Por José Pablo Feinmann
Cuando Buenos Aires derroca a Urquiza el 11 de septiembre de 1852 –un golpe manejado desde un segundo plano por el emergente coronel Bartolomé Mitre–, quedan enfrentados dos países. Buenos Aires y su decisión de separarse de la Confederación urquicista y esta Confederación que cuenta con el apoyo de todo el país. Es notable este fragmento de la historia de nuestro país. De una parte, el puerto de Buenos Aires, los mercaderes intermediarios y los estancieros de la pampa húmeda. Del otro, la Confederación urquicista que representa a las provincias y reúne a una serie de brillantes intelectuales, hombres de letras. En sus Póstumos V (editado como Grandes y pequeños hombres del Plata), Alberdi habrá de comparar a Mitre con Lincoln. En 1861 (escribe), luego de la batalla de Pavón, Buenos Aires se adueña del poder sobre el país (que Urquiza le ha entregado) y consigue afianzar la Secesión que había iniciado con el golpe de septiembre de 1852. Entre tanto, en Estados Unidos, se inicia la guerra entre “los Estados del Norte y el separatismo (de) la Confederación de Estados del Sud” (Cap. XXXVI). Como vemos, en el Plata, “la palabra confederación significaba lo contrario que en Norte América: denotaba el partido nacional o centralista, que perseguía la reincorporación de Buenos Aires; y Buenos Aires representaba la causa que levantó la Carolina del Sud, es decir: el pretendido derecho de un estado o provincia de la unión federal o nacional a separarse y constituirse en un estado gobernado discrecionalmente”. Alberdi identifica centralismo con la unidad de todas las provincias en una Confederación dotada de una Constitución Nacional aprobada por todos. Esto, dice, fue lo que triunfó en Estados Unidos. Todo lo contrario en Argentina. El Buenos Aires de Mitre representaba el separatismo, la autonomía de una provincia y –luego de la guerra civil– el sometimiento del entero país a esa provincia vencedora, Buenos Aires. “La revolución, en Norte América, ha tenido un triunfo de civilización y progreso; en el Plata, de feudalismo y retroceso.” Para Alberdi, que no pecaba por falta de lucidez, el triunfo de Buenos Aires, contrariamente a lo que desarrolla Sarmiento en Facundo, es el triunfo del feudalismo, del retroceso. Ha sido derrotada la Confederación Argentina que –lejos de expresar los intereses de una ciudad– expresaba los del país, que se le unía contra Buenos Aires. La Confederación –si usamos los conceptos porteños– era la civilización; Buenos Aires, la barbarie. Como vemos, el revisionismo no nació en 1930 con el Instituto de Investigaciones Juan Manuel de Rosas ni menos ahora de la mano de Pacho O’Donnell. Sólo que Alberdi (como los otros intelectuales que lo seguían o caudillos como Felipe Varela y su Manifiesto) no pretendía revisar nada. Era contemporáneo de los hechos. Daba su versión de ellos y esa versión expresaba una posición histórica y bélica contra Buenos Aires. Sigue: “Lincoln ha muerto por la libertad de los negros en América; Mitre expone hoy su vida por la esclavitud de los negros, como aliado del Brasil. Lincoln era el instrumento providencial de la república; Mitre lo es de la monarquía esclavizante del Brasil (...) Mitre es el Jefferson Davis del Plata, sin el coraje del ex presidente del Sud”. (Nota: Jefferson Finis Davis fue el presidente de la Confederación sureña, esclavista y separatista, consagrada –en el plano económico– al monocultivo del algodón. Davis estuvo al frente de la Confederación durante toda la guerra: 1861-1865. Su memoria, primero injuriada, ha sido restituida y hoy su prestigio hasta puede compararse con el del héroe indiscutido del Sur, el general Robert E. Lee. No en vano Davis se educó en West Point y fue como voluntario a rapiñarle la tierra a los mexicanos en la guerra que –destinada a esa causa– Estados Unidos le hizo bajo la bendición de Friedrich Engels, de la que los norteamericanos no se enteraron y muchos marxistas tampoco.)
Alberdi analiza como pocos la raíz profunda de la diferencia entre los dos países: Estados Unidos y Argentina. Aquí triunfó Mitre. Es decir, Buenos Aires. La ciudad sin nación. La ciudad exportadora, no productora. La ciudad sin mercado interno. La ciudad del monocultivo, de la abundancia fácil. Del goce inmediato. Pudo haber triunfado la otra: la que sumaba a la Confederación de Urquiza unida al Paraguay de López y a las montoneras del oeste mediterráneo. Con sus grandes intelectuales. Injuriados por la prensa de Buenos Aires. Escribe Olegario Andrade: “‘A la cárcel!’ con los escritores oscuros de Entre Ríos (...) ‘¡A la cárcel!’ con los escritores bárbaros de la tierra del caudillaje (...) Estos son los gritos hidalgos de la prensa libre, de la prensa civilizada, de La Tribuna, de La Nación Argentina, de los diarios grandes de Buenos Aires. Piden que el gobierno nos acuse. Que se nos juzgue como criminales vulgares. Que purguemos en un calabozo el delito de no pensar como ellos” (Olegario Víctor Andrade, “Las dos políticas”, Consideraciones de Actualidad, Editorial Devenir, Buenos Aires, 1957, p. 102). A muchos sorprende el inicio del panfleto de José Hernández ante el asesinato de Angel Vicente Peñaloza. Pero debiera sorprender menos. Hernández invierte los términos de la “culta” Buenos Aires: nosotros, la civilización; los otros, la barbarie. No, dice. No es así. Y escribe: “Los salvajes unitarios están de fiesta (...) El general Peñaloza ha sido degollado (...) El partido que invoca la ilustración, la decencia, el progreso, acaba con sus enemigos cosiéndolos a puñaladas (...) ¡Maldito sea! Maldito, mil veces maldito, sea el partido envenenado con crímenes, que hace de la República Argentina el teatro de sus sangrientos horrores”. Sería, así, José Hernández, el segundo poeta de la maldición. El primero fue José Mármol, que arrojó su maldición sobre Rosas: “Ni el polvo de tus huesos la América tendrá”. Pero Hernández no tuvo suerte. Aquí, con Buenos Aires, gana el Sur. Pierde todo el resto del país. Gana Jefferson Davis. Pierde Lincoln. Gana Lee, pierde Grant. Gana Mitre, a quien David Viñas (en Literatura Argentina y realidad política) habrá de llamar: el burgués fanfarrón. Era el hombre que Buenos Aires necesitaba. Y acaso el que siempre necesita.
No es posible explicar todo un complejo fresco histórico por la traición de un individuo, aunque fuera Urquiza. No, el factor decisivo –junto con todos los otros– fue que Inglaterra apostó por Mitre. Tal como, en la contienda norteamericana, había apostado por el Sur algodonero y esclavista. Querían, los ingleses, materias primas baratas. No maquinarias, que las hacían ellos, el taller del mundo. Aquí, quería el puerto de Buenos Aires y el trigo y el ganado de la pampa húmeda. El mercado interno sería para la penetración de sus productos manufacturados. Mitre, eficaz, luego de su guerra de policía, se lo entregó en bandeja de plata... y sangre.
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