De mi autoría
Toda apreciación valorativa respecto de la obra de arte, es
absolutamente subjetiva.
Es una expresión del sentimiento de quien ejerce dicha
evaluación.
El juicio “objetivo”, es la mera manifestación, resultante, de
simpatías o antipatías hacia lo observado o, muchas de las veces, hacia el autor
de lo que se observa y se pretende fiscalizar en dicho juicio.
Pero, en estos tiempos de frivolidad suprema, cuando el epifenómeno
se ha expandido de tal manera haciendo desaparecer casi por completo al fenómeno
artístico, el asunto de la crítica se trastoca y quien ejerce el acto de
criticar, cobra tal poder de manifestación, que más de un artista se recuesta en
las palabras del examinador, para que le diga qué es lo que tiene que hacer, o,
disimulando un poco, qué es lo que se hace por estos tiempos.
Cuando no hay tal consulta, se inicia la siguiente situación de
complejidad: si el juicio del crítico es favorable, el que ha hecho la crítica
es una buena persona, un tipo inteligente, de verdadero prestigio. En cambio si
esa crítica es desfavorable, pobrecito el crítico.
Pero siempre, en todos los casos, lo que estará fuera de la crítica,
lo que nunca podrá ser justipreciada, es la obra de arte.
Qué decir de las obras Bach, Beethoven, Verdi y otros muchos.
De Miguel Ángel, Leonardo, Rodin, Fader, Diomede y otros tantos.
Balzac, Rimbaud, Borges y podría seguir...
El cómo y el por qué fue hecha una obra de arte, es algo que no la
modifica.
Por ello, mientras el artista crea en su taller, el crítico, sólo
puede espiar por el ojo de la cerradura.
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