a 40 años de su muerte
Una muestra recuerda a la gran poeta que se convirtió en leyenda
En el Museo Larreta se inauguró El deseo y la palabra, que continúa hasta finales de mayo.Por Ivana Romero
Allí se exhiben objetos, fotografías, cartas, manuscritos inéditos, primeras ediciones de sus libros, ilustraciones y ejemplares dedicados.
Para André esta fotografía (muy mala) para que vea pequeñas figuras de papel de muchos colores, personajes de mis poemas de ahora, con el deseo de que guste de mis figuritas y con un beso de su amiga, Alejandra Pizarnik”, dice el reverso de la foto, escrito con letra cursiva, menuda y prolija. En la imagen, Alejandra –el pelo corto y revuelto, el saco oscuro, los lentes abandonados sobre la arena, quizás al lado del mar– sostiene una hilera de muñecos de papel, tan leves que podrían estar a punto de volarse. Pero no se vuelan. Algo similar ocurre con su poesía, hecha de una materia que parece frágil –la palabra perfecta en el lugar adecuado, esa obsesión– y sin embargo se revela cada vez más sólida y personal.
En 2012 se cumplen 40 años del fallecimiento de Pizarnik, nacida en 1936 en Avellaneda. Por esa razón, el museo Enrique Larreta (Juramento 2291) inauguró la muestra El deseo y la palabra que estará abierta hasta el 27. Allí se reúnen objetos de la poeta (su máquina de escribir Olympia, su escritorio de madera con tapa color esmeralda, un par de anteojos con marco hexagonal, entre otros fetiches), fotografías, manuscritos inéditos. También, primeras ediciones de sus libros y ejemplares que le pertenecieron, como Los días de la noche con firma dedicada de su autora, Silvina Ocampo, o una compilación de tangos de Idea Vilariño. Además, se exhiben las ilustraciones que realizó Santiago Caruso en 2009 para la edición de La condesa Sangrienta (que editó hace unos meses El zorro rojo), y nuevas acuarelas inspiradas en los poemas de Pizarnik. Todo esto se complementa con una serie de charlas y conferencias que comienzan este viernes (ver recuadro)
El curador de la muestra, Ricardo Valergra, cuenta que el proyecto comenzó el año pasado, por inquietud de Caruso. Y a la idea inicial de exponer la obra de este joven artista nacido en Quilmes –cuyos dibujos inquietantes evocan al surrealismo y a las escenas plagadas de figuritas fantásticas e infernales imaginadas por Hieronymus Bosch– se le sumó otra: reconstruir pasajes de la vida de Alejandra.
Para eso, el museo contó con la colaboración de Myriam Pizarnik (hermana mayor de Alejandra) y su sobrino Fabián Nesis, a los que se suma una larga lista compuesta por nombres como Ana Becciú, Ivonne Bordelois, Arturo Carrera, Edgardo Cozarinsky y Sara Facio, que aportaron datos o cedieron materiales valiosos, como esa foto donde Cozarinsky aparece junto a Alejandra, Silvina Ocampo, Enrique Pezzoni y Manuel Mujica Lainez. En una sala aledaña se exhibe el documental Memoria Iluminada: Alejandra Pizarnik, que los realizadores Virna Molina y Ernesto Ardito realizaron el año pasado para Canal Encuentro, con testimonios de familiares, amigos y biógrafos.
Una de las rarezas es un par de cartas que le envió a su amigo, el poeta Tilo Wenner (que fue desaparecido a poco de iniciarse la dictadura militar). Ahí, ella escribe una nota amable y adjunta cuatro poemas tipeados a máquina, con títulos en mayúsculas rojas, que integraron Los trabajos y las noches, publicado en 1965. Como el caso de “Revelaciones” donde se lee “Que tu cuerpo sea siempre / un amado espacio de revelaciones” tanto como esas figuritas preservadas del viento, las de la foto.
“Alejandra es parte de los mitos literarios, de ahí el interés constante por su vida y su obra”, afirma Valerga. Y agrega “Además su poesía es perfecta, muy concisa, muy depurada, no tiene nada que sea disonante. Además, su palabra responde a algo muy vital y subjetivo, que impacta mucho.” Ese impacto, según Valerga, determinó que la poesía de Alejandra fuera material de cabecera de muchos jóvenes aunque “por su complejidad y su sutileza, vale la pena revisar sus poemas en distintos momentos de tu vida”. “La relectura de los textos de Alejandra es una experiencia increíble porque alumbra nuevas posibilidades de la palabra cada vez”.
Sobre la obra de Caruso, Ernesto Schoo escribió que se trata de “un mundo crepuscular, atroz, habitado por los monstruos que nos aterran desde la infancia, cuando sospechamos que las sombras del amanecer ocultan algo más que tinieblas, e imaginamos que algo siniestro nos acecha debajo de la cama o entre los pliegues del cortinado”. El revés de las palabras, su costado más abismal, era una esencia que Pizarnik perseguía aunque por momentos esa búsqueda se tornarse en pesadilla. Como escribió en su diario en 1960: “Hubiera preferido cantar blues en cualquier sitio lleno de humo en vez de pasarme las noches de mi vida escarbando en el lenguaje como una loca.” De lo primero se ocuparon sus amadas Edith Piaf y Janis joplin. De lo segundo, se ocupó ella, capaz de captar lo terrorífico que acecha tras todo instante de belleza.
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