Por Helios Buira
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Ante el nuevo documento en blanco, pensé en continuar con el texto publicado anteriormente, pero como quiero mantener esta cosa de los borbotones, dejaré que las palabras fluyan, se vuelquen ordenadamente desde ellas, como cuando trabajo en escultura y dejo que las formas tomen su propia formatividad.
Claro, hay un sentimiento previo, un deseo de algo por decir y entonces, se produce la quintaesencia que generará el mensaje. La búsqueda de otro.
Y el otro, significando lo escrito. Significándolo desde su visión del mundo, desde la subjetiva concepción valorativa de quien se detiene a contemplar o a leer un hecho.
Hacedores de poemas, de esculturas, pinturas, sinfonías; hacedores en el teatro, en la danza. Hacedores de un mundo de lo bello, hacedores desde el alma.
Y otros hacedores, que habitan el planeta; hacedores de lo necesario, de lo que construye la cultura toda. La manera de vida de los pueblos.
Nexo en el planeta.
Y la añoranza de un mundo hecho a mano. Hecho con las manos. Las manos hacedoras.
Claro, si evoco aquello que dice: "Mientras el espíritu es el que busca, suele ser la mano la que encuentra".
La inconsciencia del conocimiento. El descubrimiento de eso hecho. La sorpresa.
Por ello es que cada tanto, muy de tanto en tanto, muy a veces, aparece uno que desequilibra el hacer de los hacedores que se van transmitiendo generacionalmente las formas. Entonces, este desequilibrador, rompe los moldes, las reglas de todas las formas. Se llama genio.
Y desequilibra a pesar de sí, la más de las veces sin saberlo. Y es vituperado, debe soportar el escarnio, preguntándose el por qué de esos ataques furiosos de la sociedad de hacedores. Sociedad de iguales, de todos, de parecidos, de homogéneos, de lo mismo.
Claro, él es una clase especial de hacedor, tiene una visión particular del mundo, una manera distinta de verlo y sentirlo y es por eso que no puede hacer lo que todos hacen. Se distingue. Se manifiesta trastocando todos los valores establecidos y los valores de las formas que los hacedores expresan en su manera de ver el mundo.
Y no importa de dónde provenga este hacedor distinto. No importa de donde saca sus formas, si de otro hacedor, si del mundo que lo rodea, si de lo más recóndito de su alma.
No importa, no puede importarnos, porque no hay manera de saberlo. Y porque su altura es inalcanzable, es imposible saberlo. Sólo un par de él, sólo otro igual, quizás, podría aproximarse a ese saber. Y digo aproximarse porque también entre ellos el misterio participa. Porque el arte, ante todo, magia.
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