viernes, 8 de febrero de 2013

GEORGES POLITZER

PRINCIPIOS ELEMENTALES DE FILOSOFÍA

Prefacio
El manual elemental de filosofía que publicamos aquí, reproduce las notas tomadas por uno de sus alumnos en los cursos dictados por Georges Politzer en la Universidad Obrera durante el año escolar 1935-1936. Para que se comprenda su carácter y alcances es necesario precisar en primer término el objetivo y el método de nuestro camarada.
La Universidad Obrera había sido fundada en 1932 por un pequeño grupo de profesores para enseñar la ciencia marxista a los trabajadores manuales y darles un método de razonamiento que les permitiera comprender nuestra época y orientar su acción, tanto en su técnica como en el terreno político y social.
Desde el comienzo, Georges Politzer se encargó de enseñar en la Universidad Obrera la filosofía marxista, el materialismo dialéctico, tarea tanto más necesaria por cuanto la enseñanza oficial continúa ignorando o desnaturalizando esta filosofía.
Ninguno de aquéllos que tuvieron el privilegio de asistir a esos cursos -año tras año él hablaba a un numeroso auditorio en el que se mezclaban todas las edades y profesiones, pero donde predominaban los jóvenes obreros podrá olvidar la profunda impresión que sentían ante ese muchachón pelirrojo, tan entusiasta y tan sabio, tan concienzudo y tan fraternal, tan interesado en poner al alcance de un público inexperto una materia árida e ingrata.
Su autoridad imponía a su curso una disciplina agradable, que sabía ser severa pero manteniéndose siempre justa, y de su persona se desprendía una tal potencia vital, una tal irradiación, que era admirado y amado por todos sus alumnos.
Para hacerse comprender bien, Politzer comenzaba por suprimir de su vocabulario toda jerga filosófica, todos los términos técnicos que sólo pueden mtender los iniciados. Únicamente quería emplear palabras sencillas y conocidas por todos. Cuando se veía obligado a servirse de un término raro, no dejaba de explicarlo ampliamente mediante ejemplos familiares. Si durante las discusiones alguno de sus alumnos empleaba palabras sabias, lo reprendía y se burlaba de él con esa ironía mordaz que le conocían bien todos los que se le han acercado.
Quería ser sencillo y claro y siempre apelaba al sentido común, sin sacrificar nunca, sin embargo, ni un ápice de la exactitud y de la verdad de las ideas y teorías que exponía. Sabía dar a sus cursos un carácter extremadamente vivaz haciendo participar al auditorio en las discusiones antes y después de la lección.
Procedía así: al final de cada lección, daba lo que él denominaba una o dos preguntas de control; tenían por objeto resumir la lección o aplicar su contenido a algún tema particular. Los alumnos no estaban obligados a. tratar el tema, pero eran numerosos los que se dedicaban a ello y aportaban un deber escrito al comienzo del curso siguiente. Él preguntaba entonces quién había hecho el deber; se levantaba la mano y él escogía a algunos de nosotros para leer nuestro texto y completarlo si era necesario con explicaciones orales. Politzer criticaba o felicitaba y provocaba entre los alumnos una breve discusión; después concluía extrayendo las ensefianzas de la discusión. Esto duraba alrededor de media hora y permitía a los que habían faltado al curso precedente colmar la laguna y establecer la vinculación con lo que habían aprendido antes; también permitía al profesor comprobar en qué medida había sido comprendido. Cuando hacía faltar insistía sobre los puntos delicados u oscuros.
Comenzaba entonces la lección del día, que duraba alrededor de una hora; después los alumnos
planteaban preguntas sobre lo que acababa de ser dicho. Estas preguntas eran generalmente interesantes y juiciosas. Politzer las aprovechaba para aportar precisiones y retomar lo esencial del curso bajo un ángulo diferente.
Georges Politzer, que tenía un profundo conocimiento de su tema y una inteligencia de admirable flexibilidad, se preocupaba ante todo de las reacciones de su auditorio: en cada ocasión tomaba la “temperatura” general y verificaba constantemente el grado de asimilación de sus alumnos. Por consiguiente, era seguido por ellos con apasionado interés. Él contribuyó a formar millares de militantes y de ellos son numerosos los que hoy ocupan puestos “responsables”.
Nosotros, que comprendíamos el valor de esta enseñanza y que pensábamos en los que no podían escucharla, y particularmente en nuestros camaradas de las provincias, anhelábamos la publicación de sus cursos. Él prometía pensar en ello, pero, en medio de su inmenso trabajo, nunca encontraba tiempo para realizar este proyecto.
Fue entonces que durante mi segundo año de filosofía en la Universidad Obrera, donde se había creado un curso superior, tuve ocasión, de pedir a Politzer que me corrigiera algunos deberes, y le entregué a pedido suyo mis cuadernos del curso. Los encontró bien hechos y yo le propuse redactar, de acuerdo a mis notas, las lecciones del curso elemental. Me alentó a hacerlo, prometiéndome revisadas y corregirlas. Desgraciadamente no encontró tiempo para ello. Sus ocupaciones eran cada vez más pesadas y dejó el curso superior de filosofía a nuestro amigo René Maublanc. Yo puse a éste al corriente de nuestros proyectos y le pedí que revisara las primeras lecciones que yo había redactado. Él aceptó diligentemente y me alentó a terminar ese trabajo que luego debíamos presentar a Georges Politzer. Pero llegó la guerra; Politzer debía encontrar una muerte heroica en la lucha contra el ocupante hitleriano.
Aunque ya no contemos con nuestro camarada para completar un trabajo que él había aprobado y alentado, hemos creído útil publicarlo. Nuestro amigo Jean Kanapa, profesor de filosofía, ha tenido la bondad de leerlo y corregir en sus detalles el texto que yo había redactado antes de 1939 de acuerdo a mis notas del curso.
Georges Politzer, que todos los años comenzaba su curso de filosofía en la Universidad Obrera fijando el verdadero sentido de la palabra materialismo y protestando contra las deformaciones calumniosas a que algunos la someten, recordaba enérgicamente que el filósofo materialista tiene ideales y para hacerlos triunfar está dispuesto a la lucha. Después, él supo probarlo con su sacrificio, y su muerte heroica ilustra ese curso inicial en el que afirmaba la unión de la teoría y de la práctica en el marxismo.
No es inútil insistir sobre esa devoción a un ideal, esa abnegación y ese alto valor moral, en una época en que nuevamente se osa presentar al marxismo como “una doctrina que transforma al hombre en una máquina o en un animal apenas superior al gorila o al chimpancé”. (Sermón de Cuaresma en Nôtre- Dame de París, pronunciado el 18 de febrero de 1945, por el Rev. P. Panici.)
Nunca protestamos suficientemente contra tales ultrajes a la memoria de nuestros camaradas.
Limitámonos a recordar a aquellos que tienen la audacia de proferirlos, el ejemplo de Georges Politzer, de Gabriel Peri, de Jacques Solomon, de Jacques Decour,1 que eran marxistas y profesores de la Universidad Obrera de París: todos buenos camaradas, sencillos, generosos, fraternales, que no hesitaban en consagrar una buena parte de su tiempo para ir a un barrio perdido a enseñar a los obreros la filosofía, la economía política, la historia y las ciencias.
La Universidad Obrera fue disuelta en 1939. Reapareció poco después de la Liberación con el nombre de Universidad Nueva. Un nuevo equipo de abnegados profesores que reemplazaba a los fusilados fue a reiniciar la obra interrumpida.
Nada puede alentarnos más en esta tarea esencial, que rendir homenaje a uno de los fundadores y animadores de la Universidad Obrera, y ningún homenaje nos parece más justo y más útil que publicar ahora los Principios Elementales de Filosofía de Georges Politzer.

MAURICE LE GOAS

Todos ellos muertos por los ocupantes nazis a causa de su valerosa actuación en la Resistencia. (N. del T.)
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