Ediciones Carlos Lohlé 1977
Capítulo 3
Si
la ciencia puede ser considerada como una adaptación económica a
los datos del mundo, y como una sumisión a la necesidad circundante,
¿por qué y en qué sentido haríamos depender de ella a la
filosofía, y cómo haríamos de ella una cosa científica? Ante
todo, la filosofía es una dirección general, que vale para el
conjunto del ser, y no una dirección particular reductible a tal o
cual momento particular. La Filosofía busca la Verdad y no las
verdades. Ama la sabiduría. La Sophía es la guía de toda filosofía
auténtica. Y la Sophía penetra en el hombre por sobre las cumbres
del conocimiento filosófico. La ciencia, por sus principios y
fundamentos, en sus bases y sobre sus cumbres, puede depender de la
filosofía, pero la recíproca no es concebible. Por su esencia y sus
fines, la filosofía no ha sido nunca una adaptación a la necesidad;
jamás los filósofos dignos de ese nombre se han sometido al orden
establecido del mundo: buscan más allá una sabiduría superior. El
elemento de la filosofía es la libertad. Ha luchado por emancipar al
espíritu humano de la esclavitud y de la necesidad. Si la filosofía
recurre al aparato lógico, que es la adaptación del pensamiento a
las necesidades del mundo, por lo menos, no se mantiene bajo la
dependencia de esa lógica. El concepto de sabiduría está por
encima del concepto lógico. La servidumbre respecto de los datos
mundanales, obligatoria para la ciencia, representa para la filosofía
una caída, una transgresión de su voluntad de libertad. La
filosofía es libre en lo que respecta a lo que el mundo nos aporta,
porque lo que ella busca es la verdad del mundo, el pensamiento del
mundo, y no la realidad del mundo. Y si el mundo no fuera dado como
exclusivamente material, la filosofía no se convertiría por ello en
materialista.
El
clima auténtico de la filosofía ha sido siempre el combate heróico
de la conciencia creadora contra toda necesidad y toda condición de
vida obligatoria; y en consecuencia, el objetivo de la filosofía y
sus miras son trascendentales y escapan a la determinación. En esto
difiere de la ciencia, y en esto no puede serle asimilada. El
conocimiento es complementario; conlleva el principio masculino y el
principio femenino, la actividad solar del hombre frente a la
receptividad pasiva de la mujer. Ahora bien; la filosofía es la
única que ha revelado este aspecto activo y viril del conocimiento.
En esto es donde es creadora. La filosofía es creación y no
adaptación ni obediencia. La emancipación de la filosofía, en
tanto acto creador, la emancipa al mismo tiempo de todo vínculo, de
toda dependencia respecto de la cientificidad. El acto creador del
espíritu humano consagra su liberación en la filosofía. Y este
acto creador es el que hace de la filosofía un arte, arte
particular, diferente en su principio de la poesía o de la música,
pero que supone también un don venido de lo alto -el arte del
conocimiento. La personalidad del creador se imprime allí toda
entera, no menos que la del músico o del pintor. La filosofía crea
ideas sustanciales y no imágenes; y por la creación libre de las
ideas se opone a los datos del mundo y de la necesidad, y penetra en
una esencia nueva.
El arte no puede salir de la ciencia, como tampoco
la libertad puede salir de la necesidad. La ciencia responde, para el
hombre, a una necesidad amarga; la filosofía expresa la plétora, lo
superfluo de las fuerzas espirituales. Es tan viviente como la
ciencia, pero su vitalidad es de otro orden. Los principios de la
economía le son ajenos; preferiría más bien seguir una política
de dilapidación. Hay en ella una suerte de magnificencia, como en el
arte. Por ello, la filosofía nunca ha sido indispensable -como lo es
la ciencia- para asegurar las bases de la vida, no se torna
indispensable más que en el momento en que el hombre franquea los
límites del mundo dado. La ciencia deja al hombre en el no-sentido,
en el absurdo del mundo, le proporciona sólo los utensilios
necesarios para protegerlo contra ese absurdo. La filosofía, por el
contrario, se esfuerza en superar el absurdo y en alcanzar el sentido
del mundo. El postulado de toda filosofía auténtica consiste en
suponer que hay un sentido, y su objetivo es encontrar el medio para
llegar a él; es la posibilidad de una impulsión que lleva al
pensamiento a través del no-pensamiento. Kant mismo reconoció este
impulso motriz, y no sería posible apoyarse en la filosofía
kantiana para negar la impulsión creadora y su victoria sobre la
antigua pasividad metafísica. Esta impulsión es todavía más
fuerte en Fichte. La filosofía científica es la única que lo ha
negado, porque sus adeptos tienen necesidad de someter el pensamiento
a los datos del mundo, y de rechazar, por ello, el carácter creador
de la filosofía. Por consiguiente, luchan por colocarla entre las
ciencias, es decir, por incorporar el acto creador, la previsión del
pensamiento y el logos a las categorías lógicas con las que opera
la ciencia. Transmutación que supone, consciente o
inconscientemente, hacer de la filosofía una ciencia. Por supuesto
que nadie podría negar que la ciencia contiene elementos filosóficos
y que los sabios han sido muchas veces filósofos eminentes: esto
está fuera de cuestión. Lo que importa antes que nada es distinguir
entre los dos dominios y discernir lo que corresponde a uno o al
otro. Sobre todo, es imposible cuestionar el carácter relativo de
las categorías lógicas sobre las cuales descansa el conocimiento
científico: atribuirles un sentido ontológico y absoluto es
precisamente la obra de una de esas filosofías mentirosas que
tienden a mantener encadenado al filósofo en el círculo de las
necesidades.
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