jueves, 12 de junio de 2014

de MARCELA ALLUZ

Dos fragmentos
EL DUEÑO DEL RÍO

Qué hubo en ese juego sencillo y vincular que nos marcó a las dos. 
Por qué el Dueño del río. 
Y tal vez ese nombre esté atado a ese otro que subyace en los subsuelos de estas letras. 
A ese hombre que miraba al río algunas tardes, con la nostalgia hecha sangre. 
Sabiendo que la huella del agua cavada en la arena era eterna y que su rumbo estaba marcado. 
Sabiendo y dejando que suceda. Como le andaba pasando a él con esa vida que lo llevaba, que lo arrastraba río abajo, indefectiblemente.
Cómo hubiera querido yo que mi padre fuese el dueño de su vida. 
Mi insondable y silencioso padre a quien me unieron más las palabras no dichas que las pronunciadas.
Quizás por eso nos arrogamos el nombre: El Dueño del río. 
Para apropiarnos de él y esa tristeza que le cruzaba los hombros en las tardes. 
Para de alguna manera intentar, en un juego delirante, cambiar el rumbo del agua verde y tomar las riendas de ese destino que va haciendo huella en la arena.
Y de alguna manera, de alguna manera caprichosa y enredada, las dos, mi hermana y yo, logramos en el medio de la corriente frenética, nadar a contramano y apropiarnos, aunque más no sea en un breve trecho, del oleaje verde y caudaloso, embaucador y tenaz.
Ser, fugazmente pero a fuerza de coraje y supervivencia, el Dueño del río.

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El año se apura y las señales de la calle se han borrado. Entonces yo, camino por el medio, bajo una llovizna finita y recuerdo. La misma calle y otra mujer. Otra mujer que era yo pero no era esta. 
Estoy yendo a encontrarme con Daniel. 
Llevo la ropa mojada y un abismo en el estómago. Las penas en la cartera y los zapatos nuevos. A la salida del pueblo hemos quedado. 
Y yo, que ando con la juventud de la vejez, me largo a caminar hasta su encuentro. 
Huelo a jazmines y a frutillas. A tormentas y terremotos. 
En un hotel, hemos quedado. 
De trampa, como a los treinta. 
Llego, y él está adentro de su auto mirándose en el espejo. 
Qué veo. Un hombre que me dijo no. Y al cual amé por eso. 
Un hombre por el cual hubiera cruzado todos los puentes de Madison. 
El hombre de mis más oscuras fantasías. El rival de Mauro. Mi amor imposible. Aquí, al alcance de mi mano. A un paso de la cama. 
Y la mujercita de veinte años y orquídeas en el pelo, corretea hasta él con la pollera pegada a las piernas, el alma arrastrada tras sus pasos y segura, convencida, que los sueños que se cumplen son los más grandiosos. 
Digan lo que digan. 

1 comentario:

Eli dijo...

Todavía no leí el libro. Pero mi impactó una frase de una parte del libro. "Y yo, que ando con la juventud de la vejez, me largo a caminar a su encuentro". Elisa Mesquida