miércoles, 25 de abril de 2012

ABRAHAM HABER

SÍMBOLOS, HÉROES Y ESTRUCTURAS
Editorial Hachete 1976

Parte 2

La corrupción de la conciencia

El pintor observa a la mujer desnuda que le sirve de modelo. Mueve la cabeza y se queda absorto frente a la tela montada sobre el caballete. Maquinalmente toma el pincel y busca en la paleta un azul luminoso que coloca en el entrecejo, al lado de un amarillo que bordea la cuenca de uno de los ojos. Retrocede un poco, observa, suspira, y medita sobre el efecto conseguido. Mueve la cabeza negativamente y con un trapo húmedo frota las pinceladas que acaba de colocar. Está utilizando una clave media de valores con la cual tiene la intención de traducir la sensación delicada que le produce la bella modelo que posa.  El azul que utilizó es suficientemente luminoso para no romper la clave pero le crea un contraste de colores con el amarillo y el resultado le desagrada. Surge un factor que perturba sus objetivos. Esa sensación de delicadeza que perseguía se ve rota por ese contraste cromático que introduce un factor dramático y que rompe la unidad del cuadro. Así lo siente. Recuerda por otro lado sus estudios en la escuela de bellas artes y concreta mentalmente la imagen del profesor de fundamentos visuales. Recuerda sus enseñanzas: “Una de las combinaciones más desagradables que encontramos en el trabajo de color insiste en reunir distintas formas adyacentes de similar valor lumínico y fuerte contraste de color. Los contrastes cromáticos no deben ser utilizados cuando se trabaja con el valor… el resultado es un conflicto desagradable para la percepción” Su memoria sigue evocando y recuerda que las palabras del profesor se repetían casi literalmente en los libros de texto que circulaban entre los estudiantes. Evidentemente tenía razón. La experiencia que estaba viviendo era una prueba de la verdad que le habían enseñado sus maestros.
El pintor se siente ahora disgustado y desorientado. No sabe ahora qué color utilizar. No se encuentra inspirado y decide interrumpir la sesión.

La escena que acabamos de describir ha sido elaborada especialmente para ilustrar la corrupción de la conciencia, frase acuñada por el filósofo inglés R, G, Collingwood y retomada por su compatriota Herbert Read.
“Una verdadera conciencia, dice Collingwood, es la confesión que nos hacemos a nosotros mismos de nuestros sentimientos, una conciencia falsa sería la que los rechazara, esto es, la que pensara de uno de ellos; ese sentimiento no es mío. ‘Existe una tercera alternativa’. El reconocimiento puede ocurrir abortivamente. Puede intentarse pero fracasar. Es como si metiéramos a un animal salvaje en nuestra casa esperando domesticarlo y después, cuando nos mordiera perdiéramos los estribos y lo dejáramos ir. En vez de amigo lo que hemos metido en la casa se ha hecho un enemigo. Debo tratar de explicar este símil. Primero, dirigimos nuestra atención hacia ciertos sentimientos o tomamos conciencia de ellos. Luego nos asustamos de lo que hemos reconocido: no porque el sentimiento como una impresión alarmante, sino porque la idea en la que nos estamos convirtiendo resulta ser una idea alarmante. No encontramos la manera de dominarlo, nos da miedo seguir perseverando en el intento. Por lo tanto, nos damos por vencidos y dirigimos nuestra atención hacia algo que intimide menos”.
Volvamos a nuestra escena. Nuestro pintor tiene la intención consciente de trasladar a la tela la sensación de refinamiento y delicadeza que le produce la modelo. En un momento de abstracción ha colocado una pincelada que le ha desbaratado su propósito. Pero ¿de dónde ha surgido esa pincelada? ¿Fue un error? ¿Un acto mecánico? Fue borrada, pero ha dejado una huella en la psique del artista y obra de tal manera que lo desorienta y paraliza. Quizá se trate de un sentimiento que proviene de las profundidades de lo inconsciente y que ha tratado de expresarse en esa mancha azul. Posiblemente ese sentimiento está relacionado con la temática que pinta. Conscientemente se ha plantado frente a la modelo decidido a conservar su sensación, como decía Cezanne, pero la mujer desnuda le ha tocado misteriosamente algún sentimiento ubicado en el inconsciente. Quizá la piel satinada o su pose están conectadas con alguna experiencia pasada del pintor que ha sido reprimida. Todo esto ha desencadenado un movimiento afectivo en la intimidad del artista. Podemos ir más lejos aún. El artista es generalmente un ser estrechamente ligado al inconsciente colectivo. La remoción de su inconsciente personal arrastra tras de sí el sedimento milenario de las experiencias del hombre con la mujer. Se ha despertado el arquetipo femenino, la mujer como creadora de vida, pero también como dadora de muerte, la mujer como tierra y como tumba, como hija, hermana y madre. Estas vivencias son numinosas y le han llegado a nuestro pintor como un golpe afectivo que ha tratado de encontrar su forma en la mancha azul y en el desequilibrio provocado en el contexto total de la tela. Pero el hombre no ha reconocido en ella la expresión de un sentimiento suyo. Y no lo reconoce porque choca contra su intención consciente y además viola las enseñanzas de su profesor y de los textos, que han hecho carne en él. Sin embargo se trata de un reconocimiento que ha sido abortado. Había metido un animal salvaje en su jaula pero después le tomó miedo y lo dejó ir. Borró la mancha. Mañana retomará la tela y colocará la pincelada que no rompa las leyes de sus maestros y que conserve la expresión de delicadeza. Pero hay algo más. No se trata únicamente de sujetarse a las normas. También hay que eliminar el miedo. ¿Por qué miedo?
Los grandes cambios de la humanidad se hacen anunciar primero por sentimientos e imágenes. El artista, que es el productor de las imágenes, no sospecha el contenido de ideas que llevan en su seno. El futuro se gesta primero en el inconsciente, se transforma en sentimiento indefinido y se plasma en imágenes. Después vendrá la revolución de las ideas y de las actitudes y con ellas cambios en la escala de valores. El artista, cuyas antenas se hunden en lo desconocido, es el primero que capta aquello que está por venir y que transformará la sociedad. Pero en algunos casos puede presentir que se trata de algo que hará temblar el suelo firme donde se asienta su concepción de la vida y del arte. Son monstruos que surgen del inconsciente, fieras que han entrado con la mancha azul y que ahora quiere ahuyentar porque le mueven el piso.
Collingwood, habla de conciencia corrompida, pero también es posible denominarla conciencia corruptora. En su libro Orígenes e Historia de la conciencia Erich Neumann utiliza la expresión Conciencia cautiva y la ilustra con el ejemplo bíblico de la actitud de Isaac que acepta sin rebelión morir sacrificado por las manos de su padre Abraham.
------------------------------------------------------------------------

No hay comentarios: