El intento.
Iniciar un día. El día. Que es todos los días. Que es la vida en el tiempo que transcurre. Ese otro tiempo no vinculado a cronos.
Despertar, ir abriendo los ojos como para saber donde me encuentro, no sea que todavía esté deambulando por la noche, en el sueño.
Tocar algo reconocible; tal vez la pava en la cual calentaré agua, luego ir hacia el mate, pasar previamente por el paquete de yerba, verter ésta en ese recipiente pequeño que acepta la forma de mi mano cuando se cierra sobre él para contenerlo, para sentirlo; luego insertar la bombilla y esperar que el agua esté a punto para dar inicio al ritual que abrirá la puerta de este día.
En tránsito. Sin detención. Aún sentado a la mesa sobre la que se apoyan los papeles graficados con tintas al solvente; papeles blancos que ya tienen la marca, el estigma de una línea que cobra forma reconocible y es figura, filigrana en grises y negros, contrastes, esfumados, formas para decir, cuando hay algo que decir; pugna constante que le da sentido a mi existencia.
Mientras en la pava, el nivel del agua desciende; la yerba muestra el desgaste, la transformación a la que es sometida en cada sorbo. Y cavilo.
El silencio se retira cuando enciendo la radio, sintonizando la 103.7 y es Brahms el que saluda, el que me da los Buenos Días con el Primer Movimiento de su Primera Sinfonía y siento, como él dice, que el destino golpea a mi puerta. La abro en la metáfora, de par en par y entra por esa abertura un aire fresco, agradable, que me hace respirar hondo para que mis pulmones se llenen de aquel bosque que el Gran Músico le describía a Clara Vick en cartas memorables cuando le decía que mientras caminaba, sentía que transitaba sobre sinfonías dada la belleza del lugar.
Ay... si uno pudiera llegar a ese sentir... a esa comprensión del sentimiento para vivir en condición plena, de completud.
Y aparece una imagen: Deola. Memoro los Pensamientos de Pavese y escucho la voz de Graciela preguntándome en La Giralda si todavía sigo con Deola y le cuento cuando Walter Santa Ana recorriendo con el ojo de sus manos, tocando, acariciando una figura sentada a la mesa de un bar, mientras me decía: “-Helios, me recuerda a Maillol” y la emoción más intensa, entretanto él recitaba a Rabelais, en Palabras Calientes y en medio del Poema, ante un auditorio que nunca supo porque, Walter, nombrando a todas las putas les dice: "-porque también está la Deola de Helios". Y ahora Graciela te llamás, caminando hacia Plaza Once, sin anteverme a tomarte de la mano porque treinta años pasados es muy fuerte, es tanto en el recuerdo sin saber que vendrías desde un correo electrónico a sacudirme la existencia una vez más.
Aquí estoy ahora intentando despertar del todo, tomando envión como quien dice, acomodándome en el día. A través de la ventana observo que todo está gris, el gris de los bellos días otoñales, salpicados del ocre que el viento desprende de los árboles. Y el arabesco del gorrión que se posa sobre una rama, inquieto, movedizo, mirando a un lado, a otro, moviendo su cabecita en rapidez; de repente un imperceptible impulso y vuela planeando hacia la vereda, pienso que va a detenerse pero no, continúa con un aleteo resuelto y toma altura saliendo del alcance de mi vista. Me quedo pensando en él y en aquellos gorriones que todas las mañanas venían a buscar las miguitas de pan que yo esparcía por el patio y ellos, a saltitos picoteaban aquí, allá, partiendo después seguramente hacia sus nidos a llevar el alimento que necesitaban los pichones. Era en primavera. Pero aquellos gorriones son otros recuerdos. Hoy estoy para futuros. Tengo un día por delante. Y debo ganármelo. Las hojas blancas esperan que la tinta comience a ocupar espacios. Deola está llegando nuevamente. Viene de la mano de Pavese.
-------------------------------------------------------
-------------------------------------------------------
1 comentario:
Ojala –porque de eso se trata- de una manifestación de deseos. Salvo que uno se abroquele en un solipsismo sin límites. Brahms y un otoño enfático y gorriones llevando miguitas a sus pichones y un inesperado retorno que nos estremece mientras cavilamos al ritmo en que desciende el agua en la pava y la tinta al solvente entabla su dialéctica con la blancura del papel. Cesare Pavesse la traerá a ella de la mano. Nadie peleará por un mendrugo ni morirá calcinado en una guerra ajena y bastará pensar en los gorriones para que todos los trenes se detengan a tiempo. Ojala.
G. Iglesias.
Publicar un comentario