Como se pone bajo mi nombre, a cada
paso, la máxima de mi libro BASES, de que en América gobernar es poblar, estoy
obligado a explicarla, para no tener que responder de acepciones y
aplicaciones, que lejos de emanar de esa máxima se oponen al sentido que ella
encierra y lo comprometen, o, lo que es peor, comprometen la población en Sud
América.
Gobernar es poblar en el sentido
que poblar es educar, mejorar, civilizar, enriquecer y engrandecer espontánea y
rápidamente, como ha sucedido en los Estados Unidos.
Mas para civilizar por medio de la
población es preciso hacerlo con poblaciones civilizadas; para educar a nuestra
América en la libertad y en la industria es preciso poblarla con poblaciones de
la Europa más adelantada en libertad y en industria, como sucede en los Estados
Unidos.
Los Estados Unidos pueden ser muy
capaces de hacer un buen ciudadano libre, de un inmigrado abyecto y servil, por
la simple presión natural que ejerce su libertad, tan desenvuelta y fuerte que
es la ley del país, sin que nadie piense allí que puede ser de otro modo.
Pero la libertad que pasa por
americana, es más europea y extranjera de lo que parece. Los Estados Unidos son
tradición americana de los tres Reinos Unidos de Inglaterra, Irlanda y Escocia.
El ciudadano libre de los Estados Unidos es, a menudo, la transformación del
súbdito libre de la libre Inglaterra, de la libre Suiza, de la libre Bélgica,
de la libre Holanda, de la juiciosa y laboriosa Alemania.
Si la población de seis millones de
angloamericanos con que empezó la República de los Estados Unidos, en vez de
aumentarse con inmigrados de la Europa libre y civilizada, se hubiese poblado
con chinos o con indios asiáticos, o con africanos, o con otomanos, ¿sería el
mismo país de hombres libres que es hoy día? No hay tierra tan favorecida que
pueda, por su propia virtud, cambiar la cizaña en trigo. El buen trigo puede
nacer del mal trigo, pero no de la cebada.
Gobernar es poblar, pero sin echar
en olvido que poblar puede ser apestar, embrutecer, esclavizar, según que la
población trasplantada o inmigrada, en vez de ser civilizada, sea atrasada,
pobre, corrompida. ¿Por qué extrañar que en este caso hubiese quien pensara que
gobernar es, con más razón, despoblar?
Pero tampoco hay que olvidar que el
extranjero no debe ser excluido, por malo que sea. Si se admite el derecho de
excluir al malo, viene enseguida la exclusión del bueno. En la libertad de la
inmigración, como en la libertad de la prensa, la licencia es la sanción del
derecho.
Esto no debe apartar de la memoria
que hay extranjeros y extranjeros; y que si Europa es la tierra más civilizada
del orbe, hay en Europa y en el corazón de sus brillantes capitales mismas, más
millones de salvajes que en toda la América del Sud. Todo lo que es civilizado
es europeo, al menos de origen, pero no todo lo europeo es civilizado; y se
concibe perfectamente la hipótesis de un país nuevo poblado con europeos más
ignorantes en industria y libertad que las hordas de la Pampa o del Chaco.
La inmigración espontánea es la
mejor; pero las inmigraciones sólo van espontáneamente a países que atraen por
su opulencia y por su seguridad o libertad. Todo lo que es espontáneo ha
comenzado por ser artificial, incluso en los Estados Unidos. Allá fue
estimulada la inmigración en el origen; y la América del Sud, bien o mal, fue
poblada por los gobiernos de España, es decir, artificialmente.
Concíbese que la población inglesa
emigre espontáneamente a la América inglesa que habla su lengua, practica su
libertad y tiene sus costumbres de respeto del hombre al hombre; concíbese que
la Alemania protestante, laboriosa, amiga del reposo, de la vida doméstica y de
la libertad social y religiosa, emigre espontáneamente a la américa
protestante, trabajadora quieta por educación, y, por corolario, libre y
segura; pero no se concibe que esas poblaciones emigren espontáneamente a la
América del Sud, sin incentivos especiales y excepcionales.
La Europa del Norte irá
espontáneamente a la América del Norte; y como el norte en los dos mundos
parece ser el mundo de la libertad y de la industria, la América del Sud debe
renunciar a la ilusión de tener inmigraciones capaces de educarla en la
libertad, en la paz y en la industria, si no las atrae artificialmente.
La única inmigración espontánea de
que es capaz Sud América, es la de las poblaciones de que no necesita: esas
vienen por si mismas, como la mala hierba. De esa población puede estar segura
América que la tendrá sin llevarla; pues la civilización europea la expele de
su seno como escoria.
El secreto de poblar reside en el arte
de distribuir la población en el país. La inmigración tiende a quedarse en los
puertos, porque allí acaba su larga navegación, allí encuentran alto salario y
vida agradable.
Pero el país pierde lo que los
puertos parecen ganar. Es preciso multiplicar los puertos para distribuir la
población en las costas; y para poblar el interior que vive de la agricultura y
de la industria rural, necesita América embarcar la emigración rural de Europa,
no la escoria de sus brillantes ciudades, que ni para soldados sirve.
¿Por qué razón he dicho que en Sud
América, gobernar es poblar, y en qué sentido es esto una verdad
incuestionable? -Porque poblar, repito, es instruir, educar, moralizar, mejorar
la raza; es enriquecer, civilizar, fortalecer y afirmar la libertad del país,
dándole la inteligencia y la costumbre de su propio gobierno y los medios de
ejercerlo.
Esto solo basta para ver que no
toda población es igual a toda población, para producir esos resultados.
Poblar es enriquecer cuando se
puebla con gente inteligente en la industria y habituada al trabajo que produce
y enriquece.
Poblar es civilizar cuando se
puebla con gente civilizada, es decir, con pobladores de la Europa civilizada.
Por eso he dicho en la Constitución que el gobierno debe fomentar la inmigración
europea.
Pero poblar no es civilizar, sino
embrutecer, cuando se puebla con chinos y con indios de Asia y con negros de
África.
Poblar es apestar, corromper,
degenerar, envenenar un país, cuando en vez de poblarlo con la flor de la
población trabajadora de Europa, se le puebla con la basura de la Europa
atrasada o menos culta.
Porque hay Europa y Europa,
conviene no olvidarlo; y se puede estar dentro del texto liberal de la
Constitución, que ordena fomentar la inmigración europea, sin dejar por eso de
arruinar un país de Sud América con sólo poblarlo de inmigrados europeos.
En este sentido eran racionales las
aprensiones de los Egañas de Chile, de los Rosas en Buenos Aires, de los
Francia del Paraguay, cuando temían los efectos de las inmigraciones de Europa.
Es que en su tiempo los emigrados de los mejores países de Europa no se daban
prisa a naturalizarse en países que conservaban vivos y calientes los restos
del coloniaje más abyecto y atrasado. Hubo un tiempo en que América fue un
depósito de las excreciones de Europa. En ese tiempo no era maravilla ver que
alarmasen a las mejores personas de América, las invasiones de la Europa
rezagada.
Ese tiempo no habrá pasado del todo
mientras haya una Europa ignorante, viciosa, atrasada, corrompida, al lado de
la Europa culta, libre, rica, civilizada, porque es indudable que Europa reúne
ambas cosas, como se hallan reunidas en el seno mismo de sus más brillantes y
grandes capitales.
Londres y París encierran más
barbarie que la Patagonia y el Chaco, si se las contempla en las capas o
regiones subterráneas de su población.
Gobernar es poblar muy bien; pero
poblar es una ciencia, y esta ciencia no es otra cosa que la economía política,
que considera la población como instrumento de riqueza y elemento de
prosperidad.
La parte principal del arte de
poblar es el arte de distribuir la población. A veces, aumentarla demasiado es
lo contrario de poblar; es disminuir y arruinar la población del país.
Pero no se distribuye la población
por medios artificiales y restricciones contrarias a la ley natural de la
distribución, sino consultando y sirviendo esta ley por esas medidas.
Si el salario, es decir, el pan, el
hogar, la vida es lo que lleva la población a un punto con preferencia a otro,
la ley puede trasladar de un punto a otro el trabajo que produce ese salario.
Por ejemplo, en el Plata, la ley puede llevar los mataderos, los saladeros, las
barracas o depósitos de cueros, de Buenos Aires a la Ensenada, con sólo llevar
el puerto de Buenos Aires a la Ensenada.
Esto es con respecto a la
distribución de la población que se forma por la inmigración espontánea, pues
en cuanto a la que crece por la colonización, la distribución en el sentido de
su descentralización es más fácil todavía, por el poder de la ley.
Sumamente curiosa es la acción
recíproca de los dos mundos en la marcha y desarrollo de la civilización y
especialmente de la sociabilidad.
Dos aguas de distinta claridad, que
se mezclan y confunden, pueden ser la imagen expresiva del fenómeno a que
aludimos. Si un tonel de agua limpia y clara es vertido en otro de agua turbia,
el efecto natural será que el agua turbia quedará menos turbia y el agua limpia
menos limpia.
Lo que con estas aguas, sucede con
los pueblos de ambos mundos.
Las inmigraciones europeas en
América producen un cambio favorable en la manera de ser de la población
americana con que se mezclan, pero es a precio de recibir ellas mismas una
transformación menos ventajosa por el influjo del pueblo americano. Todo
emigrante europeo que va a América, deja allí su sello de civilización; pero
trae, en cambio, el sello del continente menos civilizado.
Así Europa ejerce en América una
acción civilizadora, al paso que América ejerce en Europa una reacción en
sentido opuesto.
Esto sucede en el hombre, como
sucede en los animales. Se ha notado que los animales domésticos llevados de
Europa, recuperan en América su tipo y su índole primitivos y salvajes.
La acción de esta doble corriente
cada día es más poderosa y activa, y forma una especie de remolino en que se
revuelven las democracias modernas sin poderse definir ni dar una dirección
determinada.
Como desierto, el nuevo mundo tiene
una acción retardataria y reaccionaria en el antiguo. En política, por ejemplo,
la federación americana, que no es sino la feudalidad de su edad media, está
produciendo en Europa, por la acción de su ejemplo, un retroceso de sus estados
unitarios hacia la vieja descentralización de la edad media.
Pero la vitalidad y la perfectibilidad
de que están dotadas todas las razas o ramas de la especie humana, no permite
dudar de que el término final de ese movimiento cederá en bien de mejores
destinos para la humanidad entera.
Si América tiene, por su condición
desierta, una acción retardataria, es evidente que, por esa misma causa, tiene
otra acción favorable al desarrollo del hombre en sus mejores calidades de tal.
Así, las peores inmigraciones de la
Europa en América, hasta las inmigraciones de criminales, de ignorantes y de corrompidos,
se transforman y mejoran por el hecho de pasar a un mundo cuyas condiciones de
abundancia les impone y les facilita un género de vida más conforme a los
buenos instintos naturales de que está dotado todo ser racional y libre.
El tipo de nuestro hombre
sudamericano -- lo dije en las BASES -- debe ser el hombre formado para vencer
al grande y agobiante enemigo de nuestro progreso: el desierto, el atraso
material, la naturaleza bruta y primitiva de nuestro continente.
He ahí el arsenal en que debe buscar
Sud América las armas para vencer a su enemigo capital.
Hacer en vez de eso, de un hombre
una destructora máquina de guerra, es el triunfo de la barbarie; pero hacer de
una máquina un hombre que trabaja, que teje, que transporta, que navega, que
defiende, que ataca, que ilumina, que riega los campos, que habla de un polo a
otro, como hablan dos hombres juntos, es el triunfo de la civilización sobre la
materia, triunfo sin víctimas ni lágrimas, porque los vencidos no son otros que
nobles soberanos que conservan todo su inmenso poder; y sólo parecen someterse
al hombre graciosamente como en testimonio de admiración simpática por la
majestad de su genio.
Más poderoso que el emperador
Carlos V y con más razón que él, podría el genio industrial moderno jactarse de
que en sus dominios no se pone el sol, ni hay zona tórrida, ni zona templada;
no hay polos, ni hay antípodas. Colaborador de la Providencia, el genio del
hombre hará el verano permanente en Rusia, y hará el invierno inacabable en el
Ecuador, porque el calor, el hielo, el vapor, el aire, el gas, el agua, la
electricidad, vencidos y sometidos a su dominio, son hoy los esclavos del
hombre, que le sirven para llevar su trono a todos los ámbitos de la tierra, y
ser en todas partes el soberano de la creación.
Libertad es poder, fuerza,
capacidad de hacer o no hacer lo que nuestra voluntad desea. Como la fuerza y
el poder humano residen en la capacidad inteligente y moral del hombre más que
en su capacidad material o animal, no hay más medio de extender y propagar la
libertad, que generalizar y extender las condiciones de la libertad, que son la
educación, la industria, la riqueza, la capacidad, en fin, en que consiste la
fuerza que se llama libertad.
La espada es impotente para el
cultivo de esas condiciones, y el soldado es tan propio para formar la libertad
como lo es el moralista para fundir cañones.
Cuando se dice que la riqueza nace
del trabajo, se entiende que del trabajo del hombre, pues trata la riqueza del
hombre.
En otros términos, la riqueza nace
del hombre.
Decir que hay tierras que producen
algodón, seda, caña de azúcar, etc., es como decir que la máquina de vapor
produce movimientos, el molino produce harina, el telar produce lienzo, etc.
No es la máquina la que produce
sino el maquinista. La máquina es el instrumento de que se sirve el hombre para
producir; y la tierra es una máquina como el arado mismo en manos del hombre,
único productor.
El hombre produce en proporción, no
de la fertilidad del suelo que le sirve de instrumento, sino en proporción de
la resistencia que el suelo le ofrece para que él produzca.
El suelo pobre produce al hombre
rico, porque la pobreza del suelo estimula el trabajo del hombre al que más
tarde debe éste su riqueza.
El suelo que produce sin trabajo,
sólo fomenta hombres que no saben trabajar. No mueren de hambre, pero jamás son
ricos. Son parásitos del suelo y viven como las plantas, la vida de las plantas
naturalmente, no la vida digna del ente humano, que es el creador y hacedor de
su propia riqueza.
La riqueza natural y espontánea de
ciertos territorios es un escollo de que deben preservarse los pueblos
inteligentes que los habitan. Todo pueblo que come de la limosna del suelo,
será un pueblo de mendigos toda su vida. Que el pródigo o benefactor sea el
suelo o el hombre, el mendigo es el mismo.
La tierra es la madre, el hombre es
el padre de la riqueza. En la maternidad de la riqueza no hay generación
espontánea. No hay producción de riqueza si la tierra no es fecundada por el
hombre. Trabajar es fecundar. El trabajo es la vida, es el goce, es la
felicidad del hombre.
No es su castigo. Si es verdad que
el hombre nace para vivir del sudor de su frente, no es menos cierto que el
sudor se hizo para la salud del hombre; que sudar es gozar, y que el trabajo es
un goce más bien que un sufrimiento. Trabajar es crear, producir, multiplicarse
en las obras de su hechura: nada puede haber más plácido y lisonjero para una
naturaleza elevada.
La forma más fecunda y útil en que
la riqueza extranjera puede introducirse y aclimatarse en un país nuevo, es la
de una inmigración de población inteligente y trabajadora, sin la cual los
metales ricos se quedarán siglos y siglos en las entrañas de la tierra; y la
tierra, con todas sus ventajas de clima, irrigación, temperatura, ríos,
montañas, llanuras, plantas y animales útiles, se quedará siglos y siglos tan
pobre como el Chaco, como Mojas, como Lipes, como Patagonia.
JUAN B. ALBERDI
París, 1879
París, 1879
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