La empresa finlandesa cuenta cómo va a monitorear el aprovisionamiento del coltán, mineral irreemplazable para la alta tecnología. El 80 por ciento de las reservas están en el Congo, donde murieron seis millones de personas.
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Por Mariano Blejman
Tomado del diario Página 12 del día de la fecha
Cada teléfono inteligente, cada computadora, cada televisor que se vende en el mundo podría llevar en su interior una oscura trama de genocidio. Lo que hay dentro de cada nuevo aparato que sale al mercado, cada vez más ágil y más poderoso, viene con un mineral conocido como coltán, que en realidad es una mezcla de columbita y tantalita. De allí se extrae el tantalio (al fin llegamos), que tiene la capacidad de ser condensador electrolítico. Es decir, disminuye la energía generada por los artefactos para uso tecnológico. Por el momento, es irreemplazable. Pues bien, el 80 por ciento del coltán se encuentra en la República Democrática del Congo, donde ocurrió una guerra que se llevó entre seis y siete millones de vidas desde mediados de los ’90 hasta las elecciones democráticas en 2006. Esta es una de las grandes historias tapadas en los países “centrales”, sobre la cual las empresas de alta tecnología han comenzado a dar la cara. Primero fueron Apple e Intel (que el año pasado anunciaron que dejarían de usar coltán del Congo), y esta semana Nokia publicó su política humanitaria en la cadena de montaje: “Prohibimos los abusos a los derechos humanos asociados a la extracción, transporte y comercialización de minerales”, publicó Ian Delaney en el sitio oficial de Nokia.
Luego de estar tres mil millones de años olvidado y considerado una rareza edafológica, el coltán comenzó a ser codiciado mundialmente a comienzos de los años ’90 con el boom tecnológico. En 1996, Estados Unidos patrocinó una invasión al Congo de fuerzas militares de Ruanda y Uganda. Dos años después, tomaron el control y ocuparon las áreas mineras estratégicas. Al poco tiempo, el ejército ruandés se hizo cargo de la explotación de las minas, comenzando a ganar fortunas (el periodista Keith Harmon Snow del proyecto Censurado en 2007 calculaba 20 millones de dólares mensuales en sus inicios) por la explotación del coltán, que usaron para financiar una espantosa guerra por el dominio del Congo, que incluyó todo tipo de abusos, violaciones, vejaciones, torturas y asesinatos en masa.
Como es sabido, en la antigua colonia belga abunda la riqueza mineral, pero más aún la miseria: se explota cobre, cobalto, estaño, oro y sus famosos diamantes. Sin embargo, nada de esa riqueza queda en suelo congoleño, ya que el procesamiento del mineral se hace fuera del país y las masacres provienen de países vecinos. La información sobre la explotación del coltán recién empezó a aparecer en los medios tradicionales hace relativamente poco, sobre todo desde que se estrenó en Dinamarca, en septiembre de 2010, el fantástico documental Blood in the Mobile (Sangre en el celular), dirigido por Fran Piasecki Poulsen, que cuenta la relación entre el famoso coltán y los modernos teléfonos celulares que usan cientos de millones de personas en todo el planeta.
Lo que dice la finlandesa Nokia –el gigante de la telefonía móvil– en la publicación sobre los conflictos minerales es, de alguna manera, una confesión de partes, lo mismo que había hecho Apple e Intel en abril del año pasado. Nokia dice que vienen trabajando en la cadena de aprovisionamiento desde 2001 para evitar comprar material proveniente de sectores mafiosos del Congo, pero es la primera vez que declaran una política pública de responsabilidad directa frente a los abusos de los derechos humanos en cualquiera de las etapas de aprovisionamiento.
Entre los puntos de la declaración de Nokia dice: “Prohibimos los abusos a los derechos humanos asociados a la extracción, transporte y comercio de los minerales”, “prohibimos apoyo directo o indirecto a grupos armados o fuerzas de seguridad que ilegalmente controlan o piden impuestos a los sitios de minas, transportes, puntos de intercambio o cualquier actor en los sectores de la línea de provisionamiento”, “les pedimos a nuestros proveedores en la línea de montaje que sigan estos principios simples”. El documento dice que Nokia no tiene tolerancia con respecto a la corrupción, al lavado de dinero y al robo, y les pide a la cadena de montaje los mismos principios básicos. Las preguntas más obvias, al leer el documento, son por qué Nokia tardó más de diez años en publicar políticas de este tipo y por qué Apple, Intel, Sony, Motorola, Compaq, Hewlett Packard, por poner sólo algunas, no reaccionaron antes a la presunta participación en la financiación de la guerra más cruenta de la década del ’90. La otra pregunta es cómo hará Nokia para seguir toda la cadena de provisiones, teniendo en cuenta que el coltán es sacado a través de Ruanda, país que también tiene menores provisiones del mineral combinado y que de allí pasa al menos por siete intermediarios hasta llegar a sus plantas centrales convertido en el mágico oro gris.
Esta vez, Nokia se refiere específicamente al conflicto en el Congo: “Allí, la Armada Nacional Congolesa lucha contra tres grupos rebeldes diferentes para extraer y refinar minerales valiosos. Los minerales usados en nuestros aparatos electrónicos, incluyendo los teléfonos móviles, las computadoras y los reproductores musicales, son el tantalum, que guarda electricidad en los teléfonos celulares; el tungsteno, que crea vibraciones en los teléfonos; el estaño, para las placas de circuito, y el oro, para la capa de los cables”. En abril del año pasado, Apple e Intel decidieron dejar de comprar coltán en el Congo, en una especie de embargo “de facto”, según John Kanyoni, presidente de los exportadores de minerales asociados de North Kivu en el Congo.
Pero eso no los amilanó: los mineros asociados salieron a buscar vendedores en Asia, donde los gigantes estadounidenses también están asentados. La regulación a la que se sumaron estas empresas norteamericanas había sido desarrollada por la Electronic Industry Citizenship Coalition asentada en Washington y la Global E-Sustainability Initiative con sede en Bruselas. Pero el mundo es grande, y de hecho Apple ahora está dejando que los de Fair Labor Association supervisen sus plantas en China donde los obreros orientales se quejan por las largas horas de trabajo, todo esto después de un artículo que salió en estos días en The New York Times.
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