Cristina Fernández de Kirchner estuvo en Vietnam y los monopolios lanzaron sus chicanas ante las fotos recorriendo los túneles de Cu Chi.
Qué callaron entonces de aquella otra fotografía emblemática de la barbarie.
Nick Ut. Kim Phuc luego del ataque con Napalm en Trang Bang, Vietnam, 8 de junio de 1972. |
En 1964, la niña Phan Thi Kim Phuc tenía un año. En 1964, Huynh Cong Ut era un chico de trece. Ese año, en el contexto de la Guerra Fría, estalló el conflicto bélico entre Vietnam del Sur y la República Democrática de Vietnam. Al sur, lo apoyaban las tropas de combate de Australia, Corea del Sur, Filipinas, Nueva Zelanda y Tailandia, y recibían suministros de materiales y equipamientos médicos de Alemania, España, Irán, Marruecos, Reino Unido, Suiza y Taiwán. Pero, principalmente, Vietnam del Sur tenía a su favor toda la potencia armada de las tropas de los Estados Unidos. El pueblo de Vietnam del Norte contaba con los movimientos guerrilleros Vietcong y Frente de Liberación Nacional. El 2 de julio de 1976 –luego de la toma de Saigón, la rendición de las tropas survietnamitas y la unificación del país bajo el control del gobierno comunista de Vietnam del Norte– los organismos internacionales proporcionaron los números fríos de la guerra. Las cifras oscilaban entre 3.800.000 y 5.700.000 muertos, en su mayoría civiles. La historia escrita por el “mundo libre” hizo hincapié en el número de víctimas de las tropas norteamericanas: 58.159. El cine y la literatura terminarían echando un manto de piedad ante la barbarie desatada contra el libre albedrío de un pueblo. Y las imágenes de las grandes llamaradas producidas por los bombardeos con napalm –tomadas siempre desde arriba, restando importancia a lo que realmente ocurría abajo con ese fuego– servirían de telón de fondo para las ganancias de Hollywood y el perdón de todos los pecados.
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El napalm, primitivamente, cuando aún no se llamaba napalm, fue un compuesto de nafta, benzol y poliestireno que llegaba a alcanzar temperaturas entre 800º y 1200º al entrar en contacto con cualquier superficie, incluido, por supuesto, un cuerpo humano. Los técnicos lo clasificaron como nafta gelatinosa, un combustible extremadamente volátil que se encendía fácilmente, motivo por el cual lo utilizaron como arma desde la Primera Guerra Mundial en forma de lanzallamas. Pero la maquinaria de la guerra tiene un componente importantísimo: la economía de recursos. Y aquella nafta gelatinosa se quemaba muy rápidamente, elevando costos y reduciendo eficacia en combate.
Para la Segunda Guerra Mundial, el gobierno norteamericano ya había realizado estudios para aprovechar más el combustible. En 1942, el cuerpo de científicos de la Universidad de Harvard, al mando del doctor Louis Fieser, había encontrado la forma para que la combustión durara más que lo normal.
Crearon, a tal efecto, una especie de jabón hecho de polvo de aluminio de naftalina y palmitato –de donde derivaría el nombre de napalm– que conformaba una brea gelatinosa que se quemaba más lentamente que la nafta común. Lo mezclaban en diferentes concentraciones según su uso: 6% para los lanzallamas y entre 12 a 15% para las bombas.
El ejército de Grecia lo utilizó durante la Guerra Civil en ese país, la ONU pretendió pacificar lanzándolo contra Corea, y Marruecos lo sembró en el Sahara Occidental.
Pero los científicos seguían investigando. Y así nació el napalm-B: 46 partes de polistireno, 21 partes de benceno para solidificar y 33 partes de nafta. La ciencia norteamericana festejó el alto punto de seguridad del nuevo producto: los soldados podían fumar en las cercanías sin mayor peligro. Vietnam fue la gran oportunidad de demostrar su eficacia.
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Huynh Cong Ut había nacido en Long An, Vietnam, el 29 de marzo de 1951. A los trece ya era un consumado fotógrafo, y a los 16 comenzó a trabajar para la Associated Press en el puesto de su hermano mayor Huynh Thanh My, asesinado en la guerra. “Nick”, como lo habían norteamericanizado sus jefes de la AP, llevaba ya tres heridas desde que había comenzado a cubrir el conflicto de su país. Pero no pensó en nada cuando a las cinco de la mañana del 8 de junio de 1972 le llegó al módulo de comando situado en el edificio Edén la orden de trasladarse a las afueras de Saigón.
Tomó su casco de acero, su uniforme vietnamita al estilo “marine”, sus dos cámaras (una Leica y una Nikon con zoom) y se subió al jeep que lo trasladaría al noroeste, más allá del aeropuerto de Son Nhut Tan de la ruta 1 que une Saigón con la frontera de Camboya.
Phan Thi Kim Phuc nació en 1963 y se crió en la aldea de Trang Bang, situada a 30 minutos al norte de Saigón. Un año después de su nacimiento, estalló la guerra. Entonces, la ruta 1, que atravesaba su aldea, dejó de ser una cinta de asfalto para transformarse en la fuente principal de aprovisionamiento entre Saigón y Phnom Penh. Kim se crió entre bombardeos, vuelos rasantes de los aviones norteamericanos y camiones del ejército que dejaban una miseria de arroz y agua potable. La noche del 7 de junio de 1972, ella, junto a su familia, se había refugiado en las ruinas del templo Cao Dai. Esa noche, como todas las noches de sus apenas nueve años, soñó con ser médica y casarse. Las primeras descargas de ametralladoras aún lejanas, pero mucho más el hambre golpeando en el estómago, la despertaron a las 5 de la mañana del 8.
El jeep de Nick Ut llegó a las 7.30 a Trang Bang y se unió a la larga fila de vehículos con soldados de la 25ª división que, desde hacía tres días, peleaban para arrebatar el dominio de esa ruta que, a un kilómetro y medio más al norte, era controlada por el Vietcong. Vio cientos de aldeanos. Unos, trataban de huir hacia ninguna parte. Otros, recalentaban las sobras de las sobras de una comida que ya era vieja al ser recibida.
Minutos antes del mediodía, el comandante de las tropas destacadas en el lugar pidió por radio ayuda a las unidades del sur de Vietnam Airforce, ubicadas en Bien Hoa. Nick, junto a una multitud de corresponsales, tomaron posiciones en las afueras de Trang Bang para captar los mejores planos del bombardeo que se avecinaba. Muchos miraron hacia arriba, hacia esa granada de humo amarillo lanzada por un soldado para marcar el área a los pilotos.
A Kim Phuc, como a los cientos de chicos como ella, acostumbrados a los ruidos de la guerra, la angustió ese silencio que crecía segundo a segundo.
Exactamente a las 13, una escuadrilla de aviones Skyraider comenzaron el bombardeo de los bordes de la aldea, cerca del templo Cao Dai. Primero, fueron explosivos, luego, llegó el napalm. Fueron pocos minutos. Después, los soldados y los fotógrafos comenzaron a ver a grupos de aldeanos aterrorizados corriendo hacia ellos. Nick hizo foco en una mujer que llevaba un bebé envuelto en harapos humeantes, pero la vio caer muerta a trescientos metros de donde estaba. Entonces enfocó su cámara unos metros más atrás.
La ropa de Kim Phuc estaba envuelta en llamas. La niña vio el fuego sobre su cuerpo y sólo atinó a pensar que, si sobrevivía, sería fea, anormal, que nadie querría casarse con ella. No vio a nadie a su alrededor, sólo fuego y humo, y tuvo miedo como nunca había tenido en su enorme y corta vida. Entonces sintió el ardor. Y lloró y corrió para escapar del fuego. Se sacó la ropa llameante y corrió. “Qua nong, qua nong”, gritaba mientras no paraba de correr con los brazos abiertos por la ruta 1.
El corresponsal de la ITN, Christopher Wain, vertió el agua de su cantimplora sobre el cuerpo ardiendo de Kim Phuc. Quería aliviar el dolor, pero el dolor se multiplicó. “Qua nong”, gritaba la nena. Y Nick la cargó en sus brazos y subió al jeep mientras gritaba él también al conductor que fuera al hospital de Cu Chi, a mitad de camino entre Tran Bang y Saigon. En los primeros pozos por la ruta, Kim Phuc perdió el sentido en los brazos de Nick Ut que trataba en vano de amortiguar los saltos.
***
Mientras Kim era sometida al primer injerto de piel, con el que los médicos querían suplantar el 65 por ciento de su cuerpo abrasado, Nick llegó a las oficinas de AP para dejar el rollo de la película. La discusión con la central de Nueva York fue por télex. Un editor rechazaba la foto de Kim Phuc corriendo sin ropas porque se trataba de un desnudo frontal, algo estrictamente prohibido en la Associated Press de 1972. Desde Saigón, Nick argumentó que no debía hacerse ningún acercamiento de la foto que dejase a la niña sola. Dijo que se fijaran en los otros chicos, corriendo, gritando. En el contraste con la calma de los cuatro soldados que marchan detrás. Le llevó tres días pensar la solución al editor Hal Buell. Recién el 11 de junio de 1972 aceptó que el valor de la noticia eliminaba cualquier prurito sobre el desnudo.
El 12 de junio de 1972 la foto fue la tapa de todos los diarios y el mundo supo lo que nadie en el mundo quería saber. El entonces presidente Richard Nixon comprendió, sin comprender por qué, que la guerra en Vietnam se estaba perdiendo, se sirvió un whisky, miró una y otra vez la fotografía, y sonrió a su jefe de gabinete, H. R. Haldeman: “Yo creo que la imagen fue retocada”.
Pero la fotografía, lo sabe Kim y lo sabe Nick, es tan auténtica como lo fue Vietnam. “El horror de esa guerra no necesitaba ser retocado”, dijo el fotógrafo vietnamita Huynh Cong Ut, nacido en Long An, apodado Nick, muchos años más tarde, después del Pulitzer, después de todo. “El horror de esa guerra no necesitaba ser retocado”, repitió Phan Thi Kim Phuc, nacida en Trang Bang, muchos años más tarde, después de volver a su aldea, después de perdonar a los pilotos de los Skyraider que se abalanzaron sobre Trang Bang aquel mediodía de junio de 1972, después de todo.
El gobierno de los Estados Unidos afirmó que sus últimas reservas de napalm fueron destruidas en el año 2001. Pero, luego de esa fecha, los marines continuaron los bombardeos contra quienes siguen considerando sus enemigos con una sustancia de idénticos resultados, el MK77, y fósforo blanco. “Qua nong” significa, en vietnamita, ayer, hoy y siempre, “arde mucho”.
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