miércoles, 2 de mayo de 2012

NICOLÁS BERDIAEV

La filosofía como acto creador
Ediciones Carlos Lohlé 1977
Capítulo 3

Si la ciencia puede ser considerada como una adaptación económica a los datos del mundo, y como una sumisión a la necesidad circundante, ¿por qué y en qué sentido haríamos depender de ella a la filosofía, y cómo haríamos de ella una cosa científica? Ante todo, la filosofía es una dirección general, que vale para el conjunto del ser, y no una dirección particular reductible a tal o cual momento particular. La Filosofía busca la Verdad y no las verdades. Ama la sabiduría. La Sophía es la guía de toda filosofía auténtica. Y la Sophía penetra en el hombre por sobre las cumbres del conocimiento filosófico. La ciencia, por sus principios y fundamentos, en sus bases y sobre sus cumbres, puede depender de la filosofía, pero la recíproca no es concebible. Por su esencia y sus fines, la filosofía no ha sido nunca una adaptación a la necesidad; jamás los filósofos dignos de ese nombre se han sometido al orden establecido del mundo: buscan más allá una sabiduría superior. El elemento de la filosofía es la libertad. Ha luchado por emancipar al espíritu humano de la esclavitud y de la necesidad. Si la filosofía recurre al aparato lógico, que es la adaptación del pensamiento a las necesidades del mundo, por lo menos, no se mantiene bajo la dependencia de esa lógica. El concepto de sabiduría está por encima del concepto lógico. La servidumbre respecto de los datos mundanales, obligatoria para la ciencia, representa para la filosofía una caída, una transgresión de su voluntad de libertad. La filosofía es libre en lo que respecta a lo que el mundo nos aporta, porque lo que ella busca es la verdad del mundo, el pensamiento del mundo, y no la realidad del mundo. Y si el mundo no fuera dado como exclusivamente material, la filosofía no se convertiría por ello en materialista.
El clima auténtico de la filosofía ha sido siempre el combate heróico de la conciencia creadora contra toda necesidad y toda condición de vida obligatoria; y en consecuencia, el objetivo de la filosofía y sus miras son trascendentales y escapan a la determinación. En esto difiere de la ciencia, y en esto no puede serle asimilada. El conocimiento es complementario; conlleva el principio masculino y el principio femenino, la actividad solar del hombre frente a la receptividad pasiva de la mujer. Ahora bien; la filosofía es la única que ha revelado este aspecto activo y viril del conocimiento. En esto es donde es creadora. La filosofía es creación y no adaptación ni obediencia. La emancipación de la filosofía, en tanto acto creador, la emancipa al mismo tiempo de todo vínculo, de toda dependencia respecto de la cientificidad. El acto creador del espíritu humano consagra su liberación en la filosofía. Y este acto creador es el que hace de la filosofía un arte, arte particular, diferente en su principio de la poesía o de la música, pero que supone también un don venido de lo alto -el arte del conocimiento. La personalidad del creador se imprime allí toda entera, no menos que la del músico o del pintor. La filosofía crea ideas sustanciales y no imágenes; y por la creación libre de las ideas se opone a los datos del mundo y de la necesidad, y penetra en una esencia nueva.
El arte no puede salir de la ciencia, como tampoco la libertad puede salir de la necesidad. La ciencia responde, para el hombre, a una necesidad amarga; la filosofía expresa la plétora, lo superfluo de las fuerzas espirituales. Es tan viviente como la ciencia, pero su vitalidad es de otro orden. Los principios de la economía le son ajenos; preferiría más bien seguir una política de dilapidación. Hay en ella una suerte de magnificencia, como en el arte. Por ello, la filosofía nunca ha sido indispensable -como lo es la ciencia- para asegurar las bases de la vida, no se torna indispensable más que en el momento en que el hombre franquea los límites del mundo dado. La ciencia deja al hombre en el no-sentido, en el absurdo del mundo, le proporciona sólo los utensilios necesarios para protegerlo contra ese absurdo. La filosofía, por el contrario, se esfuerza en superar el absurdo y en alcanzar el sentido del mundo. El postulado de toda filosofía auténtica consiste en suponer que hay un sentido, y su objetivo es encontrar el medio para llegar a él; es la posibilidad de una impulsión que lleva al pensamiento a través del no-pensamiento. Kant mismo reconoció este impulso motriz, y no sería posible apoyarse en la filosofía kantiana para negar la impulsión creadora y su victoria sobre la antigua pasividad metafísica. Esta impulsión es todavía más fuerte en Fichte. La filosofía científica es la única que lo ha negado, porque sus adeptos tienen necesidad de someter el pensamiento a los datos del mundo, y de rechazar, por ello, el carácter creador de la filosofía. Por consiguiente, luchan por colocarla entre las ciencias, es decir, por incorporar el acto creador, la previsión del pensamiento y el logos a las categorías lógicas con las que opera la ciencia. Transmutación que supone, consciente o inconscientemente, hacer de la filosofía una ciencia. Por supuesto que nadie podría negar que la ciencia contiene elementos filosóficos y que los sabios han sido muchas veces filósofos eminentes: esto está fuera de cuestión. Lo que importa antes que nada es distinguir entre los dos dominios y discernir lo que corresponde a uno o al otro. Sobre todo, es imposible cuestionar el carácter relativo de las categorías lógicas sobre las cuales descansa el conocimiento científico: atribuirles un sentido ontológico y absoluto es precisamente la obra de una de esas filosofías mentirosas que tienden a mantener encadenado al filósofo en el círculo de las necesidades.  
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