz y enciende tu lentitud Nausicaa arroja nombres
que orienten a los venturosos hacia el incendio de las controversias
donde todas las religiones arden ávidas de exterminio
y el ala del ave fénix cubre un imperio de cenizas
ave diamantina María exhibe tu ilustre sexo
para detener la ronda de tragedias inauditas que nos esperan
que la col parabólica exprima su coral
y la sierpe encienda su llama para ahuyentar ángeles panzudos
que salten los negadores de sí mismos y estallen las hormigas
y el venerable fósforo ilumine la parte de las manos
que giran infinitamente cansadas de esperar
Ah son los días imposibles niños abandonados en los andenes de las grandes estaciones ratas hambrientas en los sótanos y los sonámbulos de pie en las ventanas de inmensos rascacielos prontos a caminar por el vacío
en el día inmóvil aclamando la muerte delirante de los negros
colgados de horcas altísimas suspendidas de ascuas voluptuosas
más allá del pensamiento
donde se derrite la grasa de las ideas
colgados de horcas altísimas buscan los días imposibles
agotando jadeantes los manantiales de sabiduría
y las mujeres sienten al contemplarlos un cálido espasmo entre los muslos
un despertar rigurosamente místico
pero más exacto es el despertar del disparo y su consecuencia ensangrentada
entre los muros
más exacta la noche y los desperdicios que la envuelven donde los rumores se han vuelto gritos y el venerable fósforo destila su náusea diamantina para que la náusea sacuda su cascara vibrante
buscan los días imposibles los días inmóviles
envueltos en hermosos terciopelos grises
en la cruda dirección de las pirámides
la sabiduría manejada por los recién nacidos
horcas altísimas para que la muerte sea voluptuosa
adornada con perfiles de vagabundos en la niebla
cierra el ojo del cíclope impúdico
que contempla insaciable la hora postrera de los moribundos
agita el látigo sobre el esplendor de las caricias
hasta que jueguen la carta desesperada de la bruma
el tiempo sigue su curso con pies de sueño mineral
los vagabundos invaden las palacios los videntes llaman a las puertas de los hoteles y en la noche vacía de los orfebres el gran baile de máscaras ha fracasado el látigo agita su intenso escalofrío
allí donde todo se ha perdido queda la noche de los agotamientos
y el único contacto posible es el roce delator de los mármoles
un sueño invencible domina a los poderosos y el emperador posa su agonía
en la más alta cúspide de la noche
en el atardecer de un mundo fatigado de pensar
el viejo guardián de mitos se desploma
por la ruta de los días imposibles toda comarca es eterna.
----------------------------------------------

No hay comentarios: