Tomado del libro Teoría Estética
Taurus Ediciones, 1971
Las teorías según las cuales el arte tiene que introducir un orden
sensible concreto y no clasificatorio abstracto en la multiplicidad caótica de
lo aparente o de la naturaleza escamotean, de forma idealista, el fin de la
espiritualización: dejar que manifiesten lo suyo propio las figuras históricas
de lo natural y de su subordinación. La relación del proceso de
espiritualización con lo caótico tiene también su índice histórico. Se ha dicho
muchas veces desde Kart Kraus que en la sociedad total el arte tiene que llevar
caos al orden más que lo contrario. Los rasgos caóticos del arte nuevo están en
contra suya y de su espíritu, sólo a primera vista. Son cifras de la crítica de
una mala segunda naturaleza: tan caótico ha llegado a ser realmente el orden.
El momento caótico y la espiritualización son convergentes en su renuncia a
esas refinadas y tersas representaciones de la existencia; el parentesco entre
el arte radicalmente espiritualizado, como el que data de Mallarmé, y el
torbellino onírico del surrealismo, es mucho más cercano de lo que se figura la
conciencia de escuela; por lo demás, hay muchas conexiones transversales entre
el joven Bretón y el simbolismo o entre los primeros expresionistas alemanes y
aquel George al que desafiaron. La relación entre la espiritualización y lo
indómito es antinómica. Al representar una limitación de los momentos
sensibles, el espíritu se convierte, peligrosamente, en un ser sui generis y en
virtud se su tendencia inmanente trabaja también en contra del arte. Su crisis se
ve acelerada por la espiritualización que se defiende contra el hecho de que
las obras de arte sean vendidas como meros valores estimulantes. La
espiritualización es la fuerza contraria al carromato verde, a los músicos, o
comediantes ambulantes, a los despreciados por la sociedad. Aunque no deja
sentir una fuerte presión para que se desprenda de los rasgos de mera
apariencia, de su vieja insinceridad social, el arte no puede seguir existiendo
cuando este elemento está completamente ausente y no se le puede crear una zona
especial de reserva. Ninguna sublimación puede tener éxito si no conserva en
ella misma lo que sublima. El hecho de que la espiritualización del arte pueda
conseguirlo es lo que decide sobre su supervivencia o, de acuerdo con la
profecía hegeliana, sobre su final, que en el mundo, tal como de hecho ha sido,
constituiría un escape hacia la confirmación no refleja y realista en el peor
sentido, en un escape hacia la duplicación de lo que meramente existe. Bajo
este aspecto la salvación del arte es una cuestión política, pero incierta en
sí misma, puesto que se halla amenazada por la marcha real del mundo.
--------------------------------------------------------------
No hay comentarios:
Publicar un comentario