Editorial Hachete 1976
Parte 2
La corrupción de la conciencia
El pintor observa a la mujer
desnuda que le sirve de modelo. Mueve la cabeza y se queda absorto frente a la
tela montada sobre el caballete. Maquinalmente toma el pincel y busca en la
paleta un azul luminoso que coloca en el entrecejo, al lado de un amarillo que
bordea la cuenca de uno de los ojos. Retrocede un poco, observa, suspira, y
medita sobre el efecto conseguido. Mueve la cabeza negativamente y con un trapo
húmedo frota las pinceladas que acaba de colocar. Está utilizando una clave
media de valores con la cual tiene la intención de traducir la sensación
delicada que le produce la bella modelo que posa. El azul que utilizó es suficientemente
luminoso para no romper la clave pero le crea un contraste de colores con el
amarillo y el resultado le desagrada. Surge un factor que perturba sus
objetivos. Esa sensación de delicadeza que perseguía se ve rota por ese
contraste cromático que introduce un factor dramático y que rompe la unidad del
cuadro. Así lo siente. Recuerda por otro lado sus estudios en la escuela de
bellas artes y concreta mentalmente la imagen del profesor de fundamentos
visuales. Recuerda sus enseñanzas: “Una de las combinaciones más desagradables
que encontramos en el trabajo de color insiste en reunir distintas formas
adyacentes de similar valor lumínico y fuerte contraste de color. Los
contrastes cromáticos no deben ser utilizados cuando se trabaja con el valor…
el resultado es un conflicto desagradable para la percepción” Su memoria sigue
evocando y recuerda que las palabras del profesor se repetían casi literalmente
en los libros de texto que circulaban entre los estudiantes. Evidentemente
tenía razón. La experiencia que estaba viviendo era una prueba de la verdad que
le habían enseñado sus maestros.
El pintor se siente ahora
disgustado y desorientado. No sabe ahora qué color utilizar. No se encuentra
inspirado y decide interrumpir la sesión.
La escena que acabamos de
describir ha sido elaborada especialmente para ilustrar la corrupción de la
conciencia, frase acuñada por el filósofo inglés R, G, Collingwood y retomada
por su compatriota Herbert Read.
“Una verdadera conciencia, dice
Collingwood, es la confesión que nos hacemos a nosotros mismos de nuestros
sentimientos, una conciencia falsa sería la que los rechazara, esto es, la que
pensara de uno de ellos; ese sentimiento no es mío. ‘Existe una tercera
alternativa’. El reconocimiento puede ocurrir abortivamente. Puede intentarse
pero fracasar. Es como si metiéramos a un animal salvaje en nuestra casa
esperando domesticarlo y después, cuando nos mordiera perdiéramos los estribos
y lo dejáramos ir. En vez de amigo lo que hemos metido en la casa se ha hecho
un enemigo. Debo tratar de explicar este símil. Primero, dirigimos nuestra
atención hacia ciertos sentimientos o tomamos conciencia de ellos. Luego nos
asustamos de lo que hemos reconocido: no porque el sentimiento como una
impresión alarmante, sino porque la idea en la que nos estamos convirtiendo
resulta ser una idea alarmante. No encontramos la manera de dominarlo, nos da
miedo seguir perseverando en el intento. Por lo tanto, nos damos por vencidos y
dirigimos nuestra atención hacia algo que intimide menos”.
Volvamos a nuestra escena.
Nuestro pintor tiene la intención consciente de trasladar a la tela la
sensación de refinamiento y delicadeza que le produce la modelo. En un momento
de abstracción ha colocado una pincelada que le ha desbaratado su propósito.
Pero ¿de dónde ha surgido esa pincelada? ¿Fue un error? ¿Un acto mecánico? Fue
borrada, pero ha dejado una huella en la psique del artista y obra de tal
manera que lo desorienta y paraliza. Quizá se trate de un sentimiento que
proviene de las profundidades de lo inconsciente y que ha tratado de expresarse
en esa mancha azul. Posiblemente ese sentimiento está relacionado con la
temática que pinta. Conscientemente se ha plantado frente a la modelo decidido
a conservar su sensación, como decía Cezanne, pero la mujer desnuda le ha tocado
misteriosamente algún sentimiento ubicado en el inconsciente. Quizá la piel
satinada o su pose están conectadas con alguna experiencia pasada del pintor
que ha sido reprimida. Todo esto ha desencadenado un movimiento afectivo en la
intimidad del artista. Podemos ir más lejos aún. El artista es generalmente un
ser estrechamente ligado al inconsciente colectivo. La remoción de su
inconsciente personal arrastra tras de sí el sedimento milenario de las
experiencias del hombre con la mujer. Se ha despertado el arquetipo femenino,
la mujer como creadora de vida, pero también como dadora de muerte, la mujer
como tierra y como tumba, como hija, hermana y madre. Estas vivencias son
numinosas y le han llegado a nuestro pintor como un golpe afectivo que ha tratado
de encontrar su forma en la mancha azul y en el desequilibrio provocado en el
contexto total de la tela. Pero el hombre no ha reconocido en ella la expresión
de un sentimiento suyo. Y no lo reconoce porque choca contra su intención
consciente y además viola las enseñanzas de su profesor y de los textos, que
han hecho carne en él. Sin embargo se trata de un reconocimiento que ha sido
abortado. Había metido un animal salvaje en su jaula pero después le tomó miedo
y lo dejó ir. Borró la mancha. Mañana retomará la tela y colocará la pincelada
que no rompa las leyes de sus maestros y que conserve la expresión de
delicadeza. Pero hay algo más. No se trata únicamente de sujetarse a las
normas. También hay que eliminar el miedo. ¿Por qué miedo?
Los grandes cambios de la
humanidad se hacen anunciar primero por sentimientos e imágenes. El artista,
que es el productor de las imágenes, no sospecha el contenido de ideas que
llevan en su seno. El futuro se gesta primero en el inconsciente, se transforma
en sentimiento indefinido y se plasma en imágenes. Después vendrá la revolución
de las ideas y de las actitudes y con ellas cambios en la escala de valores. El
artista, cuyas antenas se hunden en lo desconocido, es el primero que capta
aquello que está por venir y que transformará la sociedad. Pero en algunos
casos puede presentir que se trata de algo que hará temblar el suelo firme
donde se asienta su concepción de la vida y del arte. Son monstruos que surgen
del inconsciente, fieras que han entrado con la mancha azul y que ahora quiere
ahuyentar porque le mueven el piso.
Collingwood, habla de conciencia
corrompida, pero también es posible denominarla conciencia corruptora. En su
libro Orígenes e Historia de la
conciencia Erich Neumann utiliza la expresión Conciencia cautiva y la ilustra con el ejemplo
bíblico de la actitud de Isaac que acepta sin rebelión morir sacrificado por
las manos de su padre Abraham.
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