domingo, 9 de junio de 2013

OMAR MARSILI

Medio maratón 

Maratón, corrí y como siempre la vida me regaló algunas sorpresas y varias incertidumbres.
Todo hacía pensar en un maratón: gente corriendo, música, locutores, espectadores, cada vez aumentan en cantidad y calidez, ciclistas, pero no era, se reducía a la mitad del maratón. Como la frase burda de la media embarazada que está pero no se nota o se nota poco, eso son los 21 kilómetros, el cansado placer de correr un largo maratón y en todo momento escuchar que no es un maratón, que es solo la mitad, solo veintiún kilómetros noventa y siete metros y medio, como si fuera una oferta, una bicoca para el hombre y la mujer que no se puede comprar en el mercado, solo se consigue tranco a tranco y en muchos casos a los suspiros, ya sean emotivos o de cansancio.
Esa mañana mi amiga la Nori Nori tendría el gran debut. Era su primera vez, a los sesenta años se iniciaba y con público, una adolescente con la idea fija que ponía el cuerpo y el alma en ese acto casi prohibido. Andaba inquieta, mordiéndose las uñas, los nervios piantándose por los poros, la pasión por iniciarse. 
Corrí la media con la ansiedad inexplicable de los aficionados que supuestamente corren por goce para escapar del estrés y acaban poniendo la vida en cada tranco primero para doblegar la distancia y sobre todo subir el ego a lo más alto del podio. Todo bien, todo lindo menos el estómago que a pesar de dos días con arroz y polenta se decretó en estado de emergencia y empezó a retorcerse sobre sí mismo. Al comienzo fue una molestia que se transformó en un fuerte malestar, los rasgos se la cara se fueron desfigurando minuto a minuto y poco más allá en angustia de querer y no poder y aguantar y aunque parecía imposible alcancé la meta y encontré el placer en el baño de un bar. Después, más distendido, corrí desde el Monumento a Francia y Costanera para encontrarme con la Nori Nori. La iniciada, con su paso constante y firme, seguía achicando la distancia acompañada por amigos ciclistas y corredores. Aunque había superado el kilómetro diecisiete tenía el cabello disciplinado y lo mantuvo prolijo durante los veintiún kilómetros noventa y siete metros y medio. Hay que correr peinado, es imposible que ni un remolino, ni los movimientos o el sudor no te hagan perder la línea. En esto del sudor nada que ver, la Nori Nori es mujer y las mujeres traspiran, el sudor es cosa de hombres y aunque parezca mentira la preparación no evita que las gotas saladas resbalen por el rostro y la espalda y hasta parece que el correr y la traspiración andan juntos. Tengo la sospecha que transpirar es un error de entrenamiento, si se puede controlar la respiración o mejorar la autoestima y hasta demorar los latidos del corazón estoy convencido que se traspira por comodidad, uno se deja llevar por esa vieja manía de hacer la fácil. 
La Nori Nori venía cansada y le propuse querés que ponga el dedito, dale pongo el dedito, ella dijo que la oferta suena feo pero yo le insistía, es una técnica de relajación, se resistió un poco pero al rato, un tanto resignada con el cansancio en el alma y la voz entrecortada murmuró hace lo que quieras. Puse el dedo en la mitad de la espalda y ella cambió el ritmo, aumentó la velocidad y paso a paso fuimos cubriendo la distancia.
Cuando ella alcanzó el arco de llegada, inicié la nueva gesta liberadora corriendo de nuevo hasta el baño para resolver en forma urgente el insostenible problema simple y cotidiano. En ese momento de concentrada relajación escucho que me nombran, el podio me llama pero no puedo pararme, dicen que venga pero no podía, primero el más importante de los órganos me digo y demoro unos minutos. No tardé horas, solo minutos y entonces voy a buscar el trofeo pero la copa que me llenaría de endorfinas brillaba por su ausencia, no estaba en ninguna parte, se la tragó un mar de dudas. Sobre el escenario esperaban sus hermanas pero la mía no, tiene que estar, no está señor, la copa se fue, se escapó de mis manos. Parece que se la llevó una rubia de cabello corto que me conoce pero nunca me la trajo ni siquiera llamó para decir que me la estaba guardando, mi mujer para tranquilizarme dice que seguramente fue una admiradora que pretende convivir con mi trofeo, el trofeo con tu foto a un costado murmura y me abraza la flaca que a esa altura andaba más triste que yo. Pudo haber sido una maratonista cansada de correr por el honor que se dijo merezco un premio y encontró su oportunidad con el mío. Un consejero para tranquilizarme comentó que lo importante es el logro y que a la corta o la larga los premios se mueren en la estantería, que las sepulta el polvillo, que la gloria viene con el tiempo. No faltó el burlón diciendo la clásica, la mujer necesitaba unos pesos y fue a la casa de empeño y bailando un bolero cantaba quizás… quizás… quizás…, tantos quizás y a un costado el vacío, ni un rastro de mi desempeño solo la imagen borrosa de una mujer corriendo con el premio que nunca me dieron. Me fui cantando “la alegría de haber sido y el dolor de ya no ser”, me fui pensando perdí la copa pero alcancé el baño y en ese momento era el logro más soñado. 
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