Como dice el diccionario, el vientre es el lugar donde se
engendra y cobra vida alguna cosa. En la medida en que yo puedo comprender,
nunca hay nada más que vientre. Ante todo y por último, el vientre de la
Naturaleza; luego, el vientre materno; y, finalmente, el vientre dentro del
cual vivimos y somos, que llamamos mundo. No aceptar el mundo como un vientre
es, en gran parte, causa de nuestro dolor. Creemos que la criatura no nacida
vive en estado de bienaventuranza; creemos que la muerte es una liberación de los
males de la vida; pero todavía nos negamos a considerar la vida en sí como una
bienaventuranza y un bien. Y sin embargo, en el mundo que nos rodea, ¿acaso no
se engendra y cobra vida todo? Quizá sea nada más que oír de nuestras ilusiones
considerar la tumba como un refugio y los nueve meses que preceden al
nacimiento como una felicidad. ¿Quién sabe algo acerca de la vida uterina o la
vida del más allá? No obstante, ha prendido, y no desaparecerá jamás, la idea
de que esos dos estados de inconsciencia significan ausencia de dolor y lucha,
y por ende bienaventuranza. Por otra parte, sabemos por experiencia que hay
personas vivas y que andan por el mundo en lo que se llama estado de felicidad.
¿Son más inconscientes que los demás o lo son menos? Creo que la mayoría de
nosotros coincidiría en que son menos inconscientes. ¿En qué difieren entonces
sus vidas de las del tipo corriente de hombre? A mi modo de ver, la diferencia
está en su actitud ante el mundo, en el hecho importantísimo de que han aceptado el mundo como vientre
y no como tumba. Pues no parecen ni lamentar lo pasado ni temer lo
venidero. Viven con un estado intenso de conciencia, pero aparentemente sin
miedo.
Se ha dicho que
el miedo, que desempeña un papel predominante en nuestras vidas, fue en un
tiempo algo vago, innominado, un eco, casi podría decirse, del instinto vital.
Se ha dicho que con el avance de la civilización ese miedo innominado
paulatinamente fue cristalizado en un miedo a la muerte. Y en la cumbre de la
civilización ese miedo a la muerte se torna miedo a la vida, tal como
ejemplifica la conducta del neurótico. Ahora bien, el miedo no tiene nada de
raro: sea cual fuere la forma en que se manifiesta es algo que todos conocemos
tan bien que cuando aparece un hombre que carece de él en seguida nos
esclaviza. En la historia de la humanidad ha habido menos de un puñado de
hombres así. Poco importa que hayan sido fuerzas del bien o del mal: el temor
que suscitan es el temor que suscita el monstruo. En verdad que todos fueron
monstruos, se llamarán Tamerlán, Buda, Cristo o Napoleón. Fueron figuras
heroicas, y el héroe, según los mitos, siempre nace en forma sobrenatural. El
héroe, en suma, es el que escapa a la conmoción del nacimiento.
El héroe entonces es una suerte de monstruo inmune al dolor y al sufrimiento: está del lado de la vida. Para él el mundo es un lugar donde las cosas se engendran, cobran vida. La vida se le revela como un arte, no como una prueba. Goza de la vida reordenándola según sus propias necesidades. Quizá afirme que lo hace por los demás, pero sabemos que también es un embustero. El héroe es el hombre que se dice a sí mismo: aquí es donde suceden las cosas, no en otra parte. Obra como si el mundo fuera su casa. Semejante conducta, desde luego, provoca una confusión espantosa, pues como todos saben, la gente rara vez está en su casa, siempre está en otro lado, siempre "ausente". La vida, como se la llama, para la mayoría de nosotros es una larga postergación. Por una razón bien simple: el MIEDO.
El héroe entonces es una suerte de monstruo inmune al dolor y al sufrimiento: está del lado de la vida. Para él el mundo es un lugar donde las cosas se engendran, cobran vida. La vida se le revela como un arte, no como una prueba. Goza de la vida reordenándola según sus propias necesidades. Quizá afirme que lo hace por los demás, pero sabemos que también es un embustero. El héroe es el hombre que se dice a sí mismo: aquí es donde suceden las cosas, no en otra parte. Obra como si el mundo fuera su casa. Semejante conducta, desde luego, provoca una confusión espantosa, pues como todos saben, la gente rara vez está en su casa, siempre está en otro lado, siempre "ausente". La vida, como se la llama, para la mayoría de nosotros es una larga postergación. Por una razón bien simple: el MIEDO.
Como vemos siempre que estalla una guerra, el temor a la
guerra se vence en el momento en que uno se encuentra realmente metido en ella.
Si la guerra fuera en realidad tan terrible como la imagina la gente, hace
tiempo que se la habría suprimido. Hacer la guerra es tan natural para los
seres humanos como hacer el amor. El amor puede volver cobardes a los hombres
tanto como el miedo a la guerra. Pero cuando un hombre se enamora desesperadamente,
comete cualquier crimen, y no solamente se siente justificado, sino también
contento. Está en el orden de las cosas.
Los hombres más sabios son aquellos que hablan de la
ilusión: MAYA. La ilusión es el antídoto del miedo. Cuando están en actividad,
vuelven absurdamente ilógica la vida. Pero es precisamente esa dualidad
paradojal de la vida la que nos mantiene, la que nos hace ir y venir
alternativamente de un vientre a otro. El mundo, que no sólo es el mundo
humano, es el vientre de todo, del nacimiento, de la vida y de la muerte.
El hombre lucha constantemente por constituirse en parte de
ese tercer vientre, omnímodo, EL MUNDO. Es el caos original, el asiento de la
creación misma. Ningún hombre lo logra del todo. Es una condición del ES no
conocida ni por el feto ni por el cadáver. Pero el alma la conoce, y si
bien es inalcanzable, no por eso es menos verdadera.
Es curioso que en nuestra lengua el verbo que expresa el ser sea intransitivo. La mayoría de las personas hallan natural que el verbo tu be (ser) sea intransitivo. Pero sabemos que hay lenguas que no hacen la distinción entre verbos intransitivos y transitivos. El espíritu de tales lenguas está más profundamente arraigado en el símbolo. Puesto que únicamente mediante el símbolo comprendemos profundamente algo, cuanto más precisa y conceptual llega a ser una lengua, más estéril se torna. Las lenguas modernas, todas ellas, reflejan más y más la muerte que está dentro de nosotros. Reflejan muy claramente el hecho de que consideramos la vida en sí como un zaguán, poco importa que desemboque en el cielo o en el infierno. Contra ese automatismo estancado fue contra lo que luchó Lawrence su vida entera; esa entrega a los instintos de muerte es lo que enfurece a un hombre como Céline.
Es curioso que en nuestra lengua el verbo que expresa el ser sea intransitivo. La mayoría de las personas hallan natural que el verbo tu be (ser) sea intransitivo. Pero sabemos que hay lenguas que no hacen la distinción entre verbos intransitivos y transitivos. El espíritu de tales lenguas está más profundamente arraigado en el símbolo. Puesto que únicamente mediante el símbolo comprendemos profundamente algo, cuanto más precisa y conceptual llega a ser una lengua, más estéril se torna. Las lenguas modernas, todas ellas, reflejan más y más la muerte que está dentro de nosotros. Reflejan muy claramente el hecho de que consideramos la vida en sí como un zaguán, poco importa que desemboque en el cielo o en el infierno. Contra ese automatismo estancado fue contra lo que luchó Lawrence su vida entera; esa entrega a los instintos de muerte es lo que enfurece a un hombre como Céline.
La muerte real no causa terror a los seres ordinarios,
inteligentes y sensibles. La gran pesadilla es la muerte en vida. La muerte en
vida significa la interrupción de la corriente de la vida, la anticipación de
un proceso natural de muerte. Es la forma alternativa de reconocer que el mundo
no es en realidad más que un gran vientre, el lugar donde todo cobra vida. Todo
lo que vive tiene voluntad, esto es, creatividad. La voluntad está en el verbo,
el modificativo más importante de nuestra oración: los verbos sonipso facto transitivos. Sin embargo, la mente
puede convertir en intransitivos los verbos, como
puede anular la voluntad. Pero por naturaleza los verbos son símbolos de
acción, independientemente de que la acción consista en hacer, tener, respirar
o ser.
De hecho sólo hay una corriente
constante de actividad, un movimiento de aproximación o apartamiento de la
vida. Esa actividad continúa aún en la muerte, resultando allí a menudo la
actividad más fructífera. No tenemos un verdadero lenguaje para la muerte,
puesto que nada sabemos de ella, puesto que no la hemos experimentado; sólo
tenemos conceptos, contrasímbolos que son expresión de la vida en forma
negativa. Todo lo que realmente conocemos es devenir, cambio y transformación
interminables. Las cosas se recrean constantemente. El verdadero temor, el
terror verdadero, está en la idea de fijación. Es una idea viviente de la muerte.
Algunas personas nacen muertas.
Algunas dan la impresión de vivir sólo a medias. Otras parecen radiantes de energía.
No importa que se esté del lado de la vida o del lado de la muerte.
La vida es tan maravillosa con signo menos como con signo
más. El verdadero milagro es estarse quieto. Significaría convertirse en Dios,
o en muerto en vida. Es la única posible escapatoria del vientre, y por eso,
desde luego, la noción de Dios está tan arraigada en la conciencia humana. Dios
es suma, lo cual es lo mismo que decir cesación. Dios no representa la
vida, sino la realización, que es la única forma legítima de muerte.
En esta forma legítima de muerte
que digo está detrás de la idea de realización, hay la más completa
subordinación al instinto vital. Ésta es la idea que ha obsesionado a todos los
maniáticos religiosos, la muy sensata idea de que únicamente viviendo algo
hasta la plenitud puede haber un fin. Es una idea enteramente amoral,
totalmente artística. Los artistas más grandes han sido los inmoralistas, es
decir, los partidarios de vivirla hasta el fin. Por su puesto que
inmediatamente fueron mal comprendidos por sus discípulos, por los que andan
predicando en su nombre, propagando tal o cual evangelio. Esas grandes figuras
estaban imbuidas de una idea: la de llevar las cosas a un fin. A todos les
obsesionaba el sufrimiento.
La idea de que el vientre puede ser un lugar de castigo o
tortura es bastante reciente. Quiero decir con esto que tiene unos pocos miles
de años. Coincide con la pérdida de la inocencia. Todas las ideas sobre el
Paraíso implican la conquista del miedo. El Paraíso es siempre una condición que
se merece o gana mediante la lucha. La eliminación de la lucha es la lucha
mayor: la lucha por no luchar. Porque la lucha, erróneamente o no, tiene que
ver con el nacimiento. Pero hubo un tiempo en que el nacimiento era fácil. Ese
tiempo es ahora tanto como entonces. Para sobrepasar el dolor y el sufrimiento,
para superar la lucha, hay que aprender el arte del equilibrista... Al caminar
por la cuerda floja por encima de los opuestos uno llega a estar plena y
agudamente consciente -peligrosamente consciente-. El estado consciente se
extiende para abarcar los opuestos aparentemente conflictuales. Estar sumamente
consciente, que significa aceptar la vida tal como es, elimina los terrores de
la vida y mata las falsas esperanzas. Diría más bien, mata la esperanza,
porque, vista desde un más allá, la esperanza se presenta más como un mal que
como un bien.
No digo nada sobre ser feliz.
Cuando realmente comprende uno lo que es la felicidad, se apaga uno como una
luz. Toda medida para una vida mejor aquí en la tierra significa
mayor sufrimiento y aflicción. Todo lo que se planea para mañana significa la
destrucción de lo que ahora existe. El
mejor modo es el que existe ahora en este mismo momento. Es el mejor porque es absolutamente
justo -lo cual no quiere decir que tenga nada que ver con la justicia-. Si
deseáramos algo mejor o peor-, no tenemos más que exigirlo y bien que lo
tendremos. El mundo es un sueño que se va cumpliendo de un momento a otro, y
sólo el hombre está profundamente dormido en medio de su creación. Nacimiento y
renacimiento, y los monstruos son una parte de la creación tanto como los
ángeles. El mundo se torna interesante y habitable sólo cuando lo aceptamosin
toto con los ojos del todo
abiertos, sólo cuando lo vivimos hasta el fin como vive hasta el fin el feto su
vida uterina. A propósito, ¿alguien ha oído hablar alguna vez de un feto
"inmoral"? ¿O de un cadáver "cobarde"? ¿Puede alguien decir
si los habitantes de los bosques de Australia llevan una vida acertada, una buena
vida? Y las flores ¿acaso contribuyen al progreso y la invención? Son estas
pequeñas preguntas las que a menudo perturban a los filósofos. Sabotaje
intelectual. Pero de vez en cuando está bien hacer preguntas a las cuales no se
puede responder: hace más vivible la vida.
Recuerdo una frase que me perseguía
cuando era más joven: "el
hombre camino del orden". No sabía lo que quería decir exactamente, pero
me fascinaba. Creía. Hoy, aunque confieso con franqueza que no sé lo que
significa esa frase, creo más que nunca. Creo en todo, bueno y malo. Creo más y
menos de lo que es verdad. Creo más allá de todo el volumen del pensar humano. Creo en todo. Creo en una vida
colectiva y también en la vida individual. Creo en la vida del mundo, del útero
que es. Creo en las contradicciones de la vida uterina de este mundo. Creo en
tener dinero y también creo en no tenerlo. Y crea o no, actúo siempre. Actúo
primero y averiguo después. Porque nada me parece más cierto que todo lo
existente existe por un fiat.
Si algo es el mundo, es un acto. El mundo no es pensamiento, pero bien puede
ser un acto de pensamiento. Quienes actúan,
originan reacciones, como decimos. En las agonías del alumbramiento la madre
sólo reacciona: el que actúa es el feto. Y viva o muera la madre, para el feto
es lo mismo. Para un feto lo importante es el nacimiento.
De modo similar, para el hombre lo
importante es nacer, nacer al mundo, al mundo -tal-como-es, no a un mundo
imaginario, anhelado, no a un mundo mejor, más feliz, sino a éste, el único
mundo, el mundo de AHORA. Hoy hay muchas personas que imaginan que la forma de
hacerlo es pagar a otro para que les permita tenderse sobre un sofá y les escuche
el relato de sus penas. Otros también creen que las parteras que
desempeñan esa tarea deberían pagar ellas mismas para volver a nacer.
Siempre hay Redentores, y de algún
modo a los Redentores siempre se las dan por la cabeza. Nadie ha
descubierto todavía cómo salvar a quienes se niegan a salvarse a sí mismos. Y
además -una pequeña pregunta uterina-, ¿queremos realmente que nos salven? Si
así fuera, ¿para que, por qué, qué hay que salvar?
Vemos cómo los bancos gastan el dinero que ahorramos para
ellos; vemos cómo los gobiernos gastan los impuestos que nos obligan a pagar a
fin de "protegernos", dicen ellos...¿No sabemos que Dios nos está
dando constantemente su amor ilimitado? En los lugares más altos se da y gasta
muchísimo. ¿Por qué entonces no nos damos a nosotros mismos, con derroche, con
abundancia, completamente? Si comprendiéramos que somos parte del proceso
interminable, que no podemos perder ni ganar nada, sino vivir hasta el fin,
¿nos comportaríamos como lo hacemos? Imagino el hombre del año 5000 de nuestra
era abriendo la puerta de su casa y saliendo a un mundo infinitamente mejor que
éste; también puedo imaginarlo saliendo a un mundo infinitamente peor que el
nuestro. Pero en el fondo de mi corazón creo para él, Mr. John Doe en persona,
será exactamente el mismo mundo que éste que ahora habitamos. La fauna y la
flora quizá sean diferentes, el clima podrá ser diferente, las ideologías
podrán ser diferentes, Dios podrá ser diferente, pero John Doe mismo será
diferente y, por lo tanto, todo será lo mismo. Me siento tan cerca del John Doe
del año 5000 de nuestra era como del John Doe del año 5000 antes de Cristo.
Sería incapaz de elegir entre los dos. Cada uno tiene su propio mundo al cual
pertenece. Quien no comprenda lo maravilloso que es el mundo,tant pis para él. El mundo es el mundo, y al
mundo le interesa más su propio nacimiento y muerte que la opinión que Mr. John
Doe pueda tener sobre él.
La mayor parte de los trabajadores
activos del mundo contemporáneo consideran nuestra vida sobre la tierra como un
Purgatorio o un Infierno. Sudan y luchan por convertirla en un Cielo para el
hombre del futuro. O si se niegan a formulárselo a sí mismos de este modo,
dicen pules que es para hacerse un Cielo para ellos mismos, un poco más
adelante. El tiempo pasa. Planes quinquenales. Planes para diez años.
(Dinosaurios, dinastías, dínamos.) Entretanto se carian los dientes, viene el
reumatismo, luego la muerte. Pero nunca el Cielo. De algún modo, el cielo
siempre está en lontananza, siempre allí la vuelta. Mañana, mañana, mañana...
Henry Miller, La sabiduría del
corazón, Buenos Aires, Sur, 1966.
1 comentario:
Interesantísimo texto que plantea grandes y pequeñas visicitudes de todos, muy enriquecedor leerlo y quedarse contemplativamente disfrutándolo,...
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