Tomado del libro “La psicopatología en el arte” Elmer Ediciones, 1957
Conferencia pronunciada en 1899 en el Centro de Estudiantes de Medicina
Se puede leer completo en: Arte y Letras
1 – La verdad y la belleza
Una feliz casualidad puso en mis manos, casi en la infancia, el admirable Elogio de la locura escrito por Erasmo, el Voltaire del Renacimiento. Las conocidas ilustraciones de Hans Holbein prestaban su atractivo al sabroso panfleto, destinado a poner en punto de solfa todas las formas de la estulticia humana; vuelto de Roma con su fe maltrecha, Erasmo había colgado en la misma horca del ridículo a teólogos, monjes, papas, príncipes y cuántos sabios o magnates vivían esclavos de la estéril vanidad. De ese modo nació en mí, tempranamente, cierta afición por los estudios de patología mental, mejor definida cuando leí el Hamlet, el Quijote, el Enfermo imaginario, siendo ya estudiante de medicina.
Pareciome evidente que en esos dominios de la psicología mórbida, el arte y la ciencia se daban la mano, poniendo el uno más calor y firmeza en el bosquejo sintético de los caracteres, permitiendo la otra más sutiles análisis y precisas determinaciones.
Nunca, pese al común sentir de los mediocres, descubrí un necesario antagonismo entre los productos de la imaginación estética y de la imaginación científica, cuyos valores, distintos por sus métodos, parecen convergentes por sus más altos resultados.
La obra de arte, en sus formas más simples, suele ser un mosaico de excitantes de los sentidos –ritmos, colores, líneas- destinado a evocar las imágenes de estados emotivos precedentes; los valores estéticos elementales son dados inmediatamente por la experiencia y están condicionados por el tono afectivo de las sensaciones. Pero a medida que aumenta la experiencia en el individuo o en la sociedad, sus resultados se hacen cada vez más mediatos; se efectúan asociaciones incesantemente más complejas, no ya entre simples imágenes de sensaciones, sino entre conceptos sintéticos de imágenes, ascendiendo la obra de arte hasta los dominios de la imaginación propiamente creadora.
Llegadas a esas formas superiores, las construcciones artísticas adquieren un sentido convergente al de las elaboraciones científicas; por diversos caminos, la ciencia y el arte pueden marchar hacia fines concordantes, coincidiendo los valores estéticos y los valores lógicos.
Ese criterio puede, en cierta medida, ser aplicado a la apreciación crítica de la obra de arte y de la obra de ciencia. No merecería la calificación de artística o científica ninguna obra que se limitara a los dominios de la experiencia inmediata; todo lo que provoca reacciones orgánicas de placer por la simple excitación de los sentidos, no es arte; y no es ciencia cualquiera acumulación de los datos con que la realidad impresiona nuestros sentidos. Comienzan el arte y la ciencia con la elaboración de las imágenes de sensaciones, convirtiendo lo inmediato en mediato, lo directo en indirecto. Un valor estético es un canon de belleza extraído de la experiencia, de igual manera que un valor lógico es un canon de verdad, siendo el uno y el otro incesantemente perfectibles en el sentido hipotético representado por los ideales que la imaginación humana elabora.
No siendo concebible un ideal de belleza falsa ni un ideal de verdad fea, el valor estético de la obra de arte aumenta cuando es más grande su contenido de verdad, y el valor lógico de la obra de ciencia cuando crece su contenido de belleza.
No diremos por esto, que el arte debe subordinarse a la ciencia; su dominio es esencialmente emotivo y la emotividad precede a la lógica. Pero, sí, advertimos que cuando llega a producir emociones de belleza concordantes con la verdad científica, la obra de arte revela una condición superior, tanto por el caudal de experiencia que le sirve de fundamento como por las aptitudes imaginativas que el artista aplica en su elaboración.
No debe sorprendernos, por consiguiente, que los más grandes artistas hayan realizado esfuerzos admirables para acercarse a la verdad. Y cuando el poeta sabe describir caracteres, es psicólogo; y cuando el músico armoniza tonos y ritmos, es físico; y cuando el pintor logra animar paisajes, es naturalista; y cuando el arquitecto coordina moles y líneas, es matemático. Hay una verdad en los actos, en los sonidos, en las proporciones, en las perspectivas, y sólo es obra artística grande y valedera, la que crea valores estéticos en concordancia con los valores lógicos.
En todo conocimiento humano, siempre relativo, los criterios de verdad pierden su rigidez a medida que se apartan de la experiencia inmediata. Cuando una hipótesis gana en amplitud, abarcando más altos dominios de experiencia, disminuye la posibilidad de su demostración; esto quiso expresar Pascal repitiendo que la misión del hombre no es hallar la verdad, sino buscarla. Palabras dignas de ser recordadas cada vez que abordamos un tema inagotable, sin que por ello podamos sustraernos al deseo de reflexionar sobre él.
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