Se dice que por los albores, o quizás un tiempo después, que se puede medir en milenios, cuando el hombre andaba en busca de alimento, muchos de aquellos primitivos, pudieron “transitar” hacia lo que hoy es América, aprovechando el descenso de las aguas durante el período glaciar para internarse seguramente por algún paso, en las regiones no glaciadas del norte y así, llegar a las zonas herbáceas, donde podrían encontrar el alimento necesario. Esto debe haber sucedido en períodos muy lentos; distintos grupos nómades, sin contactos entre ellos, que se fueron extendiendo por lo que hoy es el continente americano. ¿Cuarenta mil años atrás? Caramba, cuánto tiempo.
Y cuánto esfuerzo, seguramente, en el traslado, en las migraciones, en Todo el Tiempo que significaba ir creando la Humanidad con sus cosas, sus maneras, sus culturas. Diferentes. Tal vez, con mucho de parecido entre los grupos, con sus piedras, puntas de flechas, raspadores, pero de estilos y técnicas que hacían a la distinción.
El tallado de la piedra lo fueron mejorando, llegando casi a la perfección en cuanto a su pulimento, especializándose en cuchillos, raspadores, hojas filosas, a la vez que han dejado huellas de huesos trabajados como espátulas, perforadores, agujas... Las puntas de proyectiles fueron bellamente creadas.
Anduvieron desarrollando técnicas de caza, que les permitió en el tiempo, conseguir presas en los grandes mamíferos que se encontraban en esas zonas herbáceas. Tal vez, esto les haya forzado a organizarse en grupos mayores, con una forma de orden más avanzado, asentándose temporalmente en las zonas que les eran más favorables y es así que se han encontrado en algunos yacimientos (11.000 años a de C.), pequeños molinos manuales, que atestiguan seguramente la posibilidad de la transformación de semillas en harina.
Y la magia
Comienzan, aquellos primitivos, a dejar rastros hacia la eternidad.
En cuevas, en rocas, van “marcando” signos. Algunos reconocibles como manos en negativo, escenas de caza o decididamente, diferentes tipos de signos geométricos los cuales aún hoy, cuesta develar en su hermético significado.
De esta manera, el hombre se conectaba con el mundo que lo rodeaba: estrechamente ligado con la magia.
De qué manera, si no, consiguiese aquel hombre, comprender los “fenómenos” y el mundo en el que habitaba.
Mediante la magia del arte, podían “controlar” esos fenómenos.
El sustento, a través de la caza, era plasmado en las paredes de la cueva, promoviendo un hecho artístico-mágico, tan vital como el sustento que debía ser cazado. De ese modo, dominaban a la naturaleza, en una puja constante, ya que la naturaleza, a su vez, pugnaba por dominar al hombre. Y no se trataba de un hecho vinculado a ninguna concepción simbólica, una cuestión de fe, sino que, se trataba de un hecho real, una continuación directa e inmediata de la realidad circundante.
Lo hicieron bien. Tan bien, que ahora somos los seis mil millones que somos en el planeta. De no haberlo hecho bien, la especie humana no hubiese sobrevivido en absoluto.
Quizá por ello, podemos decir: El arte, ante todo, magia
Quizá por ello, podemos decir: El arte, ante todo, magia
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