Es posible mantener las más elevadas determinaciones del conocimiento que dio Kant y, no obstante, contradecir su concepción teórico-cognitiva de la estructura sobre conocimiento natural o experiencia. Estas supremas determinaciones descansan en el sistema de las categorías. Pero como se sabe, Kant no ha establecido dichas determinaciones como únicas, sino que ha hecho dependiente la validez de las categorías para la experiencia de la naturaleza de su relación respecto de contextos determinados espacio-temporalmente. En esta explicación de la dependencia de la validez de las categorías descansa la contraposición de Kant hacia la metafísica. La afirmación sobre la posibilidad de la metafísica puede tener ahora realmente por lo menos tres significaciones diferentes, de las cuales Kant afirmó la positiva posibilidad de una y discutió la de las otras dos. Kant escribió una metafísica de la naturaleza y en ella trata aquella parte de la ciencia natural que es pura, es decir, que no proviene de la experiencia sino meramente de la razón a priori, determinándose el conocimiento hacia el sistema de la naturaleza; ella indaga, entonces, por lo que pertenece al concepto de la existencia de una cosa en general o de una cosa en particular. En este sentido, la metafísica de la naturaleza habría de designarse, más o menos, como constitución a priori de las cosas naturales sobre la base de las determinaciones del conocimiento natural en general. Esta significación de la metafísica podría conducir fácilmente ahora, con el concepto de experiencia, a su colapso total y nada temíó tanto Kant como este vacío. Buscó evitarlo, en primer lugar, en interés de la certeza del conocimiento natural y, sobre todo, en interés de la integridad de la ética, refiriendo todo conocimiento natural y por lo tanto también la metafísica de la naturaleza, no sólo a espacio y tiempo como a conceptos ordenadores en ella, sino que hizo de ellos toto coelo determinaciones diferentes de las categorías. De esta manera se evitó desde un principio un centro teórico uniforme de conocimiento cuya, en exceso, poderosa fuerza de gravedad podría arrastrar toda experiencia en sí; de otra parte, fue comprensible de suyo la necesidad de lograr producir algo para un fondo de posibilidad a posteriori de la experiencia, es decir, cuando tampoco el contexto haya roto la continuidad de conocimiento y experiencia. Resultó como expresión de la separación de las formas de intuición con respecto a las categorías, la así llamada 'materia de la sensación' que, por decirlo así, se mantuvo alejada artificialmente del centro vivificante del contexto categorial a través de las formas de la intuición en las que fue absorbida incompletamente. Así se efectuó la separación de metafísica y experiencia, esto es, según la propia expresión de Kant, de conocimiento puro y experiencia.
El temor frente a un exaltado uso de la razón, frente a las exigencias de un entendimiento no referido más a ninguna intuición, la preocupación por la protección de la particularidad del conocimiento ético no fueron, quizá, los únicos motivos de esa estructura fundamental de la crítica de la razón pura. A esto se agrega sea como poderosa componente, sea como resultante de estos motivos el decidido rechazo contra el tercer concepto de la metafísica (cuando el segundo designa la ilimitada aplicación de las categorías, es decir, pues, lo que entiende Kant por un uso trascendental). Ese tercer concepto de la posibilidad de la metafísica es el concepto de la deducibilidad a partir del principio o contexto supremo del conocimiento o -en otras palabras, el concepto de conocimiento especulativo en el preciso sentido de la palabra. Es sumamente curioso que Kant establece una aguda separación y discontinuidad en interés del carácter apriorístico y la logicidad, allí donde los filósofos prekantianos buscaron producir a partir del mismo interés la más intima continuidad y unidad, esto es, producir la más íntima conexión entre conocimiento y experiencia a través de la deducción especulativa del mundo. Aquel concepto de experiencia que Kant relaciona con el concepto de conocimiento, por lo demás nunca a la manera de continuidad en relación, no tiene la riqueza del concepto de experiencia de los filósofos anteriores. Es, a saber, el concepto de experiencia científica. Y también intentó, tanto como fuera posible, separar ese concepto, en parte de la afinidad con el concepto vulgar de experiencia, en parte, pues esta separación sólo era parcialmente posible, mantenerlo a una cierta distancia del centro del contexto de conocimiento, y precisamente la doctrina de la aprioridad de ambas formas de intuición tuvo que producir esas dos determinaciones, en el fondo negativas, de aquel concepto de 'experiencia científica', en contraposición a la aprioridad de las categorías y justo por eso también en contraposición a la aprioridad de las diferentes y aparentes formas de intuición.
Puede ser aceptado que el interés de Kant en una prohibición de los vacíos, fantásticos, vuelos del pensamiento se haya realizado de otra manera que a través de la doctrina de la estética trascendental. Mucho más importante y difícil, por otra parte, es la cuestión de su posición frente al conocimiehto especulativo. Pues en esta relación, el proceso de razonamiento de la estética trascendental es, ciertamente, la contradicción que se opone a toda transformación del idealismo trascendental de la experiencia en un idealismo especulativo. ¿Sobre qué descansaba la resistencia de Kant a la idea de una metafísica especulativa, es decir, al protoconcepto de una metafísica que aprehendiese deductivamente el conocimiento? Esta cuestión está tanto más justificada, en cuanto que las aspiraciones de la escuela neokantiana insisten en la superación de la rigurosa distinción entre formas de intuición y categorías; pero con la superación de esa dístinción parece surgir, de hecho, la transformación de la filosofía trascendental de la experiencia en una filosofía trascendental pero especulativa, cuando bajo el pensamiento especulativo se entiende un pensamiento tal que deduce el conocimiento entero de sus principios. Quizá sea permitida ahora la presunción de que en un tiempo en que la experiencia estuvo abstraída en una enorme trivialidad e impiedad, el interés filosófico, cuando fue sincero, no pudo tener más ningún interés en la salvación de esa experiencia para la esencia del conocimiento.
Hay que admitir que tal vez a toda metafísica especulativa anterior a Kant yacía en el fondo una confusión entre dos conceptos de experiencia; pero quizás no precisamente de esa confusión tuvo que sacar Spinoza el interés apremiante de la deducibilidad de la experiencia, mientras que Kant en su tiempo tuvo que rechazarla, justamente a partir de la misma confusión. Es preciso distinguir el concepto de experiencia natural e inmediata del concepto de experiencia del contexto del conocimiento. En otras palabras, esta confusión cons de los conceptos: conocimiento de experiencia y experiencia. Para el concepto de conocimiento de experiencia, la experiencia no es exterior a su yacente novedad, sino que la experiencia como objeto de conocimiento es ella misma, en otra forma, la uniforme y continua variedad del conocimiento. La experiencia misma no acontece, tan paradójico como esto suene, en el conocimiento de experiencia precisamente porque este último es, por consiguiente, un contexto de conocimiento. Pero la experiencia es el símbolo de ese contexto de conocimiento y se encuentra con ello, por completo, en otro orden que esta misma. Quizá se ha escogido muy desafortunadamente al término símbolo; él debe expresar solamente la diferencia de órdenes que quizá debe ser explicada en una imagen: cuando un pintor está sentado frente a un paisaje y lo pinta, como acostumbramos decir, ese mismo paisaje no proviene, de esta manera, de su imagen; se le podría designar en grado sumo como el símbolo de su contexto artístico
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