I. LA ANTIGUA QUERELLA
Cuando se dispone a formular en La república sus acusaciones contra los poetas, Platón le hace decir a su maestro Sócrates estas palabras: "La querella entre la poesía y la filosofía es vieja." Lo que Sócrates quiere, con esa aclaración, es disculparse: ¡no es él quien inicia la querella! Y, para que no se interprete mal su actitud, comienza por confesar el respeto que la poesía le merece y el cariño que le inspira. La poesía era, ante todo, Homero. Sócrates, como todos los atenienses, se había educado a través de él. En su infancia y en su adolescencia, nada hubiera podido objetarle. Las objeciones empezaron cuando empezó la gran lucha que obligaba a no estimar a Homero más que a la verdad. El mismo Sócrates lo dice. Y agrega que es una gran lucha, "una lucha más grande de lo que pudiera creerse", ésta en la que se trata de alcanzar a ser bueno, o no alcanzarlo. El joven que despierta a la conciencia de ese problema ya no puede dejarse tentar ni siquiera por la poesía. Ni siquiera por ella. Ése es el reconocimiento que Sócrates hace de la altísima dignidad de lo que se dispone, precisamente, a combatir. No hay que dejar que vengan a distraernos —dice— ni la gloria, ni la riqueza, ni ninguna dignidad, ni la poesía misma.
Sócrates continúa la querella que los otros filósofos habían iniciado. Los poetas eran sabios. Heráclito había llamado a Homero el más sabio de todos los helenos. ¿Quiénes se hubieran atrevido a discutir eso? Ni aun el mismo Sócrates. Pero Heráclito había dicho, también, que Homero hubiera merecido ser expulsado de las asambleas y apaleado. ¿El más sabio de todos los helenos mereciendo ese doble castigo, moral y físico? ¿Cómo hubiera podido justificar Heráclito su paradoja? La justificó con una observación en la que está enunciada la actitud general de Sócrates con respecto a los poetas y a cuantos se creen sabios. Heráclito ya había dicho de Hesíodo (no se atrevió a decirlo de Homero) que era un ignorante a pesar de ser un sabio. "Creen que sabía todo lo que podía saberse de las cosas, él, que no conocía el día y la noche..." La frase de Sócrates "lo saben todo; sólo ignoran que no saben nada" acaso tenga su origen en aquella actitud de Heráclito para con Hesíodo; es decir, en la actitud de un filósofo para con un poeta. Y Sócrates, filósofo, insiste en esa actitud, siguiendo también en esto a Heráclito.
La otra acusación expresa importante, en la vieja querella, es la de Jenófanes. Homero y Hesíodo han atribuido a los dioses todo lo que entre los hombres sería objeto de oprobio y de vergüenza: robos, adulterios, engaños. ¡Impíos, ignorantes que pretenden pasar por sabios!... Y estos cargos, hechos a los poetas, serán después los mismos que se les haga a los filósofos.
En La república, Platón hace sostener a Sócrates la necesidad de expulsar de la ciudad a los poetas. De una república se expulsa a quienes significan un peligro, a quienes de alguna manera son sus enemigos. ¡Los poetas, enemigos de la república! ¿Cómo se justifica esa severa sanción ya dictada por los filósofos presocráticos? Un ciudadano debe temer la esclavitud más que la muerte, dice Sócrates; y las palabras de los poetas, cuanto más poéticas son, menos convienen a los oídos de quienes deben vivir como hombres libres. Los poetas son creadores de fantasmas, que alejan a los hombres de la contemplación de las esencias, es decir, que los alejan de la verdad. El poeta que describe la obra de un artesano es un imitador de imitaciones, un copiador de copias; el artesano que construye su obra está más cerca que él de las esencias, pues imita al Dios creador que las crea; construye una obra que es copia de la obra ideal. El poeta copia la copia hecha por el artesano. El orden es: Dios; el artesano que lo imita; el poeta que imita al artesano. Los poetas crean fantasmas y no cosas reales.
Por eso mismo, los poetas hablan de todo sin entender nada. ¿De qué no han hablado? De medicina, de política, de guerras. ¿Y qué remedios, qué leyes, qué teorías les debemos? En nada de cuanto dijeron fueron útiles a los hombres. Los poetas imitativos eran, por ello, hombres carentes de seriedad, que se entretuvieron en un juego ocioso e inútil. Sus obras pueden encantar momentáneamente; pero su encanto no es más duradero que el de esos rostros hermosos simplemente por la juventud, que dejan de atraer las radas cuando la juventud los abandona.
El arte de esos poetas es el arte de charlatanees, semejante al de quienes se complacen en el simple juego de palabras y también al de los taumaturgos que ofrecen un juego de ilusiones que ni ellos mismos creen. La poesía imitativa es el arte de la mentira y, por ello, instrumento de la corrupción de los jóvenes.
Estamos hablando, aclara Sócrates en su requisitoria, como fundadores de un estado, no como poetas. Y en tal calidad debemos prescribir normas a los poetas imitativos, para que no eduquen a la juventud en mentira, fuente de la injusticia. El poeta educa a los hombres en la lamentación y las quejas fáciles, sin pudor y sin coraje. Corónese a los poetas, vuélquense perfumes sobre su cabeza; pero expúlseselos del estado. Sus obras sólo atañen a la parte de nosotros mismos que más repugna a la sabiduría. Así como no son veraces, no son saludables. La poesía es escuela de pasiones nocivas, y fomenta esas pasiones debilitando la razón que ha de gobernar a los hombres. A quienes— poetas o admiradores de la poesía— sostengan lo contrario, Sócrates les pide que lo demuestren, pero en prosa, como corresponde a toda demostración. Y lo que tienen que demostrar es que la poesía además de agradable es útil al estado y a la vida.
Y si no pueden probarlo, lo que debemos hacer es lo que hacen aquellos amantes que, a pesar de todo lo grata que es la pasión del amor, se esfuerzan por apartarse de ella si advierten sus funestas consecuencias. La pasión de la poesía, repite Sócrates, encantó mi infancia; pero contra ese encantamiento hay que prevenirse cuando se trata de .ser hombres libres. Y no se es hombre libre sino en el ejercicio de la virtud. La poesía es escuela de corrupción porque —y este argumento es de importancia capital en Sócrates— hace temer la muerte. (Las citas, que abundan en el tercer libro de La república, están destinadas a probar eso.) Los héroes presentados por los poetas son, todos ellos, víctimas del amor a la vida y del temor a la muerte. Sócrates sostenía que quien teme a la muerte está perdido como hombre libre. La poesía, en definitiva, es una aliada de la esclavitud.
Los poetas son, además, impíos. Los viejos filósofos los condenaban por su irreverencia hacia los dioses. Sócrates insiste en esa acusación, larga y hasta tediosamente; o aprueba cuando esa acusación es formulada por su interlocutor. ¿Qué atrocidades no habían atribuido los poetas a los dioses? El "buen Hesíodo" contaba, de Uranos y Cronos, una historia que no era ciertamente para niños. Esos dioses de los poetas eran dioses cuyas empresas de ninguna manera hubieran podido servir de modelo a los hombres: dioses de odio pronto, de pasiones violentas; dioses, en fin, demasiado humanos. ¿No había llegado a decir Esquilo que Dios había implantado el crimen entre los hombres? A Dios hay que presentarlo tal cual es, y no sujeto, como cualquier hombre, a las alternativas del bien y del mal. Esos dioses que cambian constantemente de forma, como son los de los poetas, y que parecen complacerse en engañamos, no pueden ser los dioses del hombre libre. Dios —Dios, no los dioses— es absolutamente simple y veraz en acciones y palabras: no cambia ni engaña con fantasmas y ni siquiera con signos. (Cuando los poetas atribuyan a los dioses la mentira y hasta el crimen —concluye el filósofo—, nos enfadaremos; y si se trata de un poeta trágico, como Esquilo, le negaremos el coro necesario para la representación de su obra. Porque el filósofo aspira a que quienes han de gobernar el estado se asemejen a los dioses cuanto la naturaleza humana lo permite.)
Éstas son, en lo fundamental, las acusaciones del filósofo contra los poetas. Dirigidas en un principio sólo a los poetas imitativos, terminan por abarcarlos a todos. ¿Y cuáles eran las acusaciones del poeta contra los filósofos? El poeta Aristófanes es quien las ha formulado con más eficacia, en Las nubes, ataque directo a Sócrates.
Las acusaciones del filósofo, aunque presentadas —y ampliadas— más tarde por su discípulo, fueron contemporáneas a las acusaciones del poeta Aristófanes. Sócrates debió ser una antítesis popular en la Atenas que vio representar Las nubes. Se asegura que durante la representación, para evitar que el público se distrajese tratando de ubicarlo en las gradas, Sócrates se puso de pie, de manera que todos pudiesen verlo. Ésa era su respuesta silenciosa al violento ataque del poeta. También aquel día Sócrates bebió, con dignidad de filósofo, la cicuta que le había preparado y le alcanzaba el poeta.
Las diosas de los sofistas —de Sócrates— son, para el poeta, las Nubes. A ellas se les podía hacer la misma acusación que el Sócrates platónico hacía a los poetas. Las Nubes son imitadoras: ofrecen copias de copias, fantasmas: imitan copos de lana, centauros, leopardos, lobos, toros, ciervos, mujeres; y sus discípulos, los filósofos, son, como ellas, creadores de fantasmas.
Hombres que están como en las nubes, los filósofos hablan de todo sin entender de nada, o, lo que es peor, sin creer en nada.
El filósofo, en cuanto sofista, podía fingir la defensa de cualquier causa o de cualquier posición. Sócrates confesaba no saber nada; pero ¿de qué no hablaba? En el diálogo entre el razonamiento justo y el injusto —este último, símbolo de la sofística—, Aristófanes quiere mostrar precisamente todo lo que hay de fraude en las argumentaciones de los filósofos, y cómo ese fraude es la causa de la decadencia de Atenas.
Los filósofos son, además, para Aristófanes, charlatanes. Charlatanes de "vaciedades sublimes"; así llaman las mismas Nubes a sus discípulos. Charlatanes "pálidos y descalzos". A los filósofos, molinos de palabras, sólo les interesa triunfar en las disputas verbales. Son los sacerdotes de lo inútil. Como los charlatanes, como quienes peroran en las plazas públicas, carecen de la virtud de la modestia: unen, a su charlatanería, la jactancia. En todo eso educaba Sócrates a los jóvenes. Después de hacer que el joven cuya educación le ha encomendado el ingenuo Estrepsíades escuche la disputa entre los dos razonamientos, Sócrates promete devolverlo hecho un perfecto sofista.
La acusación de impiedad, formulada por el poeta contra el filósofo, tenía más fáciles fundamentos. Muchas veces se la había formulado y se la seguiría formulando. El filósofo no reconoce más dioses que el Caos, las Nubes y la Lengua. Todos los demás son para él pura ficción. Sócrates instruye así en Las nubes a Estrepsíades: "—Es preciso que sepas que los dioses ya no tienen curso entre nosotros." Estrepsíades pregunta asombrado: "—¿Zeus Olímpico no es Dios? ..." Y la respuesta de Sócrates es "—¿Qué Zeus? ¡Tú bromeas! No hay tal Zeus." El filósofo es el gran negador de los dioses. ¿Cómo no ver en él, entonces, a un corruptor de la juventud?
"La locura tuya y la de Atenas, que alimenta al Corruptor de la juventud." Ésas son las palabras que el razonamiento justo dirige al injusto en la obra de Aristófanes. La nostalgia de la antigua educación, sentida y expresada por el razonamiento justo, contrasta con el desenfado del razonamiento injusto. Los sofistas, los filósofos, estaban educando a los atenienses de manera distinta a como habían sido educados los héroes que supieron pelear en Maratón. Sócrates, los filósofos, eran enemigos de la patria, por corruptores de la juventud. Era necesario, por ello, librar de tales "monstruos" a la patria. Fidípides, el joven cuya educación ha sido encomendada a Sócrates, termina por apalear a su propio padre, haciendo seguida esta reflexión: "Desde que Sócrates me ha hecho abandonar mis aficiones predilectas, y me ha acostumbrado a los pensamientos sutiles, a los discursos y las meditaciones, me siento capaz de probar que he obrado bien maltratando a mi padre." E intenta, efectivamente, probarlo.
La escena final, en que el padre del joven se decide a incendiar la escuela de los filósofos, resume las actuaciones del poeta. Estrepsíades se lamenta de su necedad al negar a los dioses de acuerdo con las enseñanzas de Sócrates; pide que se le perdone el haber cedido a la fascinación de la charlatanería de los sofistas. Y al prender fuego a la escuela, cuando le preguntan: "¿Qué haces?", contesta: "Disputo sobre sutilezas con las vigas del techo. ¿quién os manda ultrajar los dioses y mirar la luna?" Sus palabras finales, mientras presencia la devastación de la escuela de los filósofos son: "Paguen así todas sus culpas, y principalmente su impiedad."
Las acusaciones del poeta contra el filósofo son, pues, las mismas del filósofo contra el poeta. Por lo menos, si no es total y si no está formulada en los casos con el mismo lenguaje, la correspondencia entre ellas es visible.
En la Apología, Platón recoge las acusaciones del poeta, y hace que Sócrates las resuma. Se lo acusaba de investigar las cosas de lo alto y las subterránea no creer en los dioses; de defender como buenas malas causas; de corromper a la juventud. Cargos triviales —agrega— que ordinariamente se formulan contra los filósofos. Son los poetas quienes así lo acusan. Ahí está Meleto, poeta, afrontando el riesgo de calumnia. Y Sócrates no se olvida de aludir “ al autor de comedias". Toda esa calumnia acaso no fuese más que una expresión de resentimiento, pues Sócrates recuerda que, cuando el oráculo lo declaró el más sabio de los helenos, se puso a interrogar primero a los hombres de estado y luego a los poetas, para comprobar que "a título de poetas se creían los más sabios en muchas otras materias, si bien nada entendían”
La antigua querella resultaba muy extraña. No había acusaciones a las que se replicase con otras. Eran las mismas acusaciones, formuladas por los poetas contra los filósofos y por los filósofos contra los poetas. Eso significa que los poetas y los filósofos combatían lo mismo. ¿No es Aristófanes un enemigo de los creadores de fantasmas, de los ignorantes, de los charlatanes, de los impíos, de los corruptores de la juventud? ¿No es Sócrates un enemigo, también, de los creadores de fantasmas, de los ignorantes, de los charlatanes: los impíos, de los corruptores de la juventud? ¿Platón no se limita a repetir —a plagiar— a Aristófanes, presentando como novedades acusaciones que eran viejas y que estaban dirigidas no a los poetas sino a los filósofos? Estas acusaciones del poeta contra los filósofos: y del filósofo contra los poetas, además de ser las mismas, están fundadas del mismo modo: (tanto el poeta como el filósofo formulan sus acusaciones en nombre de la moral. Y, para que sean más impresionantes, el poeta elige al más grande de los filósofos: Sócrates, y el filósofo al más grande de los poetas: Homero.
Pero, igualmente, el poeta y el filósofo incurren en el mismo vicio que combaten. Platón se contradice —hace contradecirse a Sócrates— y también se contradice Aristófanes. Platón, después de condenar las mentiras de Homero, termina por defender la doctrina de la "mentira patriótica". ¡Es la mentira, y no la verdad, la encargada de salvar en última instancia su República! La mentira es el privilegio que Platón concede a quienes han de regir su estado ideal. La mentira —dice— es un medicamento que debe ser usado por los médicos, no por los profanos; si a alguien le corresponde mentir, es a quienes gobiernan; ellos son quienes pueden y deben mentir, para engañar a los enemigos o a los mismos ciudadanos, cuando el interés de la República lo exija. Esto es lo que expresamente concluye el filósofo que parecía haber venido enseñando la salvación a través de la verdad. Las mentiras de los poetas no eran condenables en cuanto mentiras, entonces; eran condenables en cuanto no eran patrióticas. Un poeta era un mal ciudadano, simplemente porque mentía sin distinguir la mentira nociva de la mentira saludable. Pero ¿por qué reprocharles que no hubiesen sido legisladores, en vez de agradecérselo?; ¿y por qué reprocharles que, alejándose de la contemplación de las esencias eternas, fuesen copiadores de copias, si luego se concluiría que había un bien alcanzable sin necesidad de aquella contemplación, y mediante el simple recurso a la mentira, recurso al que precisamente echaban mano los poetas?
Acusador del engaño poético, el filósofo introduce el engaño filosófico, y termina por contradecirse. Pero también el poeta, acusador del engaño filosófico, termina por contradecirse. "Paguen todas sus culpas, y especialmente su impiedad", era la acusación final de Aristófanes contra los filósofos. Pero esa acusación era contradictoria con la conducta del poeta. Aristófanes era quien había ido más lejos en la impiedad. El trágico Eurípides, que parecía haberse unido a los sofistas llegó a decir: "los dioses... si es que existen". Mereció por ello, como Sócrates — a quien llegó a suponerse inspirador de obras de Eurípides —, las más violentas acusaciones de Aristófanes. Pero éste, que parecía seguir creyendo en la existencia de los dioses, los convirtió en seres demasiado humanos. Hermes, el dios que hacía posible la comunicación entre los dioses y entre éstos y los hombres, es, en las obras del poeta defensor de la piedad, un correveidile venal: el campesino trigeo puede sobornarlo con la dádiva de una simple torta. No tiene nostalgia de su antigua grandeza, sino de sus vulgares banquetes de "intestinos asados". Dionysos, el mismo Dionysos exaltado en Las bacantes por el sofista Eurípides; es, en Las ranas del poeta el defensor de la piedad, un dios miserable que se burla hasta de su propio sacerdote (¡que estaba allí, entre espectadores, asistiendo a la representación de la comedia!). El altísimo Zeus es un simple Zeus vapuleado y con ese epíteto lo invoca Jantias, compañero de Dionysos en el viaje de descenso a los infiernos. Sócrates, víctima más tarde de las acusaciones iniciadas por el poeta, se resolvería a beber la cicuta; y el dios Dionysos, que interroga a Heracles en busca del camino más corto para descender al infierno, la rechaza porque "con la cicuta se le hielan a uno las piernas". Aristófanes, poeta, fue el gran impío que aceleró el proceso de desdivinización de los dioses.
Pero hay otras contradicciones. Aristófanes no perdona al poeta Meleto, que habría de ser casualmente acusador del filósofo: lo junta con las meretrices, en Las Ranas. Platón había sido atacado, también por los poetas, y hasta desde la escena; como al maestro, se le acusó de hablar de lo que ignoraba, y de hablar estúpidamente aunque prometiese la sabiduría. Platón se muestra implacable con los poetas; ¡pero rinde a todos ellos su homenaje en la figura del más mordaz de los detractores de la filosofía: Aristófanes! ("Las gracias, que buscaban para sí mismas un templo imperecedero, lo encontraron en los labios de Aristófanes." Su otro gran homenaje a los poetas había sido cantar a la poetisa Safo y declararla la décima musa.)
Platón había querido ser poeta. Se dice que aspiraba a competir con Homero, el poeta tantas veces llamado el más sabio de los helenos. Y ensayó la poesía y hasta habría compuesto una tragedia: él, que reprocharía a la tragedia el que regase y diese vida a todo aquello que hubiera sido preferible ver agostarse para siempre. Bajo la influencia del teatro concibió sus diálogos Aristóteles le acusaría, más tarde, de haber poetizado, entendiendo acusarle de no haber sabido mantenerse filosofo siempre. (También Aristóteles dijo que los poetas mienten mucho.)
Podríamos preguntamos si el Platón filósofo hubiese sido posible sin el Platón poeta. O de otra manera —que es como formula la pregunta Nietzsche—, si el filósofo Platón hubiera sido posible sin el poeta Aristófanes. Releamos las palabras de Nietzsche: "Nada ha hecho soñar tanto con motivo de la misteriosa naturaleza de esfinge de Platón, como este pequeño hecho, felizmente recordado: bajo la almohada de su lecho de muerte no se encontró 'biblia', nada que fuera egipcio, ni pitagórico, ni platónico, pero se encontró un Aristófanes. ¿Cómo habría soportado la vida Platón —una vida griega a la cual había dicho que no—, sin un Aristófanes?"
Creadores de fantasmas, ignorantes, charlatanes, corruptores de la juventud, impíos. Ésas eran las acusaciones de la poesía a la filosofía, y por ello Estrepsíades, criatura de Aristófanes, incendia "el pensadero", como llamaba a la escuela de Sócrates, para librar de filósofos —de monstruos— a la ciudad. Pero ésas eran también acusaciones de Platón —criatura de Sócrates— a la poesía; y también por ello —exactamente por ello— se lo puede comprobar releyendo los pasajes de La república contra los poetas— el filósofo expulsa de la ciudad a los poetas.
La actitud de Sócrates y la de Aristófanes no son tan contrapuestas como la "vieja querella" podría hacer pensar. Sócrates, refiriéndose a sí mismo, pronunciado la jactanciosa frase: "Dios me puso sobre vuestra ciudad como un tábano sobre un noble potro para picarlo y tenerlo despierto." ¿Y no hubiera podido, hasta con más razón, decir eso de sí mismo Aristofanes? Sócrates, empeñado en mostrar que quienes se creían sabios nada sabían, ¿está muy lejos de Aristófanes, empeñado en mostrar particularizadamente lo mismo? Ni los pretendidos sabios eran sabios; ni los pretendidos salvadores de la patria, salvadores patria; ni los pretendidos maestros de la juventud, maestros de la juventud. Eso es todo Aristófanes. Sócrates y Aristófanes se disputaban lo mismo: ser considerados la conciencia reflexiva de Atenas.
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