Tomado del diario Tiempo Argentino del día de la fecha
Los medios y el enorme poder de la palabra
“Es una incógnita, es un desaparecido. No tiene entidad. No está. Ni muerto ni vivo. Está desaparecido”, decía Videla. Y los medios lo apoyaron. Nunca cuestionaron su discurso oficial. Su ‘relato’.
Meter bala” a los delincuentes fue una tristemente célebre frase de algunos políticos y periodistas argentinos (los mismos periodistas que censuran la “violencia” del lenguaje oficial actual) para acabar (otra palabra que debe ser analizada) con la delincuencia o el delito. Ahora Majul promueve (según nos dice él esto es parte de una jerga periodística para muchos de nosotros desconocida) en la que por fin (para él) “le entran las balas” al gobierno.
El lenguaje es una de las herramientas fundamentales del periodismo. Si no la única. García Márquez, Alfonsina Storni (en el propio diario La Nación, con sus notables Bocetos Femeninos, que reivindicaban los derechos de la mujer, firmados con el seudónimo Tao Lao, a comienzos del siglo XX), Hemingway, y tantos otros, supieron enaltecer la tarea literaria y moral del periodismo. El periodismo es esencial para la democracia. El periodismo es esencial para la sociedad. Por eso es tan grave (como en la dictadura) cuando el periodismo se queda callado. Cuando desaparece y se silencia. Cuando no tiene palabra. O no tiene coraje. Cuando en lugar de mostrar, oculta. Cuando se vuelve cómplice del silencio. O cuando titula, como el diario La Nación, con la muerte de Emilio Massera, “murió un hombre clave de los ’70”. No un dictador. Para La Nación Massera había sido sólo eso: sólo un hombre que había profesionalizado a la Armada. No un dictador, un criminal. No un partícipe de la así llamada “página más negra” de la historia argentina. Esa forma de presentar (el pasado) una noticia no parece sólo información. Es también o sobre todo un relato. El relato (el otro relato, diríamos) de un medio que reivindica la dictadura. Lo que a muchos medios les molesta no es que haya una “memoria incompleta”. Lo que a muchos medios les molesta es que haya memoria. Es paradójico que los enemigos de la memoria (que los medios que en 30 años jamás hicieron nada por la memoria) hablen ahora en nombre de la libertad de expresión. Y la palabra. Y la memoria “completa”, que es apenas un eufemismo vacío para negar la memoria. Para silenciarla.
Cuando periodistas como Majul hablan de “entrar las balas” al gobierno, o (el mismo periodismo que pide pluralismo y tolerancia) acusa la voz del otro de ser un “mero relato” (por oposición al cual lo que escriben algunos periodistas serios sería la “verdadera relevada” y objetiva y única), vemos que en rigor en la Argentina la libertad de prensa está intacta, a tal punto que los medios autodenominados independientes usan esa libertad para atacar, una vez más, al que piensa distinto. Lo que dicen algunos medios o periodistas es la verdad. Lo que dice el otro (o decimos los otros, porque nosotros somos y encarnamos la figura del otro) es “un relato”. Algunos periodistas siguen tratando al kirchnerismo como una minoría circunstancial o de coyuntura. Por más que haya ganado las elecciones (más de una vez) con más de la mitad de los votos, “no expresa a la sociedad”. Sólo los medios lo hacen. No importa, como decía Jauretche, cuántos sean los otros. Aunque sean más, aunque sean la mayoría, aunque sean el país entero: son los cabecitas negras. Serán los otros. Los que no tienen palabra. Son lo otro de la buena sociedad. Por eso el que piensa como piensan algunos medios es “independiente”. Y lo suyo es “pensamiento”. El que tiene pensamiento crítico o piensa distinto o adhiere al proyecto oficial pasa enseguida, automáticamente, a ser un obsecuente, un sumiso y un manejable, un torpe o un idiota. No alguien que piensa distinto. Y que tiene palabra propia. Es paradójico, sin embargo, que sean estos mismos medios (que censuran la voz del otro de “mero relato”, como antes censuraban al desaparecido) los que hablan en nombre de la libertad, la verdad, la democracia y del pensamiento. Y de la palabra. De la dignidad de la palabra. Esta es la paradoja del periodismo argentino. Los artífices del silencio (que provocó la muerte) hablando en nombre de la palabra. Los enemigos de la memoria hablando de la libertad. Un periodismo que habla en nombre de una palabra callada que no dijo cuando debía decirse. Que habla en nombre de una libertad y un “control al poder” que no ejerció nunca. Porque no tuvo el coraje de hacerlo.
Thomas Mann solía decir que el verdadero espíritu de la política no es otra cosa más que la buena literatura. Tal vez Thomas Mann sobreestimaba o exageraba el valor de la palabra. Pero de todos modos las palabras hablan por lo que dicen, también por lo que no dicen, y también por lo que representan (por ejemplo las palabras “entrar bala”, o la palabra “desaparecido”) y es muy triste leer que un periodista argentino que debiera hacer de la palabra su profesión y su patrimonio, quiera meter balas y no palabras (otros periodistas usan expresiones como “se vienen tiempos en que hay que ejecutar decisiones sociales difíciles”, la palabra ejecutar también remite a algo que no queda dicho; otros hablan de un proceso que buscaba “tapar oscuridades” como si la tortura y la muerte fueran sólo eso). Lo triste es que el periodismo argentino use ese lenguaje. Y no otro. Que no sepa pensar. Que no encuentre palabras mejores, con 30 años de democracia, que puedan ser dichas. Que su lenguaje y su palabra (y muchas veces su negocio) siga siendo el silencio y no la palabra. Que el periodismo tape. Oculte. No muestre (cuando el secretario general de la ONU visitó la ex ESMA, la tapa de los diarios fue el secretario general de la ONU comiendo un alfajor en una AM PM de Córdoba). Eso es elegir la noticia. La libertad de la prensa les permite, precisamente, hacer eso. No mostrar lo que debe mostrarse. Ban Ki-moon hablando en la ESMA era menos importante que Ban Ki-moon comiendo un alfajor en una estación de servicio. Porque en la ESMA decía algo que molesta. Que la impunidad en la Argentina está terminada. Que hubo cómplices. Que callaron.
“Es una incógnita, es un desaparecido. No tiene entidad. No está. Ni muerto ni vivo. Está desaparecido”, decía Videla. Y los medios lo apoyaron. Nunca cuestionaron su discurso oficial. Su “relato”. El lenguaje tiene un poder y el periodismo, por lo visto, no siempre sabe usarlo. O reconocerlo. El lenguaje es el primer paso en la democracia, el primer patrimonio de una sociedad. Tal vez la democracia argentina necesite un lenguaje. Una palabra nueva. Paul Celan termina uno de sus famosos poemas diciendo, antes de morir, “una palabra, tú sabes, un cadáver”. Porque a veces no hace falta una bala o un disparo o una cámara de gas. Se puede matar también con una palabra. La dictadura lo hizo. También el periodismo condenaba a morir. (Entrar bala a los) Desaparecidos. Subversivos. Terroristas. Aunque Majul no lo sepa, este es su lenguaje secreto. Su jerga periodística, como él dice. Aunque él mismo lo ignore, esto es lo que él en el fondo intenta decir. Estas son sus palabras no dichas. Ya lo dijo Heidegger: no hablamos un lenguaje. Somos hablados. Nos creemos dueños absolutos de un lenguaje, pero no es así (los dueños serán, a lo sumo, los poetas como Hölderlin o Celan). El lenguaje nos habla a nosotros. Somos hablados por él. Creemos que decimos, cuando somos dichos. Y dejados en evidencia. Porque cuando hablamos estamos desnudos. Cada palabra que elegimos dice y dirá lo que deba decir. Más allá de lo que queramos decir nosotros. O más allá de lo que nosotros queramos que diga. De lo que le queramos hacer decir a la palabra. Este es el karma del periodismo. Su seña secreta. Su cara oculta. Que las palabras al final se terminan oyendo. <
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5 comentarios:
Si, pero esos medios, esos periodistas, tienen algo peor: Lectores.
Olvidé poner mi nombre en el comentario anterior
Guillermo Iglesias
Guillermo.
Es cierto: lectores que creen sin analizar absolutamente nada, todo lo que les dicen y luego, emiten opinión por boca de otros.
Como esos que leen lo que un crítico dice sobre La Boheme y luego hablan de la ópera como si la hubiesen visto.
Helios
Creo, sin embargo, que es menos preocupante el lector irreflexivo que aquel que “reflexiona” y encuentra consensuados en esos discursos la expresión cabal de sus propios contenidos de conciencia y su posición ética frente al mundo.
G. Iglesias
Guillermo
Ambos son igualmente preocupantes. Tal vez, los "reflexivos" sean un poco más "peligrosos"
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