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Palabras Preliminares
Vengo acumulando muchas dudas, tristes dudas sobre el contenido de esta especie de testamento que tantas veces me han inducido a publicar; he decidido finalmente hacerlo. Me dicen: “Tiene el deber de terminarlo, la gente joven está desesperanzada, ansiosa y cree en usted; no puede defraudarlos”. Me pregunto si merezco esa confianza, tengo graves defectos que ellos no conocen, trato de expresarlo de la manera más delicada, para no herirlos a ellos, que necesitan tener fe en algunas personas, en medio de este caos, no sólo en este país sino en el mundo entero. Y la manera más delicada es decirles, como a menudo he escrito, que no esperen encontrar en este libro mis verdades más atroces; únicamente las encontrarán en mis ficciones, en esos bailes siniestros de enmascarados que, por eso, dicen o revelan verdades que no se animarían a confesar a cara descubierta. También los grandes carnavales de otros tiempos eran como un vómito colectivo, algo esencialmente sano, algo que los dejaba de nuevo aptos para soportar la vida, para sobrellevar la existencia, y hasta he llegado a pensar que si Dios existe, está enmascarado.
Sí, escribo esto sobre todo para los adolescentes y jóvenes, pero también para los que, como yo, se acercan a la muerte, y se preguntan para qué y por qué hemos vivido y aguantado, soñado, escrito, pintado o, simplemente, esterillado sillas. De este modo, entre negativas a escribir estas páginas finales, lo estoy haciendo cuando mi yo más profundo, el más misterioso e irracional, me inclina a hacerlo. Quizás ayude a encontrar un sentido de trascendencia en este mundo plagado de horrores, de traiciones, de envidias; desamparos, torturas y genocidios. Pero también de pájaros que levantan mi ánimo cuando oigo sus cantos, al amanecer; o cuando mi vieja gatita viene a recostarse sobre mis rodillas; o cuando veo el color de las flores, a veces tan minúsculas que hay que observarlas desde muy cerca.
Modestísimos mensajes que la Divinidad nos da de su existencia. Y no sólo a través de las inocentes criaturas de la naturaleza sino, también, encarnada en esos héroes anónimos como aquel pobre hombre que, en el incendio de una villa miseria, tres veces entró a una casilla de chapas donde habían quedado encerrados unos chiquitos —que los padres habían dejado para ir al trabajo— hasta morir en el último intento. Mostrándonos que no todo es miserable, sórdido y sucio en esta vida, y que ese pobre ser anónimo, al igual que esas florcitas, es una prueba del Absoluto.
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