La persecución
No
es la primera vez que ves esa cara en el tren. Al principio es sorpresa, por
curiosidad intentás acercarte a ese rostro tan familiar pero te detenés al
notar su vista fija en vos, comprendés que debés huir. Das media vuelta y
comenzás a avanzar por los vagones. La puerta se abre y aprovechás para salir
corriendo por el andén. Pensás en pedirle ayuda a la policía pero es inútil, es
imposible que puedan comprender la gravedad de lo que pasa. Salís de la
estación, te sigue a casi una cuadra de distancia. Comenzás a correr pero cada
vez se te acerca más. Das una vuelta a la manzana y ya de regreso a la estación
exigís tus fuerzas al máximo, saltás el molinete y llegás hasta la última
puerta del tren que se cierra apenas ingresás al vagón, lo ves que ha quedado
en medio del andén. Ya más tranquila volvés a normalizar tu respiración aunque
intuís que pronto volverás a tener noticias suyas.
Llegás
a Morón justo cuando comienza a llover. Corrés por 25 de Mayo hasta tu
departamento. Lo primero que hacés es prender la estufa porque no podés parar
de temblar. Te das una ducha y las gotas calientes que caen en tu cuerpo te
recuerdan las caricias de Damián. Pensás que él es bueno y comprensivo, que te
quiere y que quizás ya sea tiempo de hablarle de lo que te sucede. Mirás tu
rostro frente al espejo mientras pasás el cepillo por tu pelo en el que
comienzan a hacerse nítidos tus dos colores, el real y el teñido, las canas
afloran en varias raíces. Los espejos son crueles, siempre te dicen la verdad.
Pensás que con vos los hombres se han parecido a los espejos, abrigás la
esperanza de que Damián sea distinto pero es tan difícil. Te das cuenta que su
presencia es lo único que te hace abandonar tu eterno traje de dos caras que
desde chica comenzaste a usar y que te cuesta sacarte.
Interrumpís
tus pensamientos cuando están abriendo la cerradura, te sorprende que él venga
un Domingo, los fines de semana los pasa completos con la esposa y los hijos.
Vas a recibirlo pero no hace falta que la puerta se termine de abrir para darte
cuenta que no es él. Por instinto corrés a tu dormitorio, intentás cerrar con
llave pero es tarde. Entra empujando y te tira en la cama. Con la mirada te da
a entender que es mejor que dejes de gritar, sólo atinás a cubrirte con la
frazada. Pone la música bien fuerte. Primero comienza a tirar los libros de la biblioteca,
luego arroja contra la pared los cajones del escritorio, empieza a romper las
sábanas y tus ropas cínicamente tomándose su tiempo. Muda y ahogada de temor
observás cada uno de sus actos. Finalmente toma del rincón donde siempre lo
habías escondido el revólver que te prestó tu padre para defenderte y que hoy
no te sirve para nada. Te señala la silla que está frente al espejo. Salís de
la cama llorando y a la vez evitás todo contacto corporal. Sentada donde te lo
ha ordenado sentís el frío del arma sobre tu sien. Levantás la cabeza frente al
espejo, en el último segundo descubrís la verdad pero ya es tarde. Disparás.
Cuento ganador del 2º Premio del “VI
Concurso de Poesía y Cuento Redes de papel”. Diciembre 2005.
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