Colijo que el Capitalismo es aristotélico y que los grandes grupos económicos que gobiernan el mundo, proponen el Estado que este pensador griego propuso en La Política. Pueden leer los libros Primero, Segundo y Tercero en Arte y Letras.
Capítulo 2
Del Libro Primero
Conocidas que son ahora positivamente las diversas partes que forman el Estado, debemos ocuparnos primeramente del modo de administrar las familias, dado que el Estado está siempre constituído por familias. Una familia bien organizada se forma de individuos libres y de esclavos; pero hay que descomponer más aún para llegar a los elementos primitivos de la familia. Estos elementos son el amo y el esclavo, el marido y la mujer, el padre y el hijo. Debe, pues, considerarse de una parte la autoridad del amo, después la autoridad conyugal y luego la paternal. A estos tres elementos que terminamos de detallar podría añadirse otro que algunos confunden con la administración doméstica y que otros sostienen que es solamente su parte más esencial. Este cuarto elemento que también examinaremos, es la especulación o industria que constituye el bienestar de los individuos que forman el hogar doméstico.
Nos ocuparemos ante todo, del amo y del esclavo, con el objeto de conocer a fondo las relaciones necesarias que los unen, y procuraremos encontrar un fundamento más sólido que el que se ha hallado hasta el día a la teoría de la esclavitud. Unos pretenden que el poder del amo, es del padre de familia, el del magistrado y el del monarca son todos de la misma naturaleza. Nos hemos ocupado ya de esta opinión al comenzar la presente obra. Otros sostienen que el poder del amo sobre el esclavo es contra la naturaleza. La ley, expresan, es la única que establece diferencia entre el esclavo y el hombre libre; más como la anturaleza hace a los hombres iguales, entonces, la esclavitud es una injusticia, dado que es consecuencia de la violencia.
Por otro lado, la propiedad es una parte constitutiva de la familia, y la manera de adquirirla es parte también de la ciencia doméstica, dado que sin los efectos de primera necesidad, los hombres no podrían vivir felices, ni siquiera vivir. Del mismo modo como en las demás artes se necesita para trabajar instrumentos especiales, la ciencia doméstica ha menester de los suyos. Sin embargo, entre los instrumentos, uno son inanimados y otros vivos; por ejemplo: para el patrón de un barco, el timón, es un instrumento inanimado, y otro animado el timonel, porque el obrero es un verdadero instrumento en las artes. De igual modo, puede decirse que la propiedad es un instrumento de la existencia, la riqueza una multiplicidad de instrumentos, y el esclavo una propiedad viva; solamente que, en cuanto a instrumento, el obrero es el más perfecto de todos. Las estatuas de Dédalo poseían un principio de acción; los trípodes de Vulcano, dice Homero que corrían por sí solos a los divinos combates. Si un útil pudiese ejecutar el mandato del artista, si la lanzadera tejiese por sí misma, si el arco sacase espontáneamente sonidos de la cítara, ni el arte precisaría de obreros, ni el amo esclavos. Adempas, como la producción y el uso difieren esencialmente y estas dos cosas tienen instrumentos que les son propios, es necesario que estos instrumentos difieren análogamente entre sí. La vida es el uso y no la producción de las cosas, y el esclavo sirve sólo para facilitar ese uso. Propiedad es un vocablo que debe entenderse como la palabra parte que, al serlo del todo, pertenece en absoluto a otra cosa que ella misma. El amo es señor del esclavo y es otro que él; el esclavo, por el contrario, no solamente es esclavo del amo, sino que le pertenece todo entero. Esto evidencia lo que el esclavo es en sí y lo que puede ser. El que por una ley de la naturaleza no se pertenece, sino que, sin dejar de ser humano, pertenece a otro, es evidentemente esclavo. De modo que el esclavo es propiedad ajena, y la propiedad es un instrumento preciso a la vida.
Nos queda por saber ahora si la naturaleza misma ha instituído la esclavitud; si es provechosos y justo que haya esclavos, o bien si cualquier clase de servidumbre es contra la naturaleza. Con facilidad llegaremos a establecer la verdad y para ello la razón y la experiencia nos servirán de guías. La autoridad y la obediencia son cosas no solamente necesarias, sino eminentemente útiles. Algunos seres, desde el momento en que nacen son destinados a obedecer y otros a mandar, aunque unos y otros con dicersos grados de categorías. La autoridad es tanto más noble cuanto los seres que obedecen son más perfectos; por ello es más hermoso mandar a hombres que a animales. La obra es tanto más noble cuanto sus agentes son más perfectos; y hay obra allí donde hay una parte mandato y de otra, ejecución. Considérese la marcha de la naturaleza en la creación de los seres; ya constituyan su organización distintos elementos, ya las partes se armonicen para formar un cuerpo, se combina constantemente la autoridad con la obediencia. Esta subordinación coordinada existe en todos los seres animados, y hasta en los seres insensibles. Como ejemplo mencionaría la música, si no creyese alejarme demasiado de mi objeto. En primer término, todo animal está constituído de cuerpo y alma, cuyo fin es acatar y mandar respectivamente. Esta es la ley que gobierna a los seres vivos, cuando no están viciados y cuando su organización ha cumplido un natural desarrollo, sin que el cuerpo y el alma pierdan su autonomía; porque no hablo de esos seres degradados, en los cuales el cuerpo escalviza al alma y quebranta todas las leyes naturales. El hombre mismo encuentra en su organización una doble autoridad: la del amo y la del magistrado. El alma manda al cuerpo como un amo a un esclavo. El entendimiento gobierna a los deseos cual un magistrado a sus ciudadanos y un monarca a sus súbditos. Así, la naturaleza quiere y el interés mutuo exige que el cuerpo obedezca al alma y la parte sensible a la parte inteligente. La igualdad o el derecho de mandar sucesivamente sería sería a todos igualmente funesto. Idéntica relación existe entre el hombre y los animales. La naturaleza ha sido más liberal y generosa con el animal que vive en sociedad, con el hombre, que con las fieras salvajes; por ello, a todos es más conveniente obedecer al hombre y todos hallan su bienestar en este acatamiento. Además los animales se dividen en machos y hembras: aquél es más perfecto y manda; ésta, más débil, obedece. Tal es la ley general, que al hombre también debe aplicarse.
existen en la especie humana individuos tan inferiores a los demás como lo son el cuerpo al alma o la fiera al hombre. Estos seres son adecuados para los trabajos del cuerpo, y no son capaces de hacer cosa alguna más perfecta. Partiendo de los principios que acabamos de establecer, estos individuos son destinados por la naturaleza a la esclavitud, porque nada hay mejor para ellos, que obedecer. Un hombre es esclavo por naturaleza cuando, por la medida de sus facultades, puede pertenecer a otro; y lo que precisamente le hace pertenecer a otro es el no participar de la razón sino por un sentimiento vago. Los otros animales, carentes de razón, obedecen a un ciego instinto. Por otra parte, no es grande la diferencia que hay entre el esclavo y la fiera; ambos solamente por su cuerpo son útiles.
De modo que la naturaleza, consecuente con ella misma, ha proporcionado cuerpos diferentes al esclavo y al hombre libre; ha proveído a aquél de miembros robustos para los trabajos pesados, en tanto que el hombre libre tiene el cuerpo recto y poco adecuado para los trabajos corporales; está formado para la vida política, para las atenciones de la guerra y de la paz. En verdad que esta regla no es general; que muchos tienen de hombre libre sólo el cuerpo y otros sólo el alma. Pero es seguro que, si los hombres fuesen siempre entre sí tan distintos por su apariencia corporal como lo son de las imágenes de los dioses, se convendría unánimemente en que los menos bellos deberían ser esclavos de los demás; y si esto es verdad, hablando del cuerpo, con más razón lo será hablando del alma; pero la belleza del alma es menos fácil de reconocer. De cualquier manera, es evidente que unos son por naturaleza libres y otros por naturaleza esclavos, y que, por consiguiente, exigen que el esclavo acate la autoridad y la justicia.
Los que creen en opuestos sistemas se ven precisados a admitir, hasta cierto punto, la verdad de nuestro principio; aceptan una esclavitud distinta a la nuestra que llaman esclavitud legal, entendiendo por tal el derecho de gentes, en cuya virtud todo lo que se conquista en la guerra se hace propiedad del vencedor. Sin embargo, muchos legistas acusan a este derecho de ilegalidad, por cuanto es horrible a su juicio, que el más fuerte, únicamente por serlo, y por poder hacer uso de la violencia, haga su esclavo de su víctima.
Pese a la divergencia y a la incertidumbre de estos juicios, puede afirmarse que la violencia es, hasta cierto punto, resultado necesario de la virtud; que la victoria es premio natural de cualidades brillantes y de la superioridad, y que de esta manera, bajo cierto aspecto, no puede haber violencia sin virtud. Queda sólo por dilucidar la legitimidad del derecho positivo que establece la esclavitud,; pero unos pretenden que el derecho resulta de la sumisión y el asentamiento, y otros que está fundado sobre la fuerza que al acatamiento obliga. En tantas argumentaciones se halla falsedad; pues hacen creer que no corresponde al mérito el derecho de mandar.
Algunos, pretendiendo que la esclavitud nace del derecho positivo, afirman que es justo cuando es consecuencia de la guerra. Sin embargo esto es contradictorio, dado que la causa de la guerra puede ser injusta, y jamás podrá llamarse esclavo al que no merece serlo. De otro modo, los hombres que parecen mejor nacidos podrían a llegar a ser esclavos, porque podrían ser vendidos como prisioneros de guerra. Para evitar la dificultad, los partidarios de esta opinión cuidan de aplicar el nombre de esclavo solamente a los bárbaros, y esto los conduce a afirmar la esclavitud natural, porque se ven obligados a convenir, como nosotros, que ciertos individuos son esclavos doquiera y que otros no lo son en parte alguna. El mismo principio aplican a la nobleza, que consideran que es la misma, no solamente en Grecia, sino en todo el universo; los bárbaros, por el contrario, únicamente pueden ser nobles en su patria, como si hubiese una nobleza y libertad completa y otra relativa. Tal es la idea de Helena de Teodectes cuando exclama: ¡Esclava yo, siendo hija de los dioses! Esta opinión viene a demostrar, como nosotoros, que la virtud y la degradación moral son toda la disparidad entre la nobleza y la villanía, la esclavitud y la libertad. Ello significa creer que padres nobles sólo producen hijos nobles. del mismo modo que un hombre produce un hombre y un animal, otro animal. Es esa verdaderamente la intención de la naturaleza, si bien no siempre logra su objeto.
Queda, pues, demostrado que nuestra regla está fundada racionalmente y que existen hombres y libres y esclavos por naturaleza. Hemos visto que es útil que determinados seres están sometidos a otros, como así, que es justo y hasta indispensable que exista autoridad y obediencia en el orden de los poderes por la naturaleza establecidos. Así, pues, es conforme a ella que haya amos y esclavos. Este principio es tan verdadero, que la aproximación contra la naturaleza del amo y del esclavo es dañosa a los dos. En efecto, lo que es útil al todo, lo es a las partes; lo que es ventajoso al alma, lo es asimismo al cuerpo. Pero el esclavo forma parte del amo, o, por decirlo así, es un miembro suyo, aunque subsisten independientemente. Existe, pues, entre el amo y el esclavo relaciones naturales de provecho mutuo, puesto que la naturaleza ha hecho de ambos un todo; otra cosa sería si el origen de la esclavitud fuera la fuerza.
Despréndese de estos principios que el poder del amo y el del magistrado son muy distintos, como así que, en general, la naturaleza de los poderes no es igual, aunque hayan dicho lo contrario algunos escritores: una concierne a los hombres libres, otra a los esclavos por naturaleza; aquélla es la autoridad doméstica que ejerce un sólo sobre libres y esclavos; ésta, la del magistrado, sólo se ejerce sobre hombres independientes e iguales. Se es amo, no porque se sepa mandar, sino por naturaleza; pero el magistrado necesita de la ciencia política. Tal vez sería factible educar a los amos en la ciencia que deben ejercitar, lo mismo que a los esclavos y hasta ha existido una ciencia así en Siracusa; allí, por dinero, se enseñaba a los hijos de los esclavos todos los detalles del servicio doméstico. Se podría también ampliar sus conocimientos o instruirles en determinadas artes, cual a la de preparar los platos, dado que tales servicios son más estimados que otros, y puesto que, según el proverbio, hay esclavos de esclavos y amo de amos. En cuanto a la ciencia del amo, se reduce a saber usar de su esclavo. Es amo, no en cuanto tiene esclavos, sino en cuanto sabe usar de ellos. Esta ciencia no es verdaderamente, ni muy extensa, ni muy profunda; consiste únicamente en saber mandar lo que los esclavos deben saber hacer: de ese modo los amos, que pueden eximirse de estos cuidados fastidiosos, encargan a un mayordomo este trabajo para dedicarse a la filosofía o a los negocios públicos.
No debe confundirse, por lo demás, esta especie de ciencia del amo y del esclavo con el arte de adquirir. Este es un arte auténtico que tiene sus reglas, como la caza y la guerra. No hablaremos más del amo y del esclavo.
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