martes, 15 de enero de 2013

ELVIO ROMERO

SU OBRA POÉTICA

Nació en Yegros, Paraguay, el 12 de diciembre 1926. Se incorporó a la vida literaria de Asunción siendo muy joven y compartió tertulias con Josefina Plá, Hérib Campos Cervera, Óscar Ferreiro, José Antonio Bilbao y otros altos exponentes de las letras paraguayas de entonces.

En 1947 tuvo que exiliarse a la Argentina. Primeramente vivió en Presidencia Roque Sáenz Peña (Chaco), y por su casa pasaron camino del exilio, figuras como José Asunción Flores, Herminio Giménez, los hermanos Larramendia, y muchos otros. Posteriormente se instaló en Buenos Aires y desde entonces su voz ( testimonio poético de las vicisitudes y los padecimientos de su país) se dio a conocer en la América Latina.

Entre su obra poética, destacamos Días roturados (1947), Resoles áridos (1948-49), Despiertan las fogatas (1950-52), El sol bajo las raíces (1952-55), De cara al corazón (1955), Esta guitarra dura (1960), Un relámpago herido (1963-65), Los innombrables (1959-73), Destierro y atardecer (1962-75), El viejo fuego (1977), Los valles imaginarios (1984), Flechas en un arco tendido (1983-1993), El poeta y sus encrucijadas (1991).

Como prosista publicó una biografía Miguel Hernández - Destino y poesía (Ed. Losada, 1958), El poeta y sus circunstancias (Ed. RP, 1991) por el cual se le otorgó el Premio Nacional de Literatura, de ese año y Fabulaciones (Ed. El Lector, 2000).

CON UN SILBIDO

Con un silbido
derribaré esa puerta, esa ventana;
penetraré en tu corazón con un silbido.

Viene, lo reconoces,
de una ancestral maraña, de un primario
temblor reiterativo convocando a las aves,
por eso te habla así, te indica derroteros,
reconoce tus aires, respira si respiras,
se liga a una costumbre de dominio secreto,
ocupa el sitio airoso donde los dos vivimos.

Se me ocurre
que cuando silbo piensas y recuerdas

los naranjales que nos dieron sombra,
el aroma quemado de un horno de ladrillos
donde la harina blanca de una raíz gemía
o el maíz ofrendaba su maravilla de oro,
se me hace que te pierdes en lejanas praderas
donde ya el caminante callado te aguardaba.

No ha de cejar su renonancia,
invadirá el tapial y los jardines del fondo,
silbido agudo y único en la siesta,
melodía insistente por donde caminemos,
siempre a tu lado en celo y vigilando,
señal de mi presencia sobre tus huellas siempre.

Y si yo no estuviera,
perdido y esparcido en una umbrosa brizna,
entre los eucaliptos, solo,
lo escucharas todavía, lo sentirás saliendo
de los recodos últimos, de los cuartos vacíos
sobresaltándote,
recordándote al hombre que a tu penumbra
uniera su penumbra.

de "El viejo fuego"

AQUÍ, ENTRE TODOS

Crecido entre los hombres. Y movido
por los bosques, por el viento soplando
allí, en el aire. Amor con movimiento
de vientos y de bosques. Y que he puesto
en su pecho, quemado por mi pecho.

Amor de varón solo. No solitario
amor. Es de hombre compartiendo
la vida con los demás. Amor de vida
y de mujer; de varón a mujer
compartido entre todos en la vida.

Impregnado de fuegos y deseo. De
apetencias. Huele a penumbra y hembra. Huele
a verano y montes, a madera quemada
y a rocío. Si así no fuera,
no tendría este aroma de montes su deseo.

Lo llevaría en la mano si
no lo llevara en la frente o en la sangre,
porque como una mano que toca
plenamente una piel o una fruta, así lo siento
en mi sangre. Así lo doy como una mano plena.

Quisiera a veces descansar bajo un árbol
de sombra, como viajero cansado.
Es amor de viajero, ni más ni menos.
Brioso y fatigado, y que requiere un árbol
donde hecharse a la sombra que lo espera.

Y todavía más. Ligeramente
toca el suelo. Y si no vuela tanto
es porque piedra y tierra lo imantaron
abajo, al quehacer entre todos, al estar
diariamente pisando tierra y piedra.

Ama la libertad, las cosas
amadas por los hombres. Su señorío
es ser entre los hombres. Ama la luz
a la intemperie. Es de varón a mujer
este amor que ha gestado la intemperie!

de "El viejo fuego"

BAJO UNA LUNA GRANDE

MI AMADA es de mi tierra, de lo mío,
de la materna arcilla que originó mi nombre;
la estrella de su frente subió de las praderas
verdes, donde los ríos brotan de antiguos bosques.

Su atuendo es de azhares. Perfumada,
tiene la voz de seda. Y sus canciones hondas
son de su pueblo ardiente, de mi pueblo profundo,
cantar de carreteros en luz madrugadora.

Medianoche de hogueras vivas como sus ojos
llevo por ella al pecho. Mi frente es un abierto
horizonte al guardarla. Y mi querer, un raudo
látigo de jazmines restallando en el viento.

Tiene aprestos airosos. El cántaro con agua
zozobra en su cintura con latido de pájaros;
niñoazoté aromado derramado, en la ventana
donde diré a su oído cosas de enamorados.

Que mi cantar la nombre; resuene mi guitarra
de noche, adonde duerma; que la celebre el riente
brillo de mis espuelas; que la alumbren los astros
con que alhajo su cuello de paloma silvestre.

Mil leguas la he llevado bajo una luna grande,
clavando por el cielo mi puñal hasta el mango.

Ahora, venga a mí!
                           Que se ampare a mi sombra!
Brioso está en la senda mi caballo.

de "El viejo fuego"

SEÑALES

Mis señales: la cáscara
arrojada en el naranjal; una baraja
aparecida en la ventana, un cigarrillo en el umbral
y al filo del amanecer; el relincho de un potro
al borde del maizal; algo que se presienta en el aire
como la avecinación de la lluvia
o el paso de un felino aproximándose.

Serán así mis señales.

Y mi mensaje: una hoguera
en el descampado, en la quietud de la noche,
una llama ardorosa permanentemente prendida
en esas lomas, con sus costumbres de atraerte
centelleando a tu lado, besándote los pies, el muslo inquieto,
hoguera terrible con la muerte y la vida en sus fulgores.

Por donde mires
la señal será tuya; por donde vayas
tendrás la huella del hombre, el halo de su poncho de estrellas,
el olor que ha dejado a su paso, el beso
que abrió el portón yendo a tus fondos; por donde busques
hallarás mi presencia, mi sobrero mojado en el sereno,
porque te habré dejado mitad de mi fragancia,
mitad de mi aflicción y mi aventura, mitad del alborozo y del recato
de ese instante en que juntos arrojamos un eco en el silencio,
carbón al horno ardiente.

de "El viejo fuego"

PALABRAS

Acaso esto no fuera sino largas palabras
y mi real deseo, entonces, partir una naranja
nuestra, hecha con labios de greda paraguaya
y ardiente, o cubrirte con el naranjal, con la redonda luna que nos besa
eternamente, ciegamente en la patria
del naranjal y del naranjo, y entonces mi amor no sería sino eso,
el eco y el gemido de un follaje que te cubra y abrace
con mano vegetal, con labio vegetal, con la caricia
suave de una fruta que te ofrezca su espuma y sus aromas,
y mi afán adentrarte en el diamante de su semilla, al borde
de su caliente cáliz, de su pulpa aromática,
y todo esto que es palabra se haga tierra,
raíz donde caminar, canto de una guitarra para siempre envolviéndote,
para siempre cantándote, dichosa.

de "El viejo fuego"


INTERMEDIO

                                                                  (Paraguay, 1965)

Nada de amorahora, mi amor;
nada que no sea escuchar ese aullido
en la noche, el terror increíble
de ese aullido.
                     Los perros
se han soltado de nuevo como ayer, como siempre,
y un tiro de fusil rompe las sombras.

Nada de amor, mi amor, por esta noche.

La pared otra vez se ha teñido de sangre.

de "El viejo fuego"

SON ELLOS

Amor: este es mi padre, Pablo,
paraguayo del Norte. Las nervaduras de su mano
son de tanino rojo. Lo siento avanzar como antaño,
callado y alto. Conoce el río y la madera.
Podría hechar a vuelo las campanas del pueblo.
La estrella de la tarde lo saluda en verano.

Y ésta es mi madre, Carmen,
fuerte y dulce. Tiñó los ojos de un color de cielo.
La veo venir por una senda de flores
cobijando a los hijos. Ella es del sur.
Vuela una mariposa por donde pasa. Una luz verde
la circunda. Trae un jardín en el pecho.

Habrá que abrir la casa
para acomodar estos ímpetus. Se me hace que la lluvia
llega con ellos (lluvia envuelta en resol y polvareda).
Acaso haya un recuerdo que los vuelva a otros años.
¡Vengan me digo a mí mismo; asiento,
para estos hondos visitantes! Ya están aquí,
padre y madre. De algún modo
será de ellos también este viaje a la lumbre
que emprenderemos, esta canción de luceros
que irrumpirá siguiendo la claridad del día.

de "El viejo fuego"


YNAMBÚ-I
(Perdíz silvestre)

¡Susto en las hierbas!

Silbido original,
pico al ras de la tierra,
flecha en el pasto, ocasional, sonora
estridencia color perdiz arena,
chispa en el matorral,
flauta en la siesta.

Revuelo codorniz.
                   ¡Susto en las hierbas!

de "Los valles imaginarios"

UN BARCO DE PAPEL

      El barco de papel en la laguna,
como una estrella brilla, frágil, blanco en las ondas,
girando sobre sí, rotando lentamente
sobre un agua de lluvia, a merced del azar, airoso
bajo los temporales, inclinado hacia rumbos
                                                         imprevistos
como nosotros mismos, como la vida misma
que emprendimos (un barco de papel), rotando
y avanzando inasible sobre las densas aguas
agitadas al viento, bajo los vientos ásperos
que giran en sus velas, regresando
riesgosamente en cada orilla, torciendo
el rumbo firme, fuerte, frágil,
igual que aquel tranquilo, blanco y abandonado
barquito de papel en la laguna.

de "Los valles imaginarios"

BRINDIS AL DESCAMPADO

Y hemos de beber todavía
en esta guampa lisa de toro al descampado,
gustando una agua clara, mezcla de sangre y trino,
caña blanca y aroma de salvaje rocío,
bajo un cielo ocupado por todas las estrellas,
con el pie en el estribo, el poncho a la bandolera,
para seguir andando,
ebrios de un aire ardiente, de sol, de madrugadas
que cobijan el cofre de los sueños,
porque aún, y por un largo tiempo,
estaremos atados y enlazados a este solar purpúreo
de madera y tormenta, grito y llama,
y seguiremos brindando
-una vuelta en redondo para todos-
por la salud del Hombre,
del Hermano Radiante,
el compañero
-con un canto de guerra o de guitarra-,
por ustedes, amigos,
en esta guampa hermosa de toro, al descampado.

de "Los valles imaginarios"


CANTO EN EL SUR 

Esta noche, en el sur
me he mirado en tus ojos.

Soy como tú,
de piel morena, oscura, oscura,
con estrellas metidas por dentro
y por fuera sudor, cáscara ruda.

Tengo la sangre hirviendo
como un sinuoso trueno derramado,
tengo las manos ásperas
como herramientas duras y soleadas;
tengo los ojos lúbricos
como lúbricas raíces.

Esta noche, en el Sur,
me he mirado en tus ojos.

Te vi ayer en el Norte;
vi en el Norte lo mismo, el mismo
y primario dolor sobre los cuerpos,
el aguardiente galopando a sorbos
y lo demás lo mismo: el mismo
brazo sudando a contraluz sangrienta,
el mayoral que brama entre los árboles,
los mismos ojos sin calor, la misma
temblorosa epilepsia del sudor,
los mismos exprimidos,
¡los mismos coronados!

Esta noche, en el Sur,
me he mirado en tus ojos.

Soy como tú,
la misma turbulencia contra el mismo espejismo,
idéntico remando bajo la misma noche.

Conservo el sortilegio
de estas zonas arbóreas que me cercan;
tengo la risa ronca
y estas anchas tristezas.

De piel morena, oscura,
pisando en el calor exasperado

TORMENTA

La noche ha sido larga.

Como desde cien años
de lluvia,
de una respiración embravecida
proveniente de un fondo de vértigo nocturno,
de un cántaro colorado
jadeando en la tierra,
el viento ha desatado su tempestad violenta
sobre el velo anhelante de la ilusión
efímera, sobre los fatigados menesteres
y tú y yo, en la colina
más alta,
en el rincón de nuestros dos silencios,
abrazados al tiempo del amor, desvelándonos.

Deja que el viento muerda sobre el viento.
Yo te cerraré los ojos

CASA CAUTIVA

Esta es la casa; es nuestra.
Esta es su música; las exigencias todas
de la vida pasaron por sus habitaciones, por el ascua
quemante de sus fronteras; la locura de quienes emprendieron
una empresa más ancha que sus fuerzas, el sueño
que los fue desgarrando, esa sal escogida
que salpicó las llagas de su vasto martirio.

Es nuestra. Aquí resuenan
músicas melancólicas, instrumentos que exaltan
querencias y alegrías. Le pertenecen la quietud antigua
y los hechos sangrientos. Sus ríos, los espejos, recogieron despojos
de injuria y desventura (por eso es esta música); obsedieron
a sus hijos colores de aturdidos relámpagos, sus manos
apresaron los frutos de una infausta cosecha.
Su música es así. Descansa ahora
en un boreal tembladeral de pájaros, de plumas
amarillas, de crucifijos deslavados, rotos. Y es hora
de preguntarse ¿qué trajimos
para ungirla a un estado de habitación del hombre;
se habrá sentido, como cal viva en los ojos, la tribulación
de su destino? ¿Qué tembloroso cántaro
amasamos, qué súplica o trastorno,
qué empeño y asechanza para evitar la herida
de su piel, esa absorta mirada de sus ojos terribles
como una acusación? ¿Habremos, pues, cumplido
con el deber que hiciese merecer habitarla?

Es nuestra. Esta es su música. ¿Qué rencores oscuros
le habrán tejido esa circunferencia,
el halo que empurpura sus techumbres? ¿La enemistad
como un osario vano entre sus hijos? ¿El desconsuelo
de las cruces plantadas en su sueño y la obliga
a prosternarse a solas junto a su sombra rota,
a la intemperie, al umbral del orgullo que vela su infortunio?

A saco habrán entrado
en ella los Impuros, los cómplices
del ritual del crimen; habrán entrado a saco
con miserables máscaras que engendra la codicia;
habrán marcado un día trágico por sus muros.
trágico de fatalidad, espúreo
como el inicuo cuervo sobre el árbol desierto
en cuya raíz de hueso reposan los desnudos.
Su música es así, una cifra
de dulce acento humano, un anuncio
previo de acusación anudado a la rueda del destino
y al párpado de los muertos, melodía incesante en el desgaste
del desierto cubil, sonido desgajado
de un instrumento oscuro con imagen de reja y cautiverio.

Todo saldrá de aquí, de su piedra
y su polvo, de su migaja el pan, de su venero
verde la cosecha, de las estancias tristes la temblorosa noche
de la revelación y los rebeldes;
de aquí la sangre, el fuego, de los cuencos vacíos la mirada
final y salvadora, como un amor que brota
de madrigueras hondas de escarnio y menosprecio.

No habrá ya que olvidar decir su nombre
de música y quejumbre, ese nombre de selvas que prohijó
nacimientos,
muertes, inmolaciones, sea amarga sobre los labios,
del hombre; nombrarla en trance
marcarla a hierro lento en nuestros huesos;
a cada instante repetir su nombre (como triunfo o condena)
mentar esas señales remontadas a tiempos
de arcilla fatigada, de plumajes y tribus destruidas,
nombrarla siempre,
morder su nombre de sol inevitable
(como virtud o pecado), llevar su nombre en la carne
como esta lleva su corrupción, seguir nombrándola
y desvestirla toda con el rebozo intacto
de esa música dulce, inmemorial, desamparada música de un
anhelo insaciable.
---------------------------------------------

No hay comentarios: