Alonso nació en la Provincia de Mendoza. Ha cumplido Ochenta años.
Muchísimas veces, he discutido acerca de su obra con algunos colegas que no le dan la importancia ni la trascendencia que su obra merece.
Para muchos, es un dibujante que colorea los dibujos que realiza, como si eso, no le diera la cualidad de pintor. Me refiero, a tomarlo como el artista que es.
Es cierto, es un ilustrador. Él toma la palabra y de ella depone las imágenes que habitarán el soporte, sea éste de tela, cartón o papel. A veces, esas imágenes participan de un libro, como lo hiciera con El Quijote, los poemas de Neruda, El matadero de Echeverría, el Martín Fierro o la Divina Comedia, esa obra gigantesca del gran poeta florentino, que Alonso ilustró también de manera gigantesca.
Tuve la suerte de ver la muestra de las obras que ilustraron al Dante, hace ya muchos años, allá por los sesenta, en la Art Gallery de la calle Florida.
Pero en el Centro Cultural Recoleta, se hizo, hace poco una exposición con una versión nueva de aquellas ilustraciones titulada “Carlos Alonso en el Infierno”. Impresionante ver las dos versiones, la inmensidad de Alonso, la maestría.
Alonso se compromete con el arte, con su obra, con el hombre. Siempre su visión profunda de la condición humana, siempre del lado de los que sufren por las injusticias que provocan quienes detentan un poder infame.
Para ello, utiliza diversas técnicas acorde a su necesidad expresiva, transformaciones que componen, descomponen y vuelven a componerse en un cambiante entrevero de líneas y colores que, por ser él un maestro, ordena de manera brillante sobre la tela o el papel, para legarnos el mensaje que su contenido propone.
Lo trágico y lo grotesco, por qué no el humor, para ofrecernos una manera disímil de poesía: la de la forma, la del color, así como otros utilizan la palabra. Claro, la pintura es una manera diferente de decir. Y Alonso dice.
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