Por Cristina
Pailos
Carlos Marx
aconsejaba a los escritores e intelectuales en general, a leer a Honoré de
Balzac, no porque éste tuviera interés en que la sociedad cambiara o buscara un
rumbo más justo o equitativo; todo lo contrario, los negocios sucios del
escritor francés, su esfuerzo en ascender desde el punto de vista social y
económico y hasta el invento del de en su apellido para simular un
origen aristocrático, gran anhelo de la burguesía, no los ignoraba el teórico
del socialismo pero lo admiraba por ser un retratista crudo, y veraz de la sociedad de su tiempo.
Digamos que era un intelectual honesto y creíble aunque no se pudiera decir lo
mismo de otros aspectos de su vida.
Considero que lo mismo
habría que decir de Dickens. Sus novelas valen más que cientos de explicaciones
sobre la cultura victoriana, las características del burgués torpe y rico
surgido de la revolución industrial sin mayores escrúpulos y seguro de su
ascenso, resultado de un nuevo modo de producción con progresos científicos y
técnicos en esencia muy buenos pero que el burgués consideraba a su entera
disposición.
Era el fin de una
Inglaterra agraria y de una poderosa aristocracia ociosa o enriquecida, entre
otras cosas, con el comercio de
esclavos. Dickens mostraba lo que ocurría. No explicaba el fenómeno. No sólo no
iba más allá, sino que en algunos aspectos hasta puede resultar controvertido
pero su obra es un clásico testimonio de época, con una fuerza en sus
personajes que permanecieron inolvidables en generaciones de lectores del mundo
. Tiempos difíciles (Hard Times) es
la obra más representativa en ese sentido y también es un clásico porque muchas
de las iniquidades que muestra no han desaparecido en el mundo.
De todas sus novelas, la más autobiográfica es sin duda David Copperfield publicada en 1850
porque el escritor fue victima de
aquella explotación despiadada con la que nació el capitalismo moderno. Cuando
su padre fue encarcelado por deudas, tuvo que trabajar como embalador de betún
a la edad de doce años
En todo el mundo, a partir del 7 de febrero se realizaron en esos días charlas, eventos,
distintos recordatorios por cumplirse el bicentenario del nacimiento del
escritor. Gran Bretaña, como es de suponer, fue el epicentro del homenaje. En
la ciudad de Portsmouth, en la costa sudeste, donde Dickens nació se realizó
una fiesta callejera, pero el Príncipe Carlos no estuvo allí. No. Colocó una corona de flores en la
Abadía de Westminster en Londres donde Dickens está enterrado. Eso sí.
Sus obras más famosas : David Copperfield, Grandes Esperanzas,
Historia de dos Ciudades, los Papeles de Pickwick, Oliver Twist, Nicholas
Nickleby fueron muy solicitadas por los lectores de su época y se esperaban con
ansiedad los capítulos que fueron apareciendo como folletín en ciertos medios .
Era literatura para niños y para adultos, y por cierta habilidad peculiar del
gobierno inglés para con su sociedad y para otras sociedades que conformaban el
enorme imperio, también tenía lectores de distinta extracción social, pero el
fundamento de la popularidad de esos capítulos que se sucedían con regularidad
residía en mostrar nuevos protagonistas: gente común con conflictos y
situaciones más interesantes que la de los ricos paseando en carruajes por Hyde
Park, o en bellas mansiones en la campiña, como había sido hasta entonces ,
salvo excepciones. La gente podía reir y llorar acompañando a los personajes.
Quizás las nuevas señoras burguesas a quienes sobraba el tiempo descubrieron que los pobres también lloran y eso fue
toda una revelación.
Hoy no sería tan fácil recomendar a los niños la lectura de
novelas tan extensas y mucho menos en ediciones antiguas de apretada impresión
y caracteres muy pequeños, sin embargo, las obras han pasado al cine, al teatro
con inalterable atractivo y se adaptaron a nuevas y nuevas versiones, aunque
algunas siguieron el modelo de la estricta identificación de los buenos
versus los malos al estilo de los
cuentos de los hermanos Grimm.
Hubiera sido deseable que en tanta biografía formal sobre el
escritor que hemos leído en estos días se hubieran dedicado algunas líneas para
caracterizar la época en que su obra se
gestó y así comprender mejor la rica obra de Dickens. Hasta hubiera constituido
un aporte para reflexionar sobre el progreso, los logros de la ciencia y de la
técnica pero también las victimas que nunca acabaron en el capitalismo. Más
aún, se multiplicaron en el imperialismo cuando la patria de Dickens se
transformó en la Reina de los Mares y luego dejó el legado a la principal de
sus colonias: los Estados Unidos de Norteamérica. Ese cambio implicó también un
cambio estratégico en “la espiritualidad” de la época.
La
religión en tiempos de Dickens había perdido muchos adeptos entre la clase
obrera porque los partidos socialistas fueron herederos del racionalismo del
siglo XVIII, y porque por esa época surgieron muchos teóricos que oponían la
razón a la verdad revelada y hasta se panfleteaba por las calles respecto del
tema, pero especialmente porque las grandes religiones se desinteresaron
totalmente de los enormes padecimientos e injusticias sociales. Así que pronto
se pensó que el sermón podía ser más rentable como producto de
exportación. El mercado de feligreses se
fortaleció en el exterior, en las colonias del Imperio. Los misioneros se
trasladaron a África y creo que su función misionera la ilustra un pensamiento
autóctono de dicho continente: “Llegaron y nos convencieron de que dejáramos
las armas por la lectura de la Biblia. Pasó el tiempo. Nosotros quedamos con la
Biblia y ellos con las armas”
------------------------------------------------------------------------
1 comentario:
Cristina como siemore aunas la profundidad conlo ameno, cariños
Cristina V
Publicar un comentario