Tomado del libro del mismo nombre, de Ediciones Horme, 1964
De la prostitución sagrada a la profana
Los autores griegos y romanos,
así como los moralistas modernos, se preguntan cómo pudo ser alguna vez sagrada
la promiscuidad. Pero si enfocamos esta cuestión desde un punto de vista
religioso, se convierte en el enigma de la salvación personal y colectiva. En
Asia, donde la gente se arrebaña en hatos lóbregos, donde en las noches cálidas
duerme mezclada con sus vacas, sus mangostas y sus pulgas en alguna incómoda
estación ferroviaria o en las orillas de algún río sagrado; todos, sean
hindúes, budistas o confucianos, creen sólo en la salvación personal. Nosotros,
los occidentales, que somos tan exigentes respecto a nuestra propiedad
individual, que nunca hablamos con un extraño en un ómnibus, que podemos
perecer de inanición en una gran ciudad, nos volvemos entusiastas de la
salvación colectiva y la coparticipación del mérito. Llegamos hasta pensar que
algún santo, mortificando su carne y viviendo sólo de habas secas, purifica
realmente nuestras almitas sucias, mientras nosotros continuamos alegremente
comiendo langosta en lujosos “night clubs”, acompañados por “call girls”
¿Proyectamos al cielo lo que nunca poseemos sobre la tierra?
Quizás existan dos océanos anónimos.
En la zona infrarroja, antes de que se constituya un fuerte “Yo”, estamos
incluidos, a través del seno materno, en todo el magma material. Luego se
produce la diferenciación de lo que Freud llama el “ello”, y se crea un “yo”
separado. Más allá de eso, en la zona ultravioleta, nos fundimos nuevamente,
pero esta vez en el mundo espiritual. Describiría ese estado como una
participación suprabiológica en lo Absoluto. Entonces tenemos que agradecer al
olvido de nuestros pequeños yos en el divino nirvana.
El amor más alto implica la
pérdida de personalidad. En él compartimos la infinitud de Dios. ¿Pero no está
ya prefigurada la caridad en el mismo orgasmo? ¿Y no es el orgasmo un ir más
allá de los límites carnales de los humanos?
Cuando se examina el aspecto
puramente fisiológico del amor, lo que llama la atención es la cualidad
particular del placer sexual. Es imposible reducirlo a la satisfacción del
apetito o la extinción de la sed, o aún, (para tomar el ejemplo de Aristófanes)
al alivio que proporciona el rascarse cuando nos pica la espalda. Aun sus
expresiones inferiores, desviadas, degradadas, sí, hasta el libertinaje con
todos sus excesos, son una búsqueda de trascendencia, un esfuerzo desesperado
para quebrar la estructura del mundo de la representación. En el ápice del
placer, la sangre irrumpe hacia la superficie de la piel, todo el cuerpo tiende
a la expansión. En el dolor y en la ansiedad, se contrae. El orgasmo es un
movimiento hacia el universo, una unión con otros seres. La ansiedad es una
retirada del mundo, una huida dentro de sí mismo, una separación de los demás.
Penosamente oculta en sus
contracciones, alguna materia viva, por temor a ser atrapada en un círculo
cerrado, aspirando a integrarse en el universo, se arriesgará inclusive a
morir. Durante la estación del apareo, los animales son ciegos ante el enemigo,
sordos a los disparos. Algunos, como el cortón y las arañas, serán devorados en
el acto sexual. ¿Cómo? ¿El yo narcisista se rehusaba a mezclarse con los demás?
¿Temía por su misma existencia? Ahora se rinde a la voluntad y al ritmo de otra
criatura. El amante renuncia a ser él mismo para convertirse en el otro amado,
en un movimiento que los sobrepasa a ambos. Y a través de ese otro amado, a
través de la inmediata realidad existencial, en su expresión ya infinita, todo
el universo lo provoca y lo ataca.
La entrega erótica es el regreso
a la básica unidad del ser, donde todo valor individual es abolido, donde todo
dualismo con el cosmos desaparece. Es en el nivel somático la exacta analogía
del viejo mito hindú.
Un alma golpea la puerta del
paraíso.
-¿Quién eres?
-Soy yo.
-Vete –contesta Dios- aquí no hay
lugar para ti y yo.
Mil años más tarde la misma alma
implora una vez más su admisión en la puerta del paraíso, y nuevamente Dios le
pregunta:
-¿Quién eres?
-Eres tú –contesta el alma.
-Entra –dice Dios.
La sumisión erótica se parece a
la sumisión mística. No hay que sorprenderse de que santos y amantes utilicen
las mismas palabras. Cuando en el Brihad
Aranyaka Upanishad el maestro trata de explicar el samadhih (es decir, el éxtasis sagrado), lo compara al orgasmo.
“Así como un hombre totalmente abrazado a su amada esposa no es consciente de
nada, externa o internamente, así este ser infinito (el Yo), totalmente
abrazado por el Yo Supremo, ya no es consciente de nada, sea externa o
internamente” (Brihad Aranyaka Upanishad, IV, 3, 21.)
En mi libro Le scandale de l’amour he hablado de los distintos usos mágicos del
amor. Aquí me limitaré a mencionar algunos de mis hallazgos.
Los textos mazdeístas describen a
un hombre desnudo yaciendo junto a una mujer desnuda. Se abrazan continuamente,
pero nunca deben alcanzar el orgasmo. Este viejo manuscrito ofrece una
detallada técnica para transformar la fuerza erótica es libera da.
Después de haber sido debidamente transmutada, puede ayudar a lograr éxito en
el mundo, objetivos políticos, riqueza, salud, bienestar, y -¿por qué no?-
consecuciones espirituales.
Los taoístas practican también el
amor interruptus. En el Viejo
Testamento se nos dice que los reyes patriarcas, al llegar a viejos, esperaban
lograr una renovada vitalidad haciendo pasar la noche en el lecho real a
jovencitas desnudas, que conservaban no obstante su doncellez. En mi libro
“Yoga y Psicoanálisis” he descrito una técnica similar de sublimación practicada
por los tantristas.
La pasión romántica tan en boga
entre los poetas medievales, tuvo su origen en estas tradiciones. No se puede
efectuar el amor interruptus con cualquier persona. El valor y la virtud del
objeto amoroso son menos importantes que la fuerza erótica que surge de un gran
deseo. La mujer más hermosa y más inteligente, si no se la ama con intensidad,
no sirve para fines mágicos. Es el fuego lo que es eficaz. La pasión es hija de
la magia. Pronto se convierte en pasión por la pasión misma.
No hay duda respecto a la
significación religiosa tanto de la excesiva sexualidad como de la severa
castidad. No son virtudes morales en sí mismas.
En la mayoría de las tribus
australianas, los guerreros tienen relaciones sexuales antes del combate. Sus
esposas permanecen intactas en sus chozas. Allí tejen y hacen encantamientos
para alejar el peligro de sus esposos. ¿No es eso precisamente lo que hacía la
dama del castillo, que tejía y oraba por el caballero que en tierras lejanas
luchaba contra infieles o dragones? Bachofen insiste en el simbolismo sexual
del tejido. Lo mismo hace el etnógrafo Marcel Griaule. ¿Y por qué pregunto,
elegiría el caballero como dama de sus
pensamientos a la esposa de otro, si no fuera por el hecho de que intenta
practicar con ella el amor interruptus?
La gran dinámica que está detrás
del arquetipo, se ha transmitido hasta a los modernos ateos. En una película
soviética de la segunda guerra mundial (“Espérame”), un aviador vuela sin
sufrir daño sobre territorio enemigo mientras su esposa le es fiel. En el mismo
momento en que ella besa a otro hombre, el aviador es herido.
El viejo símbolo es aquí
evidente. El guerrero busca protección contra el peligro en la fuente de toda
vida: el seno materno. Así es que la espada que se interpone entre Tristán e
Isolda tiene una significación esencial. Es el amor interruptus, del que provino el amour courtois (amor galante). André Le Chapelain, quien es una
autoridad en el tema, nos dice que el caballero tenía derecho a acariciar a la dama de sus pensamientos totalmente
desnuda, siempre que “nunca tuviera lugar el acto último”.
Es así como los trovadores
interpretaban los principios de San Bernardo, quien enseñó que las caritas era
un impulso transmutado. Pero ellos entendían “postergado” en lugar de
“transmutado”. Según René Nelli, los mismos beatos de San Francisco practicaban
ese “autocontrol del último minuto”
En las sociedades pre-cristianas
había más énfasis en el exceso sexual que en la castidad. Una pintura rupestre
de la edad mesolítica, en Cogul, provincia de Lérida, en la España oriental, es
un curioso ejemplo de erotismo hierático. Nueve mujeres danzan en torno a un
joven desnudo con un pene bastante ambicioso. Sus actitudes exhiben esa sacra
admiración de las nueve pastoras junto a Krishna o de las nueve musas alrededor
de Apolo. El famoso arqueólogo Jacques Mauduit, especialista en arte
prehistórico, ha demostrado que otros grabados eróticos en las cavernas tenían
el propósito de favorecer el éxito en la agricultura, la cría del ganado y la
caza. Muchos analistas de campo han informado que entre algunas tribus
primitivas australianas, durante la época de la siembra, se ordena a un
muchacho y una joven que copulen en la pradera. En el momento del orgasmo
tienen que mojar el suelo, para asegurar su fertilidad. Algunos indios
norteamericanos se masturbaban sobre el campo.
En la actualidad, se puede
producir lluvia por ionización. La electricidad celeste está siendo
transformada. Pero el hechicero de la época de Neanderthal encontraba su
electricidad en el lingam o en el yoni. No conocía otra fuente de energía que
el sexo.
Las esculturas eróticas en lo
alto de los templos de Nepal tenían la finalidad de proteger al edificio del
trueno y del rayo. Aquí es muy evidente la importancia eléctrica que se le
atribuía al sexo.
Otro ejemplo de gran interés es
el grabado mural que se ha descubierto recientemente en una cueva del Sahara.
Lo reproduzco con el permiso que amablemente ha concedido Jacques Mauduit.
El artista anónimo pinta una
extraña manera de cazar el avestruz. Una cinta (¿pretende ser un vínculo
magnético?) que se origina entre las piernas de la mujer une sus órganos
sexuales con el pene del hombre. Entonces se convierte en un venablo que tendrá
que alcanzar al veloz avestruz. ¿Puede hallarse una descripción más vívida de
la magia sexual?
Sólo en el contexto del culto al
yoni es posible comprender a la prostitución sagrada. En el principio,
significó por cierto un progreso esencial para el hombre religioso. Pero una
gran parte de lo que se nos ha transmitido acerca de ella es de segunda mano,
está separado del contexto teológico del cual forma parte. Los comentadores son
extranjeros y hablan del tema de una manera anacrónica, proyectando sobre los
hechos los arraigados prejuicios de su propia cultura posterior.
Cuando el ingenioso y escéptico
Herodoto dijo que el culto de Mylitta era una “costumbre vergonzosa”, quiso
decir que era “vergonzosa” para los griegos de su tiempo, pero para los
babilonios que crearon esta institución, era ciertamente sagrada.
Herodoto ES uno de los mayores
periodistas que ha conocido el mundo. Ve las cosas desde afuera. Sus
descripciones están llenas de detalles preciosos. Pero si queremos entender lo
que sucedió realmente, tenemos que tratar a su reportaje como hacen los
freudianos con el material asociativo de sus pacientes. Examinemos
cuidadosamente el texto de Herodoto:
“Toda mujer nacida en el país
debe, una vez en su vida, sentarse en el precinto de Afrodita, y tener allí
contacto sexual con un extraño. Muchas de la clase más rica, demasiado
orgullosas para mezclarse con los demás, llegan al precinto en carruajes
cubiertos, seguidas de un buen número de sirvientes, y toman allí su puesto.
Pero el mayor número se sienta dentro del recinto sagrado, con guirnaldas de
cordel en torno a sus cabezas, y aquí hay siempre una gran muchedumbre, unos
viniendo y otros saliendo; trozos de cordel marcan caminos entre las mujeres,
en todas direcciones, y los extraños las siguen para hacer su elección. Una vez
la mujer se ha sentado en su sitio, no puede volver a su casa hasta que uno de
los extraños le arroja en el regazo una moneda de plata, y la lleva con él
fuera del terreno sagrado. Cuando arroja la moneda, él dice: “Te convoco en
nombre de la diosa Mylitta”. (Afrodita es llamada Mylitta por los asirios) La
moneda de plata puede ser de cualquier tamaño; no se la puede rehusar, pues
está prohibido por la ley, dado que una vez arrojada es sagrada. La mujer va
con el primer hombre que le arroja el dinero, y no rechaza a nadie. Cuando ha
copulado con él, satisfaciendo así a la diosa, vuelve a su casa, y desde
entonces ningún obsequio, por grande que sea, tendrá resultado con ella. Las
mujeres que son esbeltas y hermosas pronto quedan libres, pero otras que son
feas tienen que permanecer un largo tiempo antes de cumplir con la ley. Algunas
han esperado tres y cuatro años en el precinto. En ciertas partes de la isla de
Chiore se encuentra una costumbre muy parecida a ésta”
Al principio, esta descripción no
nos dice nada. Pero si leemos un párrafo anterior, descubrimos entre líneas la
doctrina erótica que inspiró este ritual.
“Cuando un babilonio ha tenido
contacto sexual con su esposa, se sienta ante un incensario donde se quema
incienso, y la mujer se sienta frente a él. Al amanecer, se lavan; pues hasta
no lavarse no pueden tocar ninguno de los vasos comunes. Los árabes observan
también esta práctica”
¿No está claramente indicada la
significación sacra del comercio sexual por el “incienso que se quema” y “la
mujer sentada frente al esposo toda la noche? También el lavado es un ritual
ortodoxo de purificación, que los árabes mantuvieron cuando se hicieron
mahometanos. No tiene nada que ver con la higiene, que es una racionalización
moderna de una antigua costumbre, una vez perdido su significado original. En
todas las doctrinas ocultas se supone que el lavarse impide que las radiaciones
del cuerpo sutil sean maculadas por las impurezas cotidianas del cuerpo
ordinario. La actividad sexual es de naturaleza magnética. No debe tener
relación con el uso de “vasos comunes”.
En todas las religiones hallamos
huellas de esta creencia. Eros es el eslabón entre el mundo material y el mundo
invisible. El contrato sexual se realiza en el nivel sutil de las vibraciones.
Por consiguiente, ejerce una influencia duradera sobre la profunda Esencia.
Dios quiso hombres espirituales.
Para asegurarse de que sería obedecido, asoció su evolución a sus más fuertes
impulsos instintivos. Pero a nosotros corresponde distinguir las fuerzas
superiores e inferiores que se oponen a nuestro cuerpo. No es la carne la que
es perversa, sino las fuerzas inferiores que la invaden.
La moralidad y la biología ven
solamente una finalidad en el comercio sexual: los hijos. Pero realmente, si la
fuerza que atrae al hombre hacia la mujer ha sido creada por la necesidad de
propagar la especie, todo observador imparcial se preguntará: ¿cuál es la razón
de todo ese derroche de naturaleza? Hay una cantidad mucho mayor de esta
energía que la necesaria para la continuación de la especie. ¿Qué se hace de
ese “mucho más”?
Los zoólogos les dirán que
durante la estación del pareo los pájaros machos comienzan a cantar y a
construir nidos para seducir a la hembra. ¿Pero por qué continúan cantando
después de la unión? Si el canto es sólo un “subproducto” del instinto sexual,
¿qué positivista osará negar que hay mucho más canto que el necesario para la
propagación de la especie? ¿Por qué no invertir la explicación? Quizás por
alguna armonía general de la naturaleza, Dios quiso una raza canora. Para
asegurarse de que cantarían, asoció el canto, la principal función de la
especie, al impulso sexual. De modo que lo que parece ser, desde un punto de
vista antropomórfico, una función colateral del amor, puede ser en realidad la
misma razón de ser de la especie.
Probablemente, esto también es
cierto respecto a los hombres. Freud ha mostrado cómo la actividad creadora del
amor está en la misma raíz de nuestra civilización. Eros hace que la humanidad
cumpla su función principal, de la cual nada sabemos, aunque en ocasiones
alcancemos brumosamente algún vislumbre de nuestro destino.
En realidad, el amor es un
fenómeno cómico en el cual las pasiones de los hombres son meros accidentes. En
mi libro “Le scandale de l’amour”,
señalé que todo fragmento de materia que se une con otro fragmento siente dolor
y placer de alguna manera oscura. Quizás el alimento, masticado, destruido, y
no obstante hecho parte de otra vida, disfruta la experiencia y responde a la
sexualidad oral con una sexualidad masoquista elemental. En todo contacto con
el mundo, se eleva la potencialidad y se suscita una corriente. Esta corriente
es de carácter erótico. Quizás siempre que la vida se afirma a sí misma negando
una falsa rigidez, siempre que progresa hacia el cosmos, superando en su camino
a toda limitación, se erotiza y gana energía.
Aun entre las amebas aparece el
fenómeno de la fagocitación, de una unión que no está vinculada a ningún modo
con la perpetuación de la especie, dado que los protozoos se reproducen por
segmentación. La sexualidad es solamente un medio para la unión cósmica en un
estado de flujo. Freud, de quien nadie sospechó nunca que fuera un místico,
escribe que “El fin de Eros es establecer cada vez unidades más grandes y
preservarlas así, es to es, mantenerlas juntas” Esta extraña energía del amor
es la misma atracción que ejerce sobre cada elemento vivo el Centro del
Universo en devenir. La propagación de la especie se funde en el gran éxtasis
de la participación en el Absoluto. A través de la mujer, todo el cosmos se
acerca al hombre.
El amor es una deidad que está
más allá del hombre, la mujer, y los mezquinos acontecimientos de la vida
terrenal. Ouspensky llega a escribir:
“Quizás el amor es un mundo de
extraños espíritus que a veces establecen su morada en los hombres,
sometiéndolos, haciéndolos instrumentos para la realización de sus
inescrutables propósitos. Quizás es alguna región particular del mundo
interior, donde las almas de los hombres entran a veces, y donde viven de
acuerdo con las leyes de ese mundo, mientras que los cuerpos permanecen en la
tierra, confinados por las leyes terrenas. Quizás es una operación alquímica de
algún Gran Maestro, en la cual las almas y los cuerpos de los hombres juegan el
papel de elementos con los cuales se compone una piedra filosofal, o un elixir
de la vida, o alguna misteriosa fuerza magnética que alguien necesita para
algún incomprensible propósito.”
Todas las religiones reconocen la
importancia del amor. Pero cada una de ellas ofrece una explicación diferente
de su enigma. Sus actitudes varían entre el todo-sexo y el nada-de-sexo. La
cristiandad, temerosa de las combinaciones magnéticas implicadas, y a pesar de
su enunciado básico de que Dios es amor, rechazó la sexualidad totalmente. Se
les prescribe a sus místicos la más rígida castidad.
En algunos cultos antiguos, en
cambio, especialmente en el culto de la Gran Diosa, se albergaba la esperanza
de acelerar la unión cósmica mediante el sagrado comercio con un viandante
anónimo. Pero, ¿no es este viandante el antepasado del “prójimo” idealizado?
“Ama a Dios por sobre todas las
cosas, y ama a tu prójimo como a ti mismo”. En ese mandamiento, Dios está
primero. Si Dios no existe, mi prójimo no es mi hermano, sino mi rival. El amor
terrenal es imposible sin hacer u rodeo largo a través del cielo. Sólo cuando
uno se siente parte de la Vida Infinita del Creador puede interesarse por
alguna criatura viviente finita.
Por otra parte, ¿quién es mi
prójimo? Cuando se preguntó esto a Jesús, contó la parábola de la Buena
Samaritana. Lo que me llama la atención aquí es que “mi prójimo” parece ser
alguien a quien la benefactora nunca ha visto antes, ni volverá a ver. La
Samaritana lo cuida, pone bálsamo en sus heridas, paga sus gastos de
alojamiento y luego se va discretamente, sin dejar una tarjeta de visita. La
benefactora y el beneficiado siguen siendo desconocidos el uno para el otro.
Si fuéramos los suficientemente
amplios mentalmente y tuviéramos la suficiente imaginación para comprender a
las personas piadosas que vivieron unos pocos milenios antes de Cristo,
podríamos ver que la prostitución sagrada fue inspirada por la misma intención.
Se ama primero a la Diosa, y es porque se la ama que se consiente, una vez en
la vida, en tener contacto sexual con un prójimo anónimo. De esta manera se
logra lo que Freud llama el objetivo de Eros: establecer unidades cada vez
mayores.
Por supuesto, la costumbre
babilónica descrita por Herodoto revela una institución ya en vísperas de su
declinación, así como Afrodita o Mylitta son imágenes decadentes de la
primitiva Gran Madre. Pero los sentimientos básicos son evidentes. Mientras que
la prostitución profana involucra el odio de la mujer contra el hombre, y la
confesada intención de éste de degradar a la mujer, la prostitución sagrada nos
habla del amor desinteresado de la mujer hacia el hombre, y del culto del
hombre a la femineidad en cuanto expresión terrenal de la Magna Mater.
Aun en nuestros días se puede
observar esta diferencia en la India, que es un museo de todas las religiones,
y donde junto a los burdeles, en general propiedad de occidentales, quedan
todavía en algunas remotas regiones del país una media docena de cortesanas
sagradas.
La prostitución sagrada es, en el
nivel carnal, un ingenuo ensayo de amor universal. Pero entraña el peligro de
cortocircuito. Amar a todo el mundo significa a menudo no amar a nadie.
Todo-sexo es semejante a nada-de-sexo.
Observando desde el exterior con
ojos desinteresados, el comercio sexual parece ser solamente el contacto de dos
epidermis. Pero cada una de éstas puede contener fuerzas subhumanas que pueden
dañar el alma. En el momento del acto sexual, las dos fuerzas latentes en los
dos cuerpos se unen fácilmente, de modo que las dos identidades no tiene
ya la sensación de separación. Se
encuentra esta creencia en todas las tradiciones esotéricas, detrás de la
noción de almas gemelas, tan bien ilustradas en el Simposio de Platón. Pero éste es un caso ideal, tal como lo
hallamos en Tristán e Isolda, Filemón y Baucis, y todos los lazos amorosos
sagrados. Es interesante observar que el secreto del amor espiritual superior
le fue reservado a Sócrates por Diótima, que era una sabia cortesana.
Como lo expresa J. G. Bennett:
“El compañero sexual ocupa una posición intermedia en cuanto puede ser
instrumento del mundo inferior, pero también un medio de exaltar al hombre al
mundo verdaderamente humano en el cual no existe la separación.”
¿Qué sucede en un breve enredo
amoroso, cuando un hombre y una mujer mantienen unas pocas relaciones sexuales,
o inclusive un único contacto sexual, y luego se separan? Desde el punto de
vista exterior, pueden olvidarse mutuamente, olvidar el acto mismo, y no
conocer siquiera el nombre del otro. Pueden pensar que no ha quedado en sus
cuerpos más huellas de la experiencia que, como dice el Rey Salomón, la que
deja “el vuelo de un águila en el aire”. Y sin embargo, las fuerzas de cada
efímero compañero amoroso se han incorporado en el otro. Permanecen de algún
modo en ambos cuerpos, y así ocasionan el deterioro (o por lo menos el cambio) de
su propio contenido interno.
Durante el acto sexual con una
mujer que ha tenido muchos amantes, un hombre siempre comparte de alguna manera
las fuerzas y el destino de sus predecesores. Esa creencia está tan arraigada
en nuestro inconsciente, que todavía hoy se esconde tras el interés que
muestran los hombres por una mujer que ha sido la amante de un político
poderoso o de un artista famoso. Cuando comenzaron los motines en el ex
Congo-Belga, los negros no violaron hermosas vírgenes blancas, como podríamos
haber pensado ligeramente. Prefirieron mujeres comunes, de cuarenta años, que
eran esposas de ex altos funcionarios a quienes habían temido antes del día de
la independencia. ¿No constituye este acto sexual la incorporación edípica del mana del padre-jefe, que tanto desearon
robar en el útero de la madre?
De la misma manera, el hombre que
se ha acostado con muchas mujeres antes de casarse, perturbará el estado
interno de su esposa. Las fuerzas inferiores y depravadas que fluyen del esposo
pueden ejercer sobre ella un efecto terrible, hasta el punto de que su
personalidad interna se tiñe de tendencias muy ajenas a su propio destino.
La relación entre hombres y
mujeres es en realidad una lucha de fuerzas, que tiene por resultado el
surgimiento de un vencedor y de un vencido. Por lo tanto, parece poco
justificada la opinión de que importa
poco de que uno tome el placer sexual allí donde lo encuentre. La misma esencia
del hombre puede correr peligro. El obstáculo para la perfecta unión personal
en un hombre y su esposa, no es el cuerpo físico, sino las fuerzas inferiores
que constituyen el contenido del cuerpo físico.
Un varón que tiene el hábito de
frecuentar burdeles y meretrices, se mezcla con las fuerzas de otros hombres (y
sabemos por el estudio de casos que ese varón tiene fuertes tendencias
homosexuales), hasta el punto de que puede quedar destruida toda su
personalidad interna verdadera. O bien puede salir de este crisol convertido en
un santo.
Pero lo que puede superar la
influencia de todas estas fuerzas extrañas que invaden su cuerpo no es el
cuerpo ni el hombre mismo, sino la Gran Fuerza Vital del Supremo Yo, que toca
al hombre cuando éste está en condiciones de recibir la gracia divina.
En los tiempos precristianos, los
sacerdotes sostenían que se ganaba muy poco si los hombres evitaban
deliberadamente a las mujeres, o las mujeres a los hombres. La decisión de un
ser humano de rechazar el matrimonio equivale a abndonar todo contacto consigo
mismo.
Las sacerdotisas de la Gran Diosa
ensayaron una respuesta diferente. Estando abiertas a todo el mundo, pensaron
que el infinito número de fuerzas que luchaban en ellas se aniquilarían
mutuamente. Pero el principal factor era aquí la consagración de todos los
actos sexuales. Y así se entregaban al Poder Divino, creyendo que eso aventaría
las influencias de las fuerzas inferiores.
Loa transición de la prostitución
sagrada a la profana tuvo lugar, muy probablemente, durante las grandes Guerras
Púnicas. Podemos ver un ejemplo de ella en la protohistoria romana. Los
etruscos expulsados de Asia debido a su obstinado culto del yoni (en una época
en que triunfaba el culto del lingam), se establecieron en Italia unos ocho
siglos antes de la fundación de Roma. Eran un pacífico pueblo de agricultores.
Por supuesto, conservaban sus instituciones matriarcales, sus ritos y sus
imágenes de la Gran Diosa.
Es interesante recordar bajo esta
luz de la leyenda nde Rómulo y Remo, amamantados por una loba. La palabra
latina lupa fue usada más tarde para
designar también a una prostituta (de donde proviene lupanar). El segundo rey
de Roma, Numa, solía atender los sabios consejos de una ninfa de los bosques,
llamada Egeria. La influencia femenina es aún predominante.
¿Quién hubiera sospechado que en
el origen del más grande estado patriarcal de la antigüedad estuvo una
cortesana sagrada? Las guerras entre dos civilizaciones no conocen la
misericordia. El vencedor borra todas las huellas de las ideologías y
aspiraciones anteriores.
La lupa se convirtió en un mito
cuando llegó a significar la madre del primer rey, y se convirtió en un insulto
en la Roma patriarcal, que despreciaba a la prostitución en una época en la que
Grecia y toda Asia toleraban aún a sus Aspasias.
El matrimonio mixto no siempre se
efectuó en beneficio del varón nómade. El orgulloso conquistador pudo haber
sido conquistado a menudo. Tuvo que defenderse contra las dos armas más
peligrosas: el encanto sexual de la mujer, y su propio deseo.
Así como los árabes convirtieron
al colegio de sacerdotisas en un harén, las sociedades patriarcales hicieron de
las cortesanas sagradas, mujeres de la calle. Llevaron a cabo una metódica
profanación. Lo que había sido sagrado se convirtió en vergonzoso. El código
moral se transformó. Las cortesanas ya no fueron sacerdotisas, sino esclavas
que tenían que obedecer las órdenes del hombre, y que podían ser vendidas y
compradas. Los patriarcas ponen precio a las mercancías sexuales.
Puede verse en esto la inversión
que sucede a cada cambio de religión. Lo que es divino en el templo anterior, se
convierte en diabólico en la nueva iglesia.
Pero la profanación puede ser
resultado casi natural, asimismo, de las transformaciones de las pautas
sociales. Un buen ejemplo de esto es la evolución de las bailarinas sagradas de
la India. En esta parte del mundo, donde la Magna Mater ha sido honrada durante
tantos siglos, existe la vieja tradición de separar de sus familias a hermosas
niñitas, a la edad de siete años. Se les evita toda tarea doméstica y todo otro
trabajo manual. Viven en el templo. Se les enseña los secretos de su arte. Se
las inicia en los ritos religiosos. La bailarina india es devadasi, es decir,
una escalva de Dios. Su vida está dedicada a su servicio, así como la de una
monja cristiana. Cuando llega a la pubertad, la doncella ofrece su virginidad
al lingam de piedra de Shiva. Después de este hecho sagrado, los sacerdotes que
representan a Dios en la tierra, tienen licencia ritual para acostarse con
ella. La vestal se ha convertido en una cortesana sagrada. Hallamos aquí la ya
mencionada vacilación entre el sortilegio de fertilidad obtenido a través de la
fuerza reprimida de la castidad, y la dinámica de una actividad sexual
intensificada.
Pero en la India, el colegio de
las bailarinas sagradas se convirtió pronto en el ballet real. La degradación
es sólo parcial. Antes la amante de Dios, ahora la prostituta sagrada es la
concubina del maharajá. Pero, ¿no es también el príncipe sagrado, no es él
también delegado de Dios en la tierra? Además, el arte sigue siendo en la India
una oración.
La profanación verdadera tiene
lugar más tarde en Occidente. Durante un largo tiempo la nobleza francesa, por
ejemplo, mantuvo la tradición, aunque sin tener conciencia de su origen
sagrado, hasta 1914, todas las bailarinas de la Ópera eran mantenidas por miembros
del Jockey Club.
Con la llegada al poder de la
burguesía, desaparece la última gloria. Aunque hubiera perdido todos sus
vínculos con lo sagrado, el arstócrata daba al menos algún status social a su
amante mantenida, aunque sólo fuera en razón de que toda persona que le
pertenecía a él, tenía que ser respetada.
Cuando el burgués quiso imitar al
gran señor, él también tuvo su bailarina. Pero nunca tenía seguridad acerca de
su gusto ni de su escala de valores. Si su hermosa querida era muy admirada, se
sentía culpable y tosco. Cuando ella era trivial, él se avergonzaba de ella.
Ya no hay grandes cortesanas en
la actualidad. Sólo quedan las “call girls”. Pero cuanto más bajo cae una
prostituta, más agresión acumula contra su compañero. Y cuanto más se convierte
el sexo en una breve transacción comercial, más proyecta el cliente su vieja
frustración y sus viejas decepciones sobre ella. De tal modo, la prostitución
se transforma en un eterno círculo de odio. Allí reside su tragedia. Su
finalidad era el amor.
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1 comentario:
Hola. Cómo estás? Me comunicaba para saber si por casualidad tenía en PDF, el libro "la guerra de los sexos" de Maryse choisy.
Mi mail juanfrancobottazzi@yahoo.com.ar.
Gracias, muy bueno el blog! Saludos!
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