Ambos frecuentaban el bar de la esquina, para un refrigerio permitido en el lugar de trabajo.
Siempre en ese horario y casi siempre, sentados a la misma mesa junto al ventanal que les permitía observar a quienes transitaban por esa calle, mientras se daban a charlas amenas, reparadoras del cansancio y la fatiga ocasionada por el laborar de cada uno.
Podría decirse que eran amigos. Aunque no se reunían para otras ocasiones, sólo esa relación, pero intensa, y afectiva.
-Juan –le dijo- te observo desde hace un tiempo y noto que cuando el mozo deja la taza sobre la mesa, la girás, para tomarla con la mano izquierda, siendo vos, derecho.
-Pasa, le respondió, que he llegado a la conclusión que todo el mundo la toma con la derecha y uno apoya la boca en el mismo lugar que lo hizo otro. En cambio, con la izquierda, no es lo mismo. Prevención, lo llamo.
-Está bien, medio estrafalario el pensamiento, pero admisible.
Al tiempo de esa conversación, Juan no fue a la oficina, pues se sentía mal.
Comenzó con un síndrome febril, luego intensa sudación, escalofríos, postración y debilidad, y una cefalea insoportable. Le dijo a su esposa que tenía mucho sueño y se acostó en la cama.
No despertó.
Se indicó que fue un cuadro fulminante de una infección transmitida por vía oral.
Coincidentemente, pero no relacionado a la muerte de Juan, clausuraron el bar, pues las condiciones de higiene respecto de los utensilios de cocina, eran deficientes.
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