jueves, 8 de marzo de 2012

DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER

Allá por el 2006, Graciela Holfeltz, me envió el siguiente texto, que tengo publicado en Arte y Letras.
Lo transcribo hoy al Blog, pues su vigencia sigue intacta.

“¿Quién dijo que todo está perdido?
…yo vengo a ofrecer mi corazón”.
Fito Páez
Quiero dejar en claro que soy rockera de la vieja guardia. Que después de “Muchacha…” y “Rutas Argentinas”, el flaco Spinetta pasó a ser un semidiós. Que entré al baño de hombres de La Perla por amor a Tanguito y canté la Biblia con Vox, pero sin Dei. Y Manal casi me empacha de Jugo de Tomate Frío si no fuera que Alma y Vida me perfumó con su azahar.
Cierto, muy cierto. Pero nadie -al menos de todos los recuerdos que conservo hasta el momento- pudo delinear una imagen tan poética, tan liberadora como para trocarme precipitadamente en un arma y cargarme de futuro. Hablo de Fito, claro. Cuando pregunta en su tema semejante pregunta y ofrece a cambio semejante ofrecimiento, yo siento que comienza allí una de las canciones más esperanzadoras de las últimas épocas. Y no digo esto con la intención de abrir querellas musicales. Nones. Lo digo porque sospecho que –quién más, quién menos- todos hemos padecido en algún barquinazo de nuestra azarosa vida esa súbita impresión de que, ciertamente, lo habíamos perdido todo.
Si de efemérides trágicas se trata, esta tierra generosa que nos ve trajinar, actuar, desentonar y cuanto infinitivo acuda a nuestras necesidades básicas o cotidianas pero, sobre todo, solidarias con nuestros hermanos/as, basta con pararse unos minutos en cualquier esquina y detenerse a mirar. Dar reverentemente una vuelta en redondo y mirar como quien va a decir un discurso al mundo, como quien intenta aprehender (con hache y sin ella) eso que no soy yo, que está fuera de mí, que se me ofrece y no tanto, también no tanto, para saber que nos han maltratado, que nos han estafado y jodido.  Rejodido, sí. 
Hasta podríamos prescindir de diarios y noticieros, de revistas de opinión o libros de historia. Cuestión de mirar, decía, y todo está allí: en ese rostro que no es el mío pero me refleja, en ese instante que recorto de la realidad y me constituye. En el hoy como metáfora y como jornada concreta. 8 de Marzo: hoy. Día Internacional de La Mujer Trabajadora: hoy. 
Curioso principio me han dicho mis amigos al leer el borrador de mis tribulaciones. Confieso que estoy perpetrando un plagio. Si Sting hizo danzar solas a Las Madres, yo bien puedo hablar de Clara Zetkin a costa de Fito. Confieso también que me mueve un enfado personal. Y confieso, por último, que elegí esta fecha para pararme en mi esquina y poder verme en la historia, cuando aquellas mujeres textiles salieron de la fábrica neoyorquina, en 1857, a reclamar por sus míseros salarios y sus jornadas extenuantes. 
Era otro 8 de marzo. Distinto, pero igual a éste. Y la concentración terminó mal, terminó atacada por la policía. Me veo, las veo medio siglo después, crecer y multiplicarse hasta juntar 15.000 corazones ofrendándose. Y marchar otra vez en marzo por la misma ciudad, con las mismas reivindicaciones, gritando “¡Pan y Rosas!”, lucha y poesía. No todo está perdido, pienso. Quién dice que todo está perdido. Al año siguiente –marzo, siempre marzo, 8 de marzo de 1908- 40.000 costureras industriales declaran una huelga histórica y 129 de ellas, obreras de la Cotton Textile Factory, mueren carbonizadas en un incendio provocado por los propios dueños de la fábrica. ¿Quiero ver? ¿Quiero seguir viendo? Sí, quiero. Es más, hoy quiero ofrecer mi corazón. Y entonces, mi mirada salta, mi mirada pan y rosas rueda hasta Copenhague, rueda hasta 1910, y allí finalmente la veo, me veo, la escucho, me escucho: Clara Zetkin en el Congreso Internacional de Mujeres Socialistas proponiendo establecer al 8 de marzo –de hoy, de ayer, de todos los marzos de todos los tiempos- como Día Internacional de La Mujer Trabajadora, en homenaje a aquellas que llevaron adelante las primeras manifestaciones de mujeres trabajadoras contra la explotación capitalista.
Mis amigos me critican por las cacofonías, la reiteración de palabras. Es que no soy yo, les explico. Son ellas. Surgen atropelladas, no se pliegan a mi voluntad. Mueven mis dedos y se autoconvocan, multiplicándose en 15.000, en 40.000 almas y acaso otras tantas que yacen en el camino por esa media mitad de un todo que alguna vez tomará el cielo por asalto. Y por las Madres que hoy -como yo hoy- recuerdan que parieron hijos que también parieron nietos. Hijos, Abuelas, Nietos, Madres. A pesar de las 30.000 preguntas y los 30.000 silencios, nosotras no creemos que todo está perdido, nosotras ofrecemos el corazón.
8 de Marzo. Día Internacional de La Mujer Trabajadora. Tra-ba-ja-do-ra, atención. Porque entonces me encolerizo con los que utilizan este día para regalar prendedores, gatitos de terracota o sandwichitos. Dejémonos de macanas, señores*s. Tenemos 364 días para mimosearnos. O 363, por aquello igual a esto sucedido en Chicago un 1º de mayo. No quiero cederles ni un minuto de mi día a individuas como Amalita o María Julia, por mentar sólo la punta de un dudoso iceberg que terminaría arruinándonos el crucero a todas. No quiero comer sandwichitos. Fueron muchas las cabezas que rodaron para que nosotras estemos aquí amando, pensando, sufriendo y también hermanándonos. Quiero, sí, compartir flores con las que sabemos llenar la olla trabajando dentro o fuera de la casa, con salario básico o sin él, contratadas en blanco o en sucio, jubiladas sin privilegio y hasta sin jubilación, pero pataleando por tenerla y, dicho sea de paso, porque la tengan de igual forma nuestros compañeros. Nada de rosas sin ¡Pan y Rosas! Nada de incendiarios ni manipuladores. Nada sin las Claras Zetkin. Nada.
Mis amigos me recuerdan que no todo pasa por este asunto del género. Un combate a muerte de hombres contra mujeres. Coincido. Hombres y mujeres somos castigados por hombres y por mujeres. Pero yo les contesto a ellos que, sin olvidar ni ésa ni ninguna otra verdad dicha más arriba, ya es momento de dejar de parlotear tanto y abalanzarse a este día con unción. Por cada una de nosotras, dueñas y señoras. Madres y también Abuelas. Hijas, hermanas. Yo, yo misma, viniendo en marcha cerrada por todas las calles de todas la ciudades de todos los países del mundo y del tiempo. A pesar del tiempo y de la muerte, mirándolas, mirándome venir. Y converger en mi esquina. Esta esquina en la que estoy parada emocionándome, acariciando cada llaga, cada herida. Y gritando, como a punto de revelar una verdad sagrada. Preguntando o increpando a voz en cuello quién se atreve, a ver, contesten. Quién dice que todo está perdido, si venimos a ofrecer el corazón.
Graciela Holfeltz - 2006

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