Tomado del libro El naturalismo – Ediciones Laureano
Bonet, 1973
El sentido de lo real
El más hermoso elogio que en otro
tiempo se podía hacer de un novelista era decir «Tiene imaginación» En la
actualidad, este elogio sería considerado como una crítica. Ocurre que todas
las condiciones de la novela han cambiado. La imaginación ya no es la mayor
cualidad del novelista.
Alexandre Dumas, Eugene Sue,
tenían imaginación. En Notre-Dame de
París, Victor Hugo imaginó unos personajes y una fábula del más vivo
interés; en Mauprat, George Sand supo
apasionar toda una generación por los amores imaginados de sus héroes. Pero
nadie se ha decidido en conceder imaginación a Balzac y a Stendhal. Se ha
hablado de sus poderosas facultades de observación y de análisis; son grandes
porque han pintado su época y no porque hayan inventado cuentos. Ellos son los
autores de esta evolución, a partir de sus obras la imaginación ha dejado de
contar en la novela. Ved a nuestros grandes novelistas contemporáneos, Gustave
Flaubert, Edmond y Jules de Goncourt, Alphonse Daudet: su talento no reside en
lo que imaginan sino en que presentan a la naturaleza con intensidad.
Insisto sobre esta decadencia de
la imaginación porque en ella veo la característica de la novela moderna.
Mientras la novela fue una recreación del espíritu, una diversión a la que no
se le pedía más que gracia e inspiración, se comprende que la gran cualidad
fuera ante todo, una invención abundante. Incluso cuando llegaron la novela
histórica y la novela de tesis, la imaginación reinaba con poderío para evocar
los tiempos desaparecidos o para utilizar como argumentos a personajes construidos
según las necesidades del alegato. Con la novela naturalista, la novela de
observación y de análisis, las condiciones han cambiado rápidamente. El
novelista todavía inventa; inventa un plan, un drama; pero esta invención es un
trozo de drama, la primera historia que se le ocurre y que la vida cotidiana
siempre le proporciona. Después, en la economía de la obra, ello tiene una
importancia mínima. Los hechos están en ella sólo como desarrollos lógicos de
los personajes. La gran cuestión consiste en poner en pie a criaturas vivas que
interpreten la comedia humana con la mayor naturalidad posible delante de los lectores.
Todos los esfuerzos del escritor tienden a esconder lo imaginario debajo de lo
real.
Sería un curioso estudio explicar cómo trabajan
nuestros grandes novelistas contemporáneos. Plantean casi todas sus obras a
partir de unas notas tomadas ampliamente. Cuando han estudiado con escrupuloso
cuidado el terreno sobre el cual deben andar, cuando se han informado en todas
las fuentes y tienen en sus manos los múltiples documentos que necesitan,
entonces, y solamente entonces, se deciden qa escribir. El plan de la obra
depende de estos documentos, pues sucede que los hechos se clasifican
lógicamente, éste delante de aquél; se establece una simetría, la historia se
compone de todas las informaciones recogidas, de todas las notas tomadas, unas
dependientes de otras por el propio encadenamiento de la vida de los
personajes, y el desenlace no es más que una consecuencia natural y forzada. En
este trabajo se ve la poca importancia que tiene la imaginación. Estamos lejos,
por ejemplo, de George Sand, quien, se dice, se ponía delante de un cuaderno de
papel blanco y, partiendo de una idea primera, componía sin parar, confiando
totalmente en su imaginación que le proporcionaba las páginas necesarias para
hacer un volumen.
Uno de nuestros novelistas
naturalistas quiere escribir una novela sobre el mundo teatral. Parte de esta
idea general sin tener todavía ni un hecho, ni un personaje. Su primer trabajo
consistirá en recoger en sus notas todo lo que pueda saber sobre este mundo que
quiere describir. Ha conocido tal actor, ha asistido a tal representación. He
aquí ya unos documentos, los mejores, los que han madurado en él. Después se
pondrá en campaña, hará hablar a los hombres mejor informados en la materia,
coleccionará las palabras, las historias, los retratos. Y esto no es todo: a
continuación se dedicará a los documentos escritos, leerá todo lo que pueda
serle útil. Por último, visitará los lugares, vivirá algunos días en un teatro
para conocer todos sus rincones, pasará sus veladas en un camerino de actriz,
se impregnará todo lo posible del medio ambiente. Y, una vez completados los
documentos, su novela, como ya he dicho, se ordenará por sí misma. El novelista
sólo tendrá que distribuir lógicamente los hechos. De todo cuanto ha oído se
desprenderá el trozo de drama, la historia que necesita para levantar el
armazón de sus capítulos. El interés ya no reside en la rareza de esta
historia; por el contrario, cuanto más banal sea y cuanto más general, tanto
más típica resultará. Hacer mover a unos personajes reales en un medio real,
dar al lector un fragmento de la vida humana: en esto consiste toda la novela
naturalista.
Puesto que la imaginación ya no
es la más importante cualidad del novelista, ¿por qué cosa ha sido reemplazada?
Siempre se necesita una cualidad principal. En la actualidad, la cualidad
principal del novelista es el sentido de lo real. Y aquí es donde quería
llegar.
El sentido de lo real consiste en
sentir la naturaleza y en hacerla tal cual es. En principio, parece que todo el
mundo tiene dos ojos para ver y que nada debe ser más común que el sentido de
lo real. Y no obstante, nada es más rqaro. Los pintores lo saben muy bien.
Poned a ciertos pintores delante de la naturaleza y ellos verán de la manera
más barroca posible. Cada uno la captará con un color dominante; uno la verá en
amarillo, otro en violeta, un tercero en verde. Se producen los mismos
fenómenos cuando se trata de formas; uno, redondea los objetos, otro multiplica
los ángulos. Cada ojo tiene una visión particular. Y hay ojos que no ven
absolutamente nada. Sin duda tienen alguna lesión, el nervio que los une al
cerebro sufre una parálisis que la ciencia todavía no ha podido determinar. Lo
cierto es que, si bien pueden mirar como se agita la vida a su alrededor, nunca
serán capaces de reproducir con exactitud una escena.
No quiero nombrar aquí a ningún
novelista vivo, lo cual hace muy difícil mi demostración. Los ejemplos
aclararían la cuestión. Pero todos podemos notar que ciertos novelistas siguen
siendo provincianos, incluso después de haber vivido veinte años en París. Se
distinguen en las descripciones de su región y en el momento en que abordan una
escena parisiense empiezan a chapotear, no consiguen dar una impresión justa de
un ambiente en el cual, no obstante, se encuentran desde hace años. Éste es un
primer caso, una falta parcial del sentido de lo real. Sin duda, las
impresiones de la infancia han sido más vivas, el ojo ha recordado los cuadros
que primero le impresionaron; después, la parálisis se ha declarado y el ojo
puede mirar París, pero no lo ve, no lo verá nunca.
El caso más frecuente es, por
otra parte, el de la parálisis completa. ¡Cuántos novelistas creen ver la
naturaleza y sólo la captan a través de todo tipo de deformaciones! Muy a
menudo son de una buena fe absoluta. Se convencen de que lo han puesto todo en
un cuadro, que la obra es definitiva y completa. Se parece a la convicción de
que han amontonado los errores de colores y de formas. Su naturaleza es una
monstruosidad que han empequeñecido o agrandado al querer corregir el cuadro. A
pesar de sus esfuerzos, todo se deshace en matices falsos, todo grita y se
desmorona. Quizá podrían escribir poemas épicos, pero nunca podrán enderezar
una obra verdadera porque la lesión de sus ojos se opone a ello, porque, cuando
no se tiene el sentido de lo real, no se puede adquirir.
Conozco a narradores
encantadores, a fantasistas adorables, a poetas en prosa cuyos libros me gustan
mucho. Éstos no pretenden escribir novelas y continúan siendo exquisitos al
margen de lo verdadero. El sentido de lo real sólo es absolutamente necesario
cuando se hacen descripciones de la vida. Así, pues, con el tipo de ideas que
tenemos en la actualidad, nada puede reemplazar este sentido, ni un estilo
apasionadamente trabajado, ni el vigor del trazo, ni las más meritorias
tentativas. Si se quiere pintar la vida, hay que verla ante todo tal cual es y
dar una impresión exacta. Si la impresión es barroca, si los cuadros están mal
equilibrados, si la obra raya en la caricatura, ya sea épica o simplemente
vulgar, es una obra nacida muerta, condenada a su rápido olvido. No está
fuertemente asentada sobre la verdad, no tiene ninguna razón de ser.
Creo que en un escritor es muy
fácil de constatar este sentido de lo real. Para mí, es una piedra de toque que
decide todos mis juicios. Cuando he leído una novela, la condeno si el autor me
parece falto de sentido de lo real; me es totalmente indiferente que esté en un
pozo o en las estrellas, abajo o arriba. La verdad tiene un sonido sobre el
cual no es posible equivocarse. Las frases, los párrafos, las páginas, el libro
entero debe sonar a verdad. Se dirá que se necesitan aídos delicados. Se
necesitan oídos justos, nada más. El propio público, que no puede vanagloriarse
de una gran delicadeza de los sentidos, oye muy bien, no obstante, las obras
que suenan a verdad. Va poco a poco hacia ellas, mientras que deja en silencio
a las demás, a las obras falsas que suenan a error.
De la misma manera que antes se
decía de un novelista «tiene imaginación», pido que se diga hoy: «tiene sentido
de lo real». El elogio será mayor y más justo. El don de ver todavía es menos
común que el don de crear.
Para darme a entender mejor,
vuelvo sobre Balzac y Stendhal. Ambos son nuestros maestros. Pero confieso que
no acepto todas sus obras con la devoción de un fiel que se inclina sin
oposición. Solamente las considero verdaderamente grandes en los pasajes que
tienen sentido de lo real.
No conozco nada más sorprendente
que el análisis de los amores de Julián y de madame de Rénal, en Le Rouge et le
Noir. Es preciso pensar en la época en que fue escrita, en pleno romanticismo,
cuando los héroes se amaban con el más desmelenado lirismo. Y he aquí un
muchacho y una mujer que, por fin, se aman como todo el mundo, tontamente,
profundamente, con las caídas y los sobresaltos de la realidad. Se trata de una
pintura superior. Daría por estas páginas todas aquellas en que Stendhal
complica el carácter de Julián, se hunde en los dobles fondos diplomáticos que
adoraba. En la actualidad, sólo es realmente grande porque osó, en siete u ocho
escenas, aportar la nota real, la vida en lo que tiene de cierto.
Lo mismo digo para Balzac. Hay en
él un durmiente desvelado, que a veces sueña y crea unas figuras curiosas, pero
que ciertamente no engrandece al novelista. Confieso no sentir admiración por
el autor de La femme de trente ans, por el inventor del tipo de Vautrin en la
tercera parte de Illusions perdues y en Splendeur et misère des courtisanes.
Esto es lo que yo llamo la fantasmagoría de Balzac. Tampoco me gusta el gran
mundo que inventó de pies a cabeza y que hace sonreír, si se exceptúan algunos
tipos soberbios barruntados por su talento. En una palabra, la imaginación de
Balzac, esta imaginación desordenada que caía en todas las exageraciones y
quería crear de nuevo el mundo, con unos planos extraordinarios, esta
imaginación más que atraerme me irrita. Si el novelista no hubiera tenido más
que imaginación, en la actualidad sólo sería un caso patológico y una
curiosidad de nuestra literatura.
Pero afortunadamente Balzac tenía
además el sentido de lo real, y el más desarrollado sentido de lo real que se
pueda encontrar. Sus obras maestras lo atestiguan, esta maravillosa Cousine
Bette, en la que el barón Hulot es de una verdad tan colosal, esta Eugénie
Grandet que contiene toda la provincia en una fecha determinada de nuestra
historia. Habría que citar todavía Le Père Gorrito, La Rabouilleuse, Le Cousin
Pons, y tantas otras obras surgidas con tanbta vida de las entrañas de nuestra
sociedad. En ellas reside la inmortal gloria de Balzac. Él fundó la novela
contemporánea porque fue de los primeros en aportar y utilizar este sentido de
lo real que le permitió evocar todo un mundo.
No obstante, no todo consiste en
ver, es preciso ofrecer. Por ello, detrás del sentido de lo real está la
personalidad del escritor. Un gran novelista debe tener el sentido de lo real y
la expresión personal.
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2 comentarios:
"¡Gozar de la naturaleza! Tengo el gusto de comunicarle que he perdido esa facultad por completo. Dicen las gentes que el arte nos hace amar aún más a la naturaleza, que nos revela sus secretos y que una vez estudiados estos concienzudamente, según afirman Corot Constable, descubrimos en ella cosas que antes escaparon a nuestra observación. A mi juicio, cuanto más estudiamos el arte, menos nos preocupa la naturaleza. Realmente lo que el arte nos revela es la falta de plan de la naturaleza, su extraña tosquedad, su extraordinaria monotonía, su carácter completamente inacabado. La naturaleza posee, indudablemente, buenas intenciones; pero como dijo Aristóteles hace mucho tiempo, no puede llevarlas a cabo. Cuando contemplo un paisaje, me es imposible dejar de ver todos sus defectos. A pesar de lo cual, es una suerte para nosotros que la naturaleza sea tan imperfecta, ya que en otro caso no existiría el arte. El arte es nuestra enérgica protesta, nuestro valiente esfuerzo para enseñar a la naturaleza cuál es su verdadero lugar. En cuanto a eso de la infinita variedad de la naturaleza, es un puro mito. La variedad no se puede encontrar en la naturaleza misma, sino en la imaginación, en la fantasía, en la ceguera cultivada de quien la contempla" genial ensayo de Oscar Wilde, "Sobre la decadencia de la mentira" la naturaleza al servicio del arte.Crítica al naturalismo!! saludos !! Laura
Me agrada. Clarísimo respecto de los artistas y del arte.
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